Revista
Libre Pensamiento (Madrid)
* Editorial de la edición # 92 de la
revista, publicada en el otoño de 2017.
Han pasado poco más de cien años desde que en
octubre de 1917, la Revolución Rusa tuvo lugar, pero, sobre todo, han pasado treinta
años desde que en 1989, se produjo la caída del Muro de Berlín y con ello, el
desmoronamiento, la desintegración, el desprestigio definitivo, el fracaso a
nivel de opinión pública mundial, del comunismo autoritario marxista y de
Estado. Las críticas, sublevaciones, rechazos, disidencias... a esa forma de
ejercer el comunismo han existido casi desde sus orígenes, desde que se produjo
el asalto al “palacio de invierno” por el partido bolchevique, y fueron
ejercidas, en primer lugar, por quienes también defendían el comunismo pero libertario,
es decir, por el movimiento anarquista, evidenciando así en la práctica las
enormes diferencias entre esas dos corrientes de pensamiento y acción que configuraron
la creación de la Asociación Internacional de los Trabajadores en 1864.
Por su parte, las respuestas a las críticas siempre
han sido la represión, masacre, aniquilamiento de cualquier tipo de disidencias
en el interior como en el exterior (majnovismo, Kronstadt, desapariciones,
deportaciones en Siberia, destierro en los Gulags para realizar trabajos
forzados, aplastamiento de las colectividades libertarias y revolución social
española en 1936, invasión de Hungría en 1956, tanques para abortar la
Primavera de Praga en 1968...).
Informes como el de Ángel Pestaña en 1922 contra la
ideología totalitaria bolchevique; la película alemana de 2006 “La vida de los
otros” de Florian Henckel von Donnersmarck evidenciando el control terrorífico
de la policía secreta (Stasi) en una sociedad de miedos e intrigas; el libro El
fin del homo sovieticus de 2015 de la premio Nobel de literatura, Svetlana
Aleksiévich, cuando describe la faz interna de la revolución...; son solo
algunos ejemplos que reflejan lo que fue la revolución comunista al crear
finalmente una “nueva” sociedad jerarquizada, autoritaria, arbitraria, como lo
había sido la zarista, en la que la disidencia se pagaba con la muerte, la
deportación o el exilio; una sociedad con una nueva clase social enriquecida y
privilegiada formada por los cuadros dirigentes del partido comunista, que
intentó homogeneizar al resto de la población erradicando todo vestigio de
pensamiento libre.
Pero no nos centraremos en lo que sería la revisión
crítica o la lectura libertaria de esta revolución, por el contrario, fijaremos
nuestro interés en lo que supuso, lo que todavía supone la caída del Muro de
Berlín, para la credibilidad hoy de las luchas revolucionarias, incluso las meramente
reivindicativas, del movimiento obrero junto a sus organizaciones, porque ese
hecho significó el entierro casi definitivo de todo el cuerpo ideológico de las
izquierdas con las consecuencias que ello conlleva de cara a seguir planteando
la transformación social, de cara a seguir soñando que la Utopía es posible.
Lo importante no son las explicaciones,
justificaciones, interpretaciones, excusas... que desde el mundo marxista, sus
intelectuales, artistas, historiografía hagiográfica... dieron o están dando
sobre el porqué del fracaso del comunismo marxista sino cómo fue y está siendo
percibido por la mayoría de la población mundial, cómo se ha integrado en el
imaginario colectivo, qué significó para el statu quo político de la época. Y,
en este sentido, no hay duda, para la población, representa el fracaso de la
ideología de izquierdas (metiendo en ese mismo saco a todos los movimientos y
organizaciones de izquierdas sin más matices); la pérdida de los pocos
referentes ideológicos que quedaban; la pérdida de la credibilidad de los
valores y señas de identidad de lo público, lo común, lo colectivo, del apoyo
mutuo, que la izquierda había representado históricamente.
Por el contrario, el capitalismo, el
neoliberalismo, se convirtió en hegemónico, pudo expandirse sin oposición
alguna, fue acogido con las manos abiertas por sectores muy importantes de la
clase trabajadora, que suscribieron un endeudamiento asfixiante, que
sucumbieron e hicieron del consumismo su ideal de felicidad, evidentemente
soportado y alentado por los grandes medios de comunicación de masas y hoy por
las redes sociales.
Es más, la sensación mundial es que ya no es
posible ningún cambio, que no se puede hacer nada, que la historia se ha
acabado, que el final está aquí y el poder absolutista (envuelto en la bandera
de la democracia parlamentaria) está en manos del neoliberalismo omnímodo, del
capitalismo globalizado y la grandes corporaciones transnacionales
todopoderosas, dudando de los miles de años que llevamos evolucionando como
especie y como sociedad.
Abriendo un pequeño paréntesis, lo mismo que el
fracaso de la revolución rusa no le afecta solo al partido comunista sino que
se generaliza a todo lo que genéricamente podemos incluir como “izquierdas”,
sucede ahora con la proclamación de la república catalana, el independentismo,
la aplicación del artículo 155 por parte de los partidos constitucionalistas,
etc. En este envite, con el desarrollo político de los acontecimientos, ha perdido,
no solo el movimiento soberanista o independentista sino todas las personas y
organizaciones de izquierdas (sin matices) que planteen cualquier revisión del
modelo de sociedad que tenemos. Se ha fortalecido el españolismo, el
patriotismo, el centralismo, el autoritarismo, la añoranza de un franquismo
totalitario, los grupos de extrema derecha, la justificación y enaltecimiento
de la represión y uso legítimo de la fuerza policial por parte del Estado, se
está abriendo el camino del enfrentamiento entre el vecindario...
