Eduardo Godoy
* El siguiente texto recoge el segmento que sirve de conclusión un trabajo más extenso - disponible en http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0719-12432016000100005 - donde se aborda, a modo de balance bibliográfico, la producción historiográfica desarrollada entre los años 1980 y 2015 sobre el anarquismo chileno. Se sostiene que la renovación de la historia política y cultural, así como la crisis epistemológica que significó el golpe de Estado de 1973, permitieron la ampliación del abanico de investigaciones relacionadas con el anarquismo, producto de la incorporación de nuevas metodologías y enfoques analíticos.
Durante mucho tiempo, la historia de las organizaciones anarquistas chilenas fue cubierta por el manto del olvido historiográfico. Hoy en día, gracias a la publicación y difusión de nuevas investigaciones historiográficas –fruto del quiebre de viejos paradigmas y la emergencia de nuevos tras la derrota política y epistemológica de 1973– se ha demostrado que el anarquismo constituyó una de las vertientes ideológicas que nutrió al movimiento de trabajadores en su proceso de constitución como tal, hacia fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. De este modo, contribuyó ampliamente al desarrollo de la conciencia colectiva y la organización social popular revolucionaria. Algunos pocos historiadores “marxistas” –Jorge Barría y Julio César Jobet– de hecho han reconocido esta cuestión con prontitud, entendiendo la importancia del anarquismo para el desarrollo y auge del socialismo en Chile. Mientras tanto, otros, como Hernán Ramírez Necochea, le han atribuido un carácter netamente divisionista, llegando a la conclusión de que tales “elementos anarquistas” eran insuficientes para realizar cambios políticos de magnitud. No bastaban así el idealismo, la entrega absoluta, ni la urgencia revolucionaria aportada por los libertarios para llevar a cabo la tan anhelada transformación social. Dentro del rígido y evolucionista esquema marxista, dichos elementos debían ser superados, en tanto minaban con su prédica antiestatal y antipartidista la capacidad real del movimiento obrero organizado. Es más, para los marxistas “ortodoxos”, el anarquismo en cuanto doctrina social poseía un escaso bagaje teórico, que le otorgaba un carácter irreflexivo y arcaico y mucho más emotivo que racional. El propio Lenin ya había calificado al anarquismo de “concepción del mundo burguesa vuelta al revés”, señalando que era antes que nada una ideología “fruto de la desesperación”. Según él, sus “desorientados” militantes estaban dispuestos a “destruirlo todo” en tanto dejaban de lado las “leyes del desarrollo socio-económico”, sin ser capaces de hacer el menor análisis de la “realidad objetiva”[115]. Desde el punto de vista de la disciplina histórica, el artículo de Eric Hobsbawm titulado “Reflexiones sobre el anarquismo” (1969)[116] plantea una perspectiva similar, según la cual la ideología libertaría estaría desprovista de cualquier clase de mérito político, cultural e historiográfico.
* El siguiente texto recoge el segmento que sirve de conclusión un trabajo más extenso - disponible en http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0719-12432016000100005 - donde se aborda, a modo de balance bibliográfico, la producción historiográfica desarrollada entre los años 1980 y 2015 sobre el anarquismo chileno. Se sostiene que la renovación de la historia política y cultural, así como la crisis epistemológica que significó el golpe de Estado de 1973, permitieron la ampliación del abanico de investigaciones relacionadas con el anarquismo, producto de la incorporación de nuevas metodologías y enfoques analíticos.
