Periódico Rojo y Negro
El 8 de Marzo se adoptó como Día Internacional
de la Mujer Trabajadora en recuerdo, junto a otras luchas anteriores en la segunda mitad del siglo XIX, de las
decenas de mujeres asesinadas
en una fábrica textil de Nueva
York en marzo de 1911 por reivindicar
mejoras de sus derechos laborales y la homologación salarial con los hombres.
Con
la evolución de los tiempos, desde hace
unos años, el 8 de Marzo ha pasado a denominarse Día Internacional de la Mujer,
perdiéndose en el camino la palabra y el concepto de trabajadora, lo que posiblemente esté suponiendo
que nuevos sectores sociales se acerquen
al feminismo, ganando con ello en transversalidad y mayor visibilidad pública.
Sin
duda, desde planteamientos feministas liberales e incluso socialdemócratas se
apuesta por esa desaparición
de la palabra trabajadora pero,
para el anarcofeminismo, la componente
de mujer trabajadora es irrenunciable al entender que el feminismo tiene que
ser, en primer lugar, un
feminismo de clase plasmado en una
lucha integral que se va impregnado de otros parámetros como el feminismo
poscolonial y racializado, el feminismo de la interseccionalidad de las mujeres migrantes, el
ciberfeminismo, el feminismo
lésbico, el queer, el ecofeminismo, el
punkfeminismo, el transfeminismo...
Desde
luego, la lucha feminista es transversal
y afecta a la totalidad de las mujeres por el mero hecho de serlo, con independencia de su
etnia, país, creencia o estatus
social, pero asumiendo el
legado del movimiento anarquista Mujeres Libres, las mujeres tenemos que
liberarnos de una triple
esclavitud. Por un lado, el analfabetismo y
la incultura, por otro, la condición de ser mujer
y también por la condición de ser mujer trabajadora explotada.
Si
bien es cierto que la liberación de la primera esclavitud se ha conseguido en
un porcentaje muy elevado, al menos en nuestro país y las nuevas generaciones, pudiendo
hablarse, incluso, de que el
nivel educativo de las mujeres
es ya superior al de los hombres, también es
cierto que las otras dos liberaciones siguen pendientes.
Así,
la mujer, por su mera condición de serlo,
sigue ocupando un papel secundario, invisible y
de mera mercancía en esta sociedad capitalista
y patriarcal y por otra parte, la mujer trabajadora sufre una explotación mayor que el hombre como se puede comprobar fácilmente si
revisamos aspectos como la brecha salarial existente, la cuantía de las pensiones más bajas, el
mayor índice de paro, la
desigualdad de oportunidades, las
dificultades para el desarrollo de su carrera
profesional, la exclusión añadida por motivos de
etnia y país de origen, la pesada losa de la doble jornada laboral, etc.
A
simple modo de ejemplo, señalar que, como
trabajadoras, las mujeres sufrimos una brecha
salarial que, según los últimos estudios económicos, representa que desde el 1
de enero hasta el 28 de
febrero de este año 2020 las mujeres estamos trabajando gratis.
Lamentablemente, esta brecha
de desigualdad sigue creciendo progresivamente.
Por
otro lado, que la sociedad es patriarcal y
asigna a las mujeres un papel secundario es algo
innegable y ello a pesar de que estemos asistiendo atónitas a un nuevo contexto
social y político en el que determinados sectores de la extrema derecha están negando no solo la
violencia de género sino que están en lucha abierta contra lo que llaman la ideología de
género, proponiendo y practicando la teoría negacionista.
Afortunadamente,
la lucha continua y ejemplar
de las mujeres, que en este siglo XXI
está llegando a alcanzar dimensiones propias
de una auténtica revolución social feminista,
en complicidad con muchos sectores de una
sociedad moderna, está frenando esta inquisitorial persecución contra la
igualdad y la libertad.
La
lucha de las mujeres está logrando que la
sociedad en su conjunto vaya adquiriendo conciencia de que el patriarcado es
una realidad in-cuestionable
que se va transmitiendo a través de
todos los resortes del sistema: culturales, políticos, educativos, laborales,
jurídicos, administrativos, de comunicación, personales, familiares...
Y
es que en la actual sociedad capitalista y patriarcal, diseñada por y para el
hombre, a las mujeres se nos ha asignado un papel subsidiario, marginal, invisible, de objeto de usar y
tirar, de pura mercancía; a la
sombra del papel supremacista, protagonista, de liderazgo, privilegios y hegemónico
que ejerce el hombre.
El
movimiento feminista y anarcofeminista
actual viene demostrando y denunciando que el
capitalismo funciona, hace caja, explota a la población, logra beneficios y
plusvalías, gracias a la simbiosis
que mantiene con el patriarcado para
así plantear la división sexista del trabajo, el reparto de papeles
sociales diferenciados por motivos de género en el que el hombre, el varón, el macho de la especie humana, juega el papel
dominante.
En
el capitalismo patriarcal, es el hombre, por
el mero hecho de serlo, quien desempeña los trabajos de la esfera pública,
mejor remunerados, de mayor
responsabilidad, gestión y prestigio social, mientras que a la mujer se le
asigna un papel restringido en
la esfera de lo privado, de reclusión en la casa para que realice el trabajo
doméstico, de cuidados, de crianza, siempre trabajos no remunerados, trabajos invisibles y, en
cualquier caso, si lo hace compatible con el trabajo asalariado, será con trabajos secundarios
dentro de la escala social.
Como
vienen demostrando numerosos estudios económicos y sociológicos rigurosos, el trabajo invisible, de reproducción del
sistema, el trabajo de
cuidados, doméstico y de crianza
no remunerado, representa, prácticamente, el
25% del Producto Interior Bruto del país. Este
trabajo invisible es imprescindible para el sostenimiento del trabajo
productivo visible. En una
palabra, este trabajo no remunerado que
mayoritariamente desempeñamos las mujeres,
hace que el capitalismo funcione, quedando
meridianamente constatado que capitalismo y
patriarcado se retroalimentan de manera
cómplice de cara a su responsabilidad en la
existencia de las dos esclavitudes que todavía
siguen pendientes de liberación: la de mujer
como trabajadora explotada y la de marginación y violencia estructural
machista, que se plasman en
asesinatos, violaciones, abusos,
explotación sexual, precariedad laboral, brecha salarial, desigualdad de
oportunidades, sexismo, invisibilidad.
Esta
situación hay que revertirla inexorablemente, por justicia y dignidad, este es
el camino que tenemos que
seguir recorriendo para abolir
ambas esclavitudes, hasta deconstruir el supremacismo machista antinatural, hasta conseguir una sociedad nueva plenamente
igualitaria, como nos decían desde el
movimiento Mujeres Libres en su lucha humanista integral.
Siguiendo
en la lucha, porque Luchando cambiamos el mundo.
[Editorial
del periódico Rojo y Negro # 342,
Madrid, febrero 2020. Numero completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro%20342%20febrero.pdf.]
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