Emma Goldman //
Juana Ruoco Buela // Federica Montseny
I.- Habla Emma Goldman (Norteamérica)
Un
domingo se anunció que Johanna Greie, una famosa oradora socialista de Nueva
York, hablaría sobre el juicio de Chicago. El día señalado llegué la primera al
salón de actos. Aquella enorme estancia se llenó hasta la bandera de hombres y
mujeres ávidos de sus palabras, los muros se vieron rodeados de policías. Yo
nunca había asistido a una reunión tan multitudinaria. Había visto a los
gendarmes en San Petersburgo dispersar pequeñas asambleas de estudiantes, pero
que, en el país que garantizaba la libertad de expresión, policías armados con
largas porras pudieran invadir una reunión pacífica hizo sentir muchísima
consternación y espíritu de protesta.
El
moderador presentó a la oradora. Era una mujer entrada en la treintena, de
aspecto pálido y ascético, con unos ojos grandes y luminosos. Habló con enorme
seriedad, con una voz que vibraba de intensidad. Su actitud me cautivó. Me
olvidé de la policía, del público y de todo lo que me atañía. Solo era
consciente de esa frágil mujer vestida de negro que acusaba con pasión a las
fuerzas que estaban a punto de acabar con ocho vidas humanas. Todo el discurso
trató de los agitados sucesos de Chicago. Empezó contando el fondo histórico
del asunto. Habló de las huelgas obreras que habían estallado por todo el país
en 1886 para exigir la jornada de ocho horas. Chicago era el centro del
movimiento y allí la lucha entre los trabajadores y sus jefes había sido más
intensa y enconada. La policía atacó una reunión de los empleados que se habían
declarado en huelga de la McCormick Harvester Company: hombres y mujeres fueron
golpeados y varias personas asesinadas.
Para
protestar por esa infamia, se convocó una reunión multitudinaria en la plaza de
Haymarket el 4 de mayo. Allí tomaron la palabra Albert Parson, August Spies,
Adolph Fischer y otros y todo transcurría tranquila y pacíficamente. Así lo
comprobó Carter Harrison, el alcalde de Chicago, que asistió al encuentro para
ver qué se cocía por allí. El alcalde se fue, convencido de que todo estaba
bien y se lo dijo al comisario del distrito. Se estaba nublando, empezó a
lloviznar y la gente comenzó a dispersarse, apenas quedaba nadie cuando uno de
los últimos oradores se dirigió al público. Entonces, el comisario Ward,
acompañado por un fuerte dispositivo policial, se presentó de repente en la
plaza. Ordenó que la gente se dispersara inmediatamente.‘Es una asamblea
pacífica’, replicó el moderador, ante lo cual la policía cargó sobre la gente,
aporreándolos sin piedad. Entonces algo brilló en el aire y, al explotar,
asesinó a varios oficiales de la polícía e hirió a otros cuantos. Nunca se supo
con certeza quién había sido el verdadero culpable y las autoridades, al
parecer, no se esforzaron mucho para intentar descubrirlo. En lugar de ello se
cursó inmediatamente la orden de arrestar a todos los oradores de la reunión
celebrada en Haymarket y a otros conocidos anarquistas.
Toda
la prensa y la burguesíIIa de Chicago y del país entero clamaban por la sangre
de los presos. La policía emprendió una verdadera campaña de terror, a la que
la Citizen Association prestó todo su apoyo moral y financiero, para así
culminar su plan mortífero de acabar con los anarquistas. La opinión pública
estaba tan encendida por las historias atroces que circulaban en la prensa
contra los líderes de la huelga que un juicio justo era impensable. De hecho,
el juicio resultó ser el peor montaje de la historia de los Estados Unidos.
