J.R. López Padrino
El poder judicial en nuestro país nunca ha gozado de buena salud. Sus deficiencias son de larga data: denuncias sobre retrasos procesales, jueces complacientes, sentencias de dudosa trasparencia, existencia de mafias judiciales, de la partidización del sistema de justicia, entre muchos otros.
El poder judicial en nuestro país nunca ha gozado de buena salud. Sus deficiencias son de larga data: denuncias sobre retrasos procesales, jueces complacientes, sentencias de dudosa trasparencia, existencia de mafias judiciales, de la partidización del sistema de justicia, entre muchos otros.
En 1984 se creó la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE), la cual elaboró un Proyecto de Reforma Integral del Estado (PRIE). Entre muchas otros aspectos, el proyecto contemplaba la reforma del Poder Judicial a fin de modernizar el ordenamiento jurídico, garantizar la plena autonomía del Poder Judicial, y la profesionalización y despartidización de la administración de justicia. Sin embargo, tal esfuerzo se disipó con la llegada al poder del tte. coronel, quien ignoró tales recomendaciones y en su lugar decretó la emergencia judicial (1999), que fue seguida por un engañoso régimen de transición que le permitió al dicharachero de Sabaneta y su logia socialfascista introducir una serie de cambios y reformas, no destinados a depurar al poder judicial de sus vicios del pasado, sino para adaptarlo a las necesidades del “proceso” aumentando la corrupción. La Corte Suprema de Justicia fue rebautizada como Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), se crearon nuevas Salas (Constitucional, Social y Electoral), se creó la Dirección Ejecutiva de la Magistratura, se sustituyó el Consejo de la Judicatura con la Comisión de Funcionamiento y Reestructuración del Poder Judicial y se elaboraron nuevas normas para evaluar el desempeño de los Jueces.
Con ello logró la transformación de un poder judicial ineficiente y corrupto en algo peor, en un poder judicial inmoral, genuflexo, y prostituido al servicio incondicional de un régimen autoritario. Prueba de ello fue la imagen dantesca y bochornosa del acto de apertura del año judicial 2007, donde los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia en pleno, entonaron a coro el estribillo popular: “¡Uh! ¡Ah!, Chávez no se va”. Se daba inicio a un sistema de justicia dirigido por una soldadesca con toga, postrada al servicio del proyecto tte. coronel.
Hoy tenemos un poder judicial servil y domesticado que carece de autonomía dada la abultada presencia de Jueces provisionales o temporales (80%), vulnerables frente a un régimen que ejerce sin rubor toda clase de presiones, violentando el debido proceso, e imponiendo juicios sumarios y condenas expeditas. Ejemplo de ello son las infelices actuaciones de María Eugenia Núñez la ignominiosa juez que tiene en sus manos la demanda contra los medios de comunicación, o Susana Barreiros la abyecta juez que dictó la sentencia condenatoria en el caso de Leopoldo López.
Los testimonios de Luis Velásquez Alvaray, Eladio Aponte y más recientemente de Franklin Nieves le han permitido al país comprobar eso que desde hace mucho tiempo se viene sospechando y denunciando, y que los dirigentes del régimen y sus plumíferos niegan o banalizan: las brutales presiones del inquilino de Miraflores para imponer decisiones judiciales al margen de la ley en contra de la disidencia política, prostituyendo aún más al poder judicial. No existe mayor diferencia entre las farsas judiciales escenificadas por Roland Freisler Presidente del Tribunal Popular o Corte del Pueblo (Volksgerichtshof) de la Alemania Nazi y los sainetes judiciales de Gladys María Gutiérrez Alvarado presidenta del TSJ y de su soldadesca con toga al servicio de los capos de la droga, disfrazados de revolucionarios que “desgobiernan” al país.
La infructuosamente y fracasada revolución bonita pretende imponernos una sociedad basada en la mentira, y la corrupción, sin derecho a la critica y el disenso, una sociedad ciega y sorda donde solo imperen sus criterio absolutistas. Un país domesticado bajo la elegía del líder insepulto que lo personifican como el nuevo padre de la patria.
La torre de mentiras que protege la putrefacción moral y ética del fachochavismo se desploma. Su fetidez se esparce a lo largo ancho del país.
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