Barbara
Epstein
[Nota previa de El Libertario: Este ensayo parte de una perspectiva marxista y
repite algunas de las muletillas con las que esa visión pretende descalificar
al anarquismo, por ejemplo: cuando se presenta como puramente terrorista a la
práctica de la "propaganda por el hecho"; cuando se extraña porque
l@s anarquistas no tengan la misma actitud de apego dogmático a la obra escrita
del Gran Gurú de Antaño que caracteriza al marxismo; cuando se menosprecia como
purismo al antiestatismo; o cuando hay espanto por el rechazo a la "necesidad"
de liderazgos permanentes. Además, nos parece un tanto forzado el intento por integrar ambas visiones por la
vía de imponer lo esencial de la teoría y las artimañas políticas del marxismo
como orientación que guíe al activismo anarquista, que hoy vuelve a marcar la
pauta en los movimientos sociales. Sin embargo, como hay aquí temas y
perspectivas interesantes en relación al anarquismo contemporáneo,
especialmente respecto a su evolución en Norteamérica, entendemos que vale la pena
difundir este texto.]
Muchos de los jóvenes activistas
radicales, sobre todo los que están en el centro de los movimientos
antiglobalización y anticorporativo, se califican a sí mismos de anarquistas.
Pero la perspectiva intelectual y filosófica que predomina en dichos círculos
podría describirse más bien como de sensibilidad anarquista que como anarquista
per se. A diferencia de los radicales marxistas de la década de 1960, que
devoraban los escritos de Lenin y Mao, los activistas anarquistas de hoy en día
es poco probable que se dediquen a estudiar con detenimiento las obras de
Bakunin. Para los jóvenes activistas radicales contemporáneos, el anarquismo
significa una estructura organizativa descentralizada, basada en grupos de
afinidad que trabajan juntos sobre la base de asociaciones ad hoc, y una toma
de decisiones por consenso. También significa igualitarismo, oposición a toda
jerarquía, poner bajo sospecha a la autoridad, sobre todo la del Estado, y el
compromiso de llevar una vida según los propios valores. Es probable que los
jóvenes activistas radicales que se consideran a sí mismos anarquistas sean
hostiles no sólo a las corporaciones, sino al capitalismo. Muchos imaginan una
sociedad sin Estado basada en pequeñas comunidades igualitarias. No obstante,
para algunos la sociedad del futuro sigue siendo una cuestión sin resolver.
Para ellos, el anarquismo es importante, sobre todo, como estructura
organizativa y como compromiso con el igualitarismo. Es una forma de política
que gira más en torno a la exposición de la verdad que a la estrategia. Se
trata, decididamente, de una política que se hace momento a momento.
El anarquismo y el marxismo tienen una
historia de antagonismo. Bakunin, cuando escribía a mediados del siglo XIX,
sostenía que la clase trabajadora no podía utilizar el poder del Estado para
emanciparse, sino que tenía que abolir el Estado. Más tarde, los anarquistas se
dedicaron a «la propaganda de los hechos», y a menudo se dedicaron a realizar
acciones asesinas y terroristas a fin de incitar levantamientos masivos. A
principios del siglo XX, los anarcosindicalistas creían que el sindicalismo de
corte militante evolucionaría hacia la revolución, consecuencia de la lógica de
la escalada de la lucha de clases. Marx (igual que Lenin) había señalado que la
construcción del socialismo requeriría la transformación revolucionaria del
Estado (y, en última instancia, la «disolución» del Estado basado en la clase).
Sin embargo, los anarquistas criticaban a los marxistas por la tendencia, en la
práctica, a tratar el Estado como un instrumento del que era posible
apropiarse, simplemente, y utilizarlo para otros fines. Los anarquistas veían
el Estado, no como una herramienta, sino como un instrumento de opresión, no
importa en manos de quién estuviera. La experiencia estalinista dio crédito a
su crítica.
La mentalidad anarquista de los jóvenes
activistas de hoy tiene relativamente poco que ver con los debates teóricos
entre anarquistas y marxistas, la mayoría de los cuales se produjeron a finales
del siglo XIX y principios del XX. Está más relacionada con la adopción de una
perspectiva igualitaria y antiautoritaria. Hay versiones del anarquismo
profundamente individualistas e incompatibles con el socialismo. Pero no son
estas las formas de anarquismo que predominan en los círculos activistas
radicales, que tienen más en común con el socialismo libertario que defienden
Noam Chomsky y Howard Zinn que con los escritos de Bakunin o Kropotkin. Los
activistas anarquistas de hoy derivan sus ideas de una vertiente de la política
de tinte moral y expresivo.
