Gustavo Godoy
Según la teoría clásica de la democracia concebida por los pensadores liberales del siglo XIX, la sociedad está compuesta de una comunidad de públicos de opinión. Cada comunidad de opinión, forma su criterio bajo un proceso de discusión entre sus miembros. Algo que debe ocurrir de manera autónoma y racional. Según estas ideas, el individuo culto, leído e informado conversa libremente y debate dentro de asociaciones y partidos con la esperanza que la verdad y la justicia surjan de la integración de los diferentes puntos de vista. Esas opiniones producidas de la libre discusión compiten entre sí y una de ellas “vence”. Esta es la que el público ejecuta o instruye a sus representantes para que la ejecuten en su nombre. Es en el público donde radica la legitimización de la democracia y la de todos los asuntos públicos. Las constituciones y las leyes de casi todas las sociedades modernas están basadas en estas afirmaciones y creencias. Todas estas teorías se alimentan de la fe en el intelecto, la racionalidad y nobleza humana, muy en boga entre los pensadores e intelectuales de siglos pasados. Sin embargo, para nadie es un secreto que hoy la realidad es otro. Estas ideas cuando los comparamos con lo que realmente sucede en la actualidad parecen más un cuento de hadas. Aunque es una gran mentira, la teoría clásica de la democracia es la versión oficial de cómo funciona nuestra sistema social.
Según la teoría clásica de la democracia concebida por los pensadores liberales del siglo XIX, la sociedad está compuesta de una comunidad de públicos de opinión. Cada comunidad de opinión, forma su criterio bajo un proceso de discusión entre sus miembros. Algo que debe ocurrir de manera autónoma y racional. Según estas ideas, el individuo culto, leído e informado conversa libremente y debate dentro de asociaciones y partidos con la esperanza que la verdad y la justicia surjan de la integración de los diferentes puntos de vista. Esas opiniones producidas de la libre discusión compiten entre sí y una de ellas “vence”. Esta es la que el público ejecuta o instruye a sus representantes para que la ejecuten en su nombre. Es en el público donde radica la legitimización de la democracia y la de todos los asuntos públicos. Las constituciones y las leyes de casi todas las sociedades modernas están basadas en estas afirmaciones y creencias. Todas estas teorías se alimentan de la fe en el intelecto, la racionalidad y nobleza humana, muy en boga entre los pensadores e intelectuales de siglos pasados. Sin embargo, para nadie es un secreto que hoy la realidad es otro. Estas ideas cuando los comparamos con lo que realmente sucede en la actualidad parecen más un cuento de hadas. Aunque es una gran mentira, la teoría clásica de la democracia es la versión oficial de cómo funciona nuestra sistema social.
La sociedad moderna más que una comunidad de públicos autónomos es una sociedad de masas. El individuo moderno se encuentra en una posición aislada dentro de una sociedad fragmentada dominada por pequeños grupos. El poder de la sociedad y sus instituciones sobre el individuo es inmenso. El individuo promedio en vez que crear sus criterios, sus criterios son impuestos por los medios masivos de comunicación, donde recibe mucho más de lo que él podría aportar. Son las elites, sobre todo las políticas y las económicas, las que dominan a la masa, no al revés. La masa no tiene autonomía frente a la autoridad institucional. Es la autoridad la que penetra a la masa reduciéndola para controlarla, manipularla y canalizar sus acciones. El rol de la masa es uno pasivo, simplemente reacciona a lo que le imponen.
La masa es la nueva mayoría en el mundo actual. Ese colectivo, hoy mimando por casi todos, está conformado de un populacho, que a pesar de saber leer y escribir porque paso por el colegio y la universidad, es inculto, ignorante, apático, y sumamente irracional. Hoy se celebra el no tener cultura, ni educación, y se ridiculiza con demasiada frecuencia a todo aquel que lee y piensa con un poco más de profundidad. Hoy en día, el individuo pensante es excluido por ser considerado como alguien molesto y necio, la preferencia siempre la tiene el sumiso, el dominable que se deja llevar.
Los grandes medios de comunicación, que cada día están en menos manos, sobre todo la televisión, tienen a la gran masa como su audiencia predilecta por ser la más rentable. Las figuras públicas como los políticos y las celebridades de moda, como también los productores de programas y contenidos, saben muy bien que para que algo se venda debe ajustarse a la medida de la gran masa. Todo debe ser superficial, básico y trivial para que pueda ser digerido con facilidad por la masa. El chisme, el chiste de mal gusto, el último crimen, la linda chica en paños menores, el más reciente escándalo sexual, el esoterismo barato, el melodrama rosa, los gritos, las peleas y lo grotesco son la fórmula para llegar al éxito de sintonía. La incultura es lo da el rating en nuestros días.
Francamente, no podemos conformarnos con tanta mediocridad. No podemos ser cómplices de este monstruo, habiendo tanta belleza en el mundo. No seamos tan ingenuos como para creer que todo lo que viene de los medios es bueno y verdadero. Debemos dudar, pensar, analizar, formar nuestras propias opiniones. No tenemos que ser como todos. Nacimos para ser únicos y extraordinarios, no para imitar, no para ser borregos. Lee, piensa, sueña, crea. Seamos geniales y hagamos de este mundo, algo más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.