Álvaro Lorite
Hacerse un lugar en el mundo de la investigación pasa por la publicación de artículos en revistas científicas. Cuantos más papers publique un investigador, más posibilidades tendrá en el competitivo ámbito académico. Lo mismo pasa con las universidades, a las que las publicaciones reportan prestigio. Pero, ¿qué hay detrás de la industria de los papers?
“Hace unos años, en comentarios de pasillo, escuché a algunos profesores hablar del tema: ‘Pues ahora me saco un dinerillo poniendo que también pertenezco a esta universidad’”. Así comienza el relato de un investigador científico de una universidad pública española. Se refiere a fraudes en el sistema de publicación de papers o artículos de investigación científica, aunque según palabras del catedrático de la facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Santiago de Compostela, Xose Carlos Bermejo Barrera, esto es algo que ocurre en todos los ámbitos y departamentos del sistema público universitario.
Hacerse un lugar en el mundo de la investigación pasa por la publicación de artículos en revistas científicas. Cuantos más papers publique un investigador, más posibilidades tendrá en el competitivo ámbito académico. Lo mismo pasa con las universidades, a las que las publicaciones reportan prestigio. Pero, ¿qué hay detrás de la industria de los papers?
“Hace unos años, en comentarios de pasillo, escuché a algunos profesores hablar del tema: ‘Pues ahora me saco un dinerillo poniendo que también pertenezco a esta universidad’”. Así comienza el relato de un investigador científico de una universidad pública española. Se refiere a fraudes en el sistema de publicación de papers o artículos de investigación científica, aunque según palabras del catedrático de la facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Santiago de Compostela, Xose Carlos Bermejo Barrera, esto es algo que ocurre en todos los ámbitos y departamentos del sistema público universitario.
En el mundo se publican alrededor de tres millones de artículos científicos al año y, aunque pueda parecer algo bueno, lo cierto es que este nivel de publicaciones está directamente vinculado a malas prácticas y a falseamiento de resultados. Así lo argumenta Horace Freeland Judson en su libro The Great Betrayal: Fraud in Science (2004). Otra de las investigadoras entrevistadas para este reportaje señala que mientras realizaba su doctorado y trabajaba a la vez con un contrato de investigación, “sufría presiones para publicar hasta seis papers al año, cuando, de haber realizado investigaciones lo suficientemente rigurosas, habría tardado un año en publicar cada uno”. Esto también produce un gran número de lo que se conoce comúnmente en el mundillo como refritos de publicaciones, donde se reformulan papers ya publicados para poder mantener el ritmo frenético.
“El volumen de publicaciones que nos exigen es excesivo, incluso comparado con otros países como Reino Unido, donde ya es elevado de por sí”, lamenta otro investigador que también pide mantenerse en el anonimato. Las razones: en el momento en el que, desde su posición de doctorandos, lancen cualquier ataque al sistema, ya pueden ir olvidándose de volver a trabajar en la universidad. “La gente que luchamos precariamente por una plaza, no podemos ponernos en una posición de rebelión. Y después de tantos años peleando por el puesto, cuando lo consigues, has perdido todo rastro de crítica”, señalan.
Las publicaciones son una industria
No es el caso de Bermejo, que ha publicado cuatro libros y cientos de artículos analizando y señalando los fraudes del sistema de publicaciones universitario mundial. En su libro, La tentación del rey Midas (Siglo XXI, 2015), en el capítulo “Papernómics”, muestra con datos cómo se manipulan los artículos de psiquiatría por parte de las grandes empresas farmacéuticas para vender sus productos. “Las publicaciones son una industria. La investigación científica no depende de la publicación de artículos. En los campos más importantes de investigación científica no se publica. Por ponerte un ejemplo, durante la 2º Guerra Mundial se dejaron de publicar artículos sobre energía nuclear y esto es porque los dos bandos habían empezado a hacer la bomba”, nos relata.
En 2017, Remedios Zafra gana el premio Anagrama de Ensayo con su obra El entusiasmo (Anagrama, 2017). El ensayo indaga en la precariedad a la que se ven sometidas aquellas personas nacidas en la era digital, metaforizadas en el personaje de Sibila. Concretamente, en el capítulo “La cultura indexada y el declive de la academia” la autora —a partir de una rigurosa investigación— hace un repaso de las miserias que viven quienes están obligadas a publicar para la academia por encima de sus posibilidades en un sistema fraudulento. Algunas de las prácticas que Zafra denuncia son: la irrelevancia y repetición de muchos artículos científicos, sistemas de evaluación que priman la cantidad más que la calidad de los trabajos académicos, la precarización del personal investigador debido a la temporalidad y la burocracia.