Existe una considerable intersección
entre este anarquismo contemporáneo y el socialismo democrático, en parte
porque ambos se forman en el radicalismo cultural de la década de 1960. Los
socialistas y los anarquistas contemporáneos comparten ambos la crítica de la
sociedad de clases y el com promiso con el igualitarismo. Pero el antagonismo
histórico entre ambas visiones del mundo también ha creado en la mente de
muchos marxistas un estereotipo del anarquismo que hace difícil que se perciba
lo que ambas perspectivas tienen en común. La absoluta hostilidad del
anarquismo hacia el Estado y su tendencia a adoptar una postura de pureza moral
limitan su utilidad para servir de fundamento de un movimiento amplio a favor
de un cambio social igualitario, por no hablar de una transición hacia el
socialismo. Decirle las verdades al poder es, o debería ser, parte de la
política radical, pero no puede ser sustituto de la estrategia ni de la
planificación.
También hay ciertas cosas que los
marxistas podrían aprender de los activistas de la antiglobalización. Su
anarquismo combina ideología e imaginación, para expresar su perspectiva
fundamentalmente moral a través de acciones que pretenden lograr que el poder
se haga visible (descarado) y, a la vez, socavarlo. Históricamente, el
anarquismo ha aportado a la izquierda una guía moral que, con demasiada
frecuencia, ha caído en la ignorancia. Hoy en día, el anarquismo atrae a los
jóvenes activistas, mientras que el marxismo no, o, al menos, no en la misma
cantidad. Lo que presentamos a continuación es un intento de explicar los
motivos de esa atracción.
1.-
A finales del siglo XIX y principios del
XX, el anarquismo era el enclave sobre el que se cimentaba la facción radical y
militante del movimiento obrero y de la izquierda de los Estados Unidos, de
igual forma que, poco más o menos, en décadas posteriores lo sería el
comunismo, tras la estela de la revolución bolchevique. Aunque existían
organizaciones anarquistas —la más importante de ellas era la organización
anarcosindicalista Obreros Industriales del Mundo (IWW [Industrial Workers of
the World)—, la organización no era uno de los puntos fuertes del movimiento
anarquista, como sí lo sería, más tarde, del movimiento comunista. La identidad
anarquista no estaba vinculada a la pertenencia a una organización, en el
sentido en que la identidad comunista se vincularía después a la pertenencia al
Partido Comunista. A pesar de esas diferencias, el anarquismo ocupaba más o
menos la misma posición dentro de la izquierda en general que más tarde pasaría
a ocupar el comunismo.
En el siglo XIX, la postura de la
dirección de los Señores del Trabajo (KL,[Knights of Labor]), la primera gran
organización laboral de ámbito nacional, era vacilante por lo que respecta a la
afiliación de la clase trabajadora. Dentro del KL había tanto asociaciones
reformistas como sindicatos. A veces, los líderes de la organización
desalentaban una afiliación sindical que parecía amenazar la agenda ref rmista
de la organización. Simultáneamente, un reducido movimiento sindical anarquista
mantenía una afiliación constante que contrastaba con la postura del KL. La
naturaleza vacilante del apoyo de los líderes de esta última organización a las
luchas sindicales hizo que ésta se volviera vulnerable a la competencia de la
Federación Norteamericana del Trabajo (AFL [American Federation of Labor]), a
la que sólo podían asociarse los sindicatos.
A finales del siglo XIX, las frecuentes
entradas de la economía en fases de recesión propiciaron la extensión de un
sentimiento anticapitalista entre los trabajadores estadounidenses. En los años
de su formación, la AFL se vinculaba a sí misma con esa sensibilidad radical.
Sin embargo, a principios del siglo XX, la creciente prosperidad inauguraba la
posibilidad de que, al menos, los obreros cualificados pudieran acceder a una
mayor estabilidad. En ese momento, la AFL renunció a sus anteriores guiños al
radicalismo, anunció que sus preocupaciones se limitaban a los salarios y a las
condiciones laborales y, respecto a otras cuestiones más generales, manifestó
su disposición a respetar el poder del capital. El conservadurismo de la AFL,
el hecho de concentrarse en la organización de los trabajadores cualificados, la
mayoría de los cuales habían nacido en el país, y su escasa disposición a
organizar a los trabajadores no cualificados o inmigrantes dejaban un espacio
considerable para la aparición de un movimiento obrero más radical .
Esa alternativa radical surgió, en
primera instancia, con la Federación de Mineros del Oeste [Western Federation
of Miners] y otras organizaciones obreras que se enfrascaron en luchas
militantes y que estaban abiertas a perspectivas tanto socialistas como anarquistas.
La IWW, compuesta por esas y otras organizaciones, adoptó una perspectiva
explícitamente anarcosindicalista, organizó a los trabajadores no cualificados,
a los de origen extranjero y a los negros, ignorados por la AFL, y pasó a
representar un sindicalismo radical y apoyado en la militancia. La izquierda
socialista se encontraba dividida en torno a las mismas líneas que el
movimiento obrero: había quienes se inclinaban hacia la IWW, mientras que otros
lo hacían hacia la AFL. Dentro del Partido Socialista, existía un ala izquierda
que apoyaba a la IWW y su enfoque de la lucha de clases basado en la
afiliación, y un ala derecha que prestaba su apoyo a la AFL y se inclinaba por
hacer política electoral. La idea estrecha que la IWW tenía de la revolución,
lo que descartaba cualquier participación en la arena política, llevó a muchos
socialistas que habían apoyado inicialmente a la IWW a distanciarse de ella con
el tiempo.
