Luís
De La Cruz
* El running, entendido como última moda masiva, no
como el simple hecho de practicar deporte, se aparece como metáfora perfecta de
la vida en la ciudad neoliberal: reflejo del escapismo y el individualismo. Sin
embargo, nos proponemos reflexionar acerca de que, como manifestación cultural apropiada
por las élites, podría ser entendido antes como causa que como consecuencia,
esto es, como parte del discurso cultural que vehiculiza la hegemonía cultural
del neoliberalismo.
El pasado mes de noviembre, tal y como viene sucediendo
los últimos años, los medios de comunicación españoles incluían amplios
reportajes con títulos como «La élite española que compite en el Maratón de
Nueva York» (El Mundo 5-11-2016). Consejeros delegados de los principales
bancos, presidentes de empresas del IBEX y hasta aristócratas, se dieron cita
en Nueva York, lejos de los añejos saloncitos de club de campo.
La exhibición atlética de las élites económicas
españolas coincide con una invasión brutal en publicidad de la figura del
corredor como silueta simbólica de conceptos tales como la superación , la nobleza
o el esfuerzo, además de con la explosión de la práctica del antaño denominado salir
a correr, hoy running, entre grandes capas de la población española.
La figura del runner se antoja, a simple vista,
como una buena metáfora de la vida urbana actual: con el escapismo y el
individualismo como señas vitales de la ciudadanía. Sin embargo, aquí
pretendemos reflexionar como, además de reflejo de las formas de vida en la
fase neoliberal del capitalismo, el discurso público alrededor del running -que
no el mero hecho de salir a correr, costumbre saludable que no criticamos-
forma parte del repertorio cultural que atraviesa y posibilita la hegemonía
neoliberal.
El
fenómeno
Durante algunos meses pasé una buena cantidad de horas
leyendo páginas web, foros y revistas de running, así como documentando la
aparición del fenómeno en prensa, publicidad y mercado editorial (estaba
preparando un libro, no se trataba de una afición compulsiva sobrevenida). Fue
sencillo observar como el campo semántico que articulaba muchas de aquellas
manifestaciones era común a otras instituciones sociales que podríamos calificar
como propia de las élites: superación, éxito, coaching, talento, libertad,
esfuerzo, actitud, desarrollo personal...
El conjunto de palabras que aislé aparecen, de manera
pertinaz, en las presentaciones en power point de las escuelas de negocios,
pero también en los libros de autoayuda (los hay por decenas centrados en la
práctica de correr, por cierto), y hasta en los memes que inundan las redes
sociales preñados de pensamiento positivo. Se trata de un síntoma claro de que
la literatura gerencial – management - está contaminando amplias esferas de nuestro
día a día. La cuestión se hace carne en la figura de Josef Ajram, gurú que ha
popularizado con sus libros, los memes con sus frases y sus apariciones
televisivas, las altas finanzas, y que ha adoptado la imagen pública de corredor
extremo (en los últimos tiempos muchos directivos han viajado del running a
prácticas más exigentes y separadas de común de los mortales como el Ironman o
el triatlón).
Si contemplamos el neoliberalismo como fase del
capitalismo que tiene una de sus características distintivas en haber
desbordado ampliamente el mundo de la producción y sus relaciones sociales,
para haber impregnado inmisericordemente todos los recovecos de la vida, la utilización
de uno de los deportes en esencia más populares (más allá de su caracterización
como deporte, correr es una actividad inherente al ser humano), cobra sentido como
agente de aculturación neoliberal.
En realidad, este es un caso de estudio particular,
no debemos entender que el discurso alrededor del running es muy diferente al
de, por ejemplo, la tan de moda alta cocina, que aparece constantemente
asociada la creatividad en el sentido que suele adornar la figura del emprendedor.
O tantos otros casos de fenómenos culturales mercantilizados y apropiados por
las élites para, consciente o inconscientemente (pero en todo caso de forma
coherente con la ideología dominante), apuntalar el individualismo, la
competitividad o la distinción social. Hegemonía cultural, se ha llamado.
Contextualización
del running
En realidad, el estudio de las relaciones sociales
en el deporte en relación con las diferentes fases históricas del capitalismo
es un clásico de la Historia o la Sociología. En Weber, Elías o Hobsbawm,
encontraremos disecciones del nacimiento de los deportes contemporáneos como
raíles de los procesos de nacionalismo o capitalismo industrial. La
historiografía británica marxista prestó mucha atención a los deportes de
equipo como entrenamiento vital para la nueva situación antropológica del trabajador
en la fábrica. Equipos trabajando juntos, sujetos al reloj y compitiendo entre
sí. Los ingenieros ingleses expandieron el fútbol por las colonias y sus
mercados (en España las minas de Río Tinto y las fundiciones de Irún verían
nacer equipos importantes). El deporte sirvió también de ayuda para sacar al
obrero de la taberna, auténtico espacio de resistencia a los tiempos estrictos del
proceso industrial.
Por otro lado, las organizaciones obreras supieron reapropiarse
de los deportes de equipo como método de encuadramiento político y vehículo de
solidaridad, produciéndose un intenso debate social entre amateurismo y profesionalismo
-y sobre deporte mercantilizado y asociativo-, en el escenario de la sociedad
de masas que emerge entorno a los años veinte del siglo pasado. Podríamos situar
simbólicamente el punto final del debate en las frustradas Olimpiadas Obreras
de 1936 en Barcelona, en las que habrían participado unos 6000 hombres y
mujeres de 22 países diferentes de no haberse producido el golpe militar
fascista el mismo día que debían haber comenzado, el día 18 de julio.