El
jurado se escogió según sus convicciones; el fiscal del distrito anunció ante
el tribunal que no solo se acusaba a los hombres allí arrestados sino que ‘se
juzgaba la anarquía’ y que había que exterminarla. El juez criticaba
constantemente a los presos desde su estrado, predisponiendo así al jurado en
su contra. Los testigos fueron comprados o aterrorizados y el resultado fue la
condena de ocho hombres, inocentes del delito y en ningún modo relacionados con
él. La manipulación de la opinión pública y los prejuicios contra los
anarquistas, emparejados con la feroz oposición de los patronos al movimiento
que exigía las ocho horas, contribuyeron a crear el ambiente que propició el
asesinato judicial de los anarquistas de Chicago. Cinco de ellos -Albert
Parson, August Spies, Louis Lingg, Adolph Fischer y George Engel- fueron
condenados a la horca; Michael Schwab y Samuel Fielden, a cadena perpetua; a
Neebe le cayó una condena de quince años. La sangre inocente de los mártires de
Chicago clamaba venganza.
En
el Congreso de la Internacional Socialista celebrado en París en 1889 se había
tomado la decisión de convertir el Primero de Mayo en una fiesta del trabajo en
todo el mundo. La idea atrapó la imaginación de los trabajadores progresistas
de todas las tierras. El nacimiento de esa primera conmemoración marcaría el
nuevo despertar de las masas a nuevos esfuerzos para su emancipación. En ese
año, 1891, la decisión del Congreso se puso en práctica. El Primero de Mayo los
operarios debían soltar sus herramientas, parar las máquinas, salir de las
fábricas y las minas. Vestidos de fiesta se manifestarían con sus banderas,
desfilando al ritmo edificante de la música y las canciones revolucionarias. En
todas partes se celebrarían mítines para articular las aspiraciones obreras.
Los
países latinos ya habían empezado los preparativos. Las publicaciones
socialistas y anarquistas informaban con detalle de las intensas actividades
programadas para el gran día. También en América la convocatoria del Primero de
Mayo quería ser una impresionante demostración del poder y la fuerza obrera. Se
celebraron sesiones nocturnas para organizar el acontecimiento. A mí se me
asignó de nuevo el reclutar a los sindicatos. La prensa del país empezaba una
campaña de ignonimia, acusando a los elementos radicales de conspirar para la
revolución. Se exigía a los sindicatos que purgaran sus filas de ‘la chusma y
los criminales extranjeros que han venido a nuestro país a destruir sus
instituciones democráticas’. La campaña tuvo su efecto. Los organismos obreros
conservadores se negaron a soltar las herramientas y participar en la
manifestación del Primero de Mayo. Los demás eran demasiado pequeños
numéricamente y aún seguían aterrorizados por los ataques a los sindicatos
alemanes durante los días de Haymarket en Chicago. Solo los más radicales entre
las organizaciones alemanas, judías y rusas se ciñeron a la decisión original.
Se manifestarían.
La
celebración de Nueva York la organizaban los socialistas. Reservaron Union
Square y prometieron dejar hablar a los anarquistas desde su propio estrado,
pero , en el último momento, los organizadores socialistas se negaron a dejarnos
levantar nuestro estrado en la plaza. Most no llegó a tiempo, pero yo ya me
encontraba allí con un grupo de jóvenes, entre ellos Sasha, Fedya y algunos
camaradas italianos. Estábamos resueltos a salirnos con la nuestra en una
ocasión tan importante. Cuando fue evidente que no tendríamos nuestro estrado,
los chicos me subieron a uno de los carros socialistas. Empecé a hablar. El
moderador se fue, pero volvió unos minutos más tarde junto con el dueño del
carro. Yo seguí hablando. El hombre enganchó su caballo al carro y comenzó a
trotar. Yo seguía hablando. La muchedumbre, que no podía entender lo que
ocurría, salió de la plaza detrás de nosotros y caminó siguiendo el carro a lo
largo de un par de manzanas mientras yo seguía hablando. De repente apareció la
policía y comenzó a golpear a la gente. El conductor se detuvo. Los chicos me
sacaron rápidamente del carro y salimos corriendo. Los periódicos del día
siguiente contaban la historia de la misteriosa joven subida a un carro que
había agitado la bandera roja y exigido la revolución, mientras ‘su timbre
agudo de voz hacia galopar al caballo’.
[Extraido
de Viviendo mi vida, la autobiografía de E.G.]
