Alfredo
Vallota
La conjunción hombre-máquina obliga a
modificar la lucha social anclada en superar una situación que a todas luces se
presenta como fuera del tiempo histórico. No se trata de saber si podemos tener
una buena vida, porque sabemos que podemos tenerla, sino determinar de qué
manera la vamos a implementar. Es posible asegurar una renta anual planetaria
suficiente para garantizar la satisfacción del mínimo de las necesidades de
todos, aunque cabe una seria consideración para determinar cuáles son esas
necesidades. El problema en este tiempo es cualitativo, concretar un estilo de
vida que la materialice, con nuevas formas de agrupamiento humano que permitan
superar la justicia (que implícitamente encierra una idea de limitación
cuantitativa) por la idea de solidaridad, en una nueva comunidad, organizada
espontáneamente, ya que la falta de medios suficientes para la subsistencia no
puede ser más excusa para la opresión. Es decir, estructurar una sociedad en el
que el mínimo de tareas obligatorias se organice voluntaria o mancomunadamente
y podamos disponer no ya de las 8 horas de ocio que reclamaban los viejos
luchadores, sino de muchas más. La Venezuela de hoy es uno de los ejemplos más
toscos de la absurda situación de anacronismo en el enfoque de soluciones, ya que
se dispone de cuantiosos recursos para que toda su gente tenga una vida sin
necesidades y se encuentra en una de las situaciones de mayor miseria del
último siglo.
Me atrevo a decir que el hombre y la
tecno-ciencia tiene ante sí un horizonte indefinido, si pensamos que hasta los
hallazgos técnicos ya no se deben a resultados casuales sino que enfrentamos un
futuro en el que es posible la construcción sistemática de artefactos para
resolver todo tipo de problemas y casi podríamos decir que las invenciones son
a pedido. Entonces, es hora de hacer realidad lo que decían George y Louise
Crowley:
«El hombre pasará de una situación en la
cual la sociedad no puede sostenerse sin instituciones coercitivas, como el
gobierno y la legislación, a un estado de humanidad en el que estas coacciones
institucionalizadas resultarán superfluas y, por tanto, desaparecerán.» (Anarchy #49, p.76)
Éste sería el resultado de culminar la
propuesta lanzada en la Modernidad, cuando el saber por el saber aristotélico
tradicional se transformó en el saber hacer promovido por Descartes. De esta
forma, lo teórico se conjugó con la práctica, la técnica superó el abismo que
la había separado del saber y pasó a ser la que le da sentido y, frente al ser
natural de las cosas, el hombre pudo inventarles nuevos modos de ser. Se gestó
así una eficaz combinación de propuestas teóricas, herramientas lógicas,
procedimientos prácticos y herramientas materiales para la ejecución de tareas
concretas en la transformación de la naturaleza, que permitieron que hoy se
puede mantener una industria con sólo el trabajo del 5% del personal antes
empleado, trabajando al mismo nivel y con el mismo rendimiento.
Cuando se han alcanzado logros más que
suficientes, es necesario estructurar un nuevo modelo de sociedad que permita
disfrutar de esas ventajas, haciéndolas accesible a todo le mundo, sin que el
único objetivo sea el beneficio de unos pocos, sean capitalistas,
revolucionarios o iluminados religiosos. Lo que hemos de corregir es el ánimo
que conduce y ha conducido la tecno-ciencia hasta hoy, que no ha sido otro que
asegurar la mayor proporción de beneficios al sector dominante, cualquiera que
sea.
Cuando nos disponemos a pensar en esto,
en las maneras de distribuir la riqueza y los bienes que la tecno-ciencia nos
brinda, abundan los prejuicios y las expresiones cargadas de sentimientos
negativos, que hacen difícil la búsqueda de soluciones: ¿Dar dinero a los
haraganes? ¿Darle lo mismo a los que
ganamos honradamente nuestro pan trabajando que a los vagos que leen filosofía
o tocan guitarra? ¿Distribuir por igual el dinero obtenido con el esfuerzo
entre los zánganos y los trabajadores? Al escuchar esto apreciamos la perversa
identificación que se hace entre el trabajo y el dinero, así como entre la
satisfacción de necesidades y el dinero, por lo que hemos llegado a relacionar
el trabajo y la necesidad con la mediación del dinero, sin atender a que es el
dinero el que hace posible el lucro, la explotación y la necesidad.
