Por Plataformaenergetica.org
La “nacionalización” de los
hidrocarburos, ejecutada en Bolivia hace seis años, en el 2006, por el
presidente Evo Morales, protege y promueve las ganancias e intereses de la
transnacionales que operan en el país, asegura un análisis de Carlos Arze,
economista del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA).
En el 2010, las compañías petroleras, que controlan el 82%
de las riquezas hidrocarburíferas bolivianas, recibieron de manos del Estado
1.068 millones de dólares por la explotación de gas natural y petróleo.
Esto significa que, a pesar de la “nacionalización”, un poco
más de un tercio de los ingresos generados en el millonario negocio fue a parar
a manos de consorcios extranjeros, señala el análisis de Arze, que considera
que la política de “nacionalización” del 2006 emerge hoy como una nítida
“subvención” a favor de las petroleras.
“El hecho más revelador de que la “nacionalización” promueve
las ganancias de las transnacionales, es la reposición en estos días del
“gasolinazo” de 2010. En efecto, el D.S. 1202 dispone un incentivo para los
productores de petróleo de 30 dólares por barril. Con esta medida se les
devolverá parte de la renta controlada: el Estado que obtiene 13,55 dólares por
IDH y regalías -sobre un precio de 27,11 dólares-, pagará una subvención de 30
dólares en forma de NOCRES, es decir una subvención 2,2 veces mayor que la
renta obtenida. Los recursos necesarios para pagarla deberán salir de las arcas
fiscales, es decir ya sea de la renta del gas natural o de los impuestos de los
consumidores, con lo que se retrocede más atrás de la Ley 3058” , agrega Arze.
Este es el documento completo del investigador del CEDLA:
DE LA
NACIONALIZACIÓN A LA SUBVENCIÓN A LAS PETROLERAS
Carlos Arze Vargas*
En octubre del año 2003, el pueblo boliviano, especialmente
los pobladores de El Alto, enarboló la consigna de la nacionalización de los
hidrocarburos y su industrialización, apuntando así al corazón del modelo
neoliberal y de las fracciones de la burguesía en el poder. Esta demanda
histórica se inscribía en la tradición histórica de la lucha social por la
recuperación de los recursos naturales y la necesidad de superar el patrón de
acumulación primario exportador.
El MAS, contrariamente a lo que dicen hoy sus voceros, no
enarboló esta demanda sino que demandó la instalación de una Asamblea
Constituyente que permitiera la reconstitución del Estado capitalista en
crisis, postulando cambios políticos pero sin cuestionar la base económica del
país. Posteriormente, en el proceso de reforma de la Ley de Hidrocarburos, que
incluyó el amañado “referéndum del gas”, esta agrupación política centró su
discurso en la necesidad de retornar al sistema del 50-50 en la distribución de
la renta petrolera.
Este breve recuento de la postura del MAS explica, en parte,
por qué, una vez instalado en el poder, la reforma que impuso no fue una
nacionalización, ni siquiera en el sentido que conocimos con el nacionalismo
burgués del MNR en el pasado. Permite entender por qué la denominada
“nacionalización inteligente” constituye una medida oportunista dirigida a
controlar los recursos fiscales necesarios para mantenerse en el poder y
desarrollar una política francamente burguesa, es decir, con el objetivo de
impulsar la construcción de una economía y sociedad capitalista escondida tras
el rótulo pomposo de “economía plural” o hasta de “socialismo comunitario”.
Mientras la nacionalización propugnada inicialmente por los
gobiernos nacionalistas del pasado promovía el desarrollo económico a partir
del control estatal de las rentas de las industrias extractivas y trasladadas
al sector privado -ubicado en la agricultura comercial del oriente y la
industria-, sobre la base de la expulsión de los monopolios extranjeros, la
nacionalización del MAS postula un sui géneris “socialismo comunitario” en
alianza con el capital transnacional: los “socios” del proceso.
Por esta razón nunca contempló la expropiación de los medios
de producción de las transnacionales petroleras y se limitó a adicionar a lo
establecido por la Ley
3058 (el 50% de IDH y regalías), una participación variable de YPFB en las
utilidades de los operadores. Contrariamente, implicó una compra onerosa de las
empresas privatizadas durante los gobiernos neoliberales, como lo demuestra el
siguiente cuadro.
