Rubén Hernández
En octubre de 1558 hizo su arribo a tierras merideñas un capitán español con la misión inicial de “descubrir” minas de oro o plata, y quien será conocido posteriormente como el “fundador” de Mérida. El “héroe” de la capa roja Juan Rodríguez Suárez fue pionero del funesto proceso de conquista y colonización en la zona andina, mediante el que se sometió por la estrategia de la espada y la cruz a los pueblos prehispánicos asentados desde tiempo indefinido. Ahora bien, este “héroe” que debiera ser calificado más como el malandro de la capa roja que como un personaje civilizador y humanitario, acometió de una forma tan despiadada y brutal a los naturales, que vale la pena mencionar en este artículo algunas de tan “gloriosas” acciones. Además cabe destacar que incluso para sus propios compatriotas, Suárez se convirtió en delincuente, debido a que no tenía licencia para fundar y poblar.
A continuación se mencionan algunas de las acciones vandálicas cometidas por el malandro de la capa roja y su tropa entre la micro-región de La Lagunilla (primer asentamiento de Mérida colonial) y El Valle de Los Alizares (actualmente conocido como El Valle). A tal fin, contamos con el testimonio del sacerdote Pedro de Aguado (“Recopilación historial de Venezuela”), y las pocas pero valiosas noticias al respecto. El testimonio de este personaje cobra especial relevancia sí consideramos que formaba parte del contexto ideológico de la colonización, esencial para someter a los pobladores indígenas; aunque en su relato condena algunas de las acciones de los colonizadores en contra de los indígenas, queda claro su interés en el dominio de la Corona sobre estos últimos. En primer lugar, cabe señalar el horrendo caso de algunos españoles que incendiaron los bohíos de los indígenas en Pueblo Quemado, como la única vía para derrotarlos:
“(…) los soldados no se atrevían a entrar en ellas, y algunos…hombres pretendiéndoles, cosa muy afrentosa que estos indios se quedasen victoriosos con este remedio que de recogerse en sus casas habían tomado, les pegaron fuego a los bohíos para que temiendo los indios ser abrasados en las llamas que de sus propias haciendas se habían de levantar, saliesen huyendo de ellas y se metiesen en las manos de sus enemigos. Pero, como este acuerdo fuese tan malvado y pésimo cuanto se verá, y cruel, de ninguna otra cosa les aprovechó ni sirvió, si no fue de abrasar y quemar con él mucha cantidad de personas de todo sexo y edades que dentro de ellos había (…)”.
Luego, en la población de Jamún o Xamú (actual pueblo de Lagunillas), los invasores intentaron expulsar a los naturales luego de haber entablado con éstos cierta relación “amistosa”: “En esta población de Jamun se estuvieron los españoles descansando algunos días, donde no dejaron de dar alguna ocasión a los indios para que aborreciendo su vecindad y amistad desamparasen sus casas y poblaciones y se fuesen a partes remotas con sus mujeres e hijos (…)”.
En esa misma población (Xamú) ocurrió otro suceso digno de asesinos despiadados, cuando los hombres de Suárez masacraron no sólo a los indígenas capacitados para la lucha de resistencia, sino a mujeres y niños. Se trató, de acuerdo al relato de Pedro de Aguado, de una de las acciones más cobardes del malandro de la capa roja y sus secuaces:
“Otra vez envió Juan Rodríguez un caudillo con gente que fuese… en el agua… indios de la Lagunilla que eran en mucha cantidad. Estaban recogidos con sus mujeres e hijos y haciendas. Los españoles a quienes esto se les encargó se dieron tan buena orden que aunque en el alojamiento de los indios había ciento para uno, dando de noche en ellos, para que pensasen que eran más los que les asaltaban, los desbarataron y ahuyentaron. De suerte que cuando amaneció, hallaron o vieron el alojamiento bañado en sangre y poblado de cuerpos muertos; porque como la crueldad de los soldados era tan bárbara y mala, no se contentaban con descalabrar los que encontraban, sino chicos y grandes, varones y mujeres, los pasaban con espadas de parte a parte, y entre ellos no había más orden de espetar indios y pasar adelante. Y aunque la luz del día les enseñó el triste espectáculo que con sus propias manos habían hecho, no por eso hubo en ellos ningún remordimiento de conciencia, mas, como si la obra fuera buena y en ella hubieran ganado honra y mérito espiritual y temporal, así se jactaba cada español de lo que había hecho”.
Una vez que arribaron los españoles al sitio de La Ranchería (actual La Parroquia), hicieron algunas exploraciones hacia los lados de la Sierra de La Culata. En el sitio que actualmente se conoce como El Valle, los invasores arremetieron contra los indígenas, sus tierras y sus viviendas, e incluso dieron muerte de forma horrible a algunos de los naturales: “En la quebrada de los Alizares, que es más arriba de donde ahora está Mérida poblada, se empalaron dos indios sólo porque, queriendo conservarse en sus tierras y casas, habían cortado una cuchilla y atajado un camino que por ella iba para que los caballos no pudiesen pasar por ella”.
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