La IWW emprendió toda una serie de
brillantes campañas organizativas, frecuentemente saldadas con éxito, pero sus
secciones locales acostumbraban a ser poco duraderas. En parte, se veían
debilitadas por su resistencia a firmar contratos, basándose en el argumento de
que cualquier acuerdo con el capital era colaboración de clase y, en parte, por
la vulnerabilidad de su base, compuesta en gran medida por inmigrantes, con
frecuencia de lengua no inglesa, al acoso de los patronos y de la represión
legal del gobierno. Finalmente, el enfoque que la IWW tenía de la revolución se
vio desplazado por la revolución bolchevique, el entusiasmo por la cual arrasó
entre la izquierda estadounidense, sobre todo entre sus bases inmigrantes de
las que el anarquismo había derivado su apoyo. La revolución bolchevique
también provocó la división y el posterior declive del Partido Socialista, así
como el ascenso del Partido Comunista dentro de la izquierda norteamericana.
En los años de 1920, 1930 y 1940, el
anarquismo quedó sustituido por el marxismo, que pasó a ser la forma principal
de pensamiento de izquierdas. El movimiento comunista logró crear una
estructura organizativa sólida, así como pudo resistir mejor que la IWW y otros
grupos anarquistas a los ataques dirigidos por las corporaciones y a los
intentos de represión legal. La vulnerabilidad del anarquismo a los ataques y
la mayor habilidad del Partido Comunista para resistirlos quedan ilustradas por
el caso de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, dos anarquistas injustamente
acusados en 1921 de un robo de nóminas con asesinato. La junta que dirigía la campaña
de defensa de Sacco y Vanzetti se amplió para incluir a comunistas, socialistas
y liberales a instancias del prominente anarquista Carlo Tresca, que reconocía
que los anarquistas solos no podrían movilizar un apoyo de masas. Para 1927,
cuando Sacco y Vanzetti fueron ejecutados, el anarquismo había dejado de ser
una tendencia importante dentro de la izquierda estadounidense. Eso se debió,
en parte, a la atracción del bolchevismo, pero también, por otra parte, a la
asimilación de los inmigrantes a los Estados Unidos. La mayoría de los
inmigrantes que anteriormente, en la década de 1920, habían constituido la base
principal del anarquismo y que, durante un tiempo, habían sido susceptibles de
convertirse en seguidores de ese movimiento se habían pasado al comunismo, al
socialismo o al liberalismo. Dos de los principales líderes del Partido
Comunista, Elizabeth Gurley Flynn y William Z. Foster, habían sido
anarcosindicalistas antes de pasarse al comunismo. Sus historiales políticos
son paradigmáticos de la trayectoria más general que siguió la izquierda
estadounidense. El declive del anarquismo fue una desgracia para el Partido
Comunista y para el resto de la izquierda socialista, que podrían haberse
beneficiado de la perspectiva antiautoritaria y de la crítica moral que les
podrían haber aportado los anarquistas.
En los años de 1940 y 1950, el
anarquismo empezó de hecho a reaparecer, aunque no lo hiciera nominalmente,
aliado con frecuencia con el pacifismo, como base de la crítica del militarismo
en ambos bandos presentes en la Guerra Fría. El ala anarcopacifista del
movimiento por la paz era reducida en comparación con el ala del movimiento que
insistía en las tareas electorales, pero realizó una importante contribución al
movimiento en su conjunto. Mientras que el ala más convencional del movimiento
por la paz rechazaba el militarismo y la guerra en cualquier circunstancia
excepto en los casos más extremos, el ala anarcopacifista los rechazaba por
principio. Durante la Segunda Guerra Mundial, el Partido Comunista había
apoyado a los aliados antifascistas, mientras que muchos anarquistas y algunos
socialistas se habían negado a ir al servicio. El ala anarcopacifista del
movimiento también empleaba la desobediencia civil, lo que conllevaba riesgos
personales que la mayoría de los partidarios del ala más convencional del
movimiento no estaban dispuestos a asumir.
2.-
Dentro de los movimientos de la década
de 1960, había mucha más receptividad al «anarquismo-de-hecho» de la que había
habido en los movimientos de la década de 1930. En los años de 1930, los
comunistas, los sindicalistas radicales y demás habían reclamado actuaciones al
Estado en nombre de los trabajadores y de los pobres, y habían logrado forzar
el desplazamiento del New Deal hacia la izquierda. En un contexto en el que la
izquierda exigía, con un cierto éxito, un cambio de orientación del Estado,
quedaba poco lugar para el anarquismo. Pero a los movimientos de los años de
1960 los impulsaban preocupaciones más compatibles con un estilo expresivo de
la política, hostil a la autoridad en general y al poder estatal en particular.
