Pedro D. Juárez
Cuando la mesa de la unidad convoca a marchas todos piensan automáticamente en el 2002. La gesta desobediente que saco del gobierno a Hugo Chávez por 24 horas. Luego encumbrado y atornillado en el poder hasta su muerte en el año 2013. A manos de sus secuaces y milicos de confianza. Pero si hacemos un ejercicio de imaginación, pensemos por un momento cual es la lógica o la finalidad de una marcha: ¿Tumbar un gobierno? ¿Gritar y exhumar la rabia acumulada ante el amo? ¿Poner en evidencia la miseria en que se vive actualmente? ¿Tocar una olla vacía?
Cuando la mesa de la unidad convoca a marchas todos piensan automáticamente en el 2002. La gesta desobediente que saco del gobierno a Hugo Chávez por 24 horas. Luego encumbrado y atornillado en el poder hasta su muerte en el año 2013. A manos de sus secuaces y milicos de confianza. Pero si hacemos un ejercicio de imaginación, pensemos por un momento cual es la lógica o la finalidad de una marcha: ¿Tumbar un gobierno? ¿Gritar y exhumar la rabia acumulada ante el amo? ¿Poner en evidencia la miseria en que se vive actualmente? ¿Tocar una olla vacía?
Si bien hemos sido consecuentes con el discurso democrático de la oposición venezolana, pocos nos hemos mantenido fieles ante su propuesta incapaz, poco abocada a la inclusión de la población y falta de horizonte político. En pocas palabras, hemos sido estafados, una y otra vez por los mismos políticos pero con diferente mascara. Esto significa que las marchas son experimentos sociales, meros ejercicios de estudio de convocatoria y confianza en una facción política. Esto fue lo que sucedió en la marcha del 1 de septiembre, un fraude para muchos venezolanos, la tan anunciada “Toma de Caracas” terminó siendo un festival de ollas vacías en el horario que ostentan programas de concursos o novelas.
Por otro lado el discurso oficial machacando un golpe de estado imaginario, muy al estilo de las novelas de ciencia ficción. Que si planes desde el imperio norteamericano para desestabilizar el aurea surreal y mística en que vive la patria de Bolívar. Un despliegue de fuerzas militares, policiales y colectivas para atacar al enemigo imaginario, o bien llámese la población arrecha, harta de tanta humillación, oprobio y violación de los derechos humanos.
Una cosa es clara, ni la mal llamada mesa de la unidad ni el gobierno pueden guiarnos a una sociedad digna de ser vivida. Los engaños discursivos, el descaro para hacerle frente a la realidad, las necesidades y el dolor humano son insoportables. La política debe hacerse desde las personas, desde el núcleo social; léase bien desde abajo. Esperando la solución desde arriba cometemos el error de ceder el sentido de nuestra vida a un superior, que terminará siendo nuestro dominador y nosotros sus dominados.
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