Jacinto Ceacero
“Socialmente iguales, humanamente
diferentes, totalmente libres.”
Cada
época suele pasar a la historia caracterizada y recordada por un acontecimiento
sobresaliente que normalmente implica un cambio significativo en el rumbo de la
sociedad de ese momento. Esos cambios significativos se convierten en el punto
de partida para el siguiente acontecimiento sobresaliente, en una espiral
progresiva, que se enmaraña en ocasiones, pero que evoluciona indefectiblemente,
casi siempre sin mirar atrás.
Así
sucedió con los grandes imperios militares y teocráticos de la Edad Antigua que
dieron paso a la revolución de la aristocracia para instaurar Estados Feudales
y Monarquías Absolutistas. En el siglo XVIII la Revolución Francesa pone fin a
estas monarquías del Antiguo Régimen para instaurar un nuevo régimen de
repúblicas y democracias parlamentarias, en lo que fue la revolución de la
burguesía ilustrada, aunque el pueblo, como siempre, era quien había ocupado la
calle, se usaba para poner los muertos y sufrir la posterior represión.
El siglo
XIX fue el de la revolución industrial y con ella la organización del
movimiento obrero en torno a la Iª Internacional en 1864, unidad que nació para
plantear la revolución del proletariado, la última revolución, la definitiva,
la que construiría una sociedad sin clases.
El siglo
XX, poscolonial, de crecimiento económico, también de luchas claramente
feministas y sufragistas, había comenzado con la revolución socialista
mexicana, mientras que en Europa se inició con la I Guerra Mundial y la revolución
del proletariado de Rusia en 1917, instaurando un régimen marxista-leninista y
la dictadura del proletariado, desmontando el ideal de la sociedad sin clases y
creando una nueva clase, la política, para impedir la verdadera revolución proletaria.
Ese siglo prácticamente culminó con la caída del muro de Berlín en 1989, la
expansión globalizada del capitalismo y el neoliberalismo, desmoronándose así
todo el imaginario proletario colectivo.
Por su
parte, el siglo XXI comenzó demasiado pronto con la caída de las Torres Gemelas
en 2001 y la guerra terrorista a escala nueva, revolución tecnológica, internet,
la robotización.
En el
siglo XXI estamos asistiendo a un nuevo paradigma civilizatorio que las gentes
del pensamiento están intentando explicar y comprender, no estando demasiado
claras las causas, las circunstancias y los detonantes del cambio de paradigma,
pero sí existiendo consenso sobre la existencia del mismo, y es que, posiblemente,
nuestro propio destino esté dejando de estar en nuestras manos para pasar a un
control planetario multifactorial que no tiene que rendir cuentas y del que
desconocemos sus claves de funcionamiento.
Los
efectos de la globalización, del modelo de pensamiento único, de las redes
sociales, de la saturación informativa, de la revolución de internet... sobre
el cambio cognitivo que producen en el ser humano, pueden estar en la base de ese
cambio de paradigma de la sociedad actual.
¿Qué
terminará definiendo el siglo XXI? Las y los intelectuales y pensadores se
afanan en intentar caracterizar y teorizar sobre lo que está ocurriendo porque,
sin duda, estamos en un tiempo nuevo del que nos falta una completa comprensión.
Algunos
ejemplos de estos intelectuales que reflexionan sobre lo que está pasando los
encontramos en el polaco recientemente fallecido Zygmunt Bauman, creador del
término “modernidad líquida” para definir la sociedad postmoderna inestable en
la que se carece de valores duraderos; el coreano Byung-Chul Han, quien
identifica como males contemporáneos la búsqueda incansable del éxito, el narcisismo,
el darwinismo social y laboral, la falta de demanda de transparencia política,
diagnosticando el hecho como la “pérdida del deseo”, de dedicarse al “otro”; la
canadiense Naomi Klein activista contra la globalización y el consumismo; Owen
Jones, analista de la nueva realidad de la clase obrera; el economista francés
Thomas Piketty especializado en la desigualdad económica y la distribución de
la renta; Manuel Castells experto en teoría integral de la información y sus
vinculaciones con la transformación dela economía y el poder; Edgard Morin y su
teorización del pensamiento complejo; Castoriadis con sus análisis de la
creación humana desde el socialismo libertario; Donna Haraway autora del manifiesto
cíborg para una sociedad comunal de personas, animales y máquinas; o el español
José Luis Villacañas, analista político y social de la realidad de nuestro
país.