El caso es que la relación entre el deporte y las
nuevas fases del capitalismo que emergen tras la Segunda Guerra Mundial parecen
estar mucho menos estudiadas. Durante la segunda mitad del siglo XX, los
grandes deportes ingleses de la industrialización van perdiendo progresivamente
peso en la práctica habitual de la gente, aunque sigan siendo inmensos
fenómenos culturales, mucho más cercanos a espectáculos planetarios en su fase
globalizadora y ligada a los mass media, que a prácticas deportivas. Sin
embargo, y de manera significativa tras las crisis del petróleo de los años
setenta, el número de licencias federativas de deportes individuales -como las
diferentes variedades atléticas de correr- va en aumento y, sobre todo, el
gimnasio se convierte en una posta ineludible en cualquier barrio.
El jogging, aún menos competitivo y más grupal que
la encarnación más asociada al running, es hijo de la sociedad estadounidense
posbélica. Durante los años sesenta se ha consolidado el nuevo urbanismo
disperso para la clase media blanca que hoy nos es tan familiar a través de las
películas, y que es respuesta subvencionada por el gobierno, a través de la construcción
de carreteras y créditos a bajo interés, a la desindustrialización, la paranoia
securitaria y el creciente miedo de las clases medias a los centros urbanos.
Son los tiempos del televisor como centro del hogar, el automóvil como supuesto
agente democratizador y los electrodomésticos como salvadores de la mujer, tal
y como supo ver Betty Friedan en La mística de la feminidad.
El advenimiento de una sociedad sedentaria, alejada
del trabajo manual y motorizada, hizo saltar las alarmas de sociedades cardiológicas
e instancias gubernamentales. Aparecieron entonces numerosos métodos de acondicionamiento
físico para la ciudadanía de mediana edad, entre los que se llevó la palma el
elaborado por Bill Bowerman, conocido por ser unos de los padres del
jogging...y uno de los fundadores de Nike.
El
running y el capitalismo actual
Durante los años setenta, una parte de las clases
medias norteamericanas regresaron a los centros urbanos, que por causa de la
desinversión eran ahora chollos inmobiliarios. El fenómeno ha sido denominado
por el geógrafo Neil Smith revancha urbana, en alusión a la de expulsión de las
clases bajas que habían ocupado los centros (gentrificación). Sin duda, muchos
de aquellos pioneros regresaron con las zapatillas de correr en los pies, dando
al running la característica inequívocamente urbana que hoy viste.
Tras los frenéticos sesenta, la resaca moral del
sida se ha instalado encabalgada con las políticas neoliberales de Reagan y
Thatcher. La contrarevolución cultural llegará acompañada de una creciente
moralización corporal, que deviene en culpabilización de lo feo y entronización
de la virtud encarnada en el cuerpo joven y saludable. Podríamos registrar
reflejos culturales tales como los políticos corriendo en las campañas
electorales, innumerables productos de entretenimiento (¿quién no ha bailado
frente al televisor con Flashdance o Dirty Dancing?)...o el cuerpo esculpido en
gimnasio del engominado yuppie de los segundos años ochenta y noventa.
Hoy, la figura del yuppie ha caído en desgracia. Su
arrogante estampa se hace ahora detestable, tras la última crisis del
capitalismo, pero sus valores continúan dominando incólumes el imaginario del
éxito social a través de la figura del emprendedor. El emprendedor, instaurado
como nuevo héroe social, se hace aceptable a través de sus hábitos
progresistas. Muchos de los emprendedores apelan a la Responsabilidad Social
Corporativa, ejercen la caridad -al menos acuden a carreras solidarias-, son
conscientes de la necesidad de cuidar el planeta y saben construir una imagen
pública atractiva, que incluye la comida sofisticada, los espectáculos urbanos
y la exhibición de sus avances deportivos.
De esta manera, lo que el correr tiene de deporte popular
queda enterrado en el discurso público que nos inunda bajo un manto que es
instrumental a la reproducción del statu quo. La Fundación Créate, que organiza
la conocida Carrera del emprendedor, se dedica también a impartir talleres de
emprendeduría en colegios. Suma y sigue.
En los meses de preparación del libro que saqué
sobre estos asuntos, son muchos los corredores que me han manifestado su
hartazgo por toda la parafernalia marketiniana e hipercomercializada que se ha
adosado a la actividad de correr. Lo cierto es que, siendo realistas, la correlación
de fuerzas hace complicado afirmar que esté en sus manos modificar el campo
semántico asociado al running hacia una versión más insumisa con la hegemonía
cultural neoliberal. Sin embargo, señalar estos hilos que nos atraviesan
socialmente, quizá puedan ayudar en el camino de hacer una impugnación más
global, que nos permita liberar nuestros deportes y nuestro día a día. Y hacerlos
de nuevo nuestros.
[Nota final de El
Libertario: Para discusión adicional sobre este tema, ver la entrevista al
autor de este post, publicada con el título de “Contra el running. ¿Acaso hay
que correr hasta morir en la ciudad postindustrial? (Entrevista a Luis De La
Cruz)” en https://periodicoellibertario.blogspot.com/2016/10/contra-el-running-acaso-hay-que-correr.html.]
[Artículo publicado originalmente en la revista
Libre Pensamiento # 90, Madrid, primavera 2017. Número completo de la revista
accesible en http://librepensamiento.org/wp-content/uploads/2017/08/LP-90-WEB2.pdf.]
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