Laura Vicente
El 28 de septiembre de 1864
se fundó en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). Unos
meses antes en Sheffield reventaba el muro del embalse de Dale Dyke mientras se
llenaba por primera vez y en la violenta inundación murieron 244 personas. Por
esas fechas Prusia avanzaba hacia su unificación a través de grandes victorias
en breves guerras: en febrero se rindió Dinamarca y en octubre Austria. En
Estados Unidos de América se estaba en la recta final de la Guerra Civil, que
acabó al año siguiente, y el republicano Abraham Lincoln logró ser reelegido
presidente. Más al sur se vivía un hecho insólito cuando el archiduque
Maximiliano de Austria recibió el título de Emperador de México ofrecido por
Napoleón III de Francia, un breve reinado que acabó con el fusilamiento del
Emperador tres años después. También en el año fundacional de la Internacional,
la Convención de Ginebra aprobó la Mejora de la Condición de los Heridos y
Enfermos en Campaña defendido por el suizo Jean-Henri Dunant promotor de la
Cruz Roja. El Papa Pio IX, en una línea de conservadurismo extremo, condenó en
el Syllabus Errorum el racionalismo, el liberalismo, la democracia, el
sindicalismo, el escepticismo científico y otros movimientos e ideas
modernizadoras.
En España, el reinado de
Isabel II parecía inmune a los aires modernizadores que soplaban en los países
vecinos y los sucesivos gobiernos defendían los intereses de la rica oligarquía
que, a través del voto censitario y merced a una Constitución conservadora,
cerraba el paso a cualquier opción política que no fuera la del Partido
Moderado. Faltaban dos años para que los partidos Progresista y Demócrata
firmaran el llamado Pacto de Ostende (agosto de 1866) al que se unió, a
principios de 1868, la camaleónica Unión Liberal. Este pacto fue el origen de
la Revolución “Gloriosa” que se produjo cuatro años después de la fundación de
la AIT y que acabó con el reinado de Isabel II. Estos acontecimientos abrieron
paso a un sistema liberal progresista, partidario de amplias libertades
individuales y que legalizó el derecho de asociación, permitiendo la rápida
formación del primer núcleo internacionalista en España de la mano de Giusseppe
Fanelli, enviado de la AIT, que visitó España en octubre de 1868.
Fanelli, que formaba parte
de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista, no vino a
España solo a difundir las ideas de la Internacional sino también la línea
anarquista que compartía con Bakunin. En este complejo contexto, que empezó a
provocar enfrentamientos en el seno de la AIT entre los seguidores de Karl Marx
y los de Mijaíl Bakunin, se desarrollaron entre los anarquistas españoles dos
líneas de pensamiento acerca de la naturaleza de las relaciones hombre-mujer.
Una inspirada en los escritos de Pierre-Joseph Proudhon, que murió pocos meses
después de la fundación de la AIT, en enero de 1865, que consideraba a las
mujeres esencialmente como reproductoras que contribuían a la sociedad a través
de su papel en el hogar, siendo el trabajo fuera de este ámbito indeseable y,
en todo caso, siempre secundario al del varón. La otra línea de pensamiento se
inspiraba en los escritos de Mijaíl Bakunin y las consideraba en un plano de
igualdad con el hombre. Esta segunda opción fue la elección mayoritaria en el
movimiento anarquista español.
Bakunin, partiendo de la
relevancia que daba a la libertad, tanto en el orden social como personal,
concluía que el ser humano tenía que actuar según los dictados de la propia
voluntad, asentando la soberanía individual y, por tanto, el poder que cada
persona debía preservar sobre su presente y su destino. El ser humano nunca era
un medio, sino un fin en sí mismo, que tenía el derecho inalienable de buscar la
verdad a través de la libertad. Para poder consolidar la libertad individual
era necesaria la muerte de lo absoluto, de cualquier principio trascendente superior.
Era imposible dejar fuera de esa soberanía individual a las mujeres, y Bakunin no
lo hizo, apostando desde muy pronto por una posición emancipadora y
desarrollando un pensamiento crítico con el matrimonio monógamo y la familia
burguesa.
En la carta que escribió a
su hermano Pablo (Bakunin, 1845) tejió sus principales ideas respecto a cómo
concebía el papel de la mujer y el amor de pareja que, poco tiempo después,
amplió, también con brevedad, en el texto "La mujer, el matrimonio y la
familia" (Bakunin). En estos textos hizo una defensa apasionada del amor activo
para el que era necesario que la pareja fuera libre y con sentimiento de su
propia dignidad, instinto de rebeldía e independencia. La igualdad requería la
abolición de la legislación que, en toda la Europa decimonónica, consideraba a
la mujer un ser inferior y dependiente. Este cuestionamiento de las leyes
familiares y matrimoniales conducía a Bakunin a una clara defensa de las
uniones libres basadas en el amor.
