Por Rogelio M. Díaz Moreno
En una de sus muy seguidas Reflexiones, el Comandante en
Jefe, Fidel Castro, refiere cómo Stalin, en los años previos a la Segunda Guerra
Mundial, realizó una serie de bestiales purgas en el Ejército Rojo que
implicaron el asesinato de “3 de los 5 Mariscales, 13 de los 15 Comandantes de
Ejército, 8 de los 9 Almirantes, 50 de los 57 Generales de Cuerpo de Ejército,
154 de los 186 Generales de División, el ciento por ciento de los Comisarios de
Ejército y 25 de los 28 Comisarios de los Cuerpos de Ejército de la Unión Soviética ”.
Debilitado por estas pérdidas de sus más valiosos cuadros, solo a base de un
enorme sacrificio en vidas humanas y territorio patrio pudieron los soviéticos
detener y revertir el avance de las hordas fascistas, hasta aplastar a la
bestia hitleriana en su propia madriguera de Berlín.
Si bien el terreno militar fue el más dramático, dadas las
circunstancias, los historiadores completan el cuadro de la devastación
estalinista también en el sector civil e industrial. Miríadas de cuadros
valiosos de la economía fueron fusilados o enviados al destierro siberiano en
número que, no por polémicos, dejan de ser una manifestación de la criminalidad
más destructiva que sufriera aquel gran país. Se puede encontrar más de una
Reflexión del Comandante, donde menciona críticamente el daño que infligió Stalin
al país de los Soviets, liquidando además con gran efectividad a los compañeros
de Lenin en la Revolución
de Octubre.
Naturalmente, que Stalin mismo no apretó el gatillo detrás
de la nuca de los asesinados, ni los condujo personalmente al destierro. Al
funesto georgiano lo acompañó un fiel aparato represor, horrorosa deformación
de los órganos de seguridad que la joven república bolchevique necesitó para
defenderse de la agresión de todas las potencias occidentales reunidas en su
contra desde su nacimiento. Stalin fue apoyado, o mejor, aupado y sostenido,
por la clase burocrática y autoritaria que Trotsky describió magistralmente en
sus descripciones del devenir de la Revolución traicionada.
Está de más decir que la clase que mantuvo a Stalin en el
pináculo del poder –como garantía y símbolo de su propio estatus de dominación
y privilegios– se llamaba a sí misma con los apelativos más altisonantes del
vocabulario revolucionario. Se consideraban, pervirtiendo los términos, como
los verdaderos comunistas fieles a los credos marxistas y leninistas, que
masacraban junto con sus víctimas. Esta clase contó, por supuesto, con la
adulación armoniosa de un número significativo de intelectuales, escritores,
periodistas, artistas, etc., que elegían conscientemente ignorar los nefastos
problemas a su alrededor para complacer a sus generosos mecenas; con las
honrosas excepciones de Maiakovski, Meyerhold, y algunos otros que pagaron con
su vida el atrevimiento de no otorgar su fidelidad a aquellos burgueses
encubiertos. La clase dominante sobrevivió al individuo Stalin, como era de
esperar y, por ejemplo, impidió con un golpe de estado el intento de Nikita
Jruschov de enjuiciar los crímenes cometidos por Stalin y aligerar al Estado
soviético de los tenebrosos tentáculos del estalinismo.
Desde que Gorbachov protagonizara la ceremonia de poner
punto final al Estado soviético, un increíble número de ingenuos o
malintencionados han culpado a una fantasmal derecha oposicionista de haber
subvertido el proyecto comunista. Estos rectificadores de la historia pasan por
alto que los que aparentemente se volvieron millonarios de la noche a la mañana
resultaron ser, en su mayoría, los mismos políticos y funcionarios que ostentaban
los altos cargos y poderes en el sistema anterior. Obviamente, se hicieron
sentir las dificultades económicas engendradas por la necesidad de mantenerse
al día en la carrera armamentista, impuesta por el imperialismo, pero al
interior de la Unión Soviética
poco podían penetrar los agentes de la
CIA o sus lacayos mercenarios. Si había una derecha en Moscú,
no podía ni necesitaba hacer mucho más que permanecer sentada y contemplar cómo
aquellos burócratas, que ayer hacían gala de una fidelidad acérrima como
herramienta de escalamiento, abatieron luego el aparato, cuyo funcionamiento ya
no les resultaba lo suficientemente lucrativo, para montarse en los nuevos
vehículos del capitalismo, mucho más potentes y opíparos. La labor de estos
sujetos infames se vio facilitada por un resultado acumulado en las décadas
anteriores, esto es, la enajenación de las masas proletarias y los comunistas
de base por el alejamiento y las barreras de autoritarismo impuestos por la
clase dirigente. En el momento oportuno, y tras recibir la señal adecuada, los
intelectuales de la nueva era adaptaron el programa correspondiente –otra vez,
con honrosas excepciones– e invirtieron el discurso, sepultando todo lo valioso
y heroico de la gesta socialista para hacerse eco de las nuevas modas
pro-capitalistas; siempre siguiendo los nuevos movimientos de batuta de la
dirección. Vaya, sin dejar de ser oficialistas. Gorbachov, como Stalin,
simplemente ratificó el sueño de la clase dominante, cuya defensa acrítica era
llamada hasta ese momento oficialismo, y que resultara traidora al socialismo y
a los millones de mártires de la
Revolución bolchevique.
