Javier Sánchez
(Relaciones Internacionales; CGT ibérica)
Las cárceles son centros de exterminio
del espíritu humano. Centros de confinamiento para quienes el sistema quiere
aislar y contener. Son espacios que representan la quintaesencia del
autoritarismo, donde los reclusos llevan una vida de sometimiento y represión
constante. Son instituciones que no se preocupan de atender las causas sociales
económicas de un delito, solo de castigar las acciones que se salen de los márgenes
de lo que el sistema cree aceptable. O en algunos casos, para reprimir a las
minorías, criminalizarlas, y apartarlas de la vida pública y del resto de la
sociedad.
Es por ello que el movimiento libertario
desde sus inicios, no ahorró en críticas hacia la prisión y lo que conllevaba.
Denunció las condiciones de las presas y presos, la mayoría pobres y de clase
trabajadora y sobre todo, señaló las verdaderas intenciones que hay tras esa
superestructura esclavista. Sean políticos o sociales, las cárceles se llenan
de desheredadas suya existencia disgusta al Estado.
En Chiapas, México, por poner un
ejemplo, la mayoría de presos son indígenas. Muchos acusados de delitos
menores, o con crímenes prefabricados, y que cumplen condenas en condiciones
durísimas de vida. La mayoría son juzgados en lengua castellana, desconocida
para muchos, y sus confesiones son obtenidas mediante presiones y torturas.
Fue el caso de Roberto
Paciencia, indígena chiapaneco del municipio de San Pedro Polhó. Le cayó del
cielo una acusación de secuestro. La víctima era el hijo de un político local
que ya había fingido su secuestro anteriormente para conseguir dinero a través
de su rescate. Roberto fue torturado hasta que confesó. Pasó 3 años y 4 meses
preso hasta que fue liberado el 24 de noviembre de 2016. Ahora el ministerio público
ha interpuesto un recurso contra su sentencia absolutoria. No le perdonan que
se politizase y defendiese sus derechos y los de los demás presos durante el
tiempo que duró su encierro. Lo hizo de la mano de Alejandro Díaz Sántiz, quien
también fue acusado sin pruebas, torturado y encerrado. Alejandro se unió a “Los
Solidarios de la Voz del Amate” un grupo de presos que se adhirió a la Sexta
del EZLN y trabajó denunciando los abusos de poder dentro la prisión. A
Alejandro le castigaron llevándole a un penal de máxima seguridad donde no puede
tener contacto con otros presos. Temen que contagie su rebeldía.
El caso de la prisión política
es especialmente cruel, ya que no siempre se castigan actos o delitos. En la
mayoría de casos, se castiga el mero hecho de pensar y expresar de forma
distinta al poder. Se persigue el extirpar de la sociedad los brotes de
pensamiento disidente o de autoorganización. Para la derecha y la izquierda bien
portada, la prisión política se acaba con el fin de las dictaduras en su
sentido estético. La llegada de las democracias de estilo occidental se
presupone acompañada del derecho a la libertad de expresión. La disidencia, al
menos en su versión verbal, está permitida, y por lo tanto nadie está preso por
sus ideas, ni por expresarlas. Pero en la práctica, las “leyes mordaza” y demás
aparatos legales han construido una serie de acotamientos legales a la libertad
de pensar y expresar. Y todas ellas cuidadosamente redactadas para que ni por
un segundo quepa la duda de la democrática necesidad de limitar la libertad.
Desde leyes antiterroristas destinadas a eliminar de un plumazo las garantías judiciales
de un acusado, hasta sentencias por “apología del...” que dependen de la
arbitrariedad de los jueces.
En México la práctica de la prisión
política es un habitual método de contrainsurgencia Cualquier señal de
pensamiento propio, de acciones de rebeldía o insumisión o de movimientos en pro
de la organización y la autonomía, es susceptible de acabar encarcelado. No es
necesario haber cometido un delito. Los delitos pueden fabricarse con la misma
facilidad con la que se fabrican los discursos que convierten a un joven
manifestante o a la portavoz de un movimiento social en un peligro para la
convivencia.
