Helena Andrés Granel
Tradicionalmente la sexualidad se
ha concebido como un ámbito de la experiencia humana situado al margen del
discurso, y concretamente, al margen del discurso político, al ser entendida
como una pulsión o instinto natural.[3] Sin embargo, lejos de estar inscrita en
la naturaleza, la sexualidad se construye discursivamente[4] y desempeña un
papel esencial en la conformación de un determinado orden social.
De esta forma es regulada de
distintos modos en los distintos sistemas sociales, que propician, favorecen e institucionalizan
determinadas formas de expresión sexual al tiempo que actúan de forma
coercitiva o directamente prohibitiva con respecto a otras que se consideran potencialmente
peligrosas y desestabilizadoras del orden social.
Sexualidad y reproducción son
reguladas socialmente, al tiempo que las modificaciones y transformaciones en
los discursos y las prácticas sexuales constituyen un aspecto trascendental, y
no marginal, en los procesos históricos. Es por ello que la sexualidad debe ser
historizada, es decir, analizada y contemplada desde una perspectiva histórica
y sociocultural.
Como construcción sociocultural e
histórica, la sexualidad no se encuentra aislada del ámbito político, sino que
constituye en sí misma una cuestión política, siendo el sistema sexual parte
esencial del sistema social. Desde esta perspectiva es especialmente
interesante el análisis del discurso anarquista con respecto a la sexualidad.
Esto es así por dos razones fundamentalmente: en primer lugar, el anarquismo
conectó abiertamente las esferas política y sexual, al considerar que el
proceso de cambio social debía darse de forma paralela en el ámbito personal y
en el político; en segundo lugar, consecuencia puso en circulación discursos alternativos
y contrahegemónicos con respecto a los discursos dominantes sobre la
sexualidad, de forma coherente con su concepción de lo que debía ser una organización
social antiautoritaria.
No quiere esto decir que los
autores anarquistas impusieran una ruptura absoluta con respecto a los discursos
dominantes. Por el contrario, muchas de sus concepciones sobre la naturaleza de
la sexualidad humana, y sobre lo que en ella era normal o desviado, los
reprodujeron de forma acrítica erigiéndose nuevamente en discurso regulador de
la sexualidad. Así, al tiempo que combatían los prejuicios religiosos sobre el
sexo, con frecuencia adoptaban posturas esencialistas con respecto a la
diferencia sexual. Toda propuesta innovadora se inscribe en un contexto
sociohistórico pudiendo difícilmente desvincularse de una forma radical de las
concepciones generales de su época. Así, como ha señalado Richard Cleminson en
sus trabajos sobre la política sexual en el anarquismo español, esta estuvo
siempre caracterizada por una fuerte tensión entre la ruptura y la tradición.[5]
Frente a las concepciones
marxistas de toma del poder estatal, el anarquismo propugna el cambio social mediante
un proceso de transformación cultural y el desarrollo de nuevos modos de
relación de los que estén excluidos la autoridad y la coacción. Al no centrar su
crítica social en las relaciones de producción, atendiendo de esta forma a una
diversidad de problemas sociales y humanos no circunscritos exclusivamente al
ámbito económico, el anarquismo consideró esenciales para la transformación
social revolucionaria aspectos como la liberación sexual y la subversión de las
tradicionales relaciones de género. La revolución social no podría limitarse de
este modo a un cambio en los sistemas políticos y económicos sino que debía incluir
un cambio sustancial en los modos de relación entre los individuos, proyecto en
el que, necesariamente, tendrían lugar las cuestiones relativas a la vida privada
y la sexualidad. Así, el proyecto anarquista de reforma sexual, como parte
fundamental de su proyecto de revolución social, incluía como condición
esencial la emancipación de las mujeres, la construcción de relaciones de género
igualitarias y antiautoritarias y la elevación de una nueva moral sexual que
suplantara a la vieja moral burguesa.
Notas
3. Arantza Campos Rubio, Charles Fourier: pasión y
utopía, de la atracción pasional a la política sexual, Universidad del País Vasco, 1995, p. 179.
4. Desde el siglo XVIII, como ha
puesto de manifiesto Foucault, se dio una verdadera «explosión discursiva en
torno al sexo»,
una multiplicación de discursos que no se situaban fuera del poder o contra él,
sino «en el lugar mismo donde se ejercía y como medio de su ejercicio»,
producción discursiva cuyos efectos de poder penetrarán los cuerpos; véase
Michel Foucault, Historia
de la sexualidad. La voluntad de saber,
Siglo XXI, Buenos Aires, 2006, pp. 25-47.
5. Richard Cleminson, Anarquismo y homosexualidad, Huerga y Fierro,
Madrid, 1995; «Beyond Tradition and Modernity: The Cultural and Sexual Politics
of Spanish Anarchism»: Spanish Cultural
Studies, Oxford University Press, 1996.
[Fragmento
extraído de la obra del mismo título, publicada por La Neurosis o las Barricadas,
accesible en versión completa en Internet en https://mega.nz/#!TsAx2KKC!qpbvBnOubSOh5KVuGkayTPjAu2B50MqVqYo3zBiIzQk.]
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