Durante mucho tiempo, la historia de las organizaciones anarquistas chilenas fue cubierta por el manto del olvido historiográfico. Hoy en día, gracias a la publicación y difusión de nuevas investigaciones historiográficas –fruto del quiebre de viejos paradigmas y la emergencia de nuevos tras la derrota política y epistemológica de 1973– se ha demostrado que el anarquismo constituyó una de las vertientes ideológicas que nutrió al movimiento de trabajadores en su proceso de constitución como tal, hacia fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. De este modo, contribuyó ampliamente al desarrollo de la conciencia colectiva y la organización social popular revolucionaria. Algunos pocos historiadores “marxistas” –Jorge Barría y Julio César Jobet– de hecho han reconocido esta cuestión con prontitud, entendiendo la importancia del anarquismo para el desarrollo y auge del socialismo en Chile. Mientras tanto, otros, como Hernán Ramírez Necochea, le han atribuido un carácter netamente divisionista, llegando a la conclusión de que tales “elementos anarquistas” eran insuficientes para realizar cambios políticos de magnitud. No bastaban así el idealismo, la entrega absoluta, ni la urgencia revolucionaria aportada por los libertarios para llevar a cabo la tan anhelada transformación social. Dentro del rígido y evolucionista esquema marxista, dichos elementos debían ser superados, en tanto minaban con su prédica antiestatal y antipartidista la capacidad real del movimiento obrero organizado. Es más, para los marxistas “ortodoxos”, el anarquismo en cuanto doctrina social poseía un escaso bagaje teórico, que le otorgaba un carácter irreflexivo y arcaico y mucho más emotivo que racional. El propio Lenin ya había calificado al anarquismo de “concepción del mundo burguesa vuelta al revés”, señalando que era antes que nada una ideología “fruto de la desesperación”. Según él, sus “desorientados” militantes estaban dispuestos a “destruirlo todo” en tanto dejaban de lado las “leyes del desarrollo socio-económico”, sin ser capaces de hacer el menor análisis de la “realidad objetiva”[115]. Desde el punto de vista de la disciplina histórica, el artículo de Eric Hobsbawm titulado “Reflexiones sobre el anarquismo” (1969)[116] plantea una perspectiva similar, según la cual la ideología libertaría estaría desprovista de cualquier clase de mérito político, cultural e historiográfico.
La actual revalorización historiográfica del anarquismo ha tenido profundas consecuencias, ya que ha permitido ampliar el objeto de estudio por una parte y enriquecer los enfoques y las metodologías por otra[117]. Los principales aportes de este “nuevo” resurgir de la historia política han potenciado la historia del anarquismo en Chile, ya que no se puede disociar del análisis histórico la dimensión política de aquellos individuos o colectivos que proponen formas divergentes de organización social, económica y política y que con ellas buscan alterar el statu quo. Asimismo, los nuevos enfoques que han “revalorizado” la historia política, han ampliado la propia categoría de lo que se entiende por “político”, incorporando en sus análisis a sujetos que habían sido invisibilizados tanto por la historiografía tradicional, como por aquella marxista. El retorno de la conciencia, de la subjetividad y la “revalorización” de la significación de los acontecimientos, han permitido la “reintepretación” de aquellas situaciones generadoras de rupturas y continuidades en el desarrollo histórico. Relacionado con el anarquismo, en particular, el enfoque culturalista ha sido tan pertinente como útil y ha abierto nuevas vetas de investigación, superando aquellos viejos enfoques “estructuralistas” según los cuales la dimensión material era lo determinante a la hora de analizar la adscripción ideológica de los sectores populares en desmedro de la dimensión subjetiva: sus intereses y su cultura. Esas interpretaciones plantearon asimismo una relación mecánica entre lo que entendían como los sectores sociales “atrasados”, los artesanos urbanos y los campesinos, y la que sería indefectiblemente su ideología, el anarquismo. Vinculación que hoy en día ha sido puesta en cuestión y superada por muchos investigadores que tienen por objeto de estudio el anarquismo y anarcosindicalismo inserto en un medio social tan particular como lo es el latinoamericano: Ricardo Melgar Bao, Sergio Grez, Clara Lida, Juan Suriano, Ivanna Margarucci, Manuel Lagos, Víctor Muñoz, etc.
