Anónim@
Para nosotras el feminismo es una
idea ajena, no somos feministas ni falta
que nos hace, nos parece una idea ciudadana que pide derechos, garantías, igualdad salarial, seguridad,
leyes, todo esto lo pide al Estado. Lo hemos visto (para poner un
ejemplo) en la pacífica y masiva “huelga”
feminista del último ocho de marzo, (por cierto ultra promocionada por
los medios que comen el tarro cada día a los buenos ciudadanos)
reclamarle al Estado, a los políticos, empresarios, y un larguísimo
etcétera de interlocutores que toma el feminismo para pretender que éstos les concedan algo. Es bastante
paradójico estar exigiéndoles algo
a unas estructuras que al menos desde el punto de vista anarquista,
queremos destruir y pretendemos luchar contra ellas. No tener una postura frontalmente crítica con esto queda
en un mar ambiguo que sitúa el
anarcofeminismo en un limbo en el que no se entiende cuál es su lucha, para qué y contra quién están
luchando.
Ya hace tiempo que desde un
cierto anarquismo se trata de adoptar posturas,
ideas y prácticas del izquierdismo que para nada nos pertenecen, la
adopción del feminismo o su transformación en anarcofeminismo sería la
enésima mezcla de valores e ideales que comulgan con
ideas ciudadanas de reformas, derechos y roles de eternas víctimas oprimidas que piden igualdad. Para nada nos
reconocemos en estas ideas y en
estas prácticas feministas. Entendemos que en la anarquía o la lucha por ésta ya se engloba la crítica
y la lucha contra la autoridad, venga
de la policía, el gobierno, sus tribunales, del patriarcado, o de los tantos engranajes que el sistema tiene.
El feminismo no nos parece ni
una idea ni una práctica que esté subvirtiendo el orden establecido, ni vemos que tenga la voluntad de hacerlo.
Más bien nos parece un entretenimiento
que le interesa al Estado para que sus ciudadanos canalicen su
descontento o su rabia hacia algún lugar que no vaya nunca a contradecir su existencia, como lo fue en
su día el independentismo o su
contrapartida con el nacionalismo español. Son luchas que no nos interesan, no pelean contra las estructuras
garantes del poder y la autoridad y por contra, las fomentan, enseñando
a quien lucha a hacerlo de una
forma mediada a través siempre de demandas hacia quienes al final toman las
decisiones: los políticos, las élites, etc. Lxs anarquistas luchamos para destruir el poder, no para
que cambie de manos, teniendo, como punto de partida, la liberación de
cualquier individualidad sin
diferenciarnos por los roles que nos han impuesto.
Como mujeres, (esta palabra ya
nos parece desgastada por el uso reiterado victimista que de ella se
hace, sin embargo nos parece una pérdida de tiempo centrar la propia
existencia en buscar otras maneras de
autodefinirnos en base al género) no nos parece para nada interesante
dejar a compañeros o amigos que son hombres fuera de espacios donde estamos compartiendo un concierto, una
charla, unas birras, un debate,
lo que sea, cuando leemos espacio no mixto, solo para mujeres, lesbianas y trans nos preguntamos qué
pintamos ahí. Asumir una identidad en base a lo que la ciencia y la
sociedad dicen que somos nosotrxs y
las personas que nos puedan gustar o atraer nos parece absurdo y simplista desde una perspectiva
anarkica. Nos parece que cae en la autocomplaciencia construir estos espacios de “seguridad”
donde se están reproduciendo dinámicas
de poder y de liderazgos que para nada acaban siendo diferentes de lo
que critican fuera de ellos, no creemos que sean ninguna panacea por el hecho de no dejar entrar a
los hombres. Y si tenemos un problema
con un amigo, compañero, ligue, etcétera o alguien ajeno a nuestros espacios queremos poder responder por
nosotras mismas, no necesitamos
ni queremos una estructura que nos ampare como víctima, seguramente
necesitaremos a nuestrxs amigxs, no un lugar donde se excluye a todo un género... Y para nada
queremos acabar delegando el
ataque hacia lo que rechazamos en una asamblea, colectivo o lo que sea para que luego instrumentalicen lo que
haya pasado, y que actúa como
un tribunal de la santa inquisición feminista. Si pretendemos vivir en espacios de lucha, y de alguna
manera vivir la anarquía en el aquí
y el ahora, es más interesante que las individualidades puedan responder
por sí mismas en vez de esperar a la opinión del grupo que decida el momento y la manera de actuar.
