Adrián Liberman
La sociedad venezolana tiene la habilidad de acuñar frases que sintetizan procesos complejos. Condensado de diferentes elementos, dichos como “me iría demasiado”, que circuló de todas formas y medios para sintetizar el malestar creciente de muchos con el país, es un derivado de ese “por ahora” que nos ha enfermado hasta niveles inauditos.
El “momento Maiquetía”, penúltima de estas metáforas alude a ese instante que se vive en los predios del principal aeropuerto del país para plasmar lo que sienten quienes se despiden, la interacción entre los que se van para no volver y quienes se quedan.
Estar escribiendo sobre esto no es accidental, yo acabo de vivir mi “momento Maiquetía”, mi despedida con mi único hijo de 7 años y su madre, quienes decidieron buscar en otro lugar el bienestar que se merecen. Y descubrí en ese momento de desgarro, de dolor y anticipo de nostalgias, que ningún diván me había preparado para soportar esto sin sentir que un cuchillo de hielo me corta el alma…
La sociedad venezolana tiene la habilidad de acuñar frases que sintetizan procesos complejos. Condensado de diferentes elementos, dichos como “me iría demasiado”, que circuló de todas formas y medios para sintetizar el malestar creciente de muchos con el país, es un derivado de ese “por ahora” que nos ha enfermado hasta niveles inauditos.
El “momento Maiquetía”, penúltima de estas metáforas alude a ese instante que se vive en los predios del principal aeropuerto del país para plasmar lo que sienten quienes se despiden, la interacción entre los que se van para no volver y quienes se quedan.
Estar escribiendo sobre esto no es accidental, yo acabo de vivir mi “momento Maiquetía”, mi despedida con mi único hijo de 7 años y su madre, quienes decidieron buscar en otro lugar el bienestar que se merecen. Y descubrí en ese momento de desgarro, de dolor y anticipo de nostalgias, que ningún diván me había preparado para soportar esto sin sentir que un cuchillo de hielo me corta el alma…
Resulta urgente que pensemos honestamente, con sentido de autocrítica y responsabilidad consciente, lo que este momento dice de nosotros, y del estado de malestar colectivo que delata. La emigración, la existencia de una diáspora venezolana que aumenta a ritmo similar a la inflación, es decir a velocidad creciente, las escenas dramáticas que se viven en los predios de la terminal aérea hablan de un síntoma del que todos somos parte.
La emigración es un proceso complejo, generalmente acompañado de vaivenes emocionales y principalmente es una opción existencial lícita y para nada censurable. Muchos de los que emigran lo hacen por sentirse objeto de una violencia, de experimentar que su país no los quiere, por sentirse imposibilitados de desarrollar sus vidas y proyectos en territorio patrio. Aunque siempre el ser humano ha sido móvil, ha cambiado de escenario, que Venezuela haya pasado de ser país eminentemente receptor de inmigrantes a exportador de casi dos millones de personas refleja un malestar que tiene su epítome, su clímax en el “momento Maiquetía”.
Estamos urgidos por entender que emigrar no es una decisión sencilla, como tampoco lo es la de quedarse. No puede verse esto desde el ángulo de alguna supuesta superioridad moral, ni reducirlo a fórmulas simplistas, como “te vas porque eres cobarde” o “te quedas porque eres cobarde”.
El “momento Maiquetía” y su frecuencia creciente resume algo en el que todos participamos, que tiene que ver con nuestra incapacidad para hacer de Venezuela un territorio de la esperanza posible, un lugar merecedor de ese adjetivo de “Tierra de Gracia” que una vez tuvo.
Para todos, queda como tarea pendiente el revertir el sentido que tiene el “momento Maiquetía”, el volverlo instante de reencuentro, de instante de bienvenida, de trocarlo de escena de desgarro en alegría. En señal de que hemos sido capaces de volver a hacer que Venezuela recuperó su sinónimo de lugar de esperanza y que sus hijos se agolpan a sus puertas, no para salir, sino para entrar…
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