Eva Machado
Hay
trabajos y trabajos. Trabajos para los que uno se prepara a fondo con ilusión y
mucho sacrificio, y trabajos en los que se acaba no se sabe muy bien cómo.
Estos últimos, a veces pretenden ser solamente temporales hasta que mejore la
situación o el mercado, hasta que pueda dedicarme a lo mío, hasta que consiga
los papeles, pero en muchos casos estos curros acaban siendo temporales para
siempre. Tal es el caso de muchas mujeres, en su mayoría inmigrantes que llegan
aquí y acaban realizando el trabajo doméstico. Siempre he pensado que algo inherente
a la migración es la ilusión. Cuando alguien abandona su hogar siempre es en busca
de un futuro mejor, dejando atrás todo lo conocido hasta ese momento y, adentrándose
en la incertidumbre de un destino lleno de esperanza es facil creer que con el
esfuerzo suficiente todo es posible. El caso de las trabajadoras del hogar
parece estar diseñado para emplear a mujeres pobres con la idea de que nunca
salgan de la pobreza.
Las trabas burocráticas probablemente sean el
primer obstáculo al que tienen que enfrentarse una vez llegadas a destino. Por
culpa de unos y otras, una medida temporal para salir adelante se eterniza.
Permisos de residencia, de trabajo, contratos laborales… Todo tarda demasiado
en llegar, y hay que esperar, porque ser pobre también es tener que esperar.
Ser pobre, es mucho mas que no tener dinero. Es
también tener más dificultades para acceder a el, estando muchas veces fuera
del alcance el ahorro y teniendo más dependencia de los créditos; significa
tener una salud peor que personas con un mayor poder adquisitivo, ya sea por un
difícil acceso a una alimentación saludable, diversos obstáculos para el
tratamiento de ciertas dolencias y sobre todo mayor exposición a trabajos de
riesgo en cuanto a la salud e higiene; también tener dificultades para acceder
a ciertos niveles de educación, ya que en este ámbito cada vez es más necesaria
una mayor inversión económica. Y por supuesto significa tener menos tiempo,
para descansar, para estar con los tuyos, para atender a tus intereses y
necesidades personales.
Y mientras ellas hacen frente a sus propias crisis:
frustración por no poder optar a otro tipo de trabajo, discriminaciones
diversas y abusos laborales constantes (en el caso de las internas, las
condiciones rozan la esclavitud: jornadas prácticamente sin regular, intrusión en
la vida privada y salarios aun más precarios ya que en ocasiones las
empleadoras consideran el alojamiento y la comida parte del pago), realizan
labores clave en la actual crisis de cuidados originada por a la fuerte feminización que
tradicionalmente han tenido los trabajos del hogar. Es alrededor de los años
70, cuando se rompió el modelo de la familia nuclear y se origino un nuevo escenario
en la división de los roles de género: el abandono del binomio
cuidadora-proveedor. De siempre, en caso de disponer del dinero necesario, se
ha podido contratar a otra persona para el desempeño de estas labores y en la
década de los 90, la globalización y las necesidades de cubrir estos aspectos del día a día, contribuyeron a las
migraciones iniciándose así las cadenas globales de cuidados. Es en este punto
cuando la crisis se expande: las mujeres migrantes dejan de cuidar a los suyos
para poder atender a los cuidados de las familias contratantes que, a su vez,
han dejado de llevar a cabo estas labores para dedicar más tiempo al trabajo
remunerado. Es así como en muchos hogares se encuentran soluciones individuales
a problemas colectivos, ya que la opción más fácil es contratar a alguien para
que nos saque de ese atolladero en lugar de llevar a cabo otras
reivindicaciones como, por ejemplo, la corresponsabilidad por parte de otras personas
dentro y fuera de la familia y, sobre todo, de las empresas, ya que al fin y al
cabo se está dejando de atender a personas para atender a mercados donde son
las compañías las principales beneficiadas.
