Grupo Gómez Rojas (Santiago de Chile)
* Editorial del # 9 de la revista Erosión, otoño invierno 2018.
Solemos pensar basándonos en formas. Nuestras referencias mentales, de algún modo u otro, se encuentran influenciadas por figuras que hemos absorbido desde el exterior: rectas, cuadrados, círculos, triángulos, cubos, esferas o pirámides, no solo aparecen estampadas con insistencia desde la educación escolar, sino también configuran tanto los espacios habitados como las relaciones sociales.
Sabemos que en el imaginario de la dominación persisten las pirámides como referencia del orden jerárquico. La forma-Estado piramidal, como reflexiona Christian Ferrer en su lectura de René Lourau [1], se erige en tanto imagen sacra a través de sus atributos de unidad, que es su centro como vórtice más alto, y la concentración de energías en su torno como incesante impresión del sello estatal sobre los deseos y las esperanzas de la población, “curvándolas hacia su imagen omnipresente”.
Enraizadas desde tiempos antiguos, las pirámides se aceptan como si fueran dadas, como ideal de perfección cuya representación se haya, incluso, vinculada a magnos monumentos civilizatorios. En este sentido, un ejemplo interesante lo desarrolla Augusto Gayubas, historiador y egiptólogo argentino, en un breve artículo titulado “¿Quién construyó las pirámides?” [2] donde analiza los reconocidos monumentos egipcios. Refiriéndose a la pirámide erigida en honor al rey Khufu (o Keops, para los griegos) –de un total de 146 metros de altura y alrededor de 230 metros de lado, la más grande del conjunto–, Gayubas se remite a las múltiples visiones que explican el modo en que semejante estructura pudo haberse construido, ya que este popular destino turístico, nombrado como Pirámide de Guiza, esconde el misterio acerca de su construcción hace más de 4.500 años, “apelándose en ocasiones a la imagen de ingentes cantidades de esclavos, de tecnologías que serían modernas hasta para nuestros parámetros, e incluso fomentando la idea de una intervención de entes extraterrestres”. Sin embargo, acorde al actual estado de conocimiento en el campo de la egiptología y de la historia antigua, tamaña obra “debió sostenerse en el empleo de gran cantidad de trabajadores que recibían raciones y que, lejos de tener un estatus de esclavitud, debían pertenecer a los sectores artesanos de una sociedad estatal sostenida en la tributación de bienes y servicios”. En otros términos, Gayubas plantea que la pirámide no representaría la incapacidad técnica de las comunidades no estatales que vivían en el Valle del Nilo en el IV milenio a.n.e., sino el hecho de que éstas nunca hubiesen concebido dicho monumento “que conmemorara la presencia de lo estatal en la tierra, esto es, la conexión de la realeza con el cielo, el carácter divino del rey como expresión simbólica concreto como para incidir en las pautas
de vida social de los habitantes del valle
a lo largo de más de 1.000 kilómetros”.
Las pirámides siguen repitiéndose a lo largo de la historia: civilizaciones recordadas por edificios sacrificiales, o el llamado “ojo de la Providencia”, símbolo del deseo omnipotente del capital, que se imprime en cada billete de dólar junto a los lemas “Annuit coeptis” (Favorece/aprueba nuestras empresas) y “Novus Ordo Seclorum” (Nuevo Orden de los Siglos), lemas que no solo inspiran todo tipo de teorías conspirativas, sino que también se apropian de vocablos latinos en honor al déspota Imperio Romano, como continuidad del anhelo por el mandato absoluto.
Sin duda, resulta cierta la analogía entre una pirámide y la estructura de coacción capitalista. En 1911, desde la organización sindical Industrial Workers of the World (Cleveland, U.S.A.) se difundió una icónica imagen que esquematizaba los segmentos del capitalismo de acuerdo a la forma piramidal: en la base, los oprimidos, niños, mujeres y hombres que trabajan para todos y a todos alimentan; sobre ellos, la burguesía embriagada en sus comedores finos, aquellos que comen por y gracias a los demás; luego, los esbirros que disparan, policías y militares, protegiendo a los que engañan, líderes clericales que hablan del Dios Supremo, pero que en cuyas cabezas está la clase gobernante, legisladores, políticos y reyes que dictaminan desde lo alto de la pirámide, bajo la cumbre coronada por una bolsa de dinero, el añorado tesoro.
