Gustavo Rivero
Muchos líderes padecen el síndrome de Hubris, en el que se observa autoestima excesiva, desprecio por los demás y pérdida del sentido de la realidad. Todo directivo o empresario que alcance un puesto de poder debería haber sufrido fuertes adversidades en la vida. De lo contrario, la probabilidad de que sean grandes líderes es muy baja ya que no desarrollan tanta empatía y compasión, claves para desplegar la auténtica inteligencia emocional. Son las montañas de la vida: la primera vez que tienes mucho éxito eres arrogante, cuando caes sufres desesperanza, una vez vuelves a subir desprendes humildad porque sabes que puedes volver a bajar, al siguiente descenso tienes fe porque sabes que nuevamente triunfarás…
Muchos líderes padecen el síndrome de Hubris, en el que se observa autoestima excesiva, desprecio por los demás y pérdida del sentido de la realidad. Todo directivo o empresario que alcance un puesto de poder debería haber sufrido fuertes adversidades en la vida. De lo contrario, la probabilidad de que sean grandes líderes es muy baja ya que no desarrollan tanta empatía y compasión, claves para desplegar la auténtica inteligencia emocional. Son las montañas de la vida: la primera vez que tienes mucho éxito eres arrogante, cuando caes sufres desesperanza, una vez vuelves a subir desprendes humildad porque sabes que puedes volver a bajar, al siguiente descenso tienes fe porque sabes que nuevamente triunfarás…
Elisabeth Kubler-Ross decía: “Las personas más bellas con las que me he encontrado son aquéllas que han conocido la derrota, conocido el sufrimiento, conocido la lucha, conocido la pérdida, y han encontrado su forma de salir de las profundidades. Estas personas tienen una apreciación, una sensibilidad y una comprensión de la vida que los llena de compasión, humildad y una profunda inquietud amorosa. La gente bella no surge de la nada”.
Un artículo de The Atlantic reporta un trabajo de Dacher Keltner, profesor de psicología de la Universidad de California. El estudio descubrió que las personas en posiciones poderosas actuaban de manera más impulsiva, eran menos conscientes del riesgo y menos capaces de ver las cosas desde el punto de vista de otra persona. Curiosamente, estos rasgos son típicos de personas que han sufrido una lesión cerebral traumática.
Keltner y su equipo examinaron cómo el poder influye en “reacciones emocionales recíprocas y complementarias al sufrimiento de otra persona”. En otras palabras, lo empático que eran. Hubo 118 participantes en el estudio, fueron emparejados al azar y se les dijo que se sentaran uno frente al otro. Luego fueron conectados a equipos de monitoreo fisiológico y se les pidió responder a medidas de poder social y estado emocional.
A los sujetos se les pidió que pensaran en un evento de los últimos cinco años que les hubiera causado altos niveles de dolor emocional. Luego contaban su experiencia mientras el otro participante escuchaba. Los participantes tenían que asegurarse de que transmitían las emociones y el impacto del evento en su vida, y los oyentes tuvieron que tratar de obtener una comprensión de la experiencia de la otra persona y se les permitió hacer preguntas al final.
“Los participantes de mayor poder experimentaron menos emoción recíproca (angustia) y menos emoción complementaria (compasión) en respuesta al otro individuo mientras revelaba una experiencia de sufrimiento, y mostraron una mayor regulación autónoma de las emociones”, dice el estudio. Keltner dijo que a menudo tiene lugar la “paradoja del poder”. Una vez que las personas lo consiguen, pierden algo de lo que los llevó allí. Ver el mundo como los demás o ser empático, principalmente.
Por ejemplo, a Winston Churchill su esposa le escribió: “Querido Winston: debo confesar que he notado un deterioro en tus formas y ya no eres tan amable como solías ser”. Se lo escribió el día en que Hitler entró en París. La carta no era una queja sino una alerta: alguien le había comentado a ella que Churchill era “tan despectivo con los subordinados que ninguna idea, buena o mala, prosperaría; con el consiguiente riesgo de no obtener los mejores resultados”.
Otro estudio de 2006 demostró lo mismo. La investigación fue dirigida por el psicólogo Adam Galinsky. Los participantes fueron invitados a dibujar la letra E en su propia frente para que otros pudieran verla. Esta tarea requiere la capacidad de verse desde la perspectiva de otra persona. Los investigadores descubrieron que aquéllos que se consideraban poderosos tenían tres veces más probabilidad de llevar la E al revés (lo cual nos recuerda a George W. Bush sosteniendo la bandera estadounidense al revés en los Juegos Olímpicos de 2008).
Un estudio publicado en The Journal of Finance en febrero encontró que los CEO que de niños habían vivido un desastre natural que produjo muertes significativas eran mucho menos arriesgados que los CEO que no lo habían vivido. Y, por supuesto, más empáticos. Esto me recuerda a la frase de Robin Williams: “Creo que las personas que han experimentado las mayores tristezas son las que siempre se esfuerzan más en hacer felices a otros; porque ellos saben en carne propia lo que es sentirse desolados y abatidos, y no quieren que nadie más se sienta así”.
Como recordatorio final: sic transit gloria mundi (así pasa la gloria del mundo): se le cita tres veces al papa de Roma en la ceremonia de su elección para que sea consciente de la fugacidad del poder. Similar a: memento mori (recuerda que has de morir), que un esclavo repetía a los generales victoriosos que desfilaban por Roma.
[Tomado de https://www.amuyshondt.com/2017/07/tener-poder-nos-dana-gustavo-rivero.]
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