¿De dónde viene esta obsesión académica por un ritmo de publicación anfetamínico? Todas las publicaciones en revistas científicas se encuentran en manos de una pocas editoriales. Elsevier es el mayor conglomerado, que engloba las publicaciones científicas de medicina, ciencias de la computación, investigación o psicología, entre otras. Otras son De Gruyter, Cambridge Scholar Press, Wiley o Brill. Estas editoriales controlan las publicaciones científicas en diversos ámbitos. Publicar en estas revistas otorga un prestigio que, en palabras de Bermejo, “no debería ser así. Los curriculum de los rectores de las grandes universidades españolas están plagados de publicaciones”. Se trata del baremo según el cual se asciende en lo que uno de los investigadores define como “el sistema feudal universitario”.
Si observamos las cifras de estas empresas, se trata de un sistema que mueve literalmente millones. La razón reside en que son las propias universidades las que pagan a estas empresas por acceder a sus publicaciones. Se trata del modelo Gold Open Access, consiste en que investigadores, casi siempre financiados con dinero público, realizan estudios cuyos resultados luego se presentan en revistas y congresos. Estos artículos son revisados por los comités científicos de cada revista, que no cobran por este trabajo. Cuando el artículo es aceptado y se publica por la editorial se puede acceder a este a través de suscripciones de miles de euros por revista e institución. La editorial sólo tiene el gasto de una parte de la maquetación, la gestión de la publicación y el catálogo digital.
“A la universidad pública española le cuesta mil millones anuales acceder y publicar en estas revistas científicas. Y esto no tiene nada que ver con patentar una idea, ya que existen sistemas fiables y gratuitos como Arxiv, donde puedes publicar cualquier descubrimiento de forma abierta e inmediata”, añade el catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela. A pesar de ello, existen varias comunidades académicas que se han revelado y han montado sus propias revistas de acceso abierto y sin tasas, como por ejemplo Journal of Machine Learning Research.
Tener un gran número de publicaciones es condición sine qua non para entrar, mantenerse y promocionar en el sistema universitario. Si no publicas, no vales. El valor de los artículos en sí no es importante, es el prestigio que te dan. Estas editoriales además ofertan cursos, talleres y publicaciones que te muestran cómo publicar con ellas. Cambridge Scholar Press ofrece publicaciones de libros digitales a cambio de unos 12.000 euros, por ejemplo.
En el caso de la medicina y la psiquiatría, Bermejo cuenta que durante un congreso internacional de psiquiatría financiado por Pfizer, la gran compañía encargaba los papers según las propias plantillas de cruce de datos que ofrecía la compañía de la risperidona, un medicamento para el tratamiento de la esquizofrenia que generaba mucho rechazo en los pacientes debido a que anulaba la expresión de sentimientos. Si los expertos rellenaban los datos de dichas plantillas, obtenían una publicación automática en una revista de prestigio asociada a la compañía.
Producir un gran número de publicaciones en dichas revistas te otorga el estatus de Highly Cited o ‘altamente citado’, lo cual granjea el máximo prestigio dentro del ámbito de los ranking mundiales de investigación. Los investigadores entrevistados señalan que otra de las prácticas es que grupos de colegas debidamente posicionados escogen revistas de nivel Q4 —de bajo prestigio—, envían un gran número de artículos y se citan todos entre sí para aumentar el posicionamiento de la revista y, en consecuencia, el suyo propio. Denuncian también que sus directores de proyectos les piden que pongan a coautores dentro de sus propias publicaciones que no han participado en su investigación, ya de por sí precaria.
Los ‘altamente citados’ se sacan ‘un dinerillo’: el fraude de la KAU de Arabia Saudí
En 2014 la periodista Megan Messerly publica en The Daily Californian una investigación acerca de la universidad de Arabia Saudí, King Abdulaziz University (KAU), donde muestra como desde varios años atrás, la universidad había estado pagando a un gran número de investigadores relevantes de todo el mundo para que en sus publicaciones añadiesen la firma de ‘doble afiliación’.
