Samuel Rosenstock
[Tomado de El Sol Ácrata, periódico anarquista de Antofagasta, Chile. Agosto 2013]
Actualmente en la región del Medio Oriente se ha sumado un combate más a los ya numerosos enfrentamientos que caracterizan a esta época de la milenaria zona del Asia occidental. A la ocupación militar israelí, a su política de limpieza étnica, desplazamiento y apartheid; a la resistencia popular palestina, causa nacional de todo el pueblo árabe diezmada por las burocracias gobernantes y el bloqueo internacional o a las intervenciones de los yankees y la OTAN en Irak o Afganistán. A todo el choque de intereses; gringos, europeos, rusos, de las petromonarquías del golfo Pérsico (Arabia, los EUA y Qatar), iraníes y, cómo no, israelíes, que se disputan la zona con sus numerosos conflictos, se ha sumado últimamente la guerra civil en Siria.
En un principio Siria nos traslada a Túnez y a Egipto en el año 2011. A los pueblos en la calle echando históricamente abajo a tiranías enquistadas sobre el lomo de la clase obrera con la venia del primer mundo “democrático”, a cambio del saqueo barato de los recursos naturales y la mano de obra. En un principio Siria era un país “pacífico” en una región convulsa. No olvidarse del vecino Irak, con quien se comparten lazos fronterizos innegables, sumida en la ocupación militar primero; en la guerra civil y la desmembración sectaria después. La única revuelta importante fue realizada en el año 82' en la ciudad de Hama, y liderada por los islamistas “democráticos” (Los Hermanos Musulmanes, no armados, a diferencia de Al Qaeda, que son islamistas yihadistas) y fue duramente reprimida por el entonces presidente Hafez al Assad, padre del actual. Tras los sucesos de Túnez y Egipto, un día en la ciudad de Deraa, los niños, de entre 11 y 14 años, se dedicaron a escribir en las paredes consignas que habían leído en la televisión árabe que transmitía las históricas revueltas. “El pueblo quiere la caída del régimen” o “Dios es grande” (que más que una consigna religiosa representa un grito de guerra, de empequeñecer al gobierno tiránico y policial que parece insuperable). Entonces el gobierno central de Assad hijo envía como su padre a la policía secreta y al ejército a reprimir. Los agentes del estado asesinan (¡¡¡algunos niños fueron degollados!!!), detienen, torturan y hacen desaparecer a los niños de Deraa. La respuesta del pueblo es volcarse a las calles (el único camino que le queda a cualquier pueblo frente a cualquier estado terrorista) como en Túnez y Egipto hasta tirar al régimen, primero en Deraa y luego en toda Siria.
Se hace necesario aclarar que esta casta que gobierna Siria es una familia enquistada en el sillón desde los años 70', legitimada por última vez el 2007 a través de las urnas en un régimen de partido único (Baas; el mismo partido de Sadam Hussein, en Irak, de ideología que entremezcla el socialismo reformista y el nacionalismo, muy similar al peronismo o al castro-chavismo americanos), situación muy similar a la de Túnez, Libia o Egipto, los tres países que hasta ahora han caído en el torbellino de la revolución. Es importante tenerlo en cuenta porque cierta retórica de izquierda, ligada a Cuba, Irán y Venezuela, intenta presentar a la tiranía de la familia Assad en Siria como diferente de la de Mubarak en Egipto o Ben Alí de Túnez. Estos últimos serían lacayos del imperio y tiranos del pueblo, mientras que Assad es un aliado del “anti-imperialismo”. Lo que se olvidan de mencionar estos anti-imperialistas es que en Siria rige un modelo económico neoliberal impuesto por los gobiernos de los Assad, que ha desmantelado la industria local y ha creado una dependencia indirecta de los Estados Unidos y la “globalización”, y ahora de Rusia e Irán. Incluso algunos marxistas árabes se preguntan cómo puede ser que los régimenes “socialistas” de Cuba y Venezuela se desgasten apoyando a una dictadura por el solo hecho de que esta se alimenta de una retórica anti-imperio, cuando la misma jamás se atrevió, por ejemplo, a utilizar su arsenal para recuperar el territorio sirio ocupado por el demonio imperialista Israel, mientras que no dudó en usarlas contra el pueblo, lanzando cobardes bombardeos sobre la población civil y las ciudades para proteger sus privilegios; deteniendo y torturando en masa (aún lo hace); reprimiendo sanguinariamente; utilizando todas las armas tecnológicas de control social de la vida privada de la población. En pocos días los manifestantes deciden tomar las armas y por ende los grupos armados pasan al frente. Aún hoy, con la sangría y el sufrimiento del pueblo sirio masacrado abiertos, continúan haciéndose marchas, mítines y protestas pacíficas de los civiles que exigen el fin de la guerra y para ello la caída del régimen del presidente Assad.
