María Lacerda de Moura (1897-1945)
*
Artículo publicado originalmente en la revista anarquista ibérica Estudios en julio de 1931; la autora fue
una escritora y activista anarquista brasileña.
No estará de más que declare, ante todo, que no soy
feminista, no pertenezco a ningún partido, no exploto ni me sirvo de ninguna
grey, no ejerzo ningún apostolado, no tengo religión alguna ni rumio en ningún
rebaño académico o moraliteísta. Sólo creo en mi dios interior que sueña con
mis sueños, duerme, se solaza, canta y aspira en cada uno de los estremecimientos
de la Naturaleza buscando constantemente una forma siempre más bella en la
fantasmagoría de los mundos y de los sueños...
Estoy libre de muletas. Me he emancipado de todas
las iglesias religiosas o laicas. No pertenezco a ninguna asociación femenina
«Pro Voto» ni soy del partido militarizado y militante del feminismo bélico. Me
repugna igualmente el ejército catequístico de ciertas damas de Estropajosa.
Gracias a las muchas experiencias sufridas aprendí
a huir de los rebaños, de las sociedades y de los credos, me libré de las
muletas —según la feliz expresión de Krishnamurti— deserté de las barreras de
la grey social y me siento libre para respirar en el campo abierto de mi
individualismo reivindicando el derecho de todo ser humano.
La sociedad es la limitación fatal de los derechos
individuales. En todos los tiempos, los partidos del «populacho de arriba»
oprimieron al «populacho de abajo». Pero aun cuando se inviertan los papeles todo
volverá al punto de partida.
En todos los tiempos y en todos los países, ya bajo
la rotulación de liberales o de conservadores, o ya bajo la de demagogos
socialistas o aristócratas; ora con oligarquías, ora con plutocracias o
imperios —el nombre es lo de menos—, el hombre procuró escalar posiciones que
le permitieran —ya sirviéndose del derecho de la fuerza, ya recurriendo a la
fuerza del derecho de sus leyes— pisotear a los de abajo.
Para
alimentar su orgullo o para dar satisfacción a sus feroces instintos, procuró
mandar, tiranizar, para hacerse servir por la cobardía moral del rebaño domesticado
a través de las tradiciones, de la rutina, de la educación y de los
preconceptos; a través, en fin, de la imbecilidad humana.
Siempre
hubo castas dominantes y masas acarneradas, señores y esclavos, déspotas y vasallos,
explotadores y explotados. Es la fatalidad social contra la que no hay apelación
posible.
La servil
imbecilidad del género humano es infinita. Los nietszcheanos «superelefantes de
la voluntad de dominación», tuvieron y tendrán siempre su claque y su ejército,
su policía secreta y sus vasallos sumisos y fieles, sus escritores prostituidos
y sus lacayos incondicionales: los pensadores de rebaño, los sacerdotes,
algunos poetas y científicos, todos los moraliteístas y los filósofos repetidores,
todos los que comulgan con las ruedas de molino del vasallaje reaccionario y
que viven encorvados reverentemente ante los Césares del poder gubernamental o
ante los Cresos — reyes del acero, del oro, del petróleo o de las armas de
guerra.
A la
vista de todo esto se ha descubierto, justamente ahora, que el siglo xx es el
siglo de la mujer. Se ha visto que existe una energía femenina digna de ser tomada
en cuenta, digna de ser explotada. Apercibióse el hombre de que su compañera
podía serle de muchísima utilidad material y dedicóse a explotar la carne
femenina, el trabajo femenino o la sensibilidad de la mujer.
Por esta
causa —dentro y fuera del casamiento— todo puede ser calificado de
prostitución, todo es esclavitud. Sujeción para toda la vida a uno solo o a varios
y por tiempo determinado. Sujeción del cuerpo, explotación del trabajo,
esclavitud de la razón... la mujer vive «al servicio» de la esclavitud social.
Las innumerables necesidades lanzadas en la vida por
la civilización industrial, arrastraron también a la mujer hacia el tormento
del trabajo obligatorio y absorbente.