II.- Habla Juana Ruoco Buela (Región Argentina)
El
Primero de Mayo de 1929 fui enviada por la FORA [Federación Obrera Regional
Argentina] a la ciudad de Rufino, donde con motivo del Primero de Mayo se
realizaba un mitín el que tuvo lugar en la plaza en horas de la mañana. Puede
decirse, que el pueblo todo, estaba allí. En Rufino en aquellos momentos, había
un número considerable de trabajadores que seguían a la FORA trabajando con
cariño y entusiasmo por sus principios y finalidad.
A
la tarde el Partido Socialista realizaba otro acto en conmemoración de la misma
fecha, pero ellos en sus afiches de propaganda, lo hacían como día de fiesta
para los trabajadores. Nosotros los anarquistas, concurrimos también al de la
tarde, con la intención de ver cómo se desarrollaba el acto. El orador venido
de la Capital Federal, era el señor Gerónimo Della Latta, y en su distersión
atacó a la FORA y a los anarquistas, cosa que estando yo presente no lo podía
permitir y solicité se me permitiera hacer algunas aclaraciones. Ellos se
negaron, pero el pueblo presente exigió que se me permitiera hablar y trajo
como consecuencia una controversia en plena plaza pública. Eso dio motivo a
algunos pequeños disturbios y a la terminación, porque ya se hacía la noche, el
comité del Partido Socialista invitó al pueblo de Rufino a acompañar al señor
Della Latta hasta el hotel donde se alojaba, en desagravio a las ofensas que se
le habían inferido a él y al Partido Socialista. Un compañero que pertenecía a
la FORA y que era del pueblo, invitó a que nos acompañaran hasta la sede social
de los sindicatos, como demostración y adhesión a los principios de la FORA.
Fue algo que todavía hoy, después de treinta y cinco años, me emociona, por lo
que no lo pude olvidar; todo el público presente se vino con nosotros y al
señor Della Latta apenas media docena de personas lo acompañaron.
Ese
hecho nos obligó a levantar tribuna frente al local social y aparecieron varios
oradores, que me acompañaron en la demostración de lo que era la FORA y de lo
que beneficia el sistema federalista a la clase trabajadora en su acción
directa, frente al capitalismo y alejado completamente el moviemto obrero, de
la política y los partidos políticos. El moviemiento obrero, en esos años,
tenía una cantidad de gremios bien organizados y con un caudal importante de
socios y de capacidades, que a la par que defendían sus intereses económicos,
reliazaban en sus respectivos sindicatos una labor cultural de capacitación
intelectual. Constantemente se realizaban conferencias y cursos sobre todos los
temas, y surgían así de su seno, hombres con conocimientos profundos sobre todo
en los problemas sociales. Además, todos los sindicatos tenían una buena
biblioteca, con toda clase de libros donde los socios tenían la fuente del
saber y poder adquirir los conocimientos necesarios para conseguir su libertad
integral.
[Extraido
de Historia de un ideal vivido por una mujer, de J.R.B.]
III.- Habla Federica Montseny (Península Ibérica)
Desde
enero de 1936 todos sabíamos que en España iban a producirse graves
acontecimientos. Si las elecciones las ganaban las derechas, la situación que
se crearía sería muy difícil para los trabajadores y la gente de izquierda en
general. Si las ganaban las izquierdas, se daba por inevitable un golpe de
Estado.
Nadie
ignoraba las idas y venidas de los españoles fascistas. Los viajes a Roma y a
Berlín eran frecuentes. Mussolini distribuía dinero en España. Más tarde , al
final de la guerra 1939-1945, al poder examinar las cuentas secretas del Gran
Consejo Fascista, se ha sabido que José Antonio Primo de Rivera percibía una
subvención mensual de 50.000 pesetas de manos de los fascistas italianos. Se
sabía también que jóvenes falangistas y requetés iban a Italia a aprender el
manejo de las armas. El golpe se estaba preparando desde hacía tiempo. Lo que
no todo el mundo sabía era cómo y cuándo se produciría el golpe militar. Por
otra parte, circulaban por España, con diversos pretextos -representantes de
comercio, turistas, simples viajeros con objetivos indeterminados-, agentes
nazis, que se infiltraban en las organizaciones de izquierda y que
probablemente traían órdenes y consignas a los que preparaban el derrocamiento
de la República.
