Antonio Liz
El
golpe de Estado no solo no frenó la revolución social sino que la desencadenó.
Que la clase trabajadora no se hubiese podido anticipar a un golpe que era de
conocimiento público solo se puede entender por la impericia revolucionaria de
las dos grandes fracciones del movimiento obrero español, la socialista y la
anarco-sindicalista, ambas carentes de una teoría de la conquista del poder que
les hubiese posibilitado preparar una insurrección de la clase trabajadora.
Esta tampoco tuvo la ayuda del gobierno republicano que le prohibió armarse.
No
obstante, la clase trabajadora española se va a echar a la calle para parar el
golpe y derrotó en buena parte del territorio peninsular a los golpistas sin
contar con la dirección política previa de sus organizaciones y sin la ayuda
material del gobierno republicano.
La
dinámica de los golpistas de querer evitar la revolución social y la coyuntura
europea, marcada por el auge del fascismo y del nazismo, van a llevarlos a la
construcción de un Estado fascista.
La
ayuda de Hitler a Franco se materializa, llegan 20 aviones de transporte y
Mussolini le otorga 12 bombarderos. Con estos aportes, Franco puede organizar
el imprescindible paso del estrecho de Gibraltar con las tropas moras de
África. Allí empezará verdaderamente la Guerra Civil. Las fuerzas coloniales
ocuparán parte de Andalucía y la totalidad de Extremadura y se dirigirán como
una flecha a Madrid. Allí, el pueblo de Madrid, las columnas de milicianos y
los primeros contingentes de las Brigadas Internacionales pararán en seco a las
tropas coloniales.
Ahí
quedó mostrado que era imposible hacer rendir de inmediato al campo
republicano. Hitler y Mussolini incrementaron su ayuda con bombarderos, carros
ligeros y miles de soldados, unos 75.000 a lo largo de la guerra, que
permitirán machacar de forma sistemática las ciudades republicanas. Por primera
y única vez en los anales del capitalismo un ejército colonial invadía la
metrópoli, asesinaba a sus ciudadanos y bombardeaba sus ciudades.
Los
fascistas no solo masacraban a su paso hacia Madrid a trabajadores del campo
que habían tenido la osadía de luchar por una real reforma agraria ocupando
fincas de terratenientes, sino que en una clara venganza de clase y de género
raparon, violaron y asesinaron a cientos de mujeres “rojas”.
Los
bombardeos sobre las ciudades del campo republicano serán constantes a lo largo
de toda la guerra y se irán haciendo más sistemáticos, más destructivos, más
criminales. Bombardearon una Madrid completamente indefensa hasta que, el 4 de
noviembre de 1936, el cielo madrileño vio surcar los primeros aviones de caza
soviéticos, que eran superiores técnicamente a los de nazis y fascistas,
protegiendo parcialmente el cielo republicano. Pero esto duró poco. Mientras
aumentaba la ayuda nazi y fascista, la ayuda soviética era controlada por
Stalin para contener, pero no derrotar al fascismo. A los bombardeos de Madrid
y a la destrucción de Guernica siguieron los bombardeos sistemáticos de
Cataluña que terminará sufriendo los mayores y más sistemáticos bombardeos de
la guerra civil.
Las
“democráticas” Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos no solo no ayudaron al
legítimo gobierno de la República sino que impidieron que ésta pudiese comprar
material bélico excepto a la URSS. Gran Bretaña y Francia creaban el hipócrita
Comité de No Intervención que sirvió exclusivamente para impedir el rearme de
la República y permitir que la ayuda de nazis y fascistas llegase masivamente a
la España de Franco. El gobierno democrático de los EE.UU. además de no
venderle armas a la República permitió que una multinacional suya del petróleo,
la Texas Oil Company (Texaco), surtiese a Franco de combustible a crédito
abierto. Con este proceder no cabía ni pensar que las democracias fuesen a
hacer algún esfuerzo para frenar el fascismo.
Franco
sabía muy bien lo que quería, erradicar la semilla de la revolución social de
España de una vez para siempre. Para esto tenía que aniquilar a los miles de
cuadros políticos de la clase trabajadora, someter al resto de la clase al
Estado y perpetuar en ella el miedo. Con la guerra de desgaste Franco no solo
arrasó al ejército de la República sino que fue aniquilando en el territorio
conquistado a todo aquel que activa o pasivamente se hubiese opuesto al
Glorioso Alzamiento Nacional. La escalofriante cifra de 130.199 asesinatos ya
están documentados con nombres y apellidos, y si bien se están descubriendo
nuevas fosas, miles de víctimas más saldrían a la luz si los asesinos no
hubiesen destruido la documentación.
Para
someter a la clase trabajadora había que controlarla sindicalmente y
aterrorizarla socialmente durante años. Para esto era imprescindible una
estructura estatal que no le permitiese a la clase trabajadora ni un resquicio
por donde colar su actividad sindical y política, el Estado fascista.
El
propio Franco en una carta que le envió a Alfonso XIII, que había donado a los
golpistas un millón de pesetas, le avisa que no va a restaurar de inmediato la
monarquía.
En
septiembre de 1936 Franco había sido nombrado “Generalísimo” de los ejércitos.
El 1 de octubre de 1936 era investido como Jefe de Estado. Era ya el comandante
en jefe del Ejército, el jefe del Estado y el jefe de Falange, el “Caudillo”
militar y político.
Este
régimen, denominado el “Nuevo Estado”, promulga en marzo de 1938 el “Fuero del
Trabajo”. En él se encuadraba verticalmente a la clase trabajadora en el Estado
y la huelga era declarada un delito de “lesa patria”, lo que venía a ratificar
todo lo hecho anteriormente ya que la huelga estaba prohibida con pena de
muerte desde los primeros Bandos de Guerra de los golpistas.
En
febrero del año 1939 Gran Bretaña y Francia reconocen oficialmente el gobierno
franco-fascista. El mismo día que Franco emite el último parte de guerra, el 1
de abril, los EE.UU. reconocen su gobierno. Al día siguiente la prensa publica
el telegrama de felicitación que el Papa Pío XII envía a Franco, “levantando
nuestro corazón al Señor, agradecemos sinceramente, con V.E., la deseada
victoria católica de España”, ratificando el apoyo de la Iglesia.
Terminada
la guerra prosiguió la consolidación del Estado fascista a través de las
denominadas Leyes Fundamentales y se sistematizó la represión sobre las “hordas
marxistas”. Franco dejó bien claro su programa el 17 de julio de 1940 cuando
advirtió que “hemos derramado la sangre de nuestros muertos para hacer una
Nación y para forjar un imperio”. Esto significaba que la conclusión de la
guerra era la continuación de la barbarie.
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