Joan
... Tales actividades [las luchas contra el capitalismo desarrollista y su nueva cultura urbana] ponen de relieve el creciente interés de una parte de quienes, frecuentemos o no los movimientos sociales, vemos nuestra vida y nuestro día a día asediado por la especulación inmobiliaria, la depredación turística y la construcción de grandes proyectos, ya sean energéticos, de almacenaje, de incineración o de infraestructuras por las así llamadas luchas en defensa del territorio. Luchas, estas, alzadas contra el avance del ladrillo, el hormigón, la economía y la destrucción del medio ambiente. Claro que la oposición al modelo centrífugo de conurbaciones y suburbios inaugurado tras la Segunda Guerra Mundial en los EE.UU., y extrapolado luego a todo el globo, no debiera concebirse separada de la crítica al mito liberal de progreso ilimitado, a la modernización económica y cultural iniciada en la Europa del siglo XVIII, a la nueva Iglesia universal (en el sentido de ligazón o grillete entre los seres humanos) que es hoy buena parte de la ciencia aplicada, a la ilusión de neutralidad de la técnica, a la ficción liberadora de la tecnología, al desastre ecológico y humano ya en marcha (si no consumado) y demás causas y efectos de la industrialización frenética. Más claro: si denunciamos las nocividades que asolan este mundo, de forma íntegra, hemos de oponernos también, desde la raíz, al entramado técnico, productivo, urbano, económico, cultural e ideológico que las genera; lo uno no se puede entender sin lo otro.
... Tales actividades [las luchas contra el capitalismo desarrollista y su nueva cultura urbana] ponen de relieve el creciente interés de una parte de quienes, frecuentemos o no los movimientos sociales, vemos nuestra vida y nuestro día a día asediado por la especulación inmobiliaria, la depredación turística y la construcción de grandes proyectos, ya sean energéticos, de almacenaje, de incineración o de infraestructuras por las así llamadas luchas en defensa del territorio. Luchas, estas, alzadas contra el avance del ladrillo, el hormigón, la economía y la destrucción del medio ambiente. Claro que la oposición al modelo centrífugo de conurbaciones y suburbios inaugurado tras la Segunda Guerra Mundial en los EE.UU., y extrapolado luego a todo el globo, no debiera concebirse separada de la crítica al mito liberal de progreso ilimitado, a la modernización económica y cultural iniciada en la Europa del siglo XVIII, a la nueva Iglesia universal (en el sentido de ligazón o grillete entre los seres humanos) que es hoy buena parte de la ciencia aplicada, a la ilusión de neutralidad de la técnica, a la ficción liberadora de la tecnología, al desastre ecológico y humano ya en marcha (si no consumado) y demás causas y efectos de la industrialización frenética. Más claro: si denunciamos las nocividades que asolan este mundo, de forma íntegra, hemos de oponernos también, desde la raíz, al entramado técnico, productivo, urbano, económico, cultural e ideológico que las genera; lo uno no se puede entender sin lo otro.
Quizá lo más importante a destacar aquí de esta perspectiva es que no viene a inaugurar otro frente de lucha específico: no al fascismo, no al racismo, no al patriarcado, no a la prisión, no a la contaminación, etc.; cuestiones que por supuesto se condenan y, la precedan o no, son parte inherente de la relación social capitalista. Tampoco es una nueva pose, discurso sectorial o ideología nacida de Mayo del 68 o la derrota del viejo movimiento obrero entre los años setenta y ochenta, sino que se trata, más bien, de la crítica radical de siempre pero teniendo en cuenta los dispositivos de dominación de hoy, que, desde luego, no son exactamente los de la época de Bakunin o Marx: el esclavo del trabajo de ayer lo es hoy además del consumo, de la hipoteca, del coche, del recibo de la luz, de las redes sociales de internautas, del psiquiatra, del cajero automático, del centro comercial…
En la llamada sociedad de consumo, de masas, no se producen tanto objetos como mercancías, manufacturas en las que el valor de cambio prevalece sobre el valor de uso, en las que la necesidad es un producto del producto. Es decir, en el mercado de bienes y servicios la demanda es una obra de la propia oferta capitalista. No se producen mercancías para satisfacer necesidades, sino que se crean necesidades que demandarán una determinada producción de mercancías, o expresado de una forma mucho más intuitiva: «las mercancías tienen sed, y nosotros con ellas».[22]