Esos discursos son los que
convierten a un joven como Luis Fernando Sotelo, quien se manifestó en
solidaridad con los desaparecidos de Ayotzinapa, en un criminal violento. Tal
es la amenaza que supone para la sociedad, que el Estado hace malabares
judiciales para poder encarcelarlo y condenarlo a 33 años de prisión, por la supuesta
(ni hay pruebas ni las habrá de su culpabilidad) quema de un autobús.
Miguel Peralta es uno de los 12 presos
indígenas integrantes de la Asamblea Comunitaria de Eloxochitlán de Flores Magón,
comunidad indígena mazateca. Su prisión y la de sus compañeras es el castigo por
denunciar el despojo que su comunidad sufre a manos del gobierno de Oaxaca. Le
detuvieron junto a las demás, acusado de asesinato. Quienes lo apresaron no
llevaban uniformes ni órdenes de aprehensión. Su encarcelamiento ocurrió antes
de que se le presentase ante un juez.
Álvaro Sebastián Ramírez está preso
en Oaxaca desde hace veinte años. Un grupo armado atacó el pueblo de Santa Cruz
Huatulco y murieron varios policías y militares. Este ataque sirvió de excusa
para detener a Álvaro, quien siempre denunció las corrupciones e injusticias en
la región Loxicha de Oaxaca. Se le acusó de formar parte de este grupo y
condenado a prisión. No hubo pruebas en su contra, sufrió tortura e
irregularidades judiciales.
Los jóvenes Fernando Bárcenas y
Abraham Cortés en Ciudad de México, Santiago Moreno, Esteban Gómez y Emilio Jiménez
de San Sebastián Bachajón en Chiapas, son algunos nombres más de la larga lista
de presos por luchar en México.
Uno de los objetivos de la prisión
política es aislar y neutralizar a quienes la sufren. Alejarles de sus
comunidades, de sus compañeras y compañeros de lucha y de sus familias. Es por
ello que es vital que quienes luchamos desde fuera de las prisiones,
dinamitemos en la medida de lo posible sus muros, creemos grietas por donde
puedan colarse la esperanza y el ánimo de lucha.
Nadie que levante la voz está a salvo
de la prisión. Basta una opinión en las redes sociales, el hacerse visible en
una protesta, ejercer el derecho a huelga o ayudar a los refugiados que huyen
de la guerra. Es precisamente la arbitrariedad del sistema judicial lo que le
hace tan peligroso. Cualquiera puede ser, nadie está a salvo. No hay
precauciones que nos garanticen no ser víctima de este nivel de represión. Y
debemos aprender a solidarizarnos con las y los nuestros, estén a un lado u otro
de los muros. No olvidarlas. Evitar que, en definitiva, las rejas cumplan su
función aisladora.
Por eso animamos a las compañeras
y compañeros, afiliadas, militantes, simpatizantes, a que permanezcan atentas y
atentos a la situación que viven las y los presos políticos del mundo. Es importante
que no sientan abandono ninguno, que creemos una red que sostenga a quienes por
luchar han perdido su libertad.
Desde el equipo de trabajo para México
llevamos tiempo trabajando esto. Manteniendo correspondencia con los presos, visibilizando
sus casos y dando apoyo económico puntual. Creemos, no obstante, que esta labor
debería ser ampliada y que necesitamos el apoyo de toda la militancia. Pedimos
que estéis atentas a las futuras campañas, que os animéis a enviar cartas a las
y los presos o que organicéis actos que visibilicen su causa. En definitiva, que
echemos abajo los muros de las prisiones, aunque sea de forma simbólica y desde
la distancia geográfica.
[Publicado originalmente en el
periódico Rojo y Negro # 309, Madrid,
febrero 2017. Número completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/ryn%20(1).pdf.]
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