Jesús
García B.
El terreno representado por lo que habitualmente
llamamos «salud y enfermedad» es campo abonado para el ejercicio del poder. Y
ello en una doble acepción: es una jurisdicción donde se ejerce el poder, y es
también —y esto es mucho más importante— un complejo conjunto de mecanismos que
producen efectos de poder: fabricación de verdad, manipulación de discursos,
imposición de modelos éticos y de comportamiento, implantación de automatismos...
El ejercicio del poder en este campo específico y
su entrecruzamiento con otros ha puesto en marcha una serie de procesos que se
retroalimentan entre sí: superespecialización de la ciencia, aplicación irresponsable de la
tecnología, falta absoluta de participación de los ciudadanos en la gestión de su
salud, control creciente de los servicios sanitarios, de la investigación y de
la formación e información por las compañías farmacéuticas; es decir, por el
Gran Capital. El resultado: deshumanización y medicalización [1].
Pero estos procesos no solo no logran solucionar
los problemas de salud, sino que contribuyen a agravarlos. Ello, unido a la
imposición del Modelo Occidental Capitalista Desarrollado y sus mecanismos de
perpetuación —urbanización y desarrollo industrial competitivo al margen de las
necesidades humanas, desequilibrios y desigualdades, modelos educativos
concebidos para la domesticación de los individuos y la protección del
sistema—, agudiza la degradación ecológica, social, educativa y biológica,
evidenciando una crisis global de la salud y de los sistemas sanitarios de la
que algunos síntomas visibles son el aumento del número de enfermedades, del
número de enfermos, del consumo de servicios curativos y del costo de esos
servicios.
Esto por lo que se refiere a los países ricos. En
el resto del planeta, las condiciones creadas por la expansión colonial, el capitalismo
y el imperialismo solo pueden describirse de una forma: genocidio.
El organismo de gestión de este gigantesco programa
de dominación es el Modelo Médico Hegemónico y sus instituciones, cuyos inicios
efectivos se remontan al siglo XVIII. La salud se convierte entonces en un
asunto público; la institución médica se normaliza y comienza a arrebatar
parcelas de poder a la institución religiosa y a ocupar el terreno no institucionalizado
en el que operaban las sanadoras y matronas[2]; se vinculan por primera vez la
asistencia médica a los pobres, protegiendo así a los ricos, y el control de la
salud de la fuerza de trabajo: las cuarentenas medievales sirven de modelo a una
organización político-médica que sustituye el modelo religioso por el
modelo militar [3].
Un momento crucial en la construcción del Modelo
Oficial es la victoria de las ideas de Louis Pasteur sobre las de Antoine
Bechamp [4]: se asienta un error fundamental que sirve de soporte científico a
la idea de que las enfermedades vienen del exterior; y se establecen los
mecanismos de intervención terapéutica que consisten en buscar productos que
las combatan, productos que suponen un negocio fabuloso y que, de paso, dejan
intactas las causas profundas de las enfermedades, favoreciendo la peligrosa
idea de intervenir en la estructura social.
Para tener una perspectiva realmente integradora de
estos problemas es preciso analizar las estrategias de control y normalización
que tienen su desarrollo en el ámbito de la salud —entendida en sentido amplio
como la salud del planeta y de todos los seres vivos—, y que suponen una
violación del desarrollo vital funcional del ser humano: invasión tecnológica
de los campos de la salud y la alimentación, robotización —en el sentido de
simplificación y automatización—, manipulación permanente de la información,
concepción mecánica de la salud ignorando o pervirtiendo las causas y la conexión
socio-político-económica-mediática... ¿Acaso no están suficientemente claras
las resonancias policiales deltérmino «seguridad social»?
Sin embargo, el eje salud-enfermedad está
prácticamente ausente de los debates y análisis de los diversos movimientos antisistema
[5], incluso de los más radicales, lo que corre el riesgo de interpretarse como
algo más que patética ingenuidad.