¿Por qué vale la pena mantener la historia a la vista y
aprender sus lecciones? Vienen a la mente las palabras del General en Jefe,
compañero Raúl Castro, en la sesión veraniega del año 2011 de la Asamblea Nacional :
“Más de una vez he expresado que nuestro peor enemigo no es el imperialismo ni
mucho menos sus asalariados en suelo patrio, sino nuestros propios errores y
que éstos, si son analizados con profundidad y honestidad, se transformarán en
lecciones” y “el mayor obstáculo que enfrentamos en el cumplimiento de los
acuerdos del Sexto Congreso es la barrera sicológica formada por la inercia, el
inmovilismo, la simulación o doble moral, la indiferencia e insensibilidad”.
El Primer Secretario del Partido ha ratificado así que los
intereses, externos o internos, que se decantan por el capitalismo en Cuba no
tienen arraigo ni fuerzas suficientes para forzar ese cambio. Con toda la
perversidad de la que ha sido capaz el imperialismo, con agresiones
terroristas, bloqueo, persecuciones, difamación, etc., con todo el deterioro
económico que ello ha conllevado, no ha logrado más que reforzar el apoyo a su
Gobierno de un pueblo por naturaleza independiente y orgulloso; la
contrarrevolución interna tampoco ha logrado más éxitos. Lo más peligroso para
la nación cubana, para el socialismo y la soberanía que deseamos en estos
lares, son esas mentalidades de simulación y doble moral, el inmovilismo, el autoritarismo
y otros males por los que estamos seriamente amenazados. Ahora, ¿de dónde
brotan esos males, si no de las estructuras mismas que implican poderes y
privilegios para funcionarios y burócratas parásitos del pueblo? ¿Quiénes sacan
las mayores ventajas del secretismo, ese otro mal tan flagelado por Raúl, sino
aquellos que medran con la corrupción, el desvío de recursos, el abuso de la
autoridad, desde elevadas posiciones? ¿Debe un revolucionario ponerse del lado
de Raúl, o de esa clase? La lucha de la Contraloría contra estos agentes ha permitido el
truene de unos cuantos de esos personajes que parecieran antaño intocables,
ministros, presidentes de gobierno a distintas instancias regionales, y así por
el estilo, pero obviamente falta mucho por hacer y, sin la participación de
todos los ciudadanos revolucionarios conscientes, este combate decisivo no se
podrá ganar.
Tal vez el obstáculo más grande que enfrente el pueblo
trabajador para emprender esta lucha sin cuartel, a la que ha llamado el
compañero Raúl, es que estos personajes tienen la cobertura perfecta en las
casacas del oficialismo. Vamos a situar un contexto concreto, aterrizar un
panorama específico: ¿cómo es posible encarar a Lindoro Incapaz, respaldado por
el compañero Pepín, del nivel central? Pareciera una misión suicida para la
torpe Flor de Anís, el desgastado Maraca, el buenazo de Chicho. Pues bien,
existen mecanismos y armas que tenemos los trabajadores para vencer en esta
imprescindible batalla. Vladimir I. Lenin delineó un par de ellas, así que
podemos y debemos aprender también de unos espacios donde los intelectuales
revolucionarios y críticos deben tener, precisamente, un importante rol.
Para empezar, habría que acudir a una política mediante la
cual el nombramiento de los funcionarios a cargo de los asuntos públicos –ya
sean económicos o estatales– tiene que estar sujeto a procedimientos
democráticos. No nos repliquen con el ridículo argumento de que estamos
propulsando el multipartidismo: las elecciones en Cuba demuestran que es posible
montar ejercicios democráticos socialistas sin esa noción.
Estos funcionarios, de más está decirlo, deben estar sujetos
al escrutinio público. Como segunda política, sus actos, decisiones y medidas
deben ser del conocimiento inmediato de la población. No más sombras de
camuflaje sobre las orientaciones, medidas y requisitos procedentes de un
misterioso “arriba” para su imposición sobre el cliente, el solicitante, el
trabajador, no: esta planilla con este sello la ordenó Fulano; Mengano es el
responsable de administrar el recurso que hace falta para emprender tal
inversión. Ya Fulano y Mengano tendrán que responder porque, no les quepa duda:
la tercera política implica que tienen que encarar al pueblo en rendiciones
periódicas, que servirán para su parabién o despido, en dependencia de la
calidad de su gestión. Ahí tenemos otro camino que nuestro socialismo ha
preparado, pues las reuniones de rendición de cuenta y la revocación de
representantes son un pilar del Poder Popular. Falta ahora que se extiendan a
aquellos otros funcionarios y dirigentes cuyas potestades sobrepasan a las del
delegado local.
Con un funcionamiento así, será difícil, por no decir
imposible, que los sujetos oportunistas y de doble moral puedan burlar al
pueblo revolucionario. En caso de que algunos de estos pretenda convertir una
posición aventajada en su feudo particular, las oportunas denuncias de los
males sufridos por los trabajadores y la población en general, investigadas por
periodistas responsables y publicadas por ellos –ya sea en los periódicos
oficiales, ya sea en sus blogs personales– le cortarán muy pronto el paso a
aquello que constituye, según ha dicho Raúl, el principal peligro que enfrenta
hoy nuestra Revolución. Evoquemos el papel del Comandante en Jefe Fidel, que no
ha temido situarse en ese terreno de la oposición en más de una ocasión, para
denunciar y criticar el recurrente flagelo del burocratismo y la corrupción,
disfrazados de oficialismo. No creo que un intelectual revolucionario tenga a
menos ocupar un puesto honrado por Fidel, a menos que sea de los que utilizan
la casaca oficialista para beneficiarse en el reparto del pastel de beneficios
y privilegios que sus distorsiones permiten.
En resumen, y parafraseando un refrán popular: De las aguas
(hipócritamente) oficialistas, líbrenos Dios; que de las capitalistas, nos
cuidamos los trabajadores.
Publicado en el blog del Observatorio Crítico
Publicado en el blog del Observatorio Crítico
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