Rogelio Díaz M.
Recientemente
pasé por La Habana Vieja y me fijé en algo que vi allí. Los que han conocido La
Habana Vieja reconocerán el pomposo hotel “Kempinsky-Manzana de Gómez” que, con
bombos y platillos, está próximo a inaugurarse. Un elemento en este me llamó
tanto la atención, que consideré oportuno dar un poco de lata con los ecos que
ensordecieron mis oídos.
En
la planta baja de esta edificación siempre existieron locales comerciales. Era
natural que, en la última remodelación, se
aprovecharan con fines semejantes. Eso sí, las nuevas
tiendas van a estar a la altura de la morrocotuda inversión trasnacional. No
van a ser “puestecitos” de TRD para que el vecino compre el aceite, el jabón y
unos tenis, con los quilitos ahorrados entre monedas diferentes. La galería comercial
del flamante Cinco Estrellas de lujo albergará las grandes marcas comerciales
reconocidas en todo el mundo. Nuestra prensa oficialista se enorgullece de
ello. Y el nombre de dicho espacio es absolutamente expresivo: Bazar El
Progreso.
¡Qué
maravilla! ¿Quién iba a decir que, después de tantos años, por fin iba a llegar
El Progreso a nuestras calles? Ya pronto podremos extasiarnos visualmente con
aquellos lujosos artículos, prendas textiles de muchos cientos de dólares;
calzados y bolsos a la par; cosmética de millonarios; así sea del lado
equivocado de las vitrinas. Seguramente incluirá también farmacias para la
clase privilegiada, con los medicamentos que la clase trabajadora no encuentra
en las que le toca comprar. En nuestros sueños, ese mundo de candilejas podrá
parecernos unos pasos más cercanos a nuestra jodida realidad.
Es
verdad que todavía quedan por ahí algunos blogueros oficialistas, enardecidos
oradores contra la “cultura del tener”, o con pupilas selectivamente abiertas.
No nos preocupemos por sus diatribas, que no se van a interponer en el avance
del Progreso.
La
política al uso transporta nuestro país hacia “lo normal”. Las fuerzas
capitalistas del mundo han sido convocadas por el gobierno cubano para que
vengan a salvar lo que llaman socialismo. Inversiones como las de la Manzana de
Kempinski son festejadas por ambas partes como ejemplo de tal cooperación, como
“prueba” de que tal Quimera es factible.
La
obra en cuestión es, de hecho, un ejemplo de todos los obstáculos al desarrollo
y la modernización que han sido cuidadosamente apartados. En el antiguo
edificio se encontraban varias instituciones sociales y culturales, escuelas,
etcétera, que no contribuían lo suficiente al progreso. Bueno, pues se
quitaron.
Durante
el proceso de reparación y adaptación, se tropezó con otro obstáculo. La fuerza
laboral cubana no comprendía bien las maravillas vislumbrables en el futuro, el
valor de la carne dulce y jugosa de la nueva Manzana. Se empeñaba en no asumir
el ideal del trabajo al ritmo capitalista, por una remuneración como la de
aquí. ¡Otro obstáculo que hubo que remover! Trabajadores traídos de la India,
disciplinadamente, hicieron su papel esquirol y abrieron paso a la normalidad,
al desarrollo, al Progreso.
De
este modo, se complementó un mensaje bien claro de quienes dominan el presente
escenario clasista cubano. Lo de la inversión extranjera en el proceso de
transición socialista no es un total disparate, desde el punto de vista
marxista. Desde el viejo Lenin se empezó a comprender la posibilidad de
interactuar dialécticamente con capitales privados, como elemento posible y
necesario en la transición socialista. Siempre, eso sí, bajo la supervisión de
la clase obrera. Acá, por el contrario, los constructores cubanos fueron
apartados. Una vez concluidas las obras, otras fuerzas laborales cubanas serán,
también, cuidadosamente segregadas de los inversores y administradores
extranjeros, mediante las conocidas y repudiadas oficinas
intermediarias de
contratación. Eso, si no les da por traer personal hotelero de República
Dominicana o México. Adiós control obrero. Ustedes no contribuyen al Progreso.
Muy
pronto será inaugurado este nuevo hotel, este símbolo de la nueva Cuba. No
habrá otro mensaje, más claro o de más impacto en el imaginario social, por
muchas mesas redondas sobre el altruismo y la austeridad que nos quieran
transmitir. Y a quien no le toque el lado bonito del Progreso, que no se queje
en voz demasiado alta; para que no moleste a los residentes de las Manzanas que
le resulten
prohibidas.
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