Ideas que tuvieron gran
influencia sobre las primeras mujeres que en España, desde las propuestas
bakuninistas, empezaron a reclamar la emancipación femenina. Guillermina Rojas
y Orgis, maestra gaditana, clamó, en una fecha tan temprana como 1871, contra
la familia en un mitin de la Federación Madrileña de la AIT. La intervención de
Rojas fue considerada escandalosa por la prensa que, según palabras de Anselmo
Lorenzo, arremetió especialmente contra ella por tomar la palabra en público,
algo fuera de lugar para una mujer, y censurar (Lorenzo, 1974, p. 185) “(…)
la propiedad individual por injusta; la idea de patria, por antihumanitaria, y
la actual constitución de la familia, por deficiente respecto de la mujer,
afirmando que no es concebible racionalmente la unión del hombre y la mujer más
que por el amor, y por tanto se declaró opuesta al matrimonio”.
La defensa de la
emancipación, la libertad y la igualdad de los sexos, el amor libre y el fin de
una legislación discriminatoria, constituyeron la base de una genealogía femenina
que va, desde la mencionada Guillermina Rojas, a las internacionalistas Manuela
Díaz y Vicenta Durán, las librepensadoras Amalia Carvia y Belén Sárraga, las
auténticas creadoras del feminismo anarquista, Teresa Claramunt y Teresa Mañé,
y alcanza a la generación que en los años treinta, hizo posible Mujeres Libres:
Mercedes Comaposada, Soledad Estorach, Lola Iturbe, Amparo Poch y Lucía Sánchez
Saornil entre otras muchas.
Estas ideas de Bakunin
estuvieron muy presentes entre los internacionalistas españoles de primera hora
como Anselmo Lorenzo y marcaron la línea de pensamiento mayoritaria en el
anarquismo español. La Federación Regional Española (FRE) asumió la crítica
bakuninista a la familia burguesa y a la inferioridad y dependencia legal de la
mujer. Tras el debate que se produjo en las Cortes sobre la I Internacional que
acabó con su ilegalización, el Consejo Federal de la Región Española emitió dos
comunicados, en octubre de 1871 y en enero de 1872, que entre otros muchos
aspectos defendían el amor como base de la familia, no el interés, y se
cuestionaba la desigualdad por razón de sexo en la educación defendiendo la
“enseñanza integral para todos los individuos de ambos sexos” (Lorenzo, 1974,
pp. 190 y 193). La nueva familia tenía que apoyarse en la igualdad de
ambos miembros de la pareja y en la libertad; de esta forma se podía lograr el
libre acuerdo entre hombre y mujer basado en el amor.
La presencia de mujeres en
la Internacional nunca fue numerosa pero sabemos que, desde el primer Congreso
celebrado en Barcelona (1870), hubo un pequeño núcleo de obreras interesadas,
destacando el protagonismo de Guillermina Rojas que debió ser la impulsora de
iniciativas que fructificaron en el Congreso de Zaragoza (1872) al aprobarse un
dictamen titulado “De la mujer” (Lorenzo, 1974, p. 423) [1], que tomaba
como fundamento la libertad de la persona para oponerse con claridad a recluir
a la mujer en el hogar y a su dedicación exclusiva a las faenas domésticas y el
cuidado de la familia. El trabajo asalariado era “poner a la mujer en
condiciones de libertad” para evitar la dependencia respecto al hombre: “La
mujer es un ser libre e inteligente, y, como tal, responsable de sus actos, lo
mismo que el hombre (…) lo necesario es ponerla en condiciones de libertad para
que se desenvuelva según sus facultades”.
Los acuerdos del Congreso
fueron claros al respecto señalando que la clave de la emancipación estaba en
transformar “la propiedad individual en colectiva, y se verá cómo cambia todo
por completo”, incluida la familia. Los objetivos del internacionalismo
quedaron claros: integrar a la mujer en el movimiento obrero para contribuir a
la obra común, la emancipación del proletariado, no eran necesarias las
organizaciones femeninas específicas.