Surgieron nuevas y enconadas luchas de competencia
entre ambos sexos estimuladas por este descubrimiento sensacional. Y la eterna
tutelada, dos veces esclavizada en nombre de la reivindicación de sus derechos,
en nombre de la emancipación femenina, en nombre de tantas banderas, de tanto ídolos:
patria, hogar, virtud, honra, sociedad, religión, derechos políticos y civiles,
feminismo, comunismo, sindicalismo, fascismo, revolución, etc., etc., continúa
siendo un instrumento manejado hábilmente por el hombre para sus fines
sectaristas, dominantes, políticos, religiosos o sociales.
La mujer no ha apercibido, y tal vez no lo verá nunca,
el truco de que se valen los escamoteadores de la civilización unisexual.
Los comunistas instigan a la mujer a trabajar para
el advenimiento de la dictadura «proletaria» preconizada por la Madre Rusia.
Son, según la maravillosa expresión de Han Ryner, los «escultores de montañas».
Su divisa es la de todo rebaño: «...fuera de nosotros no hay salvación...»
Los anarquistas revolucionarios de la «santa violencia»
quieren que la mujer vaya con ellos a soñar barricadas y a gritar en las plazas
públicas como en casa : «¡Viva la revolución! ¡Abajo la burguesía!», como si
todo quedase solucionado así.
Los «en dehors» la quieren en el amor organizado como
cooperativa de producto y consumo; en la camaradería amorosa... es decir, como
instrumento sexual.
De entre los que acabo de citar, conozco a muchos que
se rotulan con los más variados nombres y, sin embargo, sólo se interesan por
su propia libertad y por el triunfo de su partido, sin la menor preocupación
por la mujer, desconociendo en absoluto sus derechos y sus necesidades. Conozco
libertarios cuyo hogar es burguesísimo.
Tanto los laboristas como los sindicalistas, los
propagadores de cualquier religión, los sacerdotes revolucionarios como los
clericales, los socialistas demagogos, los feministas, los partidos políticos,
todos, bsolutamente todos procuran
ahogar las verdaderas necesidades interiores de la mujer, todos sofocan sus más
altas aspiraciones en el caos de las competencias de partidos o en las del
progreso material absorbente. La sumergen en la loca actividad de la vida
moderna para que sea devorada por esa civilización
de explotadores y de vampiros.
La esclava eterna que creyó reivindicar sus derechos,
que pensó se dedicaba a su emancipación, siéntese cada vez más llena de
responsabilidades, y su desesperación, irritabilidad y desaliento crecen a medida
que desaparecen las ilusiones. Porque, hasta el momento actual, ¿cuál fue el
partido o el programa que haya presentado una solución real al problema
femenino?
En realidad, ninguno. Porque la mujer, es esclavizada
bajo otros muchos aspectos, después de la victoria de una reivindicación de
cada partido o de cada idea.
Al despertar para entrar en el trabajo social, su
actividad es desviada hacia la defensa de las «verdades muertas», de las «mentiras
vitales», dentro de la rutina, de las tradiciones, de los prejuicios de otro orden,
de la reacción conservadora o revolucionaria.
La vacunan con el suero de los ídolos nuevos y la hacen
incapaz para subir más arriba, para escalar ideales más elevados, y se agarran
desesperadamente a las muletas milenarias. Aunque los ídolos se bauticen con nombres
nuevos o con programas demoledores, lo real, lo irrebatible es que el ídolo continúa
siendo siempre el mismo: Moloch devorador.
Al
incorporarse al movimiento social, la mujer se ha convertido en un instrumento
creador de nuevos altares y se ha arrojado a una lucha sangrienta, lucha sin
treguas, que los hombres, caníbales de la civilización material y de las
ambiciones desmedidas, alimentan, con el miraje de la vanidad loca de vencer
dentro de «su» partido, en medio de «su» rebaño, entre «sus» compañeros de
ideales, para dominar, para llegar a ser señores de esclavos o de explotados y
exterminarlos en nombre del Amor y de la Justicia, en nombre, sobre todo, de la
Libertad, de la Igualdad y de la Fraternidad...
La mujer, como digo, se ha convertido de víctima en
cómplice de otras tiranías, se ha hecho apta para otra especie de domesticidad.
