Cuadernos de Negación
La violencia específica que sufren las mujeres en
particular y toda la humanidad que no se ajusta al modelo de lo que un hombre
debe ser no surge de causas naturales sino históricas. Tampoco lo que se supone
es un hombre adulto. Las diferencias físicas, hormonales existen pero la
jerarquización y asignación social de esas diferencias son parte de una
construcción social determinada, en nuestro caso: la de una sociedad basada
en la cosificación y en la ganancia, heredera de sociedades de clase
anteriores. A su vez, muchas de esas mismas diferencias son parte de todo un
proceso histórico. La mayor o menor robustez, por ejemplo, se debe al
sostenimiento de diferentes actividades para la supervivencia. Resultado de decenas
de miles de años en los que diversos modos de vida se han hecho cuerpo.
Comprendemos que estas formas de violencia no son
condiciones humanas naturales y transhistóricas, así como tampoco son
intrínsecas a la sociedad actual. Y si nos interesa superar estas condiciones
debemos desentrañar cómo suceden y se reproducen en esta sociedad capitalista.
La crítica de la economía no lo explica todo pero sin ella podremos entender
muy poco. Como decíamos en el nro.10 de Cuadernos de Negación:«Si
realizamos una crítica de la economía es para exponer una crítica de toda la
sociedad existente. (…) Debemos exponer y criticar las características
generales de este modo de producción y reproducción de “nuestro” mundo. (…) La
crítica de la economía, como podría suponerse, no deja de lado la política, la
religión, la ciencia y demás dimensiones de esta sociedad, sino que, por el
contrario, nos permite comprenderlas y atacarlas en cuanto parcialidades de la totalidad
que conforman».
Quiere imponerse la noción de que en todas las formas de sociabilidad
ha habido jerarquía y dominio entre hombres y mujeres, siendo los primeros los
dominantes. A menudo, la antropología así como la historiografía no han hecho
más que proyectar nuestra actual sociedad hacia al pasado y hacia todo lo que “descubren”.
Suponen decir la verdad cuando para explicar el pasado se refieren a sociedades
existentes “al margen” de la cultura dominante, pasando por alto que la
expansión e invasión de la sociedad mercantil generalizada afecta a todas las
sociedades con las que entra en contacto. De hecho, la situación colonial que
permitió y financió esas investigaciones no fue casi nunca mencionada ni formó
parte de sus análisis. Las categorías de la propia cultura occidental se
aplicaron sin más a todo tipo de grupos sociales, buscando e identificando
similitudes allí donde no había más que diferencias. La “universalidad de la
conducta humana” no fue otra cosa que la universalización (por imposición) de
los preceptos de la sociedad moderna capitalista.
Sería un error intentar descubrir con precisión en qué
momento de la historia comenzó la asignación de lo femenino y su relegamiento.
Del mismo modo, sería en vano buscar el hecho fundante de la desposesión de la
humanidad y la posterior proletarización. A su vez, como ya hemos dicho en
otras ocasiones, profundizar sobre los procesos históricos que llevaron al
surgimiento de la sociedad actual puede ayudarnos a entenderla, pero sería
equivocado equiparar las bases de su surgimiento con las condiciones de su
existencia. La historia no se desarrolla linealmente ni está hecha por toda la
especie al unísono. Solo en las explicaciones bíblicas los hechos ocurren de un
momento a otro y puede crearse un mundo en seis días de acuerdo a los deseos de
un solo individuo.
La lucha revolucionaria no depende tanto del conocimiento
generalizado de la historia como sí de las condiciones históricas en las que se
desarrolla una lucha generalizada. Sin embargo, además de satisfacer nuestra
curiosidad y el estímulo por comprender que las relaciones sociales no son
inamovibles, este conocimiento puede brindarnos elementos necesarios para una
lucha radical.
No podemos entender el tipo de agresión particular sufrida
por las mujeres si no la ligamos a un proceso histórico, quizás de miles de años,
de desarrollo del valor, cuyo triunfo —no exento de trabas y desvíos— supuso la
disolución de modos comunitarios de vida, la dominación cada vez mayor del
intercambio en la producción, la separación de la naturaleza y su
transformación en medio, la creación de sociedades más y más vastas, el
fortalecimientos de Estados, la extensión de guerras, epidemias y desposesión,
el ascenso del trabajo como forma de la actividad humana, y un largo etcétera
que conocemos de sobra. No estamos afirmando que el triunfo del valor era
inevitable, tal como si fuera un destino designado por los dioses, o una línea
evolutiva fijada de una vez y para siempre, estamos intentando describir lo que
efectivamente sucedió en la historia para entender cómo llegamos a esta
situación.
La sociedad capitalista, o más precisamente el Capital,
no tiene como finalidad la opresión de las mujeres sino la acumulación y la
ganancia. Sin embargo, estas fueron posibles gracias al machismo, racismo y
oscurantismo religioso. Denunciarlos y amontonarlos como simples sucesos
aislados no explica cómo la sociedad funciona, cambia y, sobre todo, cómo
podría ser superada para terminar con ella de una vez por todas.
La violencia hacia las mujeres evidentemente no es un
fenómeno al margen de toda esta historia. Tampoco lo es la supuesta
inferioridad de la mujer naturalizada mediante la religión, la ley, la ciencia,
la cultura y las costumbres populares. Así, la jefa de una empresa puede ser
despreciada en tanto mujer incluso por sus subordinados, y al salir de la
empresa encontrarse con el mismo acoso callejero que su asalariada. Ello no
inhabilita su dominación de clase, así como su posición de clase no termina de
barrer su existencia como mujer.
«La división sexual y sus respectivas asignaciones de
conducta obligatorias al interior de la clase explotada son, por lo tanto, no
solamente aquello que debe superarse en el curso de la revolución, sino también
una fuente de esta superación. La emancipación de las mujeres y los hombres
es también liberarse de los mandatos de ser mujeres y hombres, lo cual no es
una simple consecuencia de la revolución, sino que es una condición de la
revolución.
Puesto que la revolución debe abolir todas las divisiones
en la vida social, también debe abolir las divisiones sexuales, no porque sean
simplemente inconvenientes u objetables, sino porque son parte de la totalidad
de relaciones que diariamente reproducen el modo de producción capitalista. No
podemos esperar hasta después de la revolución. Por el contrario, para que haya
revolución, debe haber una lucha contra las asignaciones que nos otorga esta
sociedad, pero también contra el matrimonio, la familia y la herencia, así como
contra la propiedad privada y el Estado, es decir contra el Capital, no solo
como acumulación sino como la relación social que es». (Boletín La Oveja
Negra nro.60, ¿Ideología de género?).
[Texto
extraído del folleto Reflexiones sobre el Paro del 8M y
otros textos..., que en
versión completa es accesible en https://www.mediafire.com/file/ol88t0asbdk7yhc/Reflexiones8Myotros2020.pdf/file.]
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