Fueron Claramunt y Mañé,
las “dos Teresas”, quienes impulsaron el feminismo en los medios anarquistas
como resultado de la confluencia de diversas influencias que procedían de la
tradición del obrerismo francés de las utópicas y visionarias (Nash, 2004, p.
85) [2] vinculadas al saintsimonianismo y al fourerismo, del propio
internacionalismo bakuninista, del movimiento librepensador y del
neomaltusianismo [3]. Claramunt conjugó sin reparos los feminismos
librepensador y obrerista, el primero interclasista, con predominio de la clase
media, y organizaciones específicamente femeninas que centraban sus
reclamaciones en el acceso a la educación y al trabajo. El feminismo obrerista,
de clase, con organizaciones basadas en la sociedad obrera, era partidario de
unir emancipación femenina y de clase. Su definición anarquista no era
exhaustiva pero fundamentaba su idiosincrasia. Ambos feminismos compartían espacios
de sociabilidad en los círculos librepensadores formados por republicanos, espiritistas,
masones y anarquistas.
Teresa Claramunt se integró
en la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE) en Sabadell y,
tras una larga huelga textil, encabezó la iniciativa para crear la Sección
Varia de Trabajadoras Anarco-Colectivistas de Sabadell (octubre 1884-julio
1885). Esta iniciativa, que se dirigía a las asalariadas, era, en sí misma, insólita
e inhabitual dentro del movimiento obrero. La Sección Varia se constituyó como
asociación en defensa de las obreras [4] con el objetivo de lograr la
emancipación de los dos sexos, ya que la lucha era común, aunque planteaban la
necesidad de remarcar la lucha contra la explotación femenina [5]. A la
identidad de clase, punto central de los postulados sindicales, se superponía
de manera inédita la identidad de sexo.
La Sección Varia fue para
Claramunt la llegada al activismo en favor de la emancipación de la mujer,
que se puede rastrear a través de múltiples artículos en la prensa [6],
y de su folleto La mujer. Consideraciones Generales sobre su estado ante las
prerrogativas del hombre, editado en 1905. Su opción de vehiculizar la
lucha para la emancipación a través de organismos específicamente femeninos, ya
fueran anarquistas o librepensadores [7], fue muy clara desde el inicio
de su activismo.
Aunque las “dos Teresas” no
se definieron como feministas, conocían este movimiento y cuestionaban
el feminismo sufragista existente por considerarlo un movimiento burgués y por
la defensa que hacía de la vía electoral, no porque aceptaran ninguna
limitación del sexo femenino.
Igual que el resto del
feminismo español del XIX, defendían un feminismo social que se basaba en la
diferencia de género y en la proyección del rol social de esposa y madre hacia
la esfera pública. Este planteamiento aceptaba distinciones entre los sexos,
tanto biológicas como culturales, y de esta concepción se derivaba una naturaleza
femenina diferente a la masculina que justificaba la división sexual del
trabajo y unas funciones propias dentro de la familia y la sociedad. Era
feminista porque reclamaba los derechos de las mujeres como tales, definidas
por su capacidad para engendrar y criar a los hijos/as. Insistía en la distinta
cualidad, en virtud de esas funciones, de la contribución de las mujeres a la
sociedad y por consiguiente reclamaba los derechos que le confería dicha
aportación.
Por vías diferentes las dos
constataron que la mujer estaba en una situación de inferioridad y que la
responsabilidad de esta inferioridad era de los hombres. Admitían la existencia
de un sistema patriarcal cuando afirmaban que sobre el principio de desigualdad
de los sexos se había constituido la sociedad y había generado los antagonismos
de sexo que habían envenenado el espíritu de los hombres, haciéndoles
despóticos y tiranos con sus semejantes.
El movimiento obrero y el
movimiento librepensador condicionaron la experiencia femenina y sus contestaciones
colectivas. En este sentido los asuntos centrales debatidos respecto a la mujer
en los medios anarquistas fueron tres y en ellos se centraron los escritos de
las “dos Teresas”: educación, trabajo y relación de los sexos en el ámbito
doméstico.
Claramunt, Mañé y el
pequeño núcleo femenino que se articulaba a su alrededor exigían trabajo y
educación para recuperar la independencia del varón y, con ello, su dignidad y
libertad. Fueron tan lejos como para darse cuenta que la discriminación no era
solo legal y que estaba anclada en el ámbito doméstico, en las relaciones con
la pareja y en el trato que recibían. No sorprende el énfasis de
Claramunt para poner en marcha una auténtica “revolución doméstica” [8].