Las
elecciones, celebradas el 16 de febrero de 1936, las ganaron las izquierdas.
Dado el número de presos y el deseo popular de conseguir liberarlos y de
terminar con la hegemonía de la CEDA, la CNT no dio ninguna consigna de
abstención, contrariamente a su actitud tradicionalmente apolítica. El Comité Nacional
de la CNT puso en guardia en diferentes ocasiones al Gobierno, a los partidos
políticos de izquierda (sobre todo, a la UGT)y al pueblo en general, a través
de la Prensa, de contactos directos y de múltiples manifiestos. En todo ello
anunciábamos lo que se veía venir, para que se tomasen todas las precauciones
indispensables.
Si
los jóvenes socialistas y comunistas estaban atentos, como nosotros, al peligro
que se cernía sobre las libertades en España, el gobierno republicano,
presidido por Casares Quiroga, demostró una ineficacia y una cobardía que dejó
las manos libres a los conspiradores. Que no eran todos militares, pues en el
golpe estaban comprometidos muchos personajes políticos de la derecha,
banqueros, industriales y terratenientes y las altas jerarquías de la Iglesia.
Era un plan premeditado, que luego han querido justificar con el pretexto de
anticiparse a un golpe de los comunistas que, según ellos, pretendían instaurar
el bolcheviquismo en España. Burda patraña porque entonces los comunistas eran
una fuerza políticamente insignificante y los únicos que representaban una
voluntad revolucionaria capaz de oponerse al fascismo eran la CNT y el
Movimiento Libertario.
Aprovechando
el paréntesis y la apertura que el triunfo de las izquieras había resturado, se
preparaba febrilmente la convocatoria de un Congreso. Había problemas de
inaplazable urgencia a resolver, como eran las secuelas de la insurrección de
Asturias, el de los llamados Sindicatos de Oposición y el de la necesidad de
organizarnos ante la inminencia del golpe militar. Por lo demás, las
hostilidades entre grupos armados de la derecha y los de izquierda no cesaban.
Los choques, los atentados estaban a la orden del día. Numerosos compañeros
nuestros y no pocos jóvenes socialistas cayeron víctimas de atentados. Frente a
esto, en cada localidad se respondía como se podía.
El
Congreso prometía ser un acontecimiento. Sobre él tenían fijos los ojos todas
las fuerzas políticas de España. En aquellos días, y pese a la persecución
sufrida, la CNT era la central sindical mayoritaria. Al Congreso de Zaragoza,
que se celebró en el ‘Teatro Iris’ y que empezó el 1º de mayo de 1936, los
delegados representaban a cerca de un millón de militantes. Es difícil imaginar
un comicio popular más impresionante, con más de 2000 delegados, representando
la mayor parte de Sindicatos. Por desgracia, un gran número de estos hombres,
los que residían en la zona en que triunfaron inmediatamente los fascistas,
pagarían con su vida su militancia obrera y libertaria. Además, del importante
número de delegados, afluyó a la capital zaragozana gran multitud de hombres y
mujeres simpatizantes, procedentes de todas las regiones de España. Se
organizaron autobuses y en uno de ellos, procedente de Barcelona, vino María al
Congreso a reunirse conmigo. Y, en el curso de este viaje, María conoció al que
más tarde debía ser su compañero.
El
secretario de la CNT era, en aquellos días, Horacio Martínez Prieto. Su cargo
debía ser confirmado, ya que no había podido hacerse una consulta normal,
debido a las circunstancias de la clandestinidad en que viviera la CNT durante
el bienio negro (1934-1936). Pero su gestión había sido muy difícil, ya que
tuvo que hacer frente a conflictos internos de cierta importancia. Sin embargo,
era el hombre que laboraba para conseguir la unificación de la CNT, resolviendo
el treintismo, o sus secuelas, en la presencia de los Sindicatos de Oposición
en Levante, Sabadell y Mataró, principalmente, y haciendo frente a las
violentas censuras de los asturianos.