El comodín de la agresión
Creemos que hay una gran
diferencia entre algo que nos puede molestar y una agresión. Hemos
llegado a un punto en que TODO lo que haga
un hombre puede ser interpretado como una agresión, y por consiguiente,
un tío que haya hecho algo que alguien considere agresión ya pasa a ser coreado por todo el mundillo
feminista y la persona se convierte
automáticamente en un agresor. No se contrastan las dos o varias versiones que puedan haber, basta con
que una mujer diga que ha
sufrido dicho episodio para que se convierta en la verdad absoluta e incuestionable. Se está defendiendo un
discurso donde la versión de la “víctima”
siempre tiene que prevalecer. No vemos por qué, no vemos por qué hay que creer ciegamente lo que nos
diga alguien, sin escuchar lo que tenga que decir otra persona, y no
entendemos que se crea más a
alguien porque es mujer y directamente no se quiera escuchar a alguien por ser hombre. La gama “definida”
por las feministas como agresión
es actualmente tan grande y tan ambigua que como ya hemos señalado TODO puede
ser considerado como tal. Esto ha dado una cierta
impunidad a las feministas que ya se otorgan la autoridad de poder echar a quien no les interesa.
Nos parece obvio que hay que
responder cuando se da una situación de
mierda, pero creemos que ahora mismo hay una voluntad de buscar estas situaciones (incluso donde no las
haya) y de crear víctimas que necesitan
estar amparadas, cuidadas y asistidas por todo un movimiento detrás. Se
está fomentando de esta manera una supercultura de la víctima que mucho se parece a la que nos
pretende colocar el Estado y donde
no podemos actuar si no tenemos detrás una estructura garante de nuestra seguridad. Alrededor de esta
víctima hay todo un sistema que
se encarga de la caza de brujas pertinente, con todas las larguísimas
asambleas de gestión de conflictos que el “problema” conlleva. Y la consiguiente fijación de “castigos
ejemplares” hacia quienes han sido señalados
por las que hacen la acusación. No vemos nada anárquico en esta criminalización “por género” y en
estos métodos de “autodefensa”. Parece que hay toda una estructura con
jueces, que sentencian al
“culpable” y dicha sentencia tiene que ser acatada por el resto de la “sociedad alternativa”. Todo este engranaje
pretende excluir al supuesto agresor
y en nuestra opinión, en la mayoría de estos casos ni siquiera se ha producido una agresión, sino que
alguien se ha sentido incómodx o molestx con una situación o una acción
que alguien hace, cosa que se
resolvería, por lo que creemos, mucho más rápida y fácilmente si somos capaces de expresarnos en el
momento con la persona que nos
hace sentir dicha incomodidad, y esto permitiría que se hablara y se enfrentara la situación de manera más
rápida. Aquí obviamente no estamos
hablando de una violación o de cuando alguien fuerza a otra persona a hacer algo que ella no quiere,
esto nos parece claramente algo
asqueroso, que repudiamos y que merece nuestro total rechazo. Estamos hablando de situaciones como por
ejemplo que una persona haga un
gesto, tenga una actitud o diga algo que hace sentir incómoda a otra persona. Catalogar todas estas
actitudes como agresiones está dando
pie a un montón de situaciones autoritarias en que el tribunal feminista se otorga el poder de decidir quién
puede o no moverse por los
espacios alternativos, llegando a situaciones delirantes en que se echa a gente
de conciertos por no bailar adecuadamente (¿será esto también una agresión?).