Ella, a diferencia de Mañé,
fue partidaria de constituir organizaciones autónomas de mujeres para conservar
el protagonismo total de su emancipación. Mañé, y después su hija Federica
Montseny, confiaron en los organismos mixtos y en la labor concienciadora del
publicismo y por ese motivo rechazaron la constitución de Mujeres Libres.
Las integrantes de Mujeres
Libres pertenecen a una generación posterior a la de las “dos Teresas”
pero las conocían, bien porque habían asistido a las tertulias que se
organizaban en casa de la hermana de Claramunt, donde esta vivió hasta su
muerte en 1931, bien porque las conocían por su activismo y sus escritos.
Muchas otras, además de las “dos Teresas”, constituyeron un eslabón entre estas
dos generaciones.
Mujeres Libres no fue un
organismo sindical, su base organizativa eran las Agrupaciones fundamentadas en
las preferencias, gustos e “inclinaciones de pensamientos” (Nash, 1975, p. 77) de
sus componentes. Era una organización autónoma de mujeres que luchaban por su
emancipación con conciencia de clase y
con una definición anarquista explícita.
Los primeros pasos para la
formación de esta organización se dieron en ciudades industriales de Cataluña
antes de acabar la Dictadura de Primo de Rivera por parte de aquellas que
pretendían formarse para poder intervenir con mayor seguridad en las
discusiones de los sindicatos de CNT a los que estaban afiliadas. Partiendo de
estas inquietudes, en 1934 se creó en Barcelona el Grupo Cultural Femenino, con
Soledad Estorach, Lola Iturbe, Pepita Carpena y Concha Liaño, entre otras, que
procedían de la CNT y cuyo objetivo era fomentar la solidaridad entre ellas,
adoptando un papel más activo en los sindicatos y el Movimiento Libertario.
Lucía Sánchez Saornil y Mercedes Comaposada emprendieron una tarea similar,
pero no idéntica, ya que tenían objetivos más centrados en la formación y
disfrute de la cultura que en la actividad sindical y así nace Mujeres Libres
en Madrid.
No fue hasta principios de
1936 cuando cada grupo supo de la existencia del otro y con la alegría
compartida del encuentro empezaron a reunirse conjuntamente, adoptando el
grupo catalán el nombre de Agrupación Mujeres Libres. Enseguida se planteó la
posibilidad de fundar una revista del mismo nombre y Lucía Sánchez, Mercedes
Comaposada y Amparo Poch Gascón serán las grandes animadoras de la idea. El
primer número de Mujeres Libres fue publicado el 20 de mayo de 1936 y el
objetivo de la revista era “despertar la conciencia femenina hacia las ideas
libertarias” [9].
Respecto a las ideas,
Mujeres Libres estaba ligada al resto del Movimiento Libertario, aceptaba el
sindicalismo revolucionario y las ideas anarquistas, mientras el
librepensamiento había perdido importancia desde la segunda década del siglo
XIX. Las ideas feministas enlazaban también con las pautas marcadas por las
pioneras: rechazaron considerarse feministas al igual que las “dos Teresas”,
manteniéndose dentro del feminismo social iniciado por estas. La dependencia
económica respecto a los hombres y las carencias educativas eran señaladas como
las causas de la infravaloración de las mujeres y su falta de autoestima; de
ahí que el acceso al trabajo (manual o intelectual) y la educación para
capacitar a las mujeres continuaran siendo elementos claves para Mujeres
Libres. Por último, insistieron mucho en la necesidad de que la igualdad entre
hombres y mujeres se diera en el ámbito de las relaciones personales e íntimas.
Durante la Guerra Civil,
llegaron a promover una fórmula de doble lucha: una lucha antifascista,
revolucionaria y anarquista, y una paralela lucha de emancipación femenina.
Esta propuesta de autonomía dentro del Movimiento Libertario no fue bien
recibida y las relaciones con la CNT, la FAI y las Juventudes Libertarias se
desarrollaron en un ambiente de considerable tensión. Mujeres Libres intentó,
con dificultades derivadas de la mencionada tensión, que los organismos
libertarios percibieran la necesidad de integrar a la mujer en todos los
aspectos de la vida política y económica.
La defensa de su autonomía
organizativa dentro del movimiento anarquista, al no acatar las directrices de
supeditación de la causa femenina al programa revolucionario de transformación
anarquista, les permitió definir sus propios objetivos en los programas de
organización y capacitación, concentrándose en ellos a pesar de las exigencias
de la situación bélica. No quiere decir que las realidades de la guerra no
afectasen a su programa, pero la autonomía les protegió del control que las
organizaciones del Movimiento Libertario intentaron imponer.