El problema esencial del pueblo sirio es que ninguno de los países que intervienen en el conflicto desean un final en el que Assad se vaya y las cosas entren en un camino parecido al egipcio o al tunecino. Estados Unidos jugó a la espera y terminado casi ya el período del gobierno de Assad anuncia recién ahora una segunda ronda de negociaciones junto a Rusia (la potencia “enemiga” involucrada) en Ginebra para buscar una salida política que impida a Assad participar de las elecciones del próximo año. Algo parecido sucede en Yemén tras las protestas populares, pero la mesa nacional de negociaciones para formar un gobierno que reemplace a la dictadura gobernante ha demostrado ser incapaz de dar una solución real a la problemática abierta por el pueblo movilizado, tal como ha sucedido en todos los conflictos de la “primavera” árabe en todas sus modalidades (elecciones “democráticas” en Túnez y Egipto, invasión militar de la OTAN en Libia). En todos los casos los resultados han sido régimenes igual de títeres de los capitalistas yankees y europeos, subordinados a las doctrinas impuestas por el FMI y el BM (sistema mercantil neoliberal) y continuadores de la política de paz social con Israel.
Los países del golfo (los “suministradores” locales del armamento estadounidense que según los izquierdistas provee a la “oposición armada” en Siria) han dejado la puerta libre al reclutamiento de voluntarios para que hagan la yihad y nutran a los movimientos salafistas sectarios. Apuestan a dividir el territorio según diferencias tribales, étnicas o religiosas, inventadas y utilizadas como “divide y reinarás” por las potencias coloniales de principios del siglo pasado, y de paso, claro está, administrar los negocios gasíferos y petroleros, tal como en Irak o en Libia. No se queda atrás el estado ultra-religioso iraní, que apoya su influencia militar en la zona en tres “patas”; Siria, Irak y la milicia libanesa Hezbollah. Para defender sus intereses hegemónicos y equiparar la fuerza de las petromonarquías los ayatolahs han decidido intervenir cada vez más directamente, ya sea a través de las milicias del “Partido de Dios” o de su propia “Guardia Revolucionaria”, división de élite del ejército, que combaten hoy en día sobre todo en la ofensiva contra la ciudad fronteriza de Quseir, controlada por la revolución y el ESL.
[Tomado de El Sol Ácrata, periódico anarquista de Antofagasta, Chile. Agosto 2013]
Actualmente en la región del Medio Oriente se ha sumado un combate más a los ya numerosos enfrentamientos que caracterizan a esta época de la milenaria zona del Asia occidental. A la ocupación militar israelí, a su política de limpieza étnica, desplazamiento y apartheid; a la resistencia popular palestina, causa nacional de todo el pueblo árabe diezmada por las burocracias gobernantes y el bloqueo internacional o a las intervenciones de los yankees y la OTAN en Irak o Afganistán. A todo el choque de intereses; gringos, europeos, rusos, de las petromonarquías del golfo Pérsico (Arabia, los EUA y Qatar), iraníes y, cómo no, israelíes, que se disputan la zona con sus numerosos conflictos, se ha sumado últimamente la guerra civil en Siria.
En un principio Siria nos traslada a Túnez y a Egipto en el año 2011. A los pueblos en la calle echando históricamente abajo a tiranías enquistadas sobre el lomo de la clase obrera con la venia del primer mundo “democrático”, a cambio del saqueo barato de los recursos naturales y la mano de obra. En un principio Siria era un país “pacífico” en una región convulsa. No olvidarse del vecino Irak, con quien se comparten lazos fronterizos innegables, sumida en la ocupación militar primero; en la guerra civil y la desmembración sectaria después. La única revuelta importante fue realizada en el año 82' en la ciudad de Hama, y liderada por los islamistas “democráticos” (Los Hermanos Musulmanes, no armados, a diferencia de Al Qaeda, que son islamistas yihadistas) y fue duramente reprimida por el entonces presidente Hafez al Assad, padre del actual. Tras los sucesos de Túnez y Egipto, un día en la ciudad de Deraa, los niños, de entre 11 y 14 años, se dedicaron a escribir en las paredes consignas que habían leído en la televisión árabe que transmitía las históricas revueltas. “El pueblo quiere la caída del régimen” o “Dios es grande” (que más que una consigna religiosa representa un grito de guerra, de empequeñecer al gobierno tiránico y policial que parece insuperable). Entonces el gobierno central de Assad hijo envía como su padre a la policía secreta y al ejército a reprimir. Los agentes del estado asesinan (¡¡¡algunos niños fueron degollados!!!), detienen, torturan y hacen desaparecer a los niños de Deraa. La respuesta del pueblo es volcarse a las calles (el único camino que le queda a cualquier pueblo frente a cualquier estado terrorista) como en Túnez y Egipto hasta tirar al régimen, primero en Deraa y luego en toda Siria.