Si las necesidades humanas se pueden satisfacer
sin trabajo, entonces el dinero que se paga por el trabajo debería dejar de ser
el instrumento determinante de la distribución de beneficios. Los beneficios
quizás se relacionen con los bienes disponibles, con la capacidad
tecno-científica, con las necesidades o con otros factores, pero de ninguna
manera con el dinero que se reciba por el trabajo invertido para producirlo.
Hoy el provecho de una empresa está más relacionado con la inversión
tecno-científica que con el esfuerzo físico de sus trabajadores. Si seguimos
haciendo depender del trabajo la satisfacción de las urgencias de la gente y el
trabajo obtiene su porción de beneficios según su participación en la
producción de riqueza, inexorablemente millones de trabajadores van a la
miseria, la inanición, la degradación y la muerte. La situación es mucho más
urgente, seria y grave que cualquier otro aspecto negativo que pueda tener la
tecno-ciencia. Nuestra calidad humana ha sido devastada por una supervivencia
de viejos valores, pero ha llegado el momento de que aprendamos a vivir
nuevamente como seres humanos y no como esclavos del trabajo y la necesidad.
Este cambio, el verdadero problema del siglo XXI, ha sido posible gracias a la
tecno-ciencia e impone una modificación radical de toda nuestra estructura
social, institucional, educativa y política. La alternativa
trabajar-producir-consumir o sufrir penurias se ha transformado radicalmente
porque el problema es distribuir lo que las máquinas pueden hacer, trayendo
como consecuencia la necesidad de modificar los principios que rigen
actualmente toda la institucionalización adoptada.
Curiosamente, en las sociedades
primitivas, pre-estatales, la distribución nunca fue un problema, y en cambio
lo era la producción. En las nuestras, el problema no es producir sino
distribuir y por ello no siempre la visión del pasado reciente bolivariano,
marxista, liberal, socialista o cristiano, puede aportar soluciones al presente
ya que los problemas son otros. En esto, dentro de las corrientes tradicionales
del socialismo, el pensamiento anarquista es quien ofrece mejores perspectivas
porque nunca sacrificó el ideal supremo de la libertad y la autonomía a la
solución de problemas coyunturales, sin prejuicios ni ataduras para pensar
nuevas formas de convivencia(Al respecto, ver lo expuesto en N. Méndez y A.
Vallota: Bitácora de la utopía, Ediciones de la Biblioteca UCV, Caracas,
2001).
Nos hemos vuelto masoquistas y, de tanto
ensalzar el trabajo pareciera que no podemos vivir sin él, teniendo una buena vida, ociosa y creativa,
en la que el trabajo sea una opción más del gusto personal y la solidaridad.
Claro que es difícil vencer los prejuicios y condicionamientos para pensar en
una organización social sin necesidad de trabajar, mejor dicho, sin la
obligación de trabajar, como condición para satisfacer nuestras necesidades,
aunque esto representa el verdadero desafío, que no es otro que construir
autónomamente nuestra propia existencia haciéndonos responsables hasta de nuestra propia cara. La cuestión de hoy no es
si la tecno-ciencia puede hacer que el hombre supere sus necesidades sin
trabajar, el viejo sueño cartesiano, sino reclamar los beneficios derivados de
haberlo logrado gracias al sacrificio de millones de hombres que nos
antecedieron. El siguiente y más desafiante problema, y mucho más interesante,
es indagar qué ha de ser lo que de sentido a esta nueva existencia que la
meta-tecno-ciencia ha delineado.
Tal es el verdadero dilema de nuestro
tiempo, a pesar de que en muchas regiones del planeta, como en América Latina,
todavía nos mantengan en la indigencia haciéndonos creer que la solución está
en conseguir una chamba o un laburo mal pagado. El verdadero desafío del futuro
es plantearnos qué hacer con el tiempo libre sin morirnos de hambre en el
intento. Podría ser que la tradicional flojera o fiaca que se nos atribuye, esa
capacidad que tenemos para inventar la vida sin hacer nada productivo, fuera
condición favorable para pensar ese futuro en el que, si utilizamos los
servicios de nuestros siervos, los sistemas automatizados, con inteligencia y
valentía, tenemos la oportunidad de construir una civilización verdaderamente
superior para todos. Propuestas para hacerla hay, pero sería asunto de otra
reflexión.
[Texto extraído del trabajo más extenso,
títulado "La técnica y el desafío del siglo XXI", publicado
originalmente en la revista El Cuervo
# 31, Universidad de Puerto Rico - recinto Aguadilla, 2do, semestre 2004.]
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