Rafael Uzcátegui
En
el año 1988 la industria musical venezolana deseaba facturar lo suyo con el
boom de rock cantado en español que recorría el continente, volteando su mirada
a las bandas locales. Una de las primeras fue Sentimiento
Muerto, cuyo disco debut “El amor ya no existe” (1987) ratificaría las
expectativas, al convertirse en la producción más vendida del rock venezolano.
Siguieron Desorden Público, Témpano, Aditus,
Zapato 3 y otras que
protagonizarían la “época dorada” del pop rock venezolano. Es en este contexto
que Paul Gillman firma un contrato con el sello Rodven, ligado al canal de TV
Venevisión, para reciclar su imagen de metalero y ex vocalista de Arkangel y empaquetarla para un público
masivo.
Gillman
venía precedido de esta fama que intentaba llegar al mito, con una historia
personal que aseguraba era hijo de un ex combatiente de Vietnam perdido en
batalla. Sin embargo, esta alianza con el emporio Cisneros que incluyó
presentación en cuñas navideñas y contra el consumo de drogas afectó su
relación con el pequeño, pero iracundo, público rockero local. Eran los días
del “Caracazo” y las convulsiones sociales posteriores. Mientras Sentimiento Muerto cantaba “educación
anterior” y Desorden Público “Políticos
paralíticos”, que reflejaban la rebeldía generacional frente a un presente
incierto, las letras vocalizadas por Paul Gillman lo mostraban como un artista
defensor del stablishment:
“Cuando se pone un disfraz, Adriana
Sale a bailar hasta las seis de la
mañana
¡Oh que chica sensual, Adriana!
Que le gusta gozar hasta las seis de la
mañana.”
Los
números de venta de Gillman no fueron los que la disquera aspiraba, así que
chao a la renovación de contrato. Tras ello, Paul Silvestre asumió la típica actitud
del resentido. A través de los programas de radio que condujo a mediados de los
90’s sostenía que nadie era más metalero y duro, que el resto del espectro
local era simplemente “pop”. Aquellos años fueron testigos del cultivo de la
práctica del sectarismo, esta vez musical. En cada emisión Gillman pontificaba
de cómo tenían que comportarse “los metaleros” para no contaminarse de otros
géneros. Cómo tenían que bailar vestir y comportarse. En aquellos días, antes
de 1998, no se conocía o evidenciaba ninguna afinidad izquierdista en quien se
había mostrado orgulloso de ser, supuestamente, hijo de alguien que había
peleado contra el Vietcong comunista.
Tras
el arribo al poder de la llamada “revolución bolivariana” Gillman descubrió,
como muchos otros, que la fidelidad a ese proyecto abría las arcas del Estado,
rebosantes de petrodólares tras la invasión de Estados Unidos a Irak. El ex
vocalista de Arkangel hizo su mejor esfuerzo para transformarse en el rockero
de la revolución, alejándose así de su tutor artístico Alfredo Escalante, quien
pasó a ubicarse en el otro lado del espectro político. “El matrimonio con este
gobierno no lo entiendo. Es como querer alcanzar el cielo con escapulario
ajeno. Él se tiene que haber sentido muy feliz habiendo aceptado el apoyo del
gobierno”, afirmaba Escalante en 2008. Ya Gillman recibía un abultado
presupuesto para organizar un festival musical con su nombre, al cual asistían
bandas internacionales y llevaban al terreno político la discriminación que ya
era inherente a su manera de ser. “Él asesinó al rock nacional –sostuvo Escalante-.
No creo que ese parapeto que él está montando ahora tega que ver con el rock
nacional”. Más nunca volvieron a cruzarse palabras.
Para
participaer en los Gillman Fest el público votaba por los artistas que deseaba
ver en tarima. Pero era un secreto a voces que el principal filtro no era el
talento sino la opinión de la banda sobre el gobierno. En los eventos, al
micrófono, se dejaba claro que era un festival musical sólo para oficialistas.
Sin embargo no bastaba con tener un evento con su nombre y presupuesto propio.
Remedando la “hegemonía comunicacional” que imponía el gobierno, Gillman
también deseaba monopolizar todos los escenarios pagados con dineros públicos.
En el año 2002 la Alcaldía de Caracas organizó su propio “Rodríguez Fest” con
la presencia de Andrés Calamaro. La contraparte local era Zapato 3, decisión que fue refutada por
P.G. a través de medios que le eran afines: “Zapato 3 es una banda de clara
tendencia de oposición, hace tiempo que ya ni viven en este país. Su cantante es
yerno de Teodoro Petkoff, furibundo apátrida venezolano. Sus letras no deján
ningún mensaje constructivo (…) Allí están nuestras instituciones llenando los
bolsillos de estos oportunistas quienes seguramente regresarán a Miami a
cagarse de la risa de nuestra revolución”. La leyenda urbana cuenta que Paul
Silvestre recibió una llamada telefónica recordándole que en virtud del
militarismo reinante, debía respetar las jerarquías si no quería que su
presupuesto se disminuyera a cero. Como buen soldado obedeció la orden y tuvo
que disculparse públicamente.
A
comienzos de mayo de 2017 se difundió la noticia que la anunciada presentación
de P.G. en el festival bogotano Rock al Parque había sido cancelada debido a la
postura política del músico venezolano. Julio Correal, creador del festival
colombiano y que había realizado una cruzada personal para impedir la
presentación, declaró a los medios de aquel país las razones para exigir ese
retiro: “por dos posibilidades: primero, por ética, porque es difícil en estos
momentos que vive Venezuela, montar un artista, activista y militante de la
dictadura de Maduro. Y segundo, por cuestiones de seguridad. El festival nunca
ha tenido una tendencia política. Ni siquiera se ha subido ningún alcalde (a la
tarima). Ni de derecha, ni de izquierda, ni nada. Y no porque se lo prohíban,
sino porque todos han tratado de mantener la imparcialidad en el evento”.
Gillman
rechazó la decisión, mostrándose sorprendido por lo que calificó como censura y
discriminación. El 21 de mayo de 2017 participó en una alocución presidencial
en la que Maduro lo presentó como una víctima de “ataques del facismo de la
oligarquía colombiana” y anunció que le renovaría el presupuesto para la
realización de más conciertos con su nombre. P.G. expreso en ese acto: “Prefiero
renunciar a mis sueños que a la Revolución y al Presidente Maduro”. En ese
momento, la represión a las protestas en Venezuela ya sumaba 46 personas
asesinadas. En redes sociales venezolanas se comentaba el incidente con Gillman
en Rock al Parque como trending topic. “El karma existe” o “Una cucharada de su
propia medicina” fueron los mensajes más viralizados.
[Artículo
publicado originalmente en el fanzine Humano
Derecho # 3,Caracas, 2017.]
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