Periódico Acracia (Madrid)
No
se habla de ello en medios sanitarios oficiales pero la patología adictiva relacionada
con el juego está creciendo de manera galopante sin que a las instituciones
parezca importarles, a fin de cuentas los impuestos obtenidos de este tipo de
“ocio” son bastante cuantiosos.
Montserrat
Gómez García profesora de Adicciones Comportamentales en la Universidad de
Barcelona ha realizado un estudio sobre el tema en el que afirma: “se considera
que hasta un 90% de los jugadores patológicos presentan ideación suicida y
cerca del 20% de los adictos al juego en tratamiento refieren intentos de
autolisis, lo que constata que la tasa de suicidio entre los ludópatas es seis
veces superior a la de la población general”.
Al
“juego patológico” no se le incluye en los protocolos de prevención del suicidio.
De hecho, no hay datos al respecto. Hace veinte años, cuando el problema no era
tan acuciante, se construyeron protocolos de intervención bastante eficaces
aunque no existían alternativas para compensar el daño generado en las familias
de las personas afectadas. No se hablaba casi en ningún caso de tasa de suicidio.
Sí que, obviamente, se mencionaban los trastornos psicológicos que se podían derivar
de esta patología, generalmente problemas con las drogas, el alcohol, depresión
y ansiedad. Se establecía que si se trataba terapéuticamente el trastorno
primario, el juego, desaparecían los trastornos secundarios. Esto generalmente
era así, aunque como hemos mencionado antes, en ningún caso se hacía una
valoración exhaustiva de los daños colaterales producidos por el trastorno:
deudas, desconfianza, problemas económicos, pérdida de empleo o desintegración
familiar, entre otros.
“Según
el último informe sobre adicciones comportamentales del Observatorio Español de
las Drogas y las Adicciones —Delegación del Gobierno para el Plan Nacional
sobre drogas—, entre la población española de 15 a 64 años, el 0,4% de las
personas sufre un uso problemático del juego y un 0,3% tiene un posible
trastorno del juego —usando solo las definiciones DSM-V de la Asociación Americana
de Psiquiatría—. Son más de 200.000 personas.”
Se
habla del juego como trastorno primario pero podíamos también, como
hipótesis,
establecer que el trastorno de juego puede ser secundario a problemas derivados
de la vida cotidiana como estrés, fracaso escolar, precariedad laboral y
económica, desestructuración de las redes de apoyo social, depresión o ansiedad.
En
síntesis, puede ser un trastorno primario por el simple hecho de existir la posibilidad
de jugar como fuente de ocio o evasión, a la misma altura que el abuso del
alcohol o de las drogas. Con el agravante que tanto el alcohol como el juego son
legales y mucha gente se lucra a través del dolor ajeno. Y un trastorno secundario
debido al malestar social existente que se traduce en la búsqueda de evasión
inmediata.
Las
alternativas del gobierno de turno son “jugar bien”, “si bebes no conduzcas” y
“prohibido fumar en lugares públicos”; estos mensajes nos están diciendo que
usemos con mesura las drogas legales que son fuentes de riqueza.
Una
vez más el negocio somos nosotras y nuestro sufrimiento psicológico. Evidentemente,
esa no es la cuestión ni desde luego la solución, estamos hablando de dos
conductas “legales” alienantes, a través de las cuales los sujetos que las utilizan
manejan emociones negativas y frustraciones derivadas de una vida cotidiana
insatisfactoria y opresiva. Además, si enfermamos por su causa, es nuestro problema:
“haber controlado”.
Parece
más que probable que el Gobierno no va a tomar soluciones eficaces al respecto,
por un lado porque somos negocio, segundo porque nos prefiere alienadas y distraídas
con conductas perniciosas para la salud que nos convierten en esclavas de
nuestras dependencias, incapaces de sublevarnos contra una sociedad que nos
destruye psicológicamente.
La
alternativa más factible y próxima a nuestras posibilidades de acción pasa por organizarnos
en los barrios, por ayudar a las víctimas y a sus familias desde el apoyo
mutuo, por concienciar a nuestras vecinas de la catástrofe que suponen las salas
de juego para las personas más vulnerables, y, desde luego, por el acoso y
expulsión de esos locales, convirtiendo las localidades en las que vivimos en zonas
libres de su influencia dañina.
[Publicado
originalmente en el periódico Acracia
# 3, Madrid, enero 2020. Número completo accesible en https://drive.google.com/file/d/116M_ny0rDB-_UObUNZjkRrzSVD326Skn/view.]
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