Eran relativamente pocos los activistas de la década de 1960 que se calificaban
a sí mismos de anarquistas o, en realidad, de cualquier otra cosa. Sobre todo a
principios de la década, muchos activistas rechazaban cualquier ideología o
etiqueta política. No obstante, muchos de ellos se vieron arrastrados hacia un
estilo de política que tenía mucho en común con el anarquismo. Muchos, si se
les hubiera preguntado a qué tradición izquierdista se sentían más próximos,
habrían mencionado probablemente el anarquismo.
Las luchas en el Sur por los derechos
civiles tenían como objetivo la discrepancia entre los valores democráticos y
las políticas de quienes estaban en el poder. El movimiento por los derechos
civiles logró que los negros adquirieran el derecho al voto y, por lo tanto,
transformó el Sur, en gran medida, mediante el recurso a la acción directa no
violenta. La ideología anarquista no fue uno de los factores que incidieron en
el desarrollo del movimiento por los derechos civiles. Sin embargo, las
creencias de muchos cristianos, que dieron forma a dicho movimiento, compartían
con el anarquismo un enfoque profundamente moral de la política y el hecho de
centrarse en la acción directa como táctica. Toda una generación de nuevos
activistas del Norte obtuvo su inspiración del movimiento por los derechos
civiles y quiso adoptar su estilo, pero eran demasiado seculares como para
identificarse con el cristianismo y, además, muchos de ellos eran judíos. En el
incipiente movimiento estudiantil del Norte, la orientación cristiana de los
negros del Sur se tradujo en una política de base moral y con un estilo
centrado en la expresión.
En sus inicios, a la Nueva Izquierda,
igual que al movimiento por los derechos civiles, le preocupaba la distancia
entre las palabras y los hechos de quienes estaban en el poder, en particular,
la contradicción entre el ostensible liberalismo del Partido Demócrata y su
implicación en la Guerra Fría. La Guerra de Vietnam convirtió lo que había sido
una suave crítica del liberalismo en un furioso radicalismo que veía en el
Estado liberal a un enemigo. Para finales de la década de 1960, la protesta
política se entrelazaba con un radicalismo cultural cuya base era la crítica de
toda autoridad y de todas las jerarquías de poder. El anarquismo circulaba
dentro del movimiento al lado de otras ideologías. La influencia del anarquismo
era muy fuerte entre las feministas radicales, en el movimiento comunal y,
probablemente, en el Weather Underground y otros grupos del sector violento del
movimiento contra la guerra.
A finales de los años de 1960, se había
apoderado del movimiento un sentimiento mesiánico, una sensación de que la
victoria podía llegar en cualquier momento. Eso iba vinculado a la tendencia a
identificar radicalismo con militancia, a incrementar rápidamente los
requisitos de la militancia, y a la tendencia a identificar la militancia y el
radicalismo con la violencia o, al menos, con las amenazas de utilizar la
violencia. Para fines de la década de 1960 y principios de la de 1970, el
movimiento se había impregnado de ira contra la guerra y contra la cultura que
la había producido, así como de delirantes fantasías sobre una revolución
inmanente; unas fantasías que quienes las albergaban consideraban que eran
opiniones realistas sobre lo que podía lograr el movimiento si se realizaban
los esfuerzos necesarios. En realidad, los activistas del movimiento raras
veces eran los iniciadores de la violencia. No obstante, algo parecido a una
locura acabó tomando cuerpo. En respuesta, tal vez, al terror internacional
continuo que representaba la Guerra de Vietnam, violentas fantasías asolaron el
movimiento e hicieron que mucha gente se asustara y abandonara la actividad
política. El movimiento radical de fines de la década de 1960 y principios de
la de 1970 casi se hundió cuando la Guerra de Vietnam tocó a su fin. El final
del movimiento coincidió, más o menos, con el fin de las levas y con la salida
de las universidades de la generación de la explosión de natalidad. Fue seguido
de un declive de la economía que muchas de las personas que habían participado
en el movimiento interpretaron como un aviso de que ya era hora de reanudar sus
carreras profesionales o, al menos, de encontrar una forma estable de ganarse
la vida. La generación de estudiantes que vino después era menos numerosa, más
cauta y carecía de una causa en torno a la cual unificarse.