Se hace necesario aclarar que esta casta que gobierna Siria es una familia enquistada en el sillón desde los años 70', legitimada por última vez el 2007 a través de las urnas en un régimen de partido único (Baas; el mismo partido de Sadam Hussein, en Irak, de ideología que entremezcla el socialismo reformista y el nacionalismo, muy similar al peronismo o al castro-chavismo americanos), situación muy similar a la de Túnez, Libia o Egipto, los tres países que hasta ahora han caído en el torbellino de la revolución. Es importante tenerlo en cuenta porque cierta retórica de izquierda, ligada a Cuba, Irán y Venezuela, intenta presentar a la tiranía de la familia Assad en Siria como diferente de la de Mubarak en Egipto o Ben Alí de Túnez. Estos últimos serían lacayos del imperio y tiranos del pueblo, mientras que Assad es un aliado del “anti-imperialismo”. Lo que se olvidan de mencionar estos anti-imperialistas es que en Siria rige un modelo económico neoliberal impuesto por los gobiernos de los Assad, que ha desmantelado la industria local y ha creado una dependencia indirecta de los Estados Unidos y la “globalización”, y ahora de Rusia e Irán. Incluso algunos marxistas árabes se preguntan cómo puede ser que los régimenes “socialistas” de Cuba y Venezuela se desgasten apoyando a una dictadura por el solo hecho de que esta se alimenta de una retórica anti-imperio, cuando la misma jamás se atrevió, por ejemplo, a utilizar su arsenal para recuperar el territorio sirio ocupado por el demonio imperialista Israel, mientras que no dudó en usarlas contra el pueblo, lanzando cobardes bombardeos sobre la población civil y las ciudades para proteger sus privilegios; deteniendo y torturando en masa (aún lo hace); reprimiendo sanguinariamente; utilizando todas las armas tecnológicas de control social de la vida privada de la población. En pocos días los manifestantes deciden tomar las armas y por ende los grupos armados pasan al frente. Aún hoy, con la sangría y el sufrimiento del pueblo sirio masacrado abiertos, continúan haciéndose marchas, mítines y protestas pacíficas de los civiles que exigen el fin de la guerra y para ello la caída del régimen del presidente Assad.
El problema esencial del pueblo sirio es que ninguno de los países que intervienen en el conflicto desean un final en el que Assad se vaya y las cosas entren en un camino parecido al egipcio o al tunecino. Estados Unidos jugó a la espera y terminado casi ya el período del gobierno de Assad anuncia recién ahora una segunda ronda de negociaciones junto a Rusia (la potencia “enemiga” involucrada) en Ginebra para buscar una salida política que impida a Assad participar de las elecciones del próximo año. Algo parecido sucede en Yemén tras las protestas populares, pero la mesa nacional de negociaciones para formar un gobierno que reemplace a la dictadura gobernante ha demostrado ser incapaz de dar una solución real a la problemática abierta por el pueblo movilizado, tal como ha sucedido en todos los conflictos de la “primavera” árabe en todas sus modalidades (elecciones “democráticas” en Túnez y Egipto, invasión militar de la OTAN en Libia). En todos los casos los resultados han sido régimenes igual de títeres de los capitalistas yankees y europeos, subordinados a las doctrinas impuestas por el FMI y el BM (sistema mercantil neoliberal) y continuadores de la política de paz social con Israel.
Los países del golfo (los “suministradores” locales del armamento estadounidense que según los izquierdistas provee a la “oposición armada” en Siria) han dejado la puerta libre al reclutamiento de voluntarios para que hagan la yihad y nutran a los movimientos salafistas sectarios. Apuestan a dividir el territorio según diferencias tribales, étnicas o religiosas, inventadas y utilizadas como “divide y reinarás” por las potencias coloniales de principios del siglo pasado, y de paso, claro está, administrar los negocios gasíferos y petroleros, tal como en Irak o en Libia. No se queda atrás el estado ultra-religioso iraní, que apoya su influencia militar en la zona en tres “patas”; Siria, Irak y la milicia libanesa Hezbollah. Para defender sus intereses hegemónicos y equiparar la fuerza de las petromonarquías los ayatolahs han decidido intervenir cada vez más directamente, ya sea a través de las milicias del “Partido de Dios” o de su propia “Guardia Revolucionaria”, división de élite del ejército, que combaten hoy en día sobre todo en la ofensiva contra la ciudad fronteriza de Quseir, controlada por la revolución y el ESL.
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