Llegados
a este punto en el que la sociedad cambia sin saber en qué dirección, teniendo
pendiente la revolución definitiva, la revolución del pueblo, sin un sujeto
revolucionario claro, con una clase trabajadora desdibujada, y ahora que
celebramos ochenta años de la Iª Conferencia en la que se aprobó la Federación Nacional
de Mujeres Libres (un modelo y una experiencia de organización y lucha ejemplar
que las mujeres anarquistas han legado a la humanidad), nuestra aportación es
que el siglo XXI es, debe ser, el siglo de la revolución de las mujeres, el
siglo de la igualdad, el siglo feminista a escala global.
Como le
ocurre hoy a otros fenómenos sociales, la lucha feminista atraviesa por ese
mismo tipo de procesos de redefinición, de ah que hablemos de feminismos. Así, Judith
Butler cuestiona el poder, algo que enraíza en los planteamientos anarquistas,
y sienta las bases de lo que se conoce como Teoría Queer; Chandra Talpade Mohanty
plantea el feminismo poscolonial como una forma de feminismo que integra
aspectos que no recoge el feminismo de la cultura occidental, como el racismo o
los efectos de la política económica y cultural occidental sobre las mujeres no
blancas. Como dice Carolina Meloni ya no basta con demandar visibilidad, el
movimiento feminista es mucho más fragmentario y plural integrando la lucha por
la igualdad, contra la violencia machista, el enfoque de la economía feminista,
el feminismo de la interseccionalidad, el ciberfeminismo, el feminismo poscolonial,
el lesbiano, el queer, el ecofeminismo, el punkfeminismo, pudiendo hablarse de
nuevos feminismos que ya no ponen en el centro la transformación de las estructuras
sociales sino la transformación de la vida.
Sea como
fuere, la igualdad no puede ni debe esperar más. Estamos hartos y hartas de
promesas, de buenas intenciones, de fraudes, de políticos y sus políticas
intrascendentes, de paños calientes para seguir justificando que existe la desigualdad
queriéndonos convencer de que la desigualdad es natural, que responde a
criterios biológicos y genéticos y, por tanto, inalterables por la cultura.
El siglo
XXI debe ser el siglo de la revolución esperada, y como dice un viejo lema
anarcofeminista “la revolución será feminista o no será”; una revolución
sintetizada en un graffiti hecho en el contexto del “Madrid Street Art Project”
como atribuido a Rosa Luxemburgo: “socialmente iguales, humanamente diferentes,
totalmente libres”
.
En este
siglo XXI no vale resignarnos y es que no hay marcha atrás en la reivindicación
de que la revolución debe ser feminista. Cualquier otra revolución que ignore
la revolución feminista (aquella que nos conduce a la igualdad) será una
revolución parcial. Será una revolución del sistema económico, o del
proletariado, o tecnológica, pero será parcial si no integra de forma
trasversal la perspectiva feminista.
Será una
revolución de la especie humana como un todo (el famoso humanismo integral que
defendieron Mujeres Libres) quien debe llevar a cabo los procesos de gestión de
la sociedad de la que queramos dotarnos, una sociedad sin clases sociales, ni
dirigentes arriba y dirigidas abajo.
Las
perspectivas con las que enfocamos el siglo XXI no son muy boyantes desde el
punto de vista feminista. La tendencia generalizada de la globalización y del
libre mercado a escala planetaria apunta a que se estén aprobando acuerdos de
libre comercio, como el TPP, CETA, el TTIP, TISA, ALCA y otros en América y el
Pacífico, que apuntan a un incremento de la discriminación para las mujeres,
como señalan incluso los informes institucionales y oficiales poco sospechosos
de radicalismo.
El
empoderamiento de la mujer supone una revolución pero se precisa un cambio
cultural, que iguale las relaciones familiares, redistribuya el trabajo
doméstico y cuidados no remunerados, que genere sistemas de protección social
universal con un enfoque de género.
Para
concluir, debemos afirmar que, puesto que la revolución proletaria comunista o
de capitalismo de Estado ha fracasado, la revolución final, integral, la
revolución del comunismo libertario sigue pendiente. Esta revolución será
también feminista para que sea una auténtica revolución en la que desaparezcan los
valores del autoritarismo, la dominación, la superioridad de unos sobre otras.
[Tomado
del periódico Rojo y Negro # 316,
Madrid, octubre 2017. Número completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro316%20octubre.pdf.]
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