Agente Provocador
Parece una escena de una película de espías o una novela de misterio, pero fue real. A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX en Londres se refugiaron numerosos anarquistas italianos, entre otros activistas de medio mundo. Allí fundaron grupos y publicaron periódicos revolucionarios, y tenían en jaque a la policía, aún con técnicas de investigación criminal muy precarias. Esta, para contrarrestar el alto grado de penetración que tenían las ideas anarquistas y la ejecución de atentados contra jefes de Estado, aristócratas y oficiales, decidió infiltrar a decenas de agentes, que intentaron adelantarse a sus actividades. Una y otra vez, se sucedieron extraños atentados que el tiempo demostró haber sido provocados por las mismas autoridades.
Parece una escena de una película de espías o una novela de misterio, pero fue real. A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX en Londres se refugiaron numerosos anarquistas italianos, entre otros activistas de medio mundo. Allí fundaron grupos y publicaron periódicos revolucionarios, y tenían en jaque a la policía, aún con técnicas de investigación criminal muy precarias. Esta, para contrarrestar el alto grado de penetración que tenían las ideas anarquistas y la ejecución de atentados contra jefes de Estado, aristócratas y oficiales, decidió infiltrar a decenas de agentes, que intentaron adelantarse a sus actividades. Una y otra vez, se sucedieron extraños atentados que el tiempo demostró haber sido provocados por las mismas autoridades.
En Londres, la policía trabajó estrechamente con las autoridades italianas, como el vicecónsul Buzzegolo, con el fin de crear un registro de italianos radicales y seguirlos. Uno de los espías más famosos se llamaba Calvo, pero eran decenas los informadores que acudían a los congresos anarquistas. Cuando los agentes secretos eran descubiertos, los anarquistas los denunciaban en sus periódicos, tal y como sucedió en 1912 con el caso de Enrico Belelli, un espía desenmascarado. La Cogna, un periódico publicado por los anarquistas de Londres, hizo pública su identidad y denunció un complot de provocadores. Clubs anarquistas como el Autonomía Club solían organizar bailes y fiestas benéficas para los anarquistas italianos, empleando el dinero recaudado para propaganda revolucionaria.
Londres se convirtió en un tablero en el que jugaban decenas de espías y activistas. Uno de los más célebres anarquistas era el activista italiano Malatesta, entonces en Londres, temido y adorado a partes iguales por medio mundo, y que regentaba un pequeño taller mecánico.
En 1904, el Ministerio del Interior inglés descubrió que Malatesta empleaba un método de encriptación, un código secreto para comunicarse con sus colegas. El código estaba basado en secuencias de letras y números. Cada letra del alfabeto era sustituida por un signo que solo él y unos pocos conocían. Uno de esos minúsculos papeles cayó en manos de la policía, que puso a sus expertos a trabajar en descifrarlo, pero para entonces ya se habían ideado otros métodos para comunicar mensajes secretos.
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