Hay que añadir a estos datos que en varios casos el valor de
la compra alcanzó o sobrepasó el valor de venta de la privatización neoliberal:
en el caso de Chaco –actualmente con una demanda internacional- la compra de la
mitad del paquete accionario costaría el 76% del valor de la “capitalización”,
la compra de Transredes alcanzaría al 91% del precio de la capitalización, la
recompra de la empresa de Logística y de la de Refinación, alcanzaría al 109%
del valor de su privatización durante el gobierno de Banzer.
La “nacionalización” no abarcó más que a las empresas
“capitalizadas”, por lo tanto no se dirigió a controlar el sector, es decir a
establecer el monopolio estatal que determine la dirección de las políticas
públicas para la superación de la economía primario exportadora, como cabe a un
verdadera nacionalización. Asimismo, contrariando el discurso que le permitió
posicionarse durante la reforma de 2005, otorgó legalidad a los contratos de
riesgo compartido de Sánchez de Lozada y reconoció los derechos que les daban a
las petroleras, como es el caso de las inversiones reconocidas de “buena fe” y
devueltas a través de los costos recuperables.
Pero más allá de esas consideraciones están las evidencias
que arrojan los resultados de la “nacionalización” para demostrar nuestra
tesis.
Observando la situación actual del sector, se comprueba que
la producción de hidrocarburos permanece controlada mayoritariamente por las
transnacionales, que han mejorado su participación en los últimos años:
mientras las operadoras extranjeras pasaron de controlar el 74,2% de la
producción de gas natural y líquidos en 2006 al 82,2% en 2010, YPFB -a través
de sus filiales Andina y Chaco- disminuyó su participación en el mismo período
de 25,8% a 17,8%.
La información sobre áreas petroleras refuerza esta
observación: aunque YPFB posee el 71% de un total de 23,9 millones de hectáreas
de áreas de exploración, las empresas extranjeras poseen el 68% de las áreas en
explotación, que son las que contienen las reservas certificadas de
hidrocarburos. La elevada participación de YPFB en las áreas de exploración se
explica porque desde 2006 se han establecido 98 áreas reservadas con una
extensión de 22 millones de hectáreas, de las cuales el 25% se encuentra ya
bajo contratos de exploración y convenios de estudio con empresas extranjeras,
como PDVSA, GTLI, Petrobras, Petrovietnam y otras.
Por otro lado, el gobierno afirma machaconamente que su
nacionalización ha afectado los intereses imperialistas trastocando la
distribución de la renta petrolera, de modo que ahora el Estado controlaría el
82% dejando a la transnacionales con el 18% restante. A despecho de esta
afirmación, los datos oficiales revelan que en 2010 el Estado recibió el 65%
por concepto de IDH, regalías, patentes y participación de YPFB.
Además, como en el capitalismo –así sea andino amazónico- no
sólo importa la tasa de ganancia que se recibe por una determinada inversión,
sino también la masa de ganancia, podemos afirmar que los mismos datos revelan
que las petroleras extranjeras continúan obteniendo suculentas ganancias,
gracias al incremento de las exportaciones de gas natural y de sus precios
gestionados por el gobierno: si en 2004 -sobre un valor de producción
hidrocarburífera de 1.172 millones de dólares- controlaban el 75% equivalente a
879 millones, en 2010-sobre un valor de 3.053 millones- controlaron el 35%
equivalente a 1.068 millones de dólares. Esto explica por qué las
transnacionales no abandonaron un país gobernado por “socialistas
comunitarios”.
Con todo, el hecho más revelador de que la “nacionalización”
promueve las ganancias de las transnacionales, es la reposición en estos días
del “gasolinazo” de 2010. En efecto, el D.S. 1202 dispone un incentivo para los
productores de petróleo de 30 dólares por barril. Con esta medida se les
devolverá parte de la renta controlada: el Estado que obtiene 13,55 dólares por
IDH y regalías -sobre un precio de 27,11 dólares-, pagará una subvención de 30
dólares en forma de NOCRES, es decir una subvención 2,2 veces mayor que la
renta obtenida. Los recursos necesarios para pagarla deberán salir de las arcas
fiscales, es decir ya sea de la renta del gas natural o de los impuestos de los
consumidores, con lo que se retrocede más atrás de la Ley 3058.
Por todo lo anterior, se puede afirmar que las empresas
petroleras transnacionales son quienes realmente determinan las condiciones de
producción, cuando, según la mentada nacionalización, sólo deberían ser
remuneradas como “prestadoras de servicios”.
* Investigador del Centro de Estudios para el Desarrollo
Laboral y Agrario, CEDLA.
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