Saul Newman
Al post-anarquismo se lo podría considerar un intento de revisión de la teoría anarquista, en sus líneas no esencialistas y no dialécticas, mediante la aplicación y desarrollo de insights a partir del post-estructuralismo/análisis del discurso. Y esto, a fin de discernir qué es lo innovador y qué lo fundante en el anarquismo; lo cual, precisamente, son la teorización de la autonomía y de la especificidad en el dominio político, y la crítica deconstructiva de la autoridad política. Estos son los aspectos cruciales de la teoría anarquista que deben salir a la luz y explorarse sus implicaciones. Deben ser liberados de las condiciones epistemológicas que, si bien al principio los generó, ahora los limita. El post-anarquismo realiza una operación de salvataje del anarquismo clásico, intentando lograr un insight fundamental acerca de la autonomía de lo político, e investigar sus implicancias en la política revolucionaria contemporánea.
El impulso para esta intervención post-anarquista proviene, en mi opinión, de que no solo la teoría anarquista en germen (in nuce) fue post-estructuralista, sino que el post-estructuralismo fue en germen anarquista. Es decir, que —como ya lo expresé— el anarquismo favoreció la teorización de la autonomía de lo político con sus múltiples sitios de poder y de dominación, así como múltiples identidades y sitios de resistencia (Estado, iglesia, familia, patriarcado, etc.) más allá de la estructura reduccionista de lo económico en el marxismo. Sin embargo, también dije que las consecuencias de estas innovaciones teóricas estaban limitadas por las condiciones epistemológicas de la época: las ideas esencialistas acerca de la subjetividad, la visión determinista de la historia y el discurso racional del Iluminismo. El post-estructuralismo, a su vez, al menos como orientación política, es fundamentalmente anarquista; en particular, su proyecto deconstructivo de desenmascarar y desestabilizar la autoridad de las instituciones, y de oponerse a las prácticas del poder en cuanto son de dominación y de exclusión. El problema con el post-estructuralismo fue que, si bien participaba de la política antiautoritaria, le faltó no solo un contenido ético político explícito, sino también una adecuada participación en la agency (autoridad o capacidad para actuar) individual. El problema central con Foucault, por ejemplo, fue que si el sujeto se construye mediante discursos y relaciones de poder que lo dominan, ¿cómo puede resistir la dominación? Por consiguiente, la propuesta de tratamiento conjunto del anarquismo y del post-estructuralismo se hizo con la intención de explorar maneras para que cada uno aclare y plantee problemas teóricos del otro.
Por ejemplo, la intervención del post-estructuralismo en la teoría anarquista demostró que el anarquismo tiene un punto débil en su teoría: no reconocía las relaciones ocultas en el poder, ni el potencial autoritarismo en las identidades esenciales, ni las estructuras epistemológicas y discursivas, que sentaban las bases de su crítica a la autoridad. La intervención anarquista en la teoría postestructural, en cambio, mostraba las deficiencias políticas y éticas, y en especial las ambigüedades al explicar la “agency” y la resistencia en el contexto de relaciones de poder generalizadas. Estos problemas teóricos se centraron en torno al tema del poder, en el lugar y en lo marginal. Se estableció que mientras el anarquismo podía postular una teoría respecto del sujeto revolucionario esencial, una identidad o lugar de resistencia al margen del poder; en análisis posteriores, ese mismo sujeto se encontraba enredado en relaciones de poder a las que se había opuesto. Considerando que el post-estructuralismo, si bien expone precisamente esta complicidad entre sujeto y poder, fue dejado de lado sin un punto de partida teórico —marginal— desde donde criticar al poder. Por consiguiente, el dilema teórico que intenté plantear desde Bakunin hasta Lacan, ha sido que mientras tengamos que asumir, que no hay un afuera esencialista salvo en el poder —ni un firme terreno ontológico ni epistemológico de resistencia, más allá del orden establecido por el poder— la política revolucionaria necesita, sin embargo, una dimensión teórica por fuera del poder, y una noción de agency revolucionaria que no ha sido definida en su totalidad por el poder. Exploré el surgimiento de esta aporía, y descubrí dos “quiebres epistemológicos” centrales en el pensamiento político revolucionario.
El primero, lo formuló Stirner en su crítica al humanismo del Iluminismo, que sentó la base teórica para la intervención post-estructuralista, dentro de la propia tradición anarquista. El segundo, fue planteado por Lacan, cuyas implicancias sobrepasaron los límites del post-estructuralismo [19] — señalando las deficiencias en las estructuras del poder y del lenguaje, y la posibilidad de una noción radicalmente indefinida de la agency que surge a partir de esta falta. Por consiguiente, el post-anarquismo no es un programa político muy coherente, sino una problemática antiautoritaria que emerge genealógicamente —es decir, mediante una serie de conflictos teóricos o aporías— desde un enfoque post-estructuralista hacia el anarquismo (o, de hecho, un enfoque anarquista del post-estructuralismo). Sin embargo, el post-anarquismo también implica una amplia estrategia para cuestionar y oponerse a relaciones de poder y jerarquías, descubrir sitios de dominación y de antagonismo nunca vistos. En este sentido, al post-anarquismo puede considerárselo un proyecto ético político con final abierto de deconstrucción de la autoridad. Lo que lo diferencia del anarquismo clásico es que se trata de una política no esencialista. O sea, el post-anarquismo ya no se apoya en una identidad esencial de resistencia; dejó de estar anclado en la epistemología del Iluminismo o en las garantías ontológicas del discurso humanista. Antes bien, su ontología es abierta intrínsecamente, y postula un horizonte radical indeterminado y vacío, en el que se puede incluir múltiples luchas e identidades políticas diferentes.
En otras palabras, el post-anarquismo es un antiautoritarismo que se resiste al potencial totalizador de un discurso o identidad cerrada. Esto no significa, por cierto, que el post-anarquismo carezca de contenido ético o de límites. De hecho, su contenido ético-político puede derivar de los principios de emancipación tradicionales de libertad e igualdad, principios cuya naturaleza incondicional e irreductible han sido afirmados por los clásicos anarquistas. Sin embargo, el punto es que estos principios ya no se basan en una identidad cerrada, sino que se han transformado en “significantes vacíos” [20] y abiertos a muchas articulaciones diferentes decididas en forma contingente durante el transcurso de la lucha.
Notas
[19] La cuestión de si Lacan puede ser considerado post-estructuralista o post-post-estructuralista constituye un tema central de litigio entre pensadores como Laclau y Zizek, habiendo sido ambos fuertemente influenciados por la teoría lacaniana. Ver Butler et al. Contingency, op. cit.
[20] Este concepto de “significado vacío” es fundamental para Laclau en la teoría de la articulación hegemónica. Ver Hegemony, op. cit. Ver Ernesto Laclau, “Why do Empty Signifiers Matter to Politics?” in The Lesser Evil and the Greater Good: The Theory and Politics of Social Diversity, ed. Jeffrey Weeks. Concord, Mass.: Rivers Oram Press, 1994. 167-178
[Fragmento tomado de La Política del post-anarquismo, obra que en versión completa es accesible en https://es.theanarchistlibrary.org/library/saul-newman-la-politica-del-post-anarquismo.a4.pdf:}
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