A finales de la década de 1970,
activistas influenciados por una perspectiva deudora del anarquismo, el
pacifismo, el feminismo y la lucha por el medioambiente iniciaron un movimiento
contra la energía nuclear que esperaban que pasara a ocuparse de otras
cuestiones y acabara por convertirse en un movimiento a favor de la revolución
no violenta. Crearon un estilo distintivo de hacer política a partir del
concepto de grupo de afinidad, tomado de la historia del anarquismo español, de
la táctica de la desobediencia civil a gran escala del movimiento por los
derechos civiles estadounidense y del proceso de toma consensuada de decisiones
de los cuáqueros. El movimiento de acción directa no violenta, tal y como se
autodenominó, realizó campañas contra la energía y las armas nucleares. La
versión del anarquismo que circulaba dentro del movimiento defendía una
comunidad igualitaria basada en grupos reducidos y autónomos. El compromiso con
la no-violencia y la toma consensuada de decisiones pretendía proteger al
movimiento de los problemas que habían asolado el movimiento contra la guerra a
finales de la década de 1960. Varios grupos en diversas partes del país
llevaron a cabo enormes y dramáticas protestas que contribuyeron a movilizar a
la opinión pública primero contra la industria nuclear y, después, contra la
carrera de armamentos, mientras todo un pequeño ejército de activistas iba
adquiriendo experiencia en la desobediencia civil no violenta.
Las manifestaciones masivas de
desobediencia civil se convirtieron en la firma del movimiento, y la
incapacidad para ir más allá de dicha táctica pasó a convertirse en un
inconveniente. En todas las campañas, se llegaba a un punto en que las
dimensiones de la desobediencia civil se estabilizaban porque ya se había
involucrado al máximo número de personas dispuestas a verse arrestadas por esa
cuestión. En ese momento, quedaba claro que las protestas de desobediencia
civil por sí solas no podían vencer a la industria de la energía nuclear ni a
la carrera de armamentos. Los problemas del movimiento de acción directa no
violenta estaban relacionados con una rígida adhesión a la toma de decisiones
por consenso. El declive de la industria nuclear, a finales de los años de
1970, y la desescalada de la carrera de armamentos, a mediados de los años de
1980, pusieron fin a las campañas.
3.-
El estilo de hacer política desarrollado
por el movimiento de acción directa no violenta ha sobrevivido al propio
movimiento. Activistas de todo el movimiento progresista han adoptado elementos
del estilo de política de aquel movimiento. El actual movimiento
antiglobalización hunde sus raíces en el movimiento de acción directa no
violenta, con el que comparte una estructura basada en pequeños grupos
autónomos, la práctica de la toma de decisiones por consenso y un estilo de
protesta centrado en la desobediencia civil masiva. Todas y cada una de las
organizaciones del movimiento de acción directa no violenta empezaron con
grandes promesas, pero pronto entraron en declive, debido en gran parte a la
rigidez estructural e ideológica asociada a la insistencia en la toma
consensuada de decisiones y en las reticencias a aceptar la existencia de un
liderazgo dentro del movimiento. Eso plantea una cuestión con respecto al
movimiento antiglobalización: ¿compartirá el destino de los movimientos de
acción directa no violenta de las décadas de 1960, 1970 y 1980, o adquirirá la
necesaria flexibilidad que le permita evolucionar con el cambio de
circunstancias?
La contribución de la sensibilidad
anarquista a la tradición radical en la historia de los Estados Unidos ha sido
importante. Ha aportado una insistencia en la igualdad y en la democracia, así
como una resistencia a comprometer los principios en nombre de la conveniencia
política. El anarquismo ha acarreado intentos de llevar a la práctica los
valores del movimiento y de crear comunidades regidas por dichos valores.
También se ha asociado con el teatro y con el arte político, con la creatividad
como elemento de la práctica política. Ha insistido en que la política radical
no tiene por qué ser aburrida. Pero el espíritu anarquista también tiene una
vertiente doctrinaria: la tendencia a insistir en los principios hasta el punto
de perder de vista el contexto o los resultados probables de la acción
política. A este respecto, la sensibilidad anarquista tiene algo en común con
la perspectiva de los cristianos radicales, que creen en el hecho de actuar en
conciencia y dejar las consecuencias para Dios.
El absolutismo moral del enfoque
anarquista de la política es difícil de mantener en el contexto de un
movimiento social. Es difícil mantener la absoluta igualdad interna. Los
movimientos necesitan líderes. La ideología antiliderazgo no puede suprimir los
líderes, pero sí puede conducir a un movimiento que niegue que los tenga, lo
que socava la posibilidad de presionar democráticamente a quienes asumen el
papel de líderes y no permite que se creen vehículos para reclutar a nuevos
líderes cuando los que existen están demasiado cansados para proseguir. Dentro
del feminismo radical, la idea de que toda jerarquía es opresiva ha llevado a
atacar a las personas que han asumido la responsabilidad del liderazgo. Eso ha
llevado a una considerable cantidad de conflicto interno y ha generado
reticencias a asumir papeles de liderazgo, lo que ha debilitado al movimiento.
Los movimientos en los que predomina un espíritu anarquista son propensos a
desvanecerse en poco tiempo.
