Lesther Brenes
Es un
hecho por todos conocidos que los órganos de poder a nivel mundial, hablando
desde un punto de vista macro social, son controlados por hombres, tanto la
iglesia como la política y la economía por sus características de ser
instituciones con acceso al poder y a los medios de producción. Se trata de
aminorar la cantidad de personas que se lucran de estas actividades, por tanto,
son las mujeres relegadas a cargos de inferior importancia, aún cuando en
muchos casos se encuentren capacitadas para dicha labor. Para la Organización
de Naciones Unidas quienes en 1945 firmaron la Carta de Naciones Unidas, documento
que fue el primer acuerdo internacional para afirmar el principio de igualdad
entre mujeres y hombres. Desde entonces se ha pretendido crear un legado
histórico de estrategias, normas, programas y objetivos acordados internacionalmente
para mejorar la condiciones de las mujeres en todo el mundo.
El mundo
laboral está cambiando de un modo que tendrá consecuencias significativas para
las mujeres. Por un lado, los avances tecnológicos y la globalización brindan
oportunidades sin precedentes a quienes tienen la posibilidad de acceder a
ellos. Por otro lado, están en aumento la informalidad laboral, la desigualdad de
los ingresos y las crisis humanitarias. En este contexto, apenas el 50 por
ciento de las mujeres en edad de trabajar están representadas en la población
activa mundial, frente a un 76 por ciento en el caso de los hombres. Es más,
una abrumadora mayoría de las mujeres trabaja en la economía informal,
subvencionando el trabajo de cuidados y doméstico, y se concentran en empleos
peor remunerados y con menos cualificaciones, con poca o ninguna protección
social. Lograr la igualdad de género en el trabajo es indispensable para el
desarrollo sostenible.
De igual
modo, todos los días se suceden constantes titulares del periódico en
diferentes partes del mundo, en los cuales puede observarse un repunte en la
violencia que según estadísticas de la Organización Mundial de la Salud:
“Se estima
que el 35 por ciento de las mujeres de todo el mundo ha sufrido violencia
física y/o sexual por parte de su compañero sentimental o violencia por parte
de una persona distinta a su compañero sentimental en algún momento de su vida.
Sin embargo, algunos estudios nacionales demuestran que hasta el 70 por ciento
de las mujeres han experimentado violencia física y/o sexual por parte de un
compañero sentimental durante su vida”. (Organización Mundial de la Salud,
Departamento de Salud Reproductiva e Investigación, Escuela de Higiene y Medicina
Tropical de Londres, Consejo Sudafricano de Investigaciones Médicas (2013).
De igual
modo los países europeos no escapan de las estadísticas, ya que el 43 por
ciento de mujeres de los 28 Estados Miembros de la Unión Europea ha sufrido
algún tipo de violencia psicológica por parte de un compañero sentimental a lo
largo de su vida. Esto denota que la violencia no solamente se encuentra
justificada por medio del dogmatismo religioso sino que también es parte de una
superestructura que mantiene un status quo y que solo muta según el contexto
social en el que se desenvuelve, dicha superestructura se integra de diversos factores
e instituciones cuyo resultado es una violencia estandarizada y la
revictimización por parte de los Estados que optan por políticas de inobservancia
y de complicidad.
Un
ejemplo de ello es el delito de trata de personas, en Nicaragua no se cumplen a
cabalidad los estándares mínimos para luchar contra este delito contemplado en
la Ley No. 896, ley en contra de la trata de personas, en la cual se encuentran
definidos mecanismos y principios que rigen estos casos que se dan con mayor
frecuencia en zonas fronterizas.
Este
delito constituye una violación a los derechos humanos, ya que cercenan
derechos fundamentales como el de libertad y l consentimiento. Muchos de estos
casos quedan en el anonimato y enarbola las listas de desaparecidas, mujeres
que dejaron de existir y cuyo paradero es quizás un prostíbulo de Chiapas,
Oaxaca o Tapachula; sin embargo existe detrás de esto un completo modos operandi
por parte del crimen organizado coludido con las autoridades de cada país, por
el cual transportan cantidades indescifrables de mujeres centroamericanas que
son engañadas para ejercer labores sexuales bajo la promesa de mejores condiciones
de vida en Estados Unidos. Incluso autoridades policiales se han visto
constantemente expuestos a denuncias de violaciones a jóvenes migrantes que
escapan de la violencia de sus países de origen. Esta presión ejercida por
parte de organismos de derechos humanos encuentra eco en movimientos sociales.
Las
mujeres adultas representan prácticamente la mitad de las víctimas de trata de
seres humanos detectada a nivel mundial. En conjunto, las mujeres y las niñas
representan cerca del 70 por ciento, siendo las niñas dos de cada tres víctimas
infantiles de la trata.
Mientras
escribo el presente ensayo se desarrolla la noticia de la muerte de 37 niñas en
un refugio estatal en Guatemala, este lugar fungía como un centro de
rehabilitación a la sociedad para niñas y niños en situación de vulnerabilidad.
Sin embargo las autoridades guatemaltecas habían callado años de abusos hacia
los menores por parte de los funcionarios del hogar, todo esto ocurría en el
municipio de San José de Pinula a cinco kilómetros de la capital. Se presume que
las niñas se amotinaron quemando colchones en consecuencia a los abusos sexuales
de los trabajadores del bienestar social.
Ahora
podemos aterrizar a una realidad un poco alterna pero que se sucede a cada
momento en los países de oriente medio y de predominante culto al islam en donde
las practicas como la mutilación femenina y la lapidación constituye la
normalidad del trato hacia las mujeres. Pero no sólo es cuestión del islam sino
de la sociedad islámica que se orienta a las arcaicas creencias de un Corán mal
interpretado que deriva en conductas de odio irracional hacia la libertad de
pensamiento de las mujeres.
Piénsese
en las mutilaciones genitales femeninas, que en algunos pueblos egipcios
todavía son justificadas y legitimadas por argumentaciones de carácter religioso,
mientras se trata, en realidad, de una práctica que tiende a conservar una
tradición que quiere a la mujer completamente sometida al hombre, ya sea a su
marido, su padre, su hermano, cuñado, etcétera, y que no tiene ninguna relación
con el Corán o con la religión musulmana. También el rol que la mujer tiene
dentro del mundo árabe y que en algunos países es aún del todo marginal,
encuentra su razón de ser en una interpretación de la sharía particularmente
restrictiva, útil para el mantenimiento de una tradición patriarcal, que en sus
manifestaciones más obtusamente prohibicionistas, llega incluso a negar a las
mujeres el acceso al carné de conducir, como en Arabia Saudita, por no hablar
del derecho de voto o de propiedad.
Se estima
que 200 millones de niñas y mujeres han sufrido algún tipo de
mutilación/ablación genital femenina en 30 países, según nuevas estimaciones publicadas
en el Día Internacional de las Naciones Unidas de Tolerancia Cero para La
Mutilación Genital Femenina en 2016. En gran parte de estos países, la mayoría
fueron cortadas antes de los 5 años de edad. (UNICEF 2016 Female Genital
Mutilation/Cutting:
A global concern).
[Texto
tomado de artículo más extenso publicado en la revista Aurora # 12, San Salvador, marzo 2017. Número completo accesible en
https://concienciaanarquista.noblogs.org/files/2017/04/Aurora12.pdf.]
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