La interpretación estructuralista simplificó la vinculación clases sociales e ideología sin prestar atención a situaciones específicas, ya que la adhesión a una u otra tendencia ideológica por parte de los trabajadores y de los sectores populares respondió (y aún responde en la actualidad) en ciertos contextos, como el de América Latina, a la clase de propuestas formuladas, más que a determinismos socio-económicos. La “conciencia de clase” no es automática, es decir, no surge de forma espontánea, sino que al contrario requiere de una reflexión especial por parte de los individuos potencialmente “portadores” de ella. Esta idea es crucial a la hora de analizar al movimiento de trabajadores en particular y al de los sectores populares en general, ya que pone en entredicho las bases mismas del dominante estructuralismo, al reivindicar el rol de los sujetos en la historia y la dimensión cultural. En el desarrollo histórico –y por ende en la trasformación social– no existen grupos sociales con consciencias predeterminadas “mesiánicamente”, sino que éstas son condicionadas precisamente por el mismo desarrollo histórico y, en algunos casos, consecuencia de estructuras de diverso tipo. De esta forma, la “conciencia de clase” se modifica a partir del contexto histórico y las tradiciones culturales, las que a su vez influyen en la organización política de los individuos para hacer frente a sus problemáticas cotidianas y al dominio de quienes los oprimen, las clases dominantes.
Al “superar” el análisis estructural del movimiento obrero, el anarquismo cobró un protagonismo historiográfico, en tanto corriente ideológica que junto a otras –el socialismo marxista, el mutualismo, el social-cristianismo– ha viabilizado, ha hecho posible la politización popular. Este planteamiento es precisamente la base de las nuevas investigaciones sobre el anarquismo desarrolladas desde fines de 1980 hasta el día de hoy. Asimismo, el enfoque culturalista permitió poner la atención no solo en las dirigencias y en las instituciones políticas y gremiales, sino también en las bases, relevando las biografías y las trayectorias individuales y militantes de los sujetos anarquistas. Vale la advertencia: dichos textos biográficos presentan una serie de limitaciones en tanto relatos historiográficos, especialmente cuando versan sobre figuras tan cautivantes y apasionantes como únicas en su rechazo radical hacia el sistema de dominación y el status quo. Una de ellas es, por ejemplo, la tentación hagiográfica[118].
En suma, la historia del anarquismo ha sido y está siendo sometida a renovadas críticas: historiográficas, pero también políticas e ideológicas. Discusiones vigentes y necesarias, considerando el aumento cuantitativo y cualitativo de su presencia en organizaciones sociales, especialmente estudiantiles –secundarias y universitarias– y, en menor medida, en el ámbito sindical[119]. El presente que cuando sea pasado sobrevendrá como un nuevo relato histórico, esperemos, apoyado sobre la base de todo el esfuerzo teórico e historiográfico que aquí hemos reseñado.
Notas
[115] Esta reflexión es parte de las “palabras preliminares” de nuestro artículo: “‘Sepan que la Tiranía de Arriba, enjendra la Rebelión de Abajo’. Represión contra los anarquistas: La Historia de Voltaire Argandoña y Hortensia Quinio (Santiago, 1913)”, Cuadernos de Historia, n° 27, Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Chile, Santiago, Septiembre 2007, pp. 75-124.
[116] Véase Eric Hobsbawm, “Reflexiones sobre el anarquismo”, Revolucionarios. Ensayos contemporáneos, Barcelona, Crítica, 2010 [1973], pp. 121-133. [ Links ]
[117] Respecto de los acomodos de la historiografía occidental, véase Georges Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, Santiago, FCE, 2012.
[118] Véase nuestra reseña del libro de Sergio Grez, Magno Espinoza. La pasión por el comunismo libertario, Sello Editorial USACH, Colección Grandes de Chile, Santiago, 2011, Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Santiago, Universidad de Santiago de Chile, Volumen 15, n°2, diciembre de 2011, pp. 261-266.
[119] Patricio Pino, “Anarquistas ganan terreno en sindicatos e incluso asesoran en negociaciones”, La Segunda, Santiago, 16 de agosto del 2014, pp. 10-11.
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