A pesar de que la revista Science ya había publicado un artículo al respecto en 2011, el escándalo estalló en Estados Unidos en el 2014 cuando Messerly descubrió que la KAU ocupaba el séptimo lugar del mundo en los rankings de matemáticas, cuando su departamento de doctorado en esta disciplina había iniciado su trayectoria tan solo dos años antes. Lior Pachter, profesor de la universidad UC Berkeley, filtró las conversaciones por correo en las que lo ofrecían hasta 6000 dólares al mes por firmar artículos con la filiación de la KAU. Otros profesores se sumaron a dicha denuncia, como es el caso de Johnatan Eisen, al que llegaron a ofrecer hasta 72.000 dólares, vuelos de primera clase a Arabia Saudí y hoteles de cinco estrellas por colaborar en la farsa e incluir su nombre entre los profesores asociados a la universidad. En el citado artículo de la revista Science, se explica que la universidad podía ofrecer dichas cifras desórbitadas debido a una inyección de 2.100 millones de dólares por parte del gobierno saudí.
Si nos fijamos en el mapa que ilustra el artículo de Messerli, podemos observar que algunas de las líneas que rastrean los artículos acaban en nuestro país, lo cual nos lleva directamente al principio de nuestro artículo. Los investigadores a los que contactaba la KAU, una universidad con una corta vida pero muchas ganas de ascender meteóricamente en los rankings mundiales, pertenecían todos a ese panteón de los Highly Cited.
España is (not) different
“Es un secreto a voces, lo sabe todo el mundo. A mí ya me da igual denunciarlo, llevo toda la vida haciéndolo porque soy catedrático y a mí no me van a quitar el puesto, pero la gente joven no puede hacer nada”, admite Barreno. Efectivamente, muchos de estos investigadores altamente citados pertenecen y copan los puestos de la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación), encargada de evaluar los proyectos de investigación, acreditaciones para acceder a plazas en universidades y, además, forman parte de los comités editoriales de las revistas donde publicar es básico para ser evaluado positivamente por la propia agencia.
A través de un cruce de datos en el sistema de publicaciones de Scopus, un inventario al que solo se puede acceder si eres investigador, saltan algunos nombres de universidades españolas que han publicado con filiación en la KAU. Quizá el nombre más reconocible sea el de Francisco Herrera, de la Universidad de Granada (UGR), que se trata de uno de los autores de la estrategia de I+d+i en Inteligencia Artificial promulgada por el gabinete de Pedro Sánchez. Pero también podemos encontrar a Enrique Herrera-Viedma, de la UGR; Hermenegildo García, del departamento de Química de la Universitat Politècnica de València; Sebastián Ventura, del departamento de Ciencia Computacional y Análisis Numérico de la Universidad de Córdoba; Ángel M. Carracero, del Centro de Investigación Biomédica en Red de Enfermedades Raras, en la Universidad de Santiago de Compostela o Juan Bisquert del INAM en la Universitat Jaume I de Castellón.
Barreno y los demás investigadores coinciden en que quizá no se trate de un sistema del todo ilegal, sino más bien alegal, pero que, sin duda alguna, son prácticas que perjudican seriamente las investigaciones públicas universitarias. La cantidad de dinero público destinado a alimentar este sistema es, cuanto menos, escandalosa. La solución comenzaría, según el análisis del catedrático, en dejar de valorar la posición en los rankings internacionales como requisito para las plazas o la dotación económicas de proyectos y poner el foco en la calidad y relevancia de los trabajos y las investigaciones realizadas en cada campo.
Cuando el objeto de investigar se reemplaza por el de publicar, el prestigio profesional se cuenta en número de publicaciones y la calidad de la investigación queda comprometida. Peter Higgs, autor de la teoría del bosón de Higgs, al recibir el premio Nobel en 2013 compartía con The Guardian la siguiente apreciación: “Hoy en día nunca conseguiría un trabajo académico. Es tan simple como eso. No creo que se me considerara lo suficientemente productivo”.
[Tomado de https://www.elsaltodiario.com/universidad/papers-y-mas-papers-las-sombras-en-la-industria-de-las-publicaciones-cientificas? .]
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