Mujeres Libres pagó un alto
precio por su autonomía, nunca tuvo los fondos o el apoyo organizativo que sus
líderes habían deseado. Les fue negado el acceso a las discusiones y a los
debates sobre tácticas políticas en curso, limitación que intentó superar
solicitando la incorporación autónoma al movimiento en octubre de 1938; pero el
Movimiento Libertario negó dicha incorporación y no llegó a incorporar
plenamente a las mujeres ni los temas de su interés en sus programas.
Bibliografía citada:
-Ackelsberg, M. (1999) Mujeres Libres. El anarquismo y la lucha por
la emancipación de las mujeres. Barcelona: Virus.
-Bakunin, M. (1845) “Carta a Pablo” París.
Disponible en: http://www.taringa.net/posts/info/2051886/Carta-a-Pablo-Bakunin.html
-Bakunin,
M. “La mujer, el matrimonio y la
familia”. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/bakunin/derechosmujer.htm
-Diez, X. (2007) El anarquismo individualista en España
(1923-1938). Barcelona: Virus.
-Lorenzo, A. (1974) El proletariado militante (Memorias de un
internacional). Madrid: ZEROZYX.
-Masjuan, E. (2009) Un héroe trágico del anarquismo español.
Mateo Morral, 1879-1906. Barcelona: Icaria.
-Nash, M. (1975) Mujeres Libres: España 1936-1939.
Barcelona: Tusquets.
-Nash, M. (2004) Mujeres en el mundo. Historia, retos y
movimientos. Madrid: Alianza.
-Vicente, L. (2005) “Teresa
Claramunt. Des de l’altre banda de la “Perfecta casada”. La dona sotmesa al tirano
de blusa y alpargata”. Revista Cercles, Universitat de Barcelona,
8/01/2005, pp. 231-256,
-“ (2006) Teresa Claramunt. Pionera del feminismo
obrerista anarquista. Madrid: Fundación Anselmo Lorenzo.
-“ (2014) “Mijaíl Bakunin
(1914-1876). Mujer, Libertad y Amor”. Diagonal, n.º 223, 22/05/2014-04/06/2014.
Notas:
[1] La reseña de este Congreso fue publicada en La
Revista Social y este apartado de los derechos de la mujer aparece
mencionado en El proletariado
militante.
[2] Denominación de Nash, M. Estas mujeres buscaban
proyectos alternativos de vida que cuestionaban las restricciones sociales
impuestas sobre las mujeres. Combinaron la argumentación de la igualdad de los
sexos con el reconocimiento de la diferencia femenina y la aportación
específica de las mujeres como madres en su discurso y práctica feminista.
[3] Para el tema del neomalthusianismo se puede consultar:
Diez, 2007 y Masjuan, 2009.
[4] El grupo, que debía rondar la veintena, escribió un
escrito de protesta en Los Desheredados, 179, 11/1885. En él destacan,
además de la propia Teresa Claramunt, Federación López Montenegro, Gertrudis
Fau de Fau
y Asunción Ballvé. En
Vicente, 2006, Madrid, p. 84.
[5] La información sobre la constitución de la Sección
Varia apareció en Los Desheredados, 127, 1/11/1884.
[6] En Vicente, 2005, se reproducen diversos artículos y
escritos que Teresa Claramunt escribió, entre 1887 y 1913, sobre la mujer.
[7] Teresa Claramunt participó en asociaciones obreras de
oficio femeninas en la línea del internacionalismo revolucionario como la
mencionada Sección Varia de Sabadell (1884) y, posteriormente, la Agrupación de
Trabajadoras de Barcelona
(1891) y el Sindicato de Mujeres del Arte Fabril (1901). Participó también en asociaciones
de mujeres de condición social diversa y
librepensadoras: la Sociedad Autónoma de Mujeres de Barcelona (1889) y la
Asociación Librepensadora de Mujeres (1896).
[8] Esta afirmación la hizo en un mitin en Zaragoza en
solidaridad con una huelga, en el que habló de poner en marcha una “revolución
de las costumbres, empezando por nuestros hogares”. La información sobre este mitin
apareció en El Heraldo de Aragón, 31/10/1910.
[9] Las editoras de Mujeres Libres escribieron una
carta a Emma Goldman el 17 de abril de 1936 donde le explicaban estos objetivos
y Goldman dio un apoyo explícito a Mujeres Libres (Ackelsberg, 1999, pp. 71, 230-231).
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