Pablo Stefanoni
Las elecciones venezolanas han sorprendido a todos. Ya en la
tarde, en las filas del chavismo, comenzó a emerger preocupación por la
cercanía entre Maduro y Capriles, pero la paridad fue mucho mayor que la
esperada. 1,5%, 250.000 votos de diferencia. Es verdad que en Europa, EEUU (y
en la propia Venezuela en otras épocas), los candidatos ganan o ganaban por muy
poca diferencia pero la situación no es comparable. El chavismo gobierna de
manera plebiscitaria –y cada elección es una suerte de guerra civil electoral.
Por eso Chávez solía convocar al "huracán bolivariano": necesitaba
apalear electoralmente a sus adversarios. Cuando se apuesta a polarizar un país
–siguiendo una líneaa la que Laclau le dio difusión en su libro La razón
populista- no se puede hacerlo 50/50. Chávez polarizaba 60 a 40 y durante
quince años su liderazgo fue invencible, y seguramente lo hubiera sido el 14 de
abril. Pero Maduro inicia la era poschavista debilitado, no solo frente a la
oposición hegemonizada por la derecha neoliberal sino frente al referente de la
“derecha endógena” y boliburguesa Diosdao Cabello.
La debilidad que sentía Maduro lo llevó, probablemente, a
pasar una y otra vez el video donde Chávez lo nombraba su heredero, y a apelar
a una suerte de espiritismo que lo hizo caer en el ridículo (pajaritos de por
medio). Por otro lado, su insistencia en ser el “hijo” de Chávez le impidió
construir una personalidad propia: durante toda la campaña buscó imitar, con
menos talento y gracia, los gestos y las formas de Chávez (incluyendo los
insultos). Aún con el formidable "efecto duelo" a su favor, casi
pierde frente a un rival que venía de ganar con lo justo la gobernación de
Miranda, mientras la oposición había sido derrotada en toda la línea en los dos
comicios previos por un Chávez ya muy enfermo.
Si la derecha lanzó una nueva ofensiva poselectoral es
porque la victoria de Maduro fue por puntos. Ello refleja un agotamiento más
general del proyecto bolivariano. Más allá de los intelectuales orgánicos que
anuncian ilusorias transiciones socialistas, lo cierto es que hay una impasse
ideológica de la "revolución", especialmente frente a los problemas
económicos que la acechan. Que el petróleo pueda evitar una crisis mayor no
significa que la megadevaluación, la inflación, los enormes déficits
institucionales, el desorden económico y la corrupción no constituyan ya
problemas crónicos, que el propio Chávez no pudo resolver. Sin duda muchas
cifras sociales mejoraron, pero –como se demostró en la última campaña-
Capriles se presenta ahora como un continuador del “buen chavismo”, lo que
complica bastante al oficialismo, más allá de lo demagógica que sea esa
conversión. Así funciona la política.
Pero más allá de la coyuntura, todo ello pone de relieve un
problema mayor para las izquierdas. Los hiperliderazgos (eternos) llegan a un
punto en que suelen terminar mal. Por otro lado, la plebicitación permanente de
la política implica un enorme desgaste de energías en una campaña electoral
permanente. Las izquierdas enfrentan un dilema: por un lado, los patidos más
institucionales (PT, Frente Amplio) son los que aparecen más moderados, y, por
el contrario, los que muestran más épica revolucionaria son los que recuperan
el vínculo “populista” entre el líder y las masas: ¿pero son en verdad
sostenibles esas revoluciones? Si Maduro perdía hubiera seguido un desbande de
las fuerzas chavistas; el todo o nada es peligroso, el chavismo, el 14 de
abril, estuvo muy cerca de “nada”.
Finalmente, todo esto demuestra un cansancio social. Algunos
reportes muestran que los cacerolazos llegaron a barrios populares. Basta ver
tres horas de Telesur para sentir ese agobio retórico ideológico (muchas veces
vacío) que no se puede mantener
eternamente. La política no puede ocupar el 100% de las actividades humanas
(salvo de los políticos profesionales). A veces la idea épica de revolución
impide ver que muchas veces la gente simplemente se cansa, sin sentirse
horribles traidores. Y vota por el que tiene a mano para “cambiar”. (Por suerte
en Bolivia esa retórica es más moderada y menos asfixiadora)
Más que condenar al pueblo, como hicieron algunos chavistas
en las redes sociales, muchos desde miles de kilómetros de Venezuela, debería
entenderse por qué la gente vota como vota. Eso es más útil para frenar a la
derecha que las pruebas de fe discursivas para convencer a los ya convencidos
desde las cámaras de los canales estatales.
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