4.-
A pesar de sus problemas, el atractivo
del anarquismo ha ido en aumento entre los jóvenes activistas, sobre todo
dentro de lo que genéricamente se denomina el movimiento antiglobalización. La
descripción no es completamente exacta: el movimiento no se centra
principalmente en detener la globalización, sino en transformar los términos en
los que esta se produce, y, en los Estados Unidos, acaba confundiéndose con el
movimiento anticorporativo doméstico. El movimiento podría describirse mejor
como contrario al neoliberalismo, o al imperialismo estadounidense y al dominio
de las corporaciones transnacionales con base en los Estados Unidos. Pero todas
esas frases resultan quizás demasiado largas, de manera que, como la mayoría de
la gente, yo también caracterizaré el movimiento como de antiglobalización.
El momento más dramático del movimiento
antiglobalización hasta la fecha (2001), al menos en los Estados Unidos, ha
sido la movilización contra la Organización Mundial del Comercio en Seattle, a
finales de noviembre y principios de diciembre de 1999. En la serie de
manifestaciones que se llevaron a cabo a lo largo de varios días, el número de
jóvenes activistas radicales enfrascados en la desobediencia civil era
considerablemente menor que el de sindicalistas y personas pertenecientes a
organizaciones medioambientales de carácter mayormente liberal. Sin embargo,
fueron los jóvenes radicales los que bloquearon las reuniones de la OMC, se
enfrentaron a la policía, liberaron las calles de Seattle, y fueron esos
militantes los que llamaron la atención de los medios de comunicación hacia una
movilización que, de no ser así, habría pasado relativamente desapercibida
fuera de la izquierda. La alianza que se formó en Seattle entre jóvenes
radicales, sindicalistas y medioambientalistas liberales era débil y, desde
entonces, se ha vuelto aún más débil. Son los jóvenes radicales los que han
tirado del movimiento antiglobalización.
El movimiento antiglobalización incluye
a los innumerables individuos, grupos y coaliciones que se han sumado a las
manifestaciones —en Seattle y en otros lugares— contra la OMC, contra el FMI,
contra el Banco Mundial y contra los dos principales partidos que defienden el
orden internacional existente. Incluye a las organizaciones —muchas de ellas
las mismas— que actualmente movilizan a este hemisferio contra el Área de Libre
Comercio de las Américas. Se solapa con el movimiento anticorporativo. Incluye
a grupos que trabajan contra las industrias explotadoras, contra la destrucción
del medio natural, así como en torno a toda una diversidad de otras cuestiones.
Todos esos grupos tienen en común la oposición a las corporaciones
transnacionales y a las políticas neoliberales de los gobiernos que les
permiten florecer. La mayoría de los activistas centrales de este movimiento,
al menos en los Estados Unidos, son jóvenes, desde adolescentes hasta gente de
entre veinte y treinta años. También hay gente mayor, incluidos intelectuales y
activistas vinculados a organizaciones como Intercambio Global [Global
Exchange] y el Forum Internacional sobre la Globalización [International Forum
on Globalization]. Muchos de los activistas implicados en los esfuerzos
anticorporativos, como la Campaña por un Salario para Vivir [Campaign for a
Living Wage] de los campus universitarios, se consideran parte de ese
movimiento. La mayoría de los activistas del movimiento son blancos y,
culturalmente, de clase media, pero eso está cambiando con el aumento de la
implicación de los latinos, sobre todo en relación con la campaña contra el
Área de Libre Comercio de las Américas.
Dentro del movimiento, son muchas las
personas que no se consideran anarquistas, entre ellas algunos de los
intelectuales de mayor edad, así como algunos activistas más jóvenes con
experiencia en movimientos con otras inclinaciones ideológicas, como el
movimiento antiimperialista y de solidaridad internacional, en el que el
anarquismo no ha tenido una influencia significativa. Hay activistas que no se
identifican con ninguna postura ideológica. No obstante, el anarquismo es la
perspectiva que domina dentro del movimiento. El movimiento se organiza según
líneas que sus activistas entienden como anarquistas, y se compone en gran medida
de pequeños grupos que suman fuerzas sobre una base ad hoc: para llevar a cabo
acciones particulares y otros proyectos. Los activistas del movimiento llaman
anarquista a este tipo de organización, y cuentan con el apoyo no sólo de
quienes se califican a sí mismos de anarquistas, sino también de muchos otros
que no se denominarían así. La periodista Naomi Klein, en una defensa del
movimiento aparecida en The Nation,
señala que esa forma de organización permite que el movimiento incluya
numerosos estilos, tácticas y objetivos distintos, y que internet es un medio
excelente para vincular a grupos diversos. Tácticamente, el punto más fuerte
del movimiento, sostiene, es su similitud con un enjambre de mosquitos. Esa
forma anarquista de organización hace posible que grupos que no están de
acuerdo en ciertos temas colaboren en relación con unos objetivos comunes. En
las manifestaciones de Québec City, en mayo de 2001, los grupos de afinidad se
agrupaban en secciones definidas por su disposición a tomar parte en la
violencia, o a tolerarla; grupos que iban desde quienes estaban comprometidos
con la no-violencia hasta quienes tenían intención de utilizar «tácticas no
convencionales». Una estructura como esa hizo posible incorporar a grupos que,
de no ser así, no habrían podido participar en una misma manifestación.