El trabajo doméstico parece estar diseñado para
emplear a mujeres
pobres con la idea de que nunca salgan de la pobreza
La nueva regulación del Régimen General de Trabajadoras del
Hogar regula la contratación, que deberá de ser por escrito, incorpora dos
pagas extra frente a las dos medias pagas establecidas anteriormente, y da
derecho al descanso semanal, la baja por enfermedad y la baja por accidente.
Aunque en la práctica no hay ninguna responsabilidad pública mediante inspección
laboral para que se cumpla esa normativa debido al derecho a la inviolabilidad del
domicilio y tampoco se reconoce el derecho a la prestación por desempleo. ¿Cómo
lograr estabilidad con un puesto de trabajo en el que pueden decirte ≪mañana ya
no vengas≫, y no pasa absolutamente nada? ¿Cómo hacer planes a largo plazo sin
una mínima estabilidad económica?
Mientras los políticos siguen inmersos en el discurso de la
creación de puestos de trabajo y el peligro del aumento masivo de los contratos
temporales, en la vida real todavía tenemos que lidiar con situaciones en las
que ni siquiera hay un contrato temporal. Y si hay algo de lo que nos cansamos
oir hablar en los medios de comunicación, especialmente durante campañas electorales,
es del trabajo y la obsesión por ampliar el número de empleos. Todo se centra en
generar empleo, en crear más puestos de trabajo. En medio de esa obsesión por
la cantidad, nosotras nos preguntamos donde queda la calidad. ¿Lo importante es
que haya empleo para todas, aunque no te permita comer ni pagar el alquiler?
Simplemente que haya empleo, mucho, el que sea, pero que los números digan que
han creado toneladas de empleos.
A veces, no puedo dejar de pensar cuando en clase de
sociales una profesora nos explicaba orgullosa que vivíamos en un país de servicios,
como Alemania y Francia y que ya habíamos superado el tener que depender de los
otros sectores, utilizando este argumento como una indicación de alto estatus.
Pero, ¿podría ser que las políticas que se enfocan en la creación de empleo en
el sector servicios nos condenan a la pobreza?
Los servicios necesitan de usuarios que estén dispuestos a invertir
su dinero en algo que la mayoría de las veces es prescindible. Da la sensación
de que para hacernos caer en ese consumo la clave está en el tiempo y el
concepto de ocio. Un trabajador con muy poco tiempo de ocio se planteara
contratar servicios que le ayuden a realizar tareas cotidianas que no son de su
agrado: limpiar, planchar, ir a la compra. Otras veces resulta imposible
compaginar los horarios de trabajo con colegios, centros de día y es necesario contratar a alguien para que nos
cubran en determinadas ocasiones, pero ¿cómo hacer que una persona trabajadora pueda emplear a otra, y pretender pagar un salario digno,
cuando muchas veces ni siquiera la contratante lo tiene? Sin querer nos vemos
inmersos en una rueda de gasto que nos hace ganar dinero, gastar ese dinero en servicios
que nos ahorran tiempo, para pagar esos servicios necesitamos trabajar mas tiempo,
lo cual nos hace tener menos tiempo para dedicar a nuestro ocio, y aumentamos
el gasto en mas servicios que nos ahorran más tiempo. Y por otro lado, tenemos
el empleo precario que genera consumo precario con mercancías hechas a bajo
coste por gente en condiciones todavía más indignas, lo cual nos devuelve al
punto de partida, muchas veces el origen de las migraciones.
Por todo esto urge reivindicar cuidados organizados en base
a lo colectivo y un mercado laboral ajustado a las necesidades de las personas
y no de las demandas empresariales.
[Artículo publicado
originalmente en el periódico CNT #
422, Madrid, enero-marzo 2020. Número completo accesible en https://cloud.cnt.es/s/fkPfwdocgr3bGyK#pdfviewer.]
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