Y es así corno en la creencia de una liberación continúa siendo explotada su
sensibilidad bajo la capa criminal de los evangelios nuevos, de los partidos recientes
o de las organizaciones ultramodernas.
Bajo el pretexto de reivindicaciones feministas se
ha desfocado nuevamente su razón y se aparta cuasi definitivamente del
verdadero problema femenino, que es el problema humano del derecho a la vida, como
lo tiene todo animal de la escala zoológica, la reivindicación individual de sí
misma, el derecho a ser dueña de su propio cuerpo, de su voluntad, de sus
deseos y de su expansión mental, para vivir la vida en toda la plenitud de sus
posibilidades latentes.
Que aprenda a ser libre para poder libertarse de
las propias cadenas de los instintos que no están acordes con nuestras
necesidades actuales (como, por ejemplo, el instinto de amar a la fuerza bruta,
el instinto guerrero, etc.), instintos inferiores todos ellos, a fin de
ascender hasta el plano superior donde penetra nuestra alma el ansia de ser
algo más que instrumento de voluptuosidad y de explotación, para escalar un
grado más elevado de individualidad a través de la libertad de vivir para su
propio corazón y de pensar por su propia mente.
Mientras la mujer se deje llevar por los otros,
mientras se confíe a la ingenuidad o a la malicia de los partidos, de los programas,
de los votos, de las caridades, de los deberes —ídolos del hogar, de las sociedades,
de los privilegios, de las convenciones —patria, familia, religión y el «qué
dirán»—, será la eterna explotada por la fatalidad social, por la imbecilidad
humana y por la chulería legal y moraliteísta.
Es el problema ibseniano de Nora en “Casa de Muñecas”.
Es el problema hanryneriano del individualismo neoestoico, es el individualismo
de la voluntad de armonía interior, de la realización subjetiva.
La mujer tiene prisa por laborar. Pero hay que
tener en cuenta que sólo puede ser dadivoso quien tiene las manos repletas....
que sólo podemos entregarnos al mundo cuando tenemos el conocimiento y la certidumbre
interior de que lo que vamos a dar no perjudicará al semejante.
Sólo podré sembrar cuando logre recolectar algo en mí
misma. Primero tengo que conocerme y, enseguida, debo realizarme. Sólo después,
bastante tiempo después, podré recoger para sembrar...
Cometo el más inconsciente de los crímenes si alimento
a los demás con el indigesto manjar que me hicieron engullir con la educación y
la rutina social; este alimento no es otro que el patriotismo, la religión, la
familia y la sociedad, que, a su vez, crean, multiplicándolas, nuevas formas de
sujeción.
¡Cuántos ídolos!... ¡Cuántos ídolos para perpetrar
los
crímenes de lesa humanidad, de lesa felicidad hu-
mana, de lesa libertad individual! ¡Y cuan lejos
esta-
mos de nosotros mismos!
Doblemente esclava, la mujer. Protegida (?) milenaria
del hambre, en su cuerpo y en su razón; instrumento de explotación de los
ídolos, de los partidos, de las religiones y de los programas ; en resumen, es la
esclava social.
¡Y es esa mujer la educadora de la infancia! ¡Cuánto
absurdo, cuánto cretinismo, cuánta barbarie patriótica, cuánta estupidez
honrada y virtuosa en la escuela, en el hogar y en la juventud!
Y es esto lo que repiten los millones de profesores
del mundo entero para la conservación del fósil del pasado reaccionario, con el
dominismo de los sacerdotes, de los reyes, de los demócratas demagogos, de los
militares y de los capitalistas.
Este es el orden social y no hay otro instrumento para
su conservación como la mujer. Nuestra civilización no es otra cosa que ese
cadáver que tanto nos cuesta arrastrar...
¿Hasta cuándo?...
¿Volveremos acaso a un punto de partida?
(I) «No hay peor esclavitud que el error activo...»
[Publicado
en la revista Aurora # 10, San
Salvador, enero 2017. Número completo accesible en https://concienciaanarquista.noblogs.org/files/2017/02/RevAuroraN10.pdf.]
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