El
Congreso se abrió en una atmósfera de pasión y de expectación extraordinarios,
mucho más que los que reinaron en el de 1931, celebrado en Madrid, poco tiempo
después de la proclamación de la Segunda República. Allí
estaban García Oliver, Ascaso, Durruti, Villaverde, Vicente Ballester, los
militantes asturianos, viejos y jóvenes, admirables compañeros, navarros -los
hermanos Caballero, aragoneses-; los hermanos Alcrudo, Ramón Acín, Abós, Alaiz,
entre otros. Isaac Puente, ‘un médico rural’ -era médico en Maeztu-, se había
convertido en teórico del comunismo libertario. Con su vida pagó, meses más
tarde, su prédica y su acción revolucionaria. Junto con Eusebio C. Carbó y Juan
Puig Elías, yo representaba al Sindicato de Profesiones Liberales de Barcelona.
Había la pléyade de jóvenes de la época... Todos lo éramos entonces, o la
mayoría. Yo contaba 31 años, García Oliver 34, Ascaso y Durruti 37 o 38. Los
había más jóvenes todavía: los que habían fundado y animaban las Juventudes
Libertarias, muchos de los cuales murieron en nuestra guerra. No puedo recordar
sin emoción el espectáculo del ‘Teatro Iris’, lleno de hombres pletóricos de
juventud, de energía, convencidos todos de que la revolución era inminente y
pensando en lanzar las grandes bases que servirían para que el pueblo, en
general, organizase una sociedad nueva, más justa, más libre.
El
pequeño folleto de mi padre, Los municipios libres, así como El comunismo
libertario de Isaac Puente , habían realizado su labor. Y, detalle
aleccionador, la mayoría aplastante de sindicatos que traían acuerdos dirigidos
a la estructuración de la sociedad futura , estaban inspirados en los folletos
de Puente y Urales y en el libro de Pierre Besnard (Los sindicatos y la
revolución social), que abordaba, con criterio sindicalista revolucionario, el
mismo tema. Las ideas generales de Besnard quedaron mejor definidas en la obra
Un monde nouveau, que más tarde se tradujo y se editó en castellano con el
título Un mundo nuevo.
Tres
grandes temas dominaron las labores de este Congreso: los problemas suscitados
en Asturias; la unidad confederal; las líneas generales para una organización
de la sociedad futura. Y un cuarto tema que no puede ser desdeñado: el de la
Alianza Obrera, creada en Asturias en 1934, urgente e ineludible ahora en toda
España.
Las
cuestiones derivadas de la insurreción asturiana nos ocuparon mucho tiempo. Y
provocó el enfrentamiento del joven militante asturiano Ramón Álvarez con el
secretario general de la CNT, Horario M. Prieto, no mucho más viejo, pero al
que se le atribuyeron siempre más años de los que en realidad tenía. Los
asturianos, por boca de Álvarez, le hacían responsable del abandono en que se
había dejado a la Regional Asturiana, en la aventura revolucionaria, junto con
socialistas y comunistas. Los asturianos tenían a su favor el hecho de que allí
donde pudieron empujaron el movimiento lo más lejos posible. Y el sacrificio de
los nuestros que allí perdieron la vida.
Se
resolvió el problema como se resuelven en la CNT: con una moción que contentara
a todos y que salvara a Horacio, que no había hecho más que cumplir acuerdos.
La
unidad confederal ocupó también varias apasionadas sesiones. Pues algunos de
los sindicatos llamados de oposición, habían llegado demasiado lejos en sus
compromisos políticos. Pero como la hora era revolucionaria y se estimaba la
unidad confederal indispensable era hacer frente a los acontecimientos que se
avecinaban, también se encontró una fórmula que permitiera la reintegración en
la CNT de cuantos se habían alejado de ella. Una Ponencia fue nombrada para
redactar el ‘Concepto confederal del comunismo libertario’. De la montaña de
mociones presentadas para este tema, hubo que entresacar una, muy inferior a lo
que se hubiese podido redactar, como lo es todo lo que escriben varios,
añadiendo párrafos y rectificando conceptos los unos a los otros.