Probablemente sean más las personas del
movimiento antiglobalización atraídas por la cultura del movimiento y por su
estructura organizativa que las atraídas por el anarquismo como visión del
mundo. No obstante, el anarquismo resulta atractivo como alternativa a la
versión del radicalismo asociada a la Vieja Izquierda y a la Unión Soviética.
Muchos activistas del movimiento antiglobalización no ven en la clase
trabajadora la fuerza principal del cambio social. Los activistas del
movimiento asocian anarquismo con militancia, protesta airada, con democracia
popular, sin líderes, y con la idea de unas comunidades de pequeña escala
débilmente vinculadas. Los activistas que se identifican con el anarquismo suelen
ser anticapitalistas y, de entre ellos, algunos se autodenominarían socialistas
(presumiblemente del tipo libertario), y algunos no. El anarquismo tiene la
confusa ventaja de ser bastante vago en términos de proscripciones para una
sociedad mejor, así como ofrecer una cierta indefinición intelectual que le
permite incorporar tanto la protesta marxista contra la explotación de clase
como el sentimiento liberal de agravio por la violación de los derechos
individuales. Uno de los activistas antiglobalización me explicaba en una
conversación que el anarquismo de muchos de los activistas del movimiento era
un «liberalismo enriquecido con esteroides» —es decir, están a favor de los
valores liberales, de los derechos humanos, de la libertad de expresión, de la diversidad—
a través de la militancia.
El principal objetivo que figura en el
punto de mira del movimiento antiglobalización es el poder de las
corporaciones, no el capitalismo, pero ambos puntos de vista no son
necesariamente excluyentes. Algunos activistas quieren que se regulen las
corporaciones y se las obligue a cumplir con los derechos humanos y
medioambientales; otros pretenden la abolición de las corporaciones. Ambos
fines no son necesariamente incompatibles. Según cómo se definan los límites
que cabe imponer a las corporaciones, la frontera que separa la regulación de
la abolición puede disolverse. Algunos activistas del movimiento, sobre todo
entre los más jóvenes y más radicales, tienen en el punto de mira, en última
instancia, el capitalismo. A finales de los años de 1960, muchos de los
activistas radicales que adoptaron una u otra versión del marxismo estaban poco
dispuestos a tomar en consideración ideas que no encajaran dentro de una
perspectiva socialista. Los activistas radicales del movimiento
antiglobalización tienden a tener un enfoque más fluido de la ideología. A
pesar de que sienten predilección por las formas anarquistas de organización, y
a pesar de que algunos tienen una visión anarquista de la sociedad futura, es
fácil que estén familiarizados con la lectura de las explicaciones de
orientación marxista de la economía política global. El carácter
descentralizado del movimiento y su decisión de dejar espacio a toda una
variedad de perspectivas permiten una cierta flexibilidad respecto a los puntos
de vista. Los activistas puede que vacilen entre diferentes enfoques, que se
mantengan dentro de la ambivalencia o que combinen elementos del anarquismo,
del marxismo y del liberalismo, lo que puede dar lugar a una determinada
creatividad ideológica, y también puede dar lugar a la costumbre de sostener
simultáneamente varias posturas que, si se las examina con más rigor,
resultarían incompatibles.
El debate más caldeado dentro del
movimiento es el que gira en torno a la cuestión de la violencia. El debate
sobre la violencia dentro del movimiento antiglobalización de los Estados
Unidos versa sobre la violencia contra la propiedad, así como del peligro de
incitar la violencia policial. En Seattle, grupos de jóvenes vestidos de negro,
que más tarde se identificarían como el Bloque Negro [Black Bloc], destrozaron
escaparates y destruyeron propiedades de objetivos corporativos dentro del área
de negocios del centro de la ciudad que tanto la policía como quienes
participaban en las protestas luchaban por controlar. Los ataques tomaron por
sorpresa a los organizadores de las protestas y provocaron una mayor violencia
policial contra los participantes en general. Algunos no violentos intentaron
poner freno a la rotura de escaparates. Después de la manifestación, algunos de
los participantes en las protestas condenaron la violencia con el argumento de
que desacreditaba al movimiento en su conjunto y que las tácticas había que
decidirlas democráticamente, en lugar de que las decidieran pequeños grupos que
actúan autónomamente. Otros sostenían que la rotura de escaparates y la
violencia policial que provocó habían llamado la atención de los medios de
comunicación y habían otorgado a la manifestación una prominencia que, de otro
modo, esta no habría tenido. En manifestaciones subsiguientes, el Bloque Negro
[Black Bloc] y otros grupos de similar enfoque han pasado a estar más
integrados en el movimiento y han modulado sus acciones, mientras que algunos
otros han aumentado la predisposición a aceptar una cierta violencia contra la
propiedad.