El único debate abierto —en un paralelismo nada
casual con el eje educación [6]— parece ser que es el de decidir si el sistema
sanitario debe ser público o privado, sin tener en cuenta que el Mercado
controla [7] la investigación, las publicaciones especializadas, la difusión
masiva de noticias relacionadas con la salud y a una enorme cantidad de ONG que
trabajan en este campo, y que ello repercute sobre los discursos, los conceptos
de salud y los modelos sanitarios más allá de cómo se administren.
Uno de los objetivos de este trabajo es abrir
nuevos debates centrados en la cuestión del Poder. Y ello teniendo presente la
advertencia de Enmanuel Lizcano, autor indispensable a la hora de examinar las
relaciones entre ciencia e ideología: «El rasgo decisivo que pone de manifiesto que una
creencia está funcionando como creencia es el hecho de que no se puede
constituir en objeto de pensamiento, pues creencia es lo que se su-pone, lo que
se pone debajo del pensamiento para que este puede funcionar. Pueden pensarse
las creencias de los otros, nunca las propias. ¿Será la creencia en el complejo
científico-técnico la forma de religiosidad específica del hombre moderno?
[...] La valoración habitual de numerosos fenómenos sociales o de posicionamientos
teóricos consagrados resulta entonces invertida: las posturas más progresistas
resultan ser las más reaccionarias, los avances de las luces y el “tren de la
modernidad” no son sino reinmersiones en las tinieblas de la superstición (la
superstición científica, claro está). [8]»
Los mecanismos que vamos a analizar tienen réplicas
en otros campos, y en todos los casos responden a las necesidades de un modelo
de sociedad que abandona las toscas medidas disciplinarias que estudió
minuciosamente Foucault [9] y comienza a desplegar un nuevo y sobrecogedor
arsenal, correspondiente a los modos de dominación virtual propios de las
sociedades de control en el sentido en que las define Deleuze [10] o Jesús
Ibáñez [11]
.
Ivan Illich iniciaba su libro Némesis Médica con
estas palabras: «La medicina institucionalizada ha llegado a convertirse en una
grave amenaza para la salud» [12]. Treinta y dos años después la amenaza se ha
cumplido. Las temibles advertencias de Illich han resultado ampliamente
sobrepasadas en términos de horror.
Sin embargo, hay un punto de su análisis en el que
se equivocó. Recordemos la cita completa porque constituye el inicio del hilo
conductor de este trabajo:
«Yo sostengo que una reacción contra la
medicalización es igualmente inminente y que tendrá características que la distinguen
claramente de una reacción contra la tecnología de la alta energía. [13]»
La evidencia de que tal reacción no se ha producido
es tan aplastante como que esa indolencia se extiende desbordando las fronteras
del libro de Illich y devorando todas las facetas de la vida [14].
De hecho, una de las claves que constituye el hilo
conductor de estas páginas es, en palabras de Thomas Szasz, que «la medicina ha
sido capaz de lograr lo que no pudo la religión, ante todo mediante una
violación radical de nuestro vocabulario, de nuestras categorías conceptuales;
y, en segundo lugar, subvirtiendo nuestros ideales y desplazando el poder de las
instituciones dedicadas a protegernos al de quienes nos ayudarán tanto si lo
queremos como si no» [15]. Traducido a lenguaje deleuziano: transformando
instituciones de vigilancia en instituciones de control.
La pregunta se impone: ¿por qué no se ha producido
esa reacción a pesar de que todos los estudios, encuestas, aproximaciones,
análisis, sitúan la salud como la primera preocupación de la gente?
La respuesta no es simple. Tanto es así que
constituye uno de los objetivos de este trabajo ofrecer elementos para que cada
cual pueda ir elaborando esa respuesta desde su propio punto de vista. El de
quien escribe es que responder a esa pregunta supone analizar lo que sustenta
el Poder en la era de la globalización. Pensar menos en términos de saber y más
en términos de poder. Situarnos en un nivel arqueológico para preguntarnos con
las herramientas discursivas de Foucault[16] no ¿qué es esto?, sino ¿por qué
esto ocurre aquí y ahora?
Notas
[1] «Medicalizar es tratar por separado problemas
que en el fondo van juntos; no solo es tratar problemas sociales desde una
perspectiva sanitaria». Jesús M. de MIGUEL, Salud y Poder (Bib.).