Hace unos años, esta pirámide fue repensada por el colectivo de extrabajadores Crimethinc, quienes la publicaron bajo el título “Capitalismo es un esquema de pirámide” [3], insertando una serie de secuencias que grafican y complejizan los distintos segmentos y escorzos del capitalismo actual. Este esquema es parte del libro Work, editado por el mismo grupo, y va acompañado del siguiente texto en inglés: “El trabajo de los que están más abajo en la pirámide enriquece a los que están en la parte superior. Para mantenerse estable, la economía tiene que atraer cada vez más recursos, colonizando nuevos continentes, fuerzas laborales y aspectos de la vida diaria. Las desigualdades resultantes solo se pueden mantener con una fuerza cada vez mayor. Se nos alienta a competir entre nosotros para mejorar nuestras posiciones de forma individual. Pero no hay suficiente espacio en la parte superior para todos nosotros, no importa cuánto trabajemos, y ningún esquema piramidal puede continuar expandiéndose para siempre. Tarde o temprano está destinado a colapsar: el calentamiento global y la recesión son solo las primeras señales de advertencia. En lugar de ir con los faraones, unamos fuerzas para establecer otra forma de vida”.
Hablamos, por lo tanto, de esquemas, de dar forma a representaciones del mundo exterior, de figurar imaginarios sociales y políticos. De ahí, una serie interminable de interrogantes: ¿Cuántas pirámides nos habitan? ¿Qué formas nos quedan fuera de éstas? ¿Es el monumentalismo piramidal un intento de conjuro de la dominación? Si la cima parece tan lejana, ¿cómo desbaratar el absurdo ensimismamiento del poder cuando la cúspide se esconde en las nebulosas de la sobreinformación? La distribución de las piezas se apoya en el constructo de naciones que, levantadas bajo el yugo de la opresión, operan como unidades de explotación supeditadas a órganos económicos rectores del desarrollismo. Allí, Estados y gobiernos procuran catalizar las energías políticas en pro de conservar su sagrado culto centrista, expandiendo la noción de la conquista del poder como meta de todo proceso social. Queda preguntarse, desde la base de esta estructura, las posibilidades de la resistencia: ¿Cómo soportar el peso de sus escombros que caen una y otra vez, cada vez con más intensidad? La crisis, fundamento del capitalismo, es el hábito autofágico que hace de las ruinas su alimento.
Sin embargo, esta geometría del poder no representa la totalidad de las cosas, sino más bien ideales jerárquicos de realidad donde la pirámide es una especie de forma hipnótica que captura nuestros impulsos. Desde otro ángulo, pensamos e imaginamos descentradamente, al tiempo que nuestros actos, reflejos de la ética ácrata, no sitúan sus pasos en la ilusión de las escaleras ascendentes, al contrario, proyectan el cosmos federalista que disipa los peligros del poder. Erosión, por ejemplo, se inspira en procesos geofísicos, situándose desde la perseverancia del agente erosivo que transforma aquello que parece sólido. Pero existen múltiples analogías, pues en esas mismas erosiones aparecen los rasgos fractales que dibujan costas marinas o redes fluviales, biomas rizomáticos que estimulan la diversidad. La idea de la anarquía conlleva a ese imaginario. Al decir de Voltairine de Cleyre [4] respecto a su noción de espíritu o de carácter individual, no se trata de una reflexión impotente ante las circunstancias momentáneas de materia y de forma, sino de un agente activo que ejerce su acción sobre su contorno, transformando las circunstancias, “a veces ligeramente, a veces considerablemente, a veces –bien que con poca frecuencia– enteramente”. En otros términos, es la potencia lo que está en juego, no la potestad: la potencia como política de transformación, no en el sentido del vapuleado cambio que prometen los idílicos discursos tecnócratas, sino como metamorfosis que actúa contra la serialización de la vida, fuera de esquematismos determinados, horadando los mandatos de obediencia aprendidos desde la niñez.
Notas
1. Christian Ferrer, “La curva de la pirámide”. En René Lourau, El estado inconsciente. Buenos Aires: Terramar, 2008.
2. Augusto Gayubas, “¿Quién construyó las pirámides?”. Tierra y Libertad, n°326 (septiembre de 2015), Madrid. Disponible en: https://www.nodo50.org/tierraylibertad/326articulo7.html
3. Este esquema corresponde a un póster en cuya contracara trae un
diagrama que glosa acerca del capitalismo. Disponible para descarga en: https://es.crimethinc.com/posters/capitalism-is-a-pyramid-scheme
4. Voltarina Cleyre, “La exageración materialista”. Suplemento La Protesta (Buenos Aires) n°14, 1922.
[La revista Erosión va difundiendo los números que publica en la web https://issuu.com/gomezrojas.]
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