El hecho de que no exista ningún sector
del movimiento antiglobalización estadounidense que defienda o utilice de forma
rutinaria la violencia contra las personas es algo que distingue el movimiento
estadounidense del e u ropeo. En las manifestaciones de Praga y de otras
ciudades europeas ha habido ataques a policías, ataques que se han convertido
en algo que se espera que forme parte de cualquier gran movilización del
movimiento.
En el contexto del debate sobre la
violencia en los Estados Unidos, del cual está excluida la violencia contra las
personas, las diferencias entre los defensores de la violencia y los que están
dispuestos a aprobarla en ciertas circunstancias no están del todo bien
definidas. A principios de la década de 1980, como parte de la acción directa
no violenta, los activistas, especialmente los activistas religiosos, hacían
cosas tales como intentar dañar los mísiles. La destrucción de la propiedad
puede ser parte de una política no violenta. Durante la Guerra de Vietnam, los
pacifistas y antiguos sacerdotes católicos Daniel y Philip Berrigan dirigieron
batidas contra centros de re clutamiento y destruyeron los archivos de
reclutamiento vertiendo sangre sobre ellos y, en cierta ocasión, utilizando
NAPALM de fabricación casera. En la década de 1980, los Berrigan y otros
pacifistas cristianos, en una serie de acciones «para hacer de las espadas
arados» [Ploughshare Actions], invadieron plantas de producción de armas y
atentaron contra los mísiles con martillos y con las manos desnudas. Me da la
impresión de que la importancia del debate actual sobre la violencia en el
movimiento antiglobalización radica menos en si prevalecen o no los oponentes
de la violencia contra la propiedad que en qué tipo de directrices éticas se
acaba fijando el movimiento. Lo que es importante es si el movimiento se fija
una imagen de expresión de la rabia por la rabia o si actúa según una perspectiva
ética.
5
Actualmente, en los Estados Unidos, la
izquierda socialista tradicional se compone principalmente de varias revistas y
diarios, unas pocas conferencias al año, un número reducido de intelectuales.
Las esperanzas de reactivación de la izquierda están puestas en el movimiento
antiglobalización y en los jóvenes activistas radicales que conforman el centro
del movimiento. Existen razones para temer que el movimiento antiglobalización
es posible que no sea capaz de extenderse como sería necesario para hacer
realidad una reactivación. Un enjambre de mosquitos sirve para acosar, para
entorpecer el funcionamiento tranquilo del poder y, por lo tanto, para hacer
que este resulte visible. No obstante, es probable que haya un límite con
respecto al número de personas dispuestas a asumir el papel de mosquito. Un
movimiento capaz de transformar las estructuras de poder implicará
necesariamente alianzas, muchas de las cuales probablemente requieran formas de
organización más estables y más duraderas que las que actualmente existen
dentro del movimiento antiglobalización. La ausencia de ese tipo de estructuras
es una de las razones por las que muchas personas de color se sienten
reticentes a implicarse en el movimiento antiglobalización. Aunque el movimiento
antiglobalización ha desarrollado buenas relaciones con muchos de los
activistas sindicales, resulta difícil de imaginar una alianza sólida entre los
trabajadores y el movimiento antiglobalización si no existen unas estructuras
de toma de decisión y de rendimiento de cuentas más sólidas que las actuales.
Una alianza entre el movimiento antiglobalización y las organizaciones
laborales y de color requeriría importantes cambios políticos dentro de estas
últimas. Pero es probable que requiera también, por parte de los activistas del
movimiento antiglobalización, una cierta relajación de sus principios
antiburocráticos y antijerárquicos.
El radicalismo lleva varias décadas en
su punto más bajo en los Estados Unidos. Está presente en innumerables
proyectos de organización, pero carece de un centro, así como de impulso. El
movimiento antiglobalización representa un centro y un impulso, y las
esperanzas de reactivación que presenta para la izquierda son mayores que las
de cualquier otro movimiento de las dos últimas décadas. La ideología radical
que prevalece entre sus activistas centrales es un anarquismo suave y fluido,
que está abierto a la economía política marxista; que prefiere las comunidades
de escala reducida, pero no descarta necesariamente la conveniencia, también,
de comunidades mayores; que pone bajo sospecha las estructuras de autoridad,
sobre todo del Estado, pero no niega necesariamente la conveniencia de algún
tipo de poder estatal. El anarquismo «realmente existente» ha cambiado, igual
que ha cambiado el marxismo «realmente existente». Los marxistas que
participaron en los movimientos de la década de 1960 tienden a apreciar de
forma más aguda la importancia de la igualdad social y cultural, igual que el
hecho de vivir el presente según los propios valores, más que muchas de las
personas que formaron parte de anteriores generaciones de activistas marxistas.
Si de la lucha contra el neoliberalismo y contra las corporaciones
transnacionales surge un nuevo paradigma para la izquierda, es probable que estén
presentes elementos de sensibilidad anarquista, tanto como de análisis
marxista.
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