[2] Aunque las lecturas habituales de este proceso
suelen enmarcarlo en un enfrentamiento de género, creo que —sin descartar esa
lectura— lo esencial aquí es la confrontación entre quienes operaban en un
terreno de modo incontrolado (las matronas) y quienes protagonizan un proceso
de normalización (los médicos). De hecho, la entrada de las mujeres en la
profesión médica no representa —desde el punto de vista que aquí se adopta—
ninguna victoria en relación con esa confrontación, puesto que (la mayoría de)
las médicas actúan en primer lugar como médicos
(es decir, como encarnación de una institución) y no como mujeres. Para el enfrentamiento
entre la clase médica y las mujeres que practicaban diferentes formas de
intervención no institucionalizadas relacionadas con la salud
—fundamentalmente, la asistencia en partos— consultar el apartado «Los médicos
contra las brujas» en la Bibliografía.
[3] Analizaremos este proceso con la ayuda de
Foucault en el apartado 1 de la Primera Parte.
[4]Lo voy a desarrollar en el apartado 2 de la
Segunda Parte.
[5] «Incluso pensadores audaces y revolucionarios
se inclinan ante el juicio de la ciencia. Kropotkin quiere demoler todas las
instituciones existentes; pero no toca a la ciencia. Ibsen fue muy lejos en
desenmascarar las condiciones de la humanidad contemporánea, pero todavía
retiene a la ciencia como una medida de la verdad. Evans Pritchard, Levi-Strauss
y otros [...] excluyen a la ciencia de la relativización que reconocen en todas
las formas de pensamiento, incluso para ellos es la ciencia una estructura
neutral que contiene conocimiento positivo
que es independiente de la cultura, la ideología y el prejuicio [cursivas en el original]». Paul FEYERABEND,
«El mito de la “ciencia” y su papel en
la sociedad», Cuadernos Teorema, 53,
Valencia, 1979, p. 13.
[6] Los paralelismos salud-educación o medicalización-escolarización
son tan evidentes que nos obligan a dedicar un
apunte al terreno educativo que sirva de complemento en este análisis. Lo
haremos en el apartado 3 de la Tercera Parte
[7] Lo desarrollaré en el apartado 3 de la Primera
Parte.
[8] Enmanuel LIZCANO, «La Religión científica de la
humanidad», Diccionario Crítico de Ciencias Sociales. http://www.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/R/index.html
).
[9] Vigilar y Castigar (Bib.).
[10] Gilles DELEUZE, «Sobre las sociedades de
control», suplemento Culturas, Diario 16,
miércoles 1 de febrero 1995 pp. IV-V.
[11] Jesús IBÁÑEz, «En el laberinto: vigilados», Asociación
Antipatriarcal, Boletín núm. 9, marzo
1991, p. 23; y «Madrid 2: dos ciudades a elegir», Tribuna, El País
, 9 de mayo de 1984.
[12] Némesis Médica (Bib.), p. 9
[13] Ibídem, p. 40, nota 55.
[14] Un indicador significativo: la —no
casualmente— candorosa definición que el Diccionario de Salud Pública de J.
Kishore da del término medicalización: «la forma en que el ámbito de la
medicina moderna se ha expandido en los años recientes y ahora abarca muchos
problemas que antes no estaban considerados como entidades médicas». Citado por
Ricard Meneu en Las «no enfermedades» (http://www.arsxxi.com/pfw_files/temp_gdo/editoNoenfermedadesOK.doc).
[15] La Teología de la Medicina (Bib.), p.
20.
[16] M. FOUCAULT, La arqueología del saber (Bib.)
y Las palabras y lascosas (Bib.). En Arqueología del saber ,
Foucault explica cómo el hecho de situarse a nivel arqueológico ayuda a
comprender los porqués. La pregunta básica sería: ¿por qué ha aparecido en una
época dada tal enunciado u objeto del saber y no otro en su lugar?
[Este post recoge la Introducción al libro de J García Blanca: El rapto de Higeia,
Barcelona, Virus Edit., 2009; que en versión completa es accesible en http://www.viruseditorial.net/paginas/pdf.php?pdf=rapto+de+Higea-1-24.pdf.]
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