La imposición de la enésima moda
en espacios que se dicen liberados
Parece que se está imponiendo el
feminismo entre lxs anarquistas/an-tiautoritarixs/libertarixs/okupas/lo
que sea... Igual que nosotras no comulgamos
con dichas ideas, habrá otra gente que tampoco, seguro que con diferentes intensidades y matices, o
que estarán de acuerdo en algunas
cosas y en desacuerdo con otras. Si alguien hace una crítica al feminismo o a alguna de sus prácticas,
empiezan a circular criminali-zaciones
o directamente cazas de brujas, ademas de una manera muy simplista tachándoles de machirulos,
machistas, etc, pretendiendo así desacreditar
por completo a dichas personas y por consiguiente a la crítica que hayan querido hacer.
Un ejemplo muy claro de la
imposición del feminismo, en espacios que
se dicen liberados, es lo que pasó en Girona cuando alguien que participaba en un centro social hizo un
blog, “Feminismo 2030”, en el que
se pretendía hacer una crítica al feminismo (hay que remarcar que desde el blog ni siquiera se criticaban
todas las formas de feminismo, solo
criticaba el feminismo institucional y la propia persona que hizo el blog se consideraba feminista). La noticia
no fue bien recibida por las feministas
de Barcelona que convencieron a las feministas de Girona para que echaran a su autor de los centros
sociales en los que participaba. En cadena fueron expulsadas de las
okupas en las que vivían las personas
que cuestionaron esta expulsión.
Otro claro ejemplo ha sido la
respuesta a un texto crítico en el que se cuestionaba
el veto que se le hizo al Vaso. Automáticamente la gente que ha participado en dicho texto ha sido
catalogada como machista. Se
les ha dicho a quienes lo han hecho que lo retiraran inmediatamente e incluso que se disculparan por haberlo
escrito.
La crítica y la autocrítica
tendrían que ser inherentes a nuestra manera de
pensar y de vivir. No entra en nuestra concepción de la anarquía que el feminismo tenga que poner unas normas de
comportamiento y establecer un discurso que haya que repetir si no
quieres ser linchadox por no estar de acuerdo. Y si esto ya ha pasado y está
pasando es también por la
pasividad y la permisividad de quien no haya estado de acuerdo y se haya callado por miedo a ser excluidx
de estos lugares tan interesantes que son las okupas o las asambleas,
por miedo de dejar de tener amigos,
ya que tal vez el día en que te atrevas a cuestionar sus dogmas o a hacer un gesto que no les guste, dejarán
de serlo tanto... La autocensura, la falta de crítica hacia los
discursos hegemónicos dentro de los
espacios que usamos, son hábitos que pueden convertirse en costumbres,
que nos enseñan a mirar hacia otro lado cuando está pasando algo con lo que no estamos de acuerdo, todo
esto lo entenderíamos si
estuviéramos hablando del Partido Comunista pero no es el caso. Estamos hartas de actitudes autoritarias
amparadas bajo el feminismo, de
estructuras que están criminalizando la disidencia que las cuestiona y que fomentan una moral y una actitud del
políticamente correcto y del
amiguismo que nos son totalmente ajenas. Todo lo de la “gestión de las agresiones” está generando muchas
situaciones donde vemos que está
sirviendo, más que para combatir al patriarcado, para generar una cierta jerarquía y un poder, así como
discursos que tienen que ser acatados y no cuestionados. Todo esto nada
tiene que ver con las ideas de rechazo
a la autoridad y de lucha contra la dominación que pretendemos llevar a
la práctica. El poder y la autoridad son los puntales de este sistema de mierda en el que vivimos.
Respetarlos o acatarlos es propio de
ciudadanos que se asumen en la lógica de la sumisión.
Cuando vemos que algo se pudre a
nuestro alrededor preferimos no quedarnos
indiferentes. Evitar la confrontación, lavarnos las manos, o dar la espalda a lo que no nos gusta no
forma parte de nuestra concepción de la anarquía. Aburrimos a quienes se
acomodan a las modas del
momento adaptándose a cada propuesta del poder e intentándolas imponer en supuestos espacios liberados.
[Tomado de la Introducción al Compilado
de textos cintra el feminismo y por la anarquía, que en versión integral es
accesible en https://mega.nz/file/R2RTGCLb#wpIhZ8auiDNtprhHLpswAdlhpVX153WKxxBVGz7pkXk.]
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