Por Pablo Stefanoni
Desde que el 1° de mayo de 2006 ocupara los campos gasíferos
y petroleros con las Fuerzas Armadas y obligara a las empresas extranjeras a
renegociar sus contratos, casi todos los Días del Trabajo siguientes Evo
Morales nacionalizó alguna firma para consolidar su proyecto de “recuperación
estatal de los recursos naturales y los servicios básicos”. Y ayer se repitió
ese repertorio simbólico con la toma militar de la empresa eléctrica Transportadora
de Electricidad.
Aunque esas nacionalizaciones fueron perdiendo fuerza por su
previsibilidad y la importancia decreciente de las firmas “recuperadas”, este
año la medida en perjuicio de capitales españoles creció en impacto luego de
las repercusiones generadas por la estatización de las acciones de Repsol en
Argentina.
Por estos días Evo Morales enfrenta una ola de conflictos
sociales , cuya última expresión es una huelga de médicos –con ayunos
colectivos y “crucifixiones”– en rechazo a la decisión del gobierno de aumentar
la jornada laboral del sector de 6
a ocho horas. Desde el Palacio Quemado se decidió
derrotar a esa huelga en toda la línea, para evitar más reclamos.
El alza del número de conflictos ha traído incómodas
imágenes de la “vieja Bolivia” , con discapacitados enfrentándose con la
policía en demanda de un bono social; pobladores linchando a supuestos
delincuentes y colocándole carteles como “soy un ladrón peruano”; regiones
enfrentadas con violencia por conflictos de límites; pobladores de El Alto
agrediendo a choferes que aumentaron las tarifas del transporte público; y
otras expresiones de lo que el economista Carlos Toranzo considera como una
crónica anomia estatal. Por su parte, el analista Fernando Molina cree que la
conflictividad social es “endémica” en Bolivia porque el Estado es el dueño de
la principal riqueza –el gas– y los sectores sociales disputan en las calles el
acceso a esas rentas a falta de empleo productivo.
En este clima de agitación se ha reactivado una nueva marcha
en rechazo al suspendido proyecto gubernamental de construcción de una ruta que
atraviesa el Territorio Indígena Parque Nacional Isidoro Sécure (Tipnis),
oposición que cuenta con el respaldo de amplios sectores de las clases medias
urbanas. Este conflicto ha llevado a Evo Morales a afianzar su discurso
nacionalista y denunciar a las ONG ambientalistas implicadas en la marcha como
el “nuevo colonialismo” que busca impedir el desarrollo del país.
Con todo, los alentadores resultados macroeconómicos son una
fuente de legitimidad para el gobierno. Por ejemplo, desde 2005 el ingreso per
capita –aunque aún bajo– se duplicó desde 1.000 a los actuales 2.000
dólares. Y a eso se suma la expansión de la construcción y el bajo desempleo,
que ya motiva quejas de algunos paceños de que es difícil encontrar empleadas
domésticas cama adentro.
Evo Morales no deja de lado el pragmatismo. En los últimos
años se ha acercado al empresariado de Santa Cruz al tiempo que descabezaba a
los gobernadores opositores (sólo el gobernador cruceño queda como recuerdo de
aquel país dividido que pareció poner contra las cuerdas a Morales en su primer
mandato). Incluso los empresarios participaron de la cumbre de evaluación mano
a mano con campesinos e indígenas del MAS.
Pese al desgaste de Morales, evidente en las grandes
ciudades, los críticos que se separaron del oficialismo pidiendo una
“reconducción del proceso de cambio” desde la izquierda no lograron mayor
influencia, y las oposiciones de centroizquierda y centroderecha aún son muy
débiles para soñar con derrotarlo en 2014, cuando el mandatario intentará su re–reelección
forzando una interpretación de la nueva Constitución.
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