Por Howard Clark
De los terratenientes vino la orden:
Enviaron hombres contratados y caballería para suprimir las
exigencias de los Cavadores.
"Echen abajo sus caseríos. Destruyan sus
siembras."
Los dispersaron, pero su visión continúa en marcha.
Versos de la canción de Leon Rosselson que celebra la
lucha de los Cavadores ("Diggers") por conservar sus tierras durante
el siglo XVII inglés.
A lo largo de la historia, el militarismo ha estado asociado
a la expropiación injusta de tierras y al desplazamiento de las poblaciones
locales. Hoy sigue siendo así, tanto si nos referimos a la infraestructura
militar – las enormes bases en construcción o el sinnúmero de complejos para
pruebas o entrenamiento – como si nos referimos a los encargados (estatales o
privados) de hacer efectivo el fenómeno global de la expropiación de terrenos
(conocido como "land grab") a título de los monocultivos, los
bio-combustibles, o la extracción de recursos.
A menudo, las tierras son vistas como la base de la vida, y
por algún motivo, los movimientos que las defienden nos evocan un sentimiento
extremadamente profundo. Quizás este lazo haya sido reconocido más a menudo por
fascistas y nacionalistas de distinta índole, que por izquierdistas urbanos.
Sin embargo, también es un impulso utópico en las tradiciones anarquistas y
noviolentas que van desde la "hacienda compartida para todos" de los
Cavadores, a través de Kropotkin y Gandhi, hasta el lema contemporáneo "Tierra
y Libertad". En efecto, en las comunidades tribales y campesinas de cada
continente, vemos una relación a las tierras – e incluso a la Tierra misma – que difiere
marcadamente de las actitudes de dominación, explotación y extracción que
subyace a tanta destrucción.
En mi caso, las campañas que combinan lazos profundos a la
tierra con la oposición al militarismo siempre han tenido un atractivo
especial. Pienso en algunas de las campañas mencionadas en este mismo Fusil
Roto, y en particular en la campaña actual en la isla Jeju de Corea del Sur, en
la cual algunas amigas de WRI han sido arrestadas. Una de las luchas más
inspiradoras en Europa durante los años setentas fue la campaña de Larzac, en
Francia, donde se intentaba detener la expansión de un campo de tiro. Una
campaña que vio a los campesinos salir a las demostraciones acompañados de sus
ovejas con la Torre Eifel
como telón de fondo. Una campaña que utilizó una gama de tácticas entre las
cuales se contaba la resistencia al impuesto de guerra y la creación de un
fideicomiso inmobiliario que reunía a un gran número de personas, todas las
cuales compraron un cuadradito de la planicie de Larzac. Una campaña
constructiva, mediante la cual la gente mostró usos alternativos para el
Lazarc, estableciendo un centro de entrenamiento en noviolencia, experimentando
con energías renovables y promoviendo una serie de pequeñas iniciativas de
economía cooperativa.
Al mismo tiempo, pienso en campañas que colaboran con grupos
indígenas, especialmente en contra de la experimentación nuclear u otros
eslabones de la cadena nuclear, como es la extracción de uranio. Esta es una
labor genuina de protección del patrimonio, tanto a nivel local como a nivel
global, en contra de la amenaza nuclear.
En el pasado, los mismos grupos de resistencia contra a la
guerra a menudo han buscado generar comunidades en tierras donde pueden vivir
de acuerdo a sus propios valores. Hoy, las comunidades que trabajan en los
movimientos por la paz en Colombia, han ido aun más allá. Algunas comunidades y
municipalidades han declarado su rechazo a las armas ya sea del estado, de los
paramilitares o de la guerrilla. En otros casos estas comunidades han nacido de
la organización participativa de cientos de desplazados decididos a vivir de
manera pacífica y a practicar una agricultura ecológica, que no ceda a la
hegemonía del mono-cultivo. Cuando, por ejemplo, el gobierno de Uribe insistió
en construir una estación de policía en la primera Comunidad de Paz, San José
de Apartadó, violando los principios de ésta, los miembros de la comunidad
desmantelaron sus hogares e infraestructura colectiva y la reconstruyeron en
otra localidad.
Escribo esto a poco después del día por las tierras en
Palestina, durante el cual tropas israelíes mataron a una persona e hirieron a
120 otros. Desde 1976 este ha sido un día de protesta en contra de la sostenida
confiscación de tierras palestinas, un tema central para la opresión del pueblo
palestino. Vale la pena notar que las campañas por tierras en Palestina han
dado lugar no solo a las acciones noviolentas más potentes del conflicto, sino
también a aquellas en las cuales los israelíes mismos están más dispuestos a
participar. Algunos de los numerosos esfuerzos de oposición al Muro de
Separación – una barrera monstruosa que se apropia de aun más tierras
palestinas, aísla a las comunidades entre sí, y les niega acceso a recursos
esenciales – pueden ser vistos desde la óptica de la lucha por la tierra.
También son parte de este esfuerzo algunas de las acciones más constructivas
que se han concertado desde los años 1960s, como cuando grupos – a menudo
colaboraciones de palestinos e israelíes – han tratado de retomar las tierras y
sus frutos plantando olivos o tratando de cosechar aceitunas.
Por último, las tierras siguen siendo un tema medular en los
conflictos sociales a nivel global, dando pié a un sinnúmero de conflictos
locales y nacionales. Aunque el número de moradores urbanos ha superado ya al
de los rurales, el 75% de los pobres del mundo viven en áreas rurales. El acceso
a tierras es crucial para ellos, especialmente en el caso de los millones de
mujeres que practican una agricultura de subsistencia. En una época de
expropiación de tierras a nivel global, venerables conceptos como el de '
tierras comunes' (the commons) toman nuevo relieve para los que tienen su
sustento amenazado, y están en riesgo de ser desplazados. Pero, tal cual lo han
enfatizado grupos asociados a la Vía Campesina y otras redes rurales, el tema no
es solo la seguridad de los alimentos, sino la soberanía de los mismos:
"el derecho a alimentos sanos y culturalmente apropiados, producidos por
medios ecológicamente responsables y sustentables, y el derecho a definir sus
propios alimentos y sistemas de agricultura".
Tomando partido en contra de los intereses del lucro
corporativo, con sus niveles inviables de consumo y codicia, y su visión de las
tierras solamente en términos de modelos de explotación industrial, la Internacional de
Resistentes a la Guerra
apoya a aquellos que resisten de manera noviolenta y que intentan poner en
evidencia las necesidades de nuestro mundo.
Esta tierra dividida, la hemos de aunar,
así será un fuente de riqueza común para todos.
Traducción: Benjamin Molineaux
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