Maria E. Jorge
Los hospitales venezolanos están deteriorados hasta el tuétano. No es noticia nueva. En medio de áreas sin limpiar más que con agua, de paredes desconchadas y filtradas, y del “no hay” permanente y generalizado están los médicos que intentan completar su formación cursando una especialización y trabajando como residentes en alguno de esos centros cadavéricos, los últimos mohicanos de un relevo generacional que se va haciendo insuficiente.
Los hospitales venezolanos están deteriorados hasta el tuétano. No es noticia nueva. En medio de áreas sin limpiar más que con agua, de paredes desconchadas y filtradas, y del “no hay” permanente y generalizado están los médicos que intentan completar su formación cursando una especialización y trabajando como residentes en alguno de esos centros cadavéricos, los últimos mohicanos de un relevo generacional que se va haciendo insuficiente.
“Hace tiempo se escuchaba mucho que compañeros querían estudiar cirugía plática por el dinero, pero dejaron de decirlo porque los criticaban, que para qué estudiaban medicina para poner tetas. Creo que sigue habiendo muchos, pero ya no lo dicen”, cuenta Gabriela Moncaño, estudiante de tercer año del pregrado en la UCV. En Venezuela, se realizan 26 intervenciones estéticas cada hora. Es el promedio que se calcula según datos de la Asociación Internacional de Cirugía Plástica(ISAPS por sus siglas en inglés), que cifran en 231.742 las operaciones cosméticas realizadas en el país durante el año 2013, su estadística más reciente. Se trata de un número creciente, con respecto a 2011 cuando, según la misma organización, se realizaron 81.158 procedimientos. Es decir, un aumento de 285% en la data proveniente de los especialistas adscritos a la Sociedad Venezolana de Cirugía Plástica, Reconstructiva y Maxilofacial, los únicos que reportan sus actividades. Sin embargo, y a pesar de que el país esté entre los 20 con más cirugías plásticas en el mundo, la pregunta a responder es dónde se están formando quienes empuñan el bisturí. El postgrado de Cirugía Plástica y Reconstructiva no tuvo ni un solo aspirante venezolano en 2015 y apenas 2 extranjeros para los cuatro cupos que ofrecía.
Nadie cruza el desierto
En Caracas, los estudios de medicina especializada están menguando. Las aulas se van quedando vacías, los hospitales no reciben esa “sangre nueva” y el futuro de la salud ennegrece. Para el año académico que empezó en enero de 2016 debieron hacerse dos convocatorias de aspirantes a especializaciones en la Universidad Central de Venezuela. Al primer llamado acudieron 1.163 aspirantes a 766 cupos repartidos en 30 hospitales. Quedaron seleccionados 610, 170 ni siquiera presentaron el examen y 87 de los elegidos no se inscribieron. En la segunda convocatoria, no hubo suficientes aspirantes para alcanzar la cantidad de plazas ofrecidas. De 162 personas evaluadas (para 195 cupos) fueron seleccionados 135, 7 no presentaron el examen. Son datos facilitados por José Ramón García, coordinador de Postgrado de la Facultad de Medicina de la UCV. Un dato más desalentador aún: en los primeros cuatro meses del año renunciaron 85 residentes. Hace 13 años, la cantidad de médicos que esperaban cursar una de las especialidades que ofrece la UCV rozaba los 10.000, frente a los 1.106 del año pasado.
Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte en el país. Pero ese postgrado quedó desierto para 2016 por falta de aspirantes. Lo propio sucedió con Hematología Pediátrica e Inmunología Clínica. Solo uno se inscribió en Anestesiología, “uno de los históricamente más buscados pero que ahora es de los que acumula más deserciones”, ratifica García.
El desinterés por cursar una especialización, y vivirla de primera mano en un centro de salud público, no es gratuito. En el Hospital José Ignacio Baldó de El Algodonal no reciben emergencias, por lo que la formación de sus residentes depende por completo de las cirugías programadas. Warner Martínez, estudiante de Cirugía, cree que aprenden gracias a la vocación de los pocos especialistas que quedan en el país, aunque ya están algunos en edad de jubilación. “La parte quirúrgica también depende de ellos y de la disposición que tengan de tiempo en la clínica privada para la que trabajen”. A pesar de todo, Martínez asegura que los venezolanos están muy bien formados por la posibilidad de interacción con el paciente que tienen durante la carrera. La Sociedad Venezolana de Cirugía exige un mínimo de 300 intervenciones para graduarse. “En el último mes no hemos cumplido con el récord por problemas de luz, agua, y fallas con los quirófanos. Se está trabajando a medias. Hay una lista de espera de 100 pacientes por operar”.
El déficit de anestesiólogos tampoco los ayuda. No tienen a ninguno en El Algodonal, por lo que debieron contratar a tres que no tienen un horario fijo. “El hospital está a 30% de su funcionamiento, hay muchísimas camas que no se están utilizando. Pero el médico venezolano resuelve. No contamos con tomógrafo, pero hacemos diagnóstico y canalizamos pacientes”.
Aprendizaje casi autodidacta
La cada vez menor cantidad de galenos preparados para enseñar se convierte en una exigencia aún mayor: aprendizaje sin guía cierta. Oleidy Camejo, residente de Medicina Crítica, con un postgrado en Pediatría a cuestas, que sirve a los niños del Hospital J. M. de los Ríos. Su formación académica, dice, ha decaído mucho porque no hay especialistas graduados que la tutelen y, en medio de la escasez de académicos, a algunos los han jubilado antes de tiempo por su tendencia política. “Hasta el año pasado hice Pediatría y no tenía adjunto en urgencias, que es el área de choque. A Huníades Urbina –ahora presidente de la Sociedad Venezolana de Pediatría- lo jubilaron por razones políticas, era incómodo para el hospital. Los postgrados son autodidactas, hay profesores que nos prestan su apoyo, que nos dicen por dónde estudiar, pero no es lo mismo. A la hora de la práctica tampoco tenemos los insumos”.