En
lo que la Alianza Obrera se refiere, del Congreso de Zaragoza salió el acuerdo
de proponer un pacto de unión obrera a la UGT. Era la consecuencia normal y
lógica del clima creado en Asturias, donde, por primera vez en la historia
social de España, los obreros habían actuado juntos, al grito de ‘Uníos,
hermanos proletarios’. Y se habían unido, en muchos lugares, para ir más lejos
de lo que pretendían los líderes socialistas, que habían intentado esa insurrección
tan solo para derribar al gobierno de Lerroux-Gil Robles. Y se explotó también
la actitud catalana, explicable por la serie de factores que intervinieron en
ella, acuñando un dicho anticatalán que hizo desgraciadamente fortuna: ‘Gallina
a la catalana y huevos a la asturiana’. La
CNT de Cataluña, abandonada a su suerte en enero de 1933, hubiera podido decir
lo mismo. En aquellos años que precedieron a 1936, fue la falta de
sincronización en los movimientos, lo que les esterilizó, causando muchas
víctimas. Una región, levantada, sin el apoyo logístico de las otras regiones,
sin estallidos huelguísticos que dispersasen las fuerzas represivas y las
obligaran a estar en todas partes a la vez, estaba condenada a sucumbir muy
pronto.
Terminado
el Congreso, que duró nueve días, el Comité Nacional nombrado, con residencia
en Madrid y Horacio Martínez Prieto, confirmado como secretario, tenía por
misión destacar grupos de oradores que recorrieron España, glosando los
acuerdos del Congreso y poniendo en guardia a los trabajadores ante la ofensiva
de las derechas, que se estimaba inminente. De uno de esos grupos de oradores
formé parte, con Pedro Falomir y los oradores que localmente se nos agregaban.
Recuerdo,
por lo impresionante, el mitin que celebramos en la Maestranza de Sevilla. En
él tomó también parte García Oliver, procedente creo que de Málaga y otros
oradores locales, entre los que recuerdo se contaba Rafael Peña y Carlos
Zimmermán. Fue un mitin extraordinario. La plaza de toros registró un lleno absoluto.
Los autores, procedentes de las más importantes ciudades andaluzas, llenaban la
capital... La región andaluza pagó muy caro ese mitin, pues lo que fue, meses
más tarde, la represión desencadenada por Queipo de Llano, ‘el virrey’ de
Andalucía, no es para ser descrita. Por millares fueron asesinados los
trabajadores socialistas, anarquistas y comunistas, e incluso los simples
republicanos. Queipo de Llano, que se llamaba republicano y masón, desplegó una
ferocidad inimaginable.
Desde
el 10 de mayo de 1936 al 18 de julio del mismo año transcurrieron apenas nueve
semanas. Tuve el tiempo justo de terminar la gira por Andalucía y me disponía a
salir para las Baleares, donde me esperaba Manuel Pérez, con el que debía hacer
la campaña en aquellas islas, cuando estalló la sublevación... Si las
circunstancias llegan a obligarme a retrasar por unas horas mi viaje, el
alzamiento militar me hubiera sorprendido en Palma de Mallorca. Me hubiese
salvado quizá, como se salvo Pérez, o me hubiesen asesinado, como asesinaron a
Francisco Arín, apresado en la trampa, en Andalucía.
Esos
dos meses fueron de actividad y de agitación intensa. La lucha entre fascistas
y antifascistas hacía víctimas cada día. El asesinato de un capitán de las
fuerzas de Asalto, las más adictas a la República, provocó, como venganza, la
ejecución de Calvo Sotelo. Era un episodio más de una lucha violenta, en la que
estábamos todos enzarzados. No eran solo los elementos libertarios y
confederales los que se comprometían en ella, sino también los jóvenes
socialistas y los comunistas. Es conocida la desgraciada frase de Casares
Quiroga, jefe de Gobierno y ministro de la Guerra, el cual, al anunciarle la
inminencia del levantamiento militar, hizo este chiste: ‘¡Pues si los militares
se levantan, yo me voy a acostar!’ Estas palabras inconscientes e insensatas
han sido comentadas en muchas ocasiones como ejemplo de la incapacidad y de la
imprevisión de los republicanos en el poder, que fueron realmente los únicos
sorprendidos por el golpe de Estado militar de signo fascista.
[Extraido
de Mis primeros cuarenta años, memorias de F.M.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.