La Oveja Negra
La cultura machista no defiende al hombre, lo condena de una manera un tanto sofisticada —al igual que a la mujer: a la explotación, a la represión, a la sumisión, al maltrato y a la muerte. Los hombres encabezan las estadísticas de muerte por asesinatos, suicidios, adicción y hasta por accidentes viales. El machismo permite y alienta la muerte de hombres y mujeres, sin embargo no todo es lo mismo.
Muchos hombres, aún dañados por esta misma cultura, defienden su pequeña parcela de poder frente a la visibilización de la violencia contra la mujer. Argumentan pobremente desde un nuevo discurso políticamente correcto sobre la igualdad: «ni machismo ni feminismo», «la violencia es violencia, venga de quien venga». Veamos que, siendo que en los casos de violencia contra las mujeres son los hombres los que se destacan como agresores, la cuestión no se resuelve si encima se opina desde la pose del machito agresivo, o del bienpensante machista moderno que no dice abiertamente lo que piensa: que las mujeres son inferiores. Las estadísticas arriesgan ciertos números: el 90% de los hombres son asesinados por hombres y el 95% de las mujeres también. Pero cuidado, las estadísticas jamás revelarán ciertos “datos” de la realidad: las condiciones materiales de existencia de las que emanan todas estas situaciones.
La cultura machista no defiende al hombre, lo condena de una manera un tanto sofisticada —al igual que a la mujer: a la explotación, a la represión, a la sumisión, al maltrato y a la muerte. Los hombres encabezan las estadísticas de muerte por asesinatos, suicidios, adicción y hasta por accidentes viales. El machismo permite y alienta la muerte de hombres y mujeres, sin embargo no todo es lo mismo.
Muchos hombres, aún dañados por esta misma cultura, defienden su pequeña parcela de poder frente a la visibilización de la violencia contra la mujer. Argumentan pobremente desde un nuevo discurso políticamente correcto sobre la igualdad: «ni machismo ni feminismo», «la violencia es violencia, venga de quien venga». Veamos que, siendo que en los casos de violencia contra las mujeres son los hombres los que se destacan como agresores, la cuestión no se resuelve si encima se opina desde la pose del machito agresivo, o del bienpensante machista moderno que no dice abiertamente lo que piensa: que las mujeres son inferiores. Las estadísticas arriesgan ciertos números: el 90% de los hombres son asesinados por hombres y el 95% de las mujeres también. Pero cuidado, las estadísticas jamás revelarán ciertos “datos” de la realidad: las condiciones materiales de existencia de las que emanan todas estas situaciones.
Hay cuestiones generales, sociales que debemos analizar: cada agresión no es simplemente un hecho aislado y privado, una a una son constitutivas de un problema social, y por lo tanto no hay soluciones aisladas y privadas. De esa manera hablamos del hombre y de la mujer en general, no haciendo referencia a cada individuo, sino al sujeto social. A sabiendas de que tampoco ni todos los hombres ni todas las mujeres están en las mismas condiciones, y nos referimos explícitamente a que cada hombre, así como cada mujer, integra una de las dos clases sociales antagónicas en esta sociedad. Y no se trata de todo o nada, de dejar de lado los casos puntuales hasta que se resuelva el problema completamente, de lo que se trata es de no perder de vista ni el enfoque general ni la raíz del problema. Se trata de salir de las vidas privadas que nos impone esta forma de privación de la vida, esta no–vida bajo el capitalismo.
Se trata de hacer fuertes a las niñas y niños para que sepan defenderse y detectar a los agresores antes de que pasen a la acción. Se trata también de combatir una cultura misógina que se concreta en cada uno desde la infancia. Sin embargo, toda lucha es incompleta si no atacamos una sociedad que nos objetiviza y cosifica, no sólo frente a la mirada del violador o del violador reprimido que manosea cuerpos con su mirada y en silencio.
¿Cómo enseñar a las niñas y niños a no ser violadas o a no violar mientras nos veamos unos a otros como objetos de satisfacción individual? Satisfacción que puede ser sexual, emocional o económica pero con un denominador común: el egoísmo de emplear al otro como un instrumento para complacerse a uno mismo. ¿Cómo crear una nueva cultura del respeto mientras se fomenta el ascenso social, el pisarle la cabeza al de al lado, el egoísmo y el narcisismo? ¿Cómo plantear relaciones respetuosas si están basadas sobre el ideal de la propiedad privada? ¿Cómo proponer una plenitud humana si somos fragmentados como seres?
Somos cosificados, separados, medibles, cuantificables, pero aún somos seres humanos, en una existencia contradictoria, y es esa contradicción la que queremos hacer estallar. Y la lucha por hacer volar este orden social precisa necesariamente de otra forma de abordar nuestro mundo. Bajo el capitalismo, en la contradictoria existencia de sobre–vivir, somos empujados a ser seres frustrados, pasivos, traumatizados, aburridos, ansiosos y banales, sumidos en la necesidad del dinero. Es en la lucha contra esta forma de no–vida que vamos descubriendo diferentes maneras de relacionarnos, limitadas pero de una fuerza indomable. alien
Es en esta lucha que debemos combatir, entre tantas otras cosas, la imagen que crea la cultura machista y un gran sector de la ideología feminista, de una mujer frágil e indefensa, prácticamente estúpida y víctima de la violencia del hombre. Esta caricatura es ampliamente utilizada por el Estado, pues así desearía que fuera cada ciudadano. Y cada patriarca la instrumentaliza para sí y para mantener intacto el orden social, sea actuando de padre, marido o hermano protector, de militante–mendigo de leyes, de patrón o de gobernante.
Es imposible, desde la construcción de una identidad propia en función del rol de víctima, aspirar a la destrucción de esta sociedad opresiva porque esto amenazaría la seguridad de ese y otros roles fijados. Esto no implica desconocer el sufrimiento de las víctimas, pero sí advierte que ese rol que se autoperpetúa sólo genera más víctimas, cuando puede haber otra forma de pararse frente a la violencia. Desde el victimismo se busca aliados y culpables mas no solucionar la situación, incluso se refuerzan los vínculos de agresión y opresión. ¡Seamos sujetos que toman su destino en sus propias manos y no víctimas!
Desde la construcción de una identidad propia basada simplemente en función de nuestros genitales o deseos sexuales tampoco es posible aspirar a la destrucción de una sociedad opresiva.
Cuando nos referimos a explotadores y explotados, no nos referimos a aislados vínculos interindividuales, sino a relaciones sociales, de clases sociales. Decimos que no están aisladas no simplemente porque son casos que pueden sumarse, sino que son hechos que forman parte de una totalidad. Ocultar la existencia de clases antagónicas y reducir los problemas sociales a situaciones personales o grupales, fomenta y consolida la ideología dominante. De este ocultamiento parte la imposibilidad de pensar y actuar en comunidad y en función de ser y hacer un cambio revolucionario de este modo de organizar la vida social.
Mujeres y hombres, proletarias y proletarios estamos juntos en esto, en una realidad inseparable, y sólo abordando esta realidad como un todo y unidos es cómo podemos luchar por una vida mejor.
[Publicado originalmente en el boletín La Oveja Negra # 34, noviembre-diciembre 2015, Rosario (Arg.). Numero completo accesible en http://boletinlaovejanegra.blogspot.com/.]
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