Más lejos de las etiquetas que utilicemos para designar a esta crítica activa o resistencia, para entendernos, se trata de un anticapitalismo libertario, autónomo, actualizado. Es, por lo tanto, antieconómica y antiestatista, pues capital y Estado —inversión privada e inversión pública— son cada vez más la misma cosa, además de antiburocrática y antipolítica, en el sentido que se posiciona sin vacilaciones contra el parlamentarismo, contra la política de partidos,[23] a favor de la autoorganización de los de abajo. Surge del conflicto en sentido histórico y permanece en él, sin dejar de cuestionarse nunca dónde estamos. Emerge de las resistencias, no para abordar problemáticas sociales de forma aislada y entronizar a expertos académicos dentro de ellas (como es el caso de Serge Latouche en el seno del decrecentismo francés, o el de Carlos Taibo y Arcadi Oliveres en el del Estado español), sino para conseguir conclusiones generales sobre el marco de las luchas y volcarlas de nuevo a la práctica, al combate. La oposición a la sociedad industrial (capitalista y tecnológica, fabril) o, lo que es igual, al desarrollismo (el triple movimiento de reestructuración, crecimiento y expansión metropolitana y económica a ultranza y a cualquier coste), no nace de la idealización de una edad de oro cualquiera. No anhela volver a otro tiempo: ni al Paleolítico superior, ni a la Alta Edad Media, ni al más cercano del Estado del bienestar, ni tampoco se ofusca en establecer si un campesino del siglo V disfrutaba de mayor libertad efectiva que un proletario del siglo XIX, o este aún menos que un trabajador del sector servicios, «flexible». Lanza su mirada mucho más a la raíz y más lejos:
<<[...] Denuncia todas las esperanzas de liberación tecnológica (empezando por la informática) como un deus ex machina irreal, una mistificación que contribuye a aceptar las imposiciones del sistema. Critica igualmente la idea de que la industria sea algo neutral, una simple herramienta que sólo tiene que cambiar de manos para dejar de ser un instrumento de tortura y convertirse en algo liberador. […] Los seres humanos de nuestra época son mucho más reacios que nunca a la idea misma de emancipación. La pérdida de saberes tradicionales, que se han visto sustituidos por sucedáneos en forma de mercancías o servicios, hace que la tarea de transformar la sociedad sea mucho más difícil. […] La multiplicación de las crisis locales y del caos a gran escala refuerza, paradójicamente, la coherencia del sistema en su conjunto, que se nutre de la confusión y de la contradicción, de las que puede sacar nuevas fuerzas para extenderse y perfeccionarse y profundizar aún más la alienación del individuo y la destrucción del medio ambiente. Los que esperan que la sociedad industrial se hunda a su alrededor corren el riesgo de tener que sufrir su propio hundimiento, porque este hundimiento, que ya está casi consumado, no es el del «sistema tecnicista», sino de la conciencia humana y de las condiciones objetivas que la hacen posible. […] El sistema industrial está arrastrando consigo esa sensibilidad humana que podría juzgar malo lo existente. La auténtica catástrofe es ésa.>>[24]
Notas
[22] Günther Anders, La obsolescencia del hombre, Pretextos, Valencia, 2010.
[23] Incluidas las candidaturas alternativas o de unidad popular. Nacidas al amparo de falsos movimientos sociales como las iniciativas asociativas (comercio justo, banca ética, microcréditos, empresas solidarias y/o autogestionadas), plataformas cívicas, economía social… y fruto a su vez del contorneo antiglobalización. Son varias en Cataluña las que disfrutan vaciando de sentido y llenando de otro electoralista la contienda en defensa del territorio, además de conceptos históricos —y evocadores— como municipio libre, comuna o concejo abierto. Muy de cerca le siguen sucedáneos al estilo de la Cooperativa Integral Catalana.
[24] Esta cita reproduce una idea central de la Encyclopédie des Nuisances, que a su vez fue elaborada a partir de Anders. Soy consciente de que puede prestarse a equívocos, pues el desastre de la conciencia al que alude podría interpretarse en el sentido de la imposibilidad de la revolución, pero desde luego no es esa mi lectura. Como dice la editorial del primer número de Argelaga: «Partimos de la convicción de que la revolución social es necesaria y posible. Necesaria porque es la única salida que nos sugiere el sentido común en un mundo atrapado en un entramado tecno-político que lo hace cada día más inhabitable. Posible porque la dominación capitalista que somete la sociedad de masas a los imperativos de la economía global se asienta en un pedestal de barro».
[Fragmento tomado del texto"Contra el mundo desarrollado y su nueva cultura urbana", incluido en la compilación varios autores Anarquismo y Ecologismo, Madrid, La Neurosis o las Barricadas, 2015. Libro completo accesible en https://mega.nz/#!fkRBgIIL!Rt5GQ1gTPHo1iBojLJr-Q0xAf-7Qp2HO-e7E6rWVFec.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.