La escasez tiene en los pacientes sus primeras víctimas. Pero los médicos también sufren la falta de herramientas para trabajar. Más que aplicar los conocimientos aprendidos con el estudio y la práctica, hacen lo que pueden con lo que tienen, y no lo que deben. “En Medicina Crítica necesito ciertos exámenes para hacer cambios en parámetros ventilatorios, por ejemplo, aquí es prácticamente una brujería porque nos guiamos solo por la clínica de los pacientes. Vemos a los papás sufriendo, tratamos de ayudarlos pero a veces no se puede. Es satisfactorio cuando ves que el paciente sale, pero es muy frustrante cuando el paciente se va de las manos porque no trabajas adecuadamente”, cuenta Camejo. Uno de los residentes de Cirugía Plástica del Hospital Pérez Carreño es un poco más optimista, aunque reconoce el descalabro de la salud pública en Venezuela. Pidiendo proteger su identidad, afirma que “ser latinos y venezolanos nos da una ventaja sobre muchos especialistas similares del resto del mundo. Desde que llegamos a primer año estamos operando, y además venimos con una especialidad previa (del pregrado universitario se egresa como Médico Cirujano). Aquí no faltan los pacientes para operar, a diferencia de otros países en los que los residentes son más observadores. Eso nos da mucha destreza quirúrgica”, dice.
Sin embargo, la limitación de los aprendices criollos está en la imposibilidad de realizar investigación. El tiempo de formación lo invierten en sobrevivir y queda muy tiempo para dedicarse a la producción académica. “Tengo 7 años en el Pérez Carreño y he visto cómo el hospital tenía 24 quirófanos y actualmente solo tiene 8 abiertos. Menos de la mitad. He visto que tumban un lado, tapan el otro, estamos en una remodelación eterna pero nunca abren los 24 quirófanos. A la semana vemos entre 50 y 100 pacientes pero podemos resolver 4. Eso es lamentable. O a veces ni siquiera los resuelves por falta de medicamentos o por emergencias”.
El atractivo internacional
Los estudios de Medicina en Venezuela se realizan en Caracas en la Universidad Central; en Maracaibo en la Universidad del Zulia; en Valencia en la Universidad de Carabobo; en Barquisimeto en la Universidad Centrooccidental Lisandro Alvarado; en Mérida en la Universidad de Los Andes; y en Puerto La Cruz en la Universidad de Oriente. Es decir, formarse en esa carrera requiere traslados, alquileres y hasta mudanzas. Estudiar una especialización también, lo cual se suma a las demás dificultades por las que atraviesa cualquier venezolano. “Desde enero no me pagan. Mi sueldo deberían ser 38.000 bolívares. Aunque la Ley de Universidades establece que la residencia debe hacerse con dedicación exclusiva, yo ya estoy buscando otro trabajo porque solo con esto no puedo sobrevivir. Así es difícil concentrarse en lo que uno debería que es la especialización”, cuenta Oleidy Camejo, en el Hospital J. M. de los Ríos.
Valenciana de nacimiento, vive en Caracas pagando un alquiler de 10.000 bolívares por una habitación en Santa Mónica. “Cuento los días para terminar y salir corriendo de Venezuela, lamentablemente. Siento que no hay futuro y que van a pasar muchos años. Siento que mi juventud se la llevó la revolución. Cuándo voy a poder comprar una casa, si no me alcanza para el alquiler, o comprarme un carro”. En dos años y medio, cuando termine su residencia en el J. M. de los Ríos, Camejo se irá demasiado, como también planea hacerlo Warner Martínez, en El Algodonal, quien afirma que más del 60% de su promoción de pregrado ya está en el exterior. Ambos se sumarán a la cuenta de la Federación Médica Venezolana que en 2014 registró un déficit de 7.650 especialistas en los hospitales del país y que calcula que al menos 15.000 médicos se fueron de Venezuela en 2015.
Francisco González, médico cirujano de la UCV, es uno de los que dijo adiós. Ahora estudia Pediatría en el Centro Médico Albert Einstein de Philadelphia, en Estados Unidos. “Sentí que mi educación iba a ser mejor aquí. Hay más tecnología, más investigación, más recursos, más academia. Luego vienen otros factores que igual son importantes, como la capacidad de independizarme con sueldo de residente. También aquí el residente está protegido en cuanto al tiempo que trabaja. Hay límites. Allá a los residentes que conocí los trataban como unos esclavos”. Para hacer los tres exámenes de admisión en la institución norteamericana, debió pagar 3.600 dólares. “Ahora tengo un salario suficiente para vivir cómodamente. Podría ser mejor, pero la verdad es que es suficiente para pagar renta, tener carro y vivir cómodo pero sencillo. Tampoco un lujo”. Su testimonio contrasta con el del residente de Cirugía Plástica del Hospital Pérez Carreño, cuyo optimismo sigue siendo tricolor. “Creo que en la crisis hay oportunidad, y que los que nos quedamos tenemos que echarle pichón y posicionarnos. Creo que esto va a cambiar, que va a tomar tiempo, pero que alguien tiene que trabajar para lograrlo”.
[Tomado de http://elestimulo.com/climax/medicina-en-venezuela-sin-generacion-de-relevo.]
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