Jennifer Peralta
Uno de los temas que da de qué hablar constantemente a la opinión pública es el relacionado con las recurrentes imitaciones que el presidente Nicolás Maduro hace del fallecido presidente Hugo Chávez. La última imagen criticada por las redes sociales hasta la burla, fue la de un Maduro bajo la lluvia con las manos entrelazadas y la cara inclinada levemente hacia el cielo, en actitud de rezo, en un acto en la Plaza Bolívar de Caracas para conmemorar el 19 de abril de 1810. Toda esta teatralización activó de inmediato la memoria colectiva, y se recordó el último mitin que hizo Chávez en el centro de Caracas el 4 de octubre de 2012 con motivo del cierre de campaña de cara a las elecciones presidenciales que se realizarían el 7 de octubre de ese año y que ganaría por una diferencia mínima, siendo su contendor Henrique Capriles Radonski.
Si profundizamos un poco más en relación con esas magistrales fotos del fallecido Presidente, no solo por los planos sino también por la calidad con la que se pueden conseguir por la red (cosa que ni siquiera ocurre con Maduro en este caso), podemos darnos cuenta fácilmente de lo impropio que puede llegar a ser el mandatario actual en sus imitaciones (partiendo, por supuesto de que el hecho haya sido intencional). No se puede tener la osadía de activar la memoria colectiva para traer al presente un hecho tan importante como lo fue aquella elección presidencial, cinco meses antes de la desaparición física del entonces presidente. El hombre bajo la lluvia era un Chávez casi a las puertas de la muerte, que venía de un recorrido por varios estados del país donde se le vio sensible. “Mi último sueño es ser libre. Mi sueño es bajarme de esta tarima y recorrer, una vez más, las calles de Apure. Tocar arpa, cuatro y maracas…” fue una de las cosas que se le escuchó decir casi como un ruego. Era un momento histórico que tocaba las fibras de una colectividad chavista que veía peligrar la revolución sin Chávez, pero también de una sociedad en general que estaba tocada por cierta incertidumbre frente a los rumores de la enfermedad que hasta ahora no se han esclarecido oficialmente.
Todo este desasosiego por el padecimiento del líder carismático se desbordó cuando el 8 de diciembre de 2012, apenas a dos meses de su reelección, Chávez, al informar sobre la reaparición del cáncer, pide a sus seguidores: "Si algo ocurriera, que me inhabilitara de alguna manera, mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario que obligaría a convocar, como manda la Constitución, de nuevo a elecciones presidenciales ustedes elijan a Nicolás Maduro como Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, yo se los pido de mi corazón". Frente a esta petición, cabe la pregunta que orienta este artículo: ¿por qué Maduro no ha podido calar como un líder mesiánico aún cuando fue puesto por el propio padre endiosado de la Revolución Bolivariana?
Dice Pereira de Quiroz , citado por Acevedo (2012) que “para que existan movimientos mesiánicos son fundamentales tres elementos; en primer lugar es necesario que haya una colectividad descontenta u oprimida, en segundo lugar debe estar presente la esperanza de la figura de un emisario divino, y en último lugar debe existir la creencia en un paraíso que debe ser, al mismo tiempo, sagrado y profano”. En este sentido, si consideramos que aún en el imaginario social venezolano sigue estando presente la lucha de clases, incluso para el momento en el que Maduro asume la presidencia, ¿se puede hablar del primer elemento necesario? Si bien la revolución venezolana no había cristalizado, y, para el oficialismo, la lucha de clases era la forma de hacerla funcionar para mantener el poder: unos oprimidos contra sus opresores, ya había un líder protector, capaz de canalizar toda esa fuerza inconforme hacia un proyecto de país, cualquiera que fuese. Señala Cohn, citado por Acevedo (2012), que frente a las tensiones sociales aparecía “en algún lugar del sector radical, un propheta con sus seguidores pobres que intentaba convertir este alzamiento concreto en una batalla apocalíptica, en la purificación del final del mundo” (p. 542). Para el caso venezolano, ya ese profeta existía desde hacía varios años: el hombre del “por ahora”.
Pero ¿qué sucede con el segundo elemento relacionado con la figura de un emisario? ¿Acaso Maduro no representa esa esperanza? Es probable que en los primeros meses transcurridos después de la muerte de Chávez, Maduro representara una esperanza para salvar una revolución de la que él había sido partícipe pero no el fundador, ni mucho menos el líder producto del proceso histórico que protagonizó el pueblo, por lo que esa figura del emisario no duraría mucho. Aunque elegido por Chávez, el actual presidente no es el “semidiós” erigido por el pueblo (Lacouture, 1972). La personificación del poder está en Chávez, y eso es incuestionable.
Maduro ni siquiera cumple con la primera fase del establecimiento del poder que plantea Max Weber citado por Lacouture (1972): “La aparición de un líder carismático o profético, cuyo don de gracia legitima la autoridad sobre sus fieles, (y aún más sobre el pueblo)…” (p.15). Este aspecto está relacionado con lo que afirma Henri Laugier, citado por Lacouture (1972) sobre la formación del poder y el reconocimiento de la legitimidad. Ambos procesos, según el autor, se dan en la medida que exista un líder capaz de
“ser, lo cual supone el reconocimiento de una identidad nacional, la conciencia de pertenecer a una colectividad , de disponer de una cultura común y de compartir las mismas ambiciones; y tener, es decir, movilizar las energías y organizar el desarrollo para salir de indigencia” (p. 17).
Es evidente que hasta ahora, la personalidad de Maduro no ha sido capaz de movilizar las energías suficientes, recordemos lo sucedido en Villa Rosa recientemente, y, aunque es catalogado como el “Presidente Obrero”, cuyo significado debería tener valor en una sociedad donde el tema de la lucha de clases se mantiene vigente, no logra generar una puesta en común, y si se habla de identidad, independientemente de que sea o no verdad, el cuestionamiento a su nacionalidad no ayuda.
En relación con el tercer componente necesario para que pueda darse un movimiento mesiánico: la creencia en la existencia de un paraíso, es probable que muchos sigan creyendo en la utopía del Socialismo, tal vez no en el del Siglo XXI cuyo fundador y líder ya no existe como un poder ejecutor sino como parte del imaginario social del héroe de la patria. Chávez como un referente obligado para los próximos gobernantes. Pero, aún cuando exista este elemento, no es suficiente para que el nuevo mandatario pueda convertirse en el relevo del “comandante eterno”. Maduro es, a fin de cuentas, un hombre sin pueblo. Nadie lo erigió. Ni el propio Chávez pudo conferirle el poder, porque ese poder sólo es constituido por las masas en una relación de simpatía, de interdependencia, de relación dialógica. En este sentido, ni que intente imitarlo, Maduro puede llegar a ser un “semidiós”.
Referencias bibliográficas
Acevedo, G. (2012). La religiosidad popular expresada en lo político: el mito del reino feliz. Espacio Abierto Cuaderno Venezolano de Sociología. Vol. 21 (3), pp. 519-542.
Lacouture, J. (1972). Los semidioses. Ediciones de bolsillo: Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.