Pablo Stefanoni
Este año la embajada de Estados Unidos en
La Paz canceló los festejos del 4 de julio, fecha nacional, y hasta 2005 una
vidriera para que la élite política y económica boliviana revalidara sus
credenciales de respetabilidad: ser invitado al enorme búnker ubicado sobre la
Avenida Arce era una especie de aval moral. De hecho había llegado un punto en
el que los partidos bajaban de sus listas a quienes perdían la visa a EEUU con
el criterio de que “algo habrían hecho”. A veces caían en el ridículo, como
cuando una embajadora pidió a sus invitados (Evo Morales nunca estaba en la
lista) que fueran vestidos de cowboys. Y así lo hicieron. Evo no tenía visa y
transformó ese hecho en capital político.
Pero ahora los festejos fueron suspendidos
“hasta nuevo aviso”, después de que Francia, Portugal e Italia (¿y España?)
cerraran sin previo aviso sus cielos al avión del presidente boliviano, bajo
sospecha de que llevaba a Snowden a La Paz escondido en el maletero y generando
una ola de repudio internacional y una reunión de urgencia de varios países de
la Unasur. En todo el mundo sorprendió semejante acto, algo así como decir amén
antes de que los norteamericanos terminaran de rezar, parafraseando al ex líder
socialdemócrata alemán Willy Brandt. Hoy se extrañan figuras como esas, o como
Charles De Gaulle, ante el automático sometimiento de un gobierno “socialista”
como el francés a la voluntad de Washington, justamente cuando Europa se queja
por el espionaje de EEUU… denunciado por el propio Snowden. Incluso la
Internacional Socialista latinoamericana caracterizó como “incivilizado” el
bloqueo aéreo al mandatario boliviano. Como ha señalado Jean-Jacques
Kourliandsky, del Instituto De Relaciones Internacionales y Estratégicas de
París, “Bolivia no es solo Bolivia”, hoy existe una sólida red latinoamericana
que reacciona ante este tipo de agravios.
El gobierno boliviano denunció que Morales
había sido “secuestrado”, varios sectores sociales -especialmente campesinos-
se movilizaron de inmediato en repudio a la actitud europea y los potenciados
medios estatales pusieron en marcha una inédita cobertura sobre el “agravio del
imperio”.
Morales ha hecho toda su carrera política
transformando humillaciones en fortalezas y esta vez no es diferente. Sus
gestos antiimperialistas fueron desde sus comienzos como dirigente cocalero una
marca de fábrica de su liderazgo y tomaron caminos concretos durante su gestión
presidencial: en 2008 expulsó al embajador Philip Goldberg y más recientemente
a la agencia USAID. Si en 2002 las declaraciones hostiles del entonces
embajador Manuel Rocha lo dejaron al borde del triunfo presidencial, este nuevo
“ataque del imperio” a través de sus vasallos europeos (como los ha llamado el
periodista Rafael Poch) le ha venido a Evo como regalo del cielo. Quizás nunca
como ahora, a excepción del día que llegó al Palacio Quemado, concitó semejante
simpatía mundial, lo que a nivel interno se traduce en una cohesión nacional
del país en torno a su liderazgo.
Pero estos incidentes ponen sobre la mesa
una cuestión adicional: en estos tiempos suele repetirse que Washington ha
perdido poder e influencia. Sin embargo, Edward Snowen sigue en la tierra de
nadie del aeropuerto de Moscú sin que ningún país quiera -hasta ahora-
asilarlo. Seguramente haya negociaciones bajo la mesa (Bolivia y Venezuela han
dicho que evaluarían un pedido de asilo, ¿ese pedido llegó?). Rafael Correa,
después de un impulso inicial, parece más distante; con Julian Assange parece
tener bastante.
En efecto, recibir a Snowden tiene costos
elevados. Atraerá sobre quien lo haga toda la ira imperial.
Simpatizante de los “libertarians”, el ex
técnico de la inteligencia estadounidense buscó a Hong Kong como su destino,
pero la persistente lógica de la guerra fría lo obligó, muy pronto, a tomar un
vuelo de Aeroflot rumbo a Moscú. Claro que los rusos ya no son los de antes, y
Putin dijo que se si quedaba ahí no podría perjudicar a “nuestros socios”
estadounidenses con sus incómodas denuncias y debía optar por el silencio.
¿Pero para eso el joven de 30 años dejó las apacibles playas de Hawai y un
salario de 20.000 dolares mensuales, familia y novia?
Mario Vargas Llosa se queja de que
Wikileaks y Snowden se hicieron amigos de gobiernos antidemocráticos, el
Washington Post se pregunta por qué un activista liberal libertario (Ron Paul)
es uno de quienes lo defienden públicamente en EEUU) se hizo amigo de “estados
autoritarios”. Como el mismo diario responde, la “solución geopolítica” es una
alternativa ante un proceso legal prolongado que puede llevarlo a prisión. No creo
que se pueda juzgar a nadie por no querer terminar como el soldado Mannig.
Snowden ya cumplió con su cuota de heroicidad, ahora toca al mundo democrático,
progresista y antiimperialista ayudarlo.
No hay que ser muy perspicaz para saber que
los norteamericanos no son los únicos que espían, que algunos critican el
espionaje “gringo” por motivos geopolíticos y no democráticos, y que para
Snowden es muy incómodo aparecer como aliado de Rusia, China, Venezuela o Cuba.
Muchas de las banderas democráticas de wikileaks chocan también con muchos
estados antiimperialistas. Pero la respuesta a Vargas Llosa es clara: Snowden
busca ayuda entre los Estados “autoritarios” porque los “liberales” no le dan
asilo y actúan con enormes niveles de hipocresía e indignidad.
En estos próximos días veremos si alguno de
los países con gobiernos de izquierda le da finalmente refugio. El
antiimperialismo tiene altos costos (muchos más que las peticiones de los
intelectuales radicales). La solución al affaire Snowden va a despejar varias
dudas sobre la verdadera influencia de Estados Unidos en el mundo actual y la
viabilidad de los desafíos a Washington.
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