En esta misma dirección, es todo un síntoma que la
ópera “Carmen” de Georges Bizet, dirigida por Calixto Bieito, haya sido
censurada para poder ser estrenada en el teatro Real de Madrid el 11 de octubre
(sin escenas vejatorias a la bandera española)ignorando cómo se ha podido ver
durante décadas por el resto del mundo.
El retroceso en las libertades y los derechos es
generalizado y difícilmente volverá atrás. Hoy, por ejemplo, hablar de
república (quien lo haga), no ya la catalana, no es aceptable; hablar de España
como país plurinacional (quien lo haga) es rupturista; incluso la frivolidad de
una camiseta de la selección de futbol hace que la derecha enarbole su
integrismo.
El poder, el sistema, a través de su derecha,
siempre saca beneficios políticos y ha vuelto a aprovechar, en este caso, la
gestión de la crisis catalana, para llevarse por delante no solo al
independentismo (desde luego en el resto del país) sino también a todos
aquellos grupos y organizaciones que desde la izquierda planteen la
reformulación del Estado autonómico, la reforma constitucional o la defensa a
ultranza de los derechos y libertades, etc. Los sondeos y encuestas así lo
ratifican. Como señala Antonio Méndez Rubio, el Fascismo de baja intensidad
(FBI) se va abriendo camino.
Pero la resignación no forma parte de nuestro
vocabulario. No nos vamos a consolar y resignar con que la revolución ya no es
posible, con que el proletariado ya hizo la suya, ya tuvo su oportunidad
histórica (ahora se cumplen cien años de ella) y el resultado es el fracaso más
absoluto. Vamos a seguir trabajando y planificando la revolución que sigue
pendiente, la revolución comunista libertaria.
Y es que la población necesita nuevos referentes,
los está buscando porque el neoliberalismo no les da todas las soluciones. La
crisis sistémica es evidente, las desigualdades sociales son enormes, las
guerras, los millones de personas migrantes y refugiadas, el hambre, el cambio
climático, la escasez de recursos y de trabajo, la robotización... son nuevos
elementos que nos están indicando que la historia de la humanidad no está
definitivamente escrita, que sigue existiendo una oportunidad, que existen
acicates para que la población recupere su conciencia de clase, empiece a
pensar en sus propios intereses y a diferenciarlos de quienes ostentan el
poder.
El camino no es fácil, máxime en estos tiempos de
globalización planetaria, aunque conviene empezar por poner sobre la mesa qué
condiciones se precisan para que dicha revolución sea posible y una de ellas es
definir con nitidez quién es hoy la clase trabajadora, o mejor dicho, quiénes
son hoy los colectivos que están dispuestos a luchar contra el capitalismo y la
dominación. También será fundamental saber qué vamos a transformar en esa
revolución pendiente de manera que se vayan sumando quienes no siendo o no
sintiéndose aún anticapitalistas, descubran que la revolución es una exigencia
social y ética.
Las claves que deben constituir los ejes de la
revolución pendiente, los tenemos que inferir de las enseñanzas de la historia
para no cometer los mismo errores. Una de ellas es que la tiene que llevar a
cabo el pueblo, sin delegar, sin intermediación, sin políticos o partidos que
interpreten el cómo, dónde, cuándo de la revolución, desde fuera del sistema,
porque esos procesos siempre nos han llevado a la contrarrevolución, a la
involución o directamente a lavar la cara del sistema capitalista y
fortalecerlo. No vamos a caer en el error nostálgico de asaltar al poder (a
través de las elecciones: Podemos, Syriza, Francia Insumisa) para instaurar un
nuevo sistema que comience una nueva andadura de las tesis comunistas. La revolución
es, en primer lugar, cultural, educativa, antisistema, al margen, desde el
margen, contribuyendo a agudizar las grietas del sistema.
Debe desaparecer la propiedad privada y que sea el
pueblo de forma colectiva, comunitaria, quien gestione los recursos, bienes,
medios de que dispongamos. Hay bienes y recursos que no podemos dejar en manos
privadas (agua, energía, semillas, educación, salud, cuidados, reparto del
trabajo y de la riqueza, uso de robots...)
Quizás el gran aprendizaje es que no se pueden
plantear modelos organizativos que sean jerárquicos, autoritarios, porque el
medio y lo fines deben coincidir, porque la libertad sólo se aprende
ejerciéndola. Para la revolución es absolutamente imprescindible disponer de
libertad de expresión, de comunicación, de desplazamiento, de pensamiento. No
podemos comprender desde ninguna lógica libertaria que las sociedades comunistas
estén sometidas al autoritarismo, la represión, el engaño, la burocracia, la
corrupción, la aniquilación del pensamiento libre.
La sociedad a la que aspiramos, la que nos
merecemos como personas, la que emergerá con el comunismo libertario, está
gestionada desde la creatividad, la felicidad, la libertad, la justicia social.
La historia de la humanidad se sigue escribiendo día a día.
[Número completo de la revista accesible en http://librepensamiento.org/wp-content/uploads/2018/02/LP-92.pdf#new_tab.]
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