Gustavo Godoy
Existe una tendencia predominante en el mundo de hoy que considera que el único camino hacia el bienestar es el competir contra los demás. Aceptamos el paradigma que la vida consiste en pensar que nuestro valor personal está estrechamente ligado a nuestras victorias en el campo de la competencia. Eres un ganador o eres un perdedor. No se trata de lo que eres capaz de lograr sino de superar a los otros. Es algo relativo, comparativo. No es sobre la meta. Es sobre la posición con relación a los demás competidores.
Existe una tendencia predominante en el mundo de hoy que considera que el único camino hacia el bienestar es el competir contra los demás. Aceptamos el paradigma que la vida consiste en pensar que nuestro valor personal está estrechamente ligado a nuestras victorias en el campo de la competencia. Eres un ganador o eres un perdedor. No se trata de lo que eres capaz de lograr sino de superar a los otros. Es algo relativo, comparativo. No es sobre la meta. Es sobre la posición con relación a los demás competidores.
La noción de que nuestra aceptación social y estimación personal depende de nuestro lugar dentro de un mundo hostil caracterizado por la competencia y la jerarquía, genera mucha angustia. Necesitamos el reconocimiento por el miedo que sentimos al vernos como seres insignificantes. Entonces participamos en un juego que lo único que busca es colocamos en el podio de los ganadores de la carrera social. Queremos posar y jactarnos ante los demás para sentimos seguros.
El problema de este juego es que solo puede haber un ganador. Todos los demás se convierten en perdedores. Algo muy difícil de digerir. El ganador se lleva todos los aplausos mientras el resto son despreciados o, en el mejor de los casos, ignorados. Para algunos el fracaso los motiva a esforzarse mas para llegar a ser el próximo número uno. Algunos trabajan duro. Algunos también hacen trampa. Renuncian al juego limpio debido a las presiones y la desesperación. Lo único que importa es triunfar a toda costa.
Otros simplemente se sienten demasiados abatidos y desmoralizados como para insistir. La presión es demasiada. Entonces, se rinden antes de empezar. Esto significa vivir con un fuerte sentimiento de resentimiento y frustración por dentro. Algo terrible. Una de la soluciones para superar estos sentimientos es dejar de buscar la excelencia y en su lugar defender la mediocridad.
Hay personas que conspiran con otras para que todo sea mediocre y así sus vidas sean más fáciles y cómodas. La competencia continúa pero en veces que premiar al talentoso , este se margina. Según esta estrategia, admirar al mediocre resulta más conveniente. Es más fácil. Estas personas crean un grupo cerrado y aislado donde todos se aceptan mutuamente su propia mediocridad. Todo es uniforme. Nadie desafía. Toda crítica es mal vista y reprimida. La búsqueda de la excelencia o un habilidad excepcional es vista con rechazo. El método del grupo es etiquetar rápidamente a los que no abrazan la mediocridad como un ser egoísta, inconsiderado, o pretencioso. Un perfeccionista que trata de imponer su estándar sobre los demás para vanagloriarse. Prefieren excluirlos y obstaculizar sus esfuerzos, para darle espacio a aquellos que si jueguen según las reglas conformistas del grupo de camarillas. El resultado final es mediocre pero todos están felices porque no hay culpa ni consecuencias.
Una persona plena no compite con nadie. No tiene nada que demostrar porque cree en sí mismo. No se midecon los demás. Algo que considera patético. Goza de una seguridad interna debido a que confía en su propio valor. Busca la cima en vencer sus propios límites. Desafía el enemigo interno para alcanzar sus propios sueños. Vive. Disfruta. Evoluciona a su propio ritmo. No hay angustia. Camina relajadamente. Busca la excelencia colaborando, no compitiendo. Da, no quita. Aprende de lo diferente. Ayuda a los demás. Acepta las mejoras. Está por encima de juegos inútiles.
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