Élisée Reclus (1830-1905)
Por su misma definición, el anarquista es el hombre libre, el que no admite amo. Las ideas que el profesa son hijas de su razonamiento; su voluntad, nacida de la comprensión de las cosas, se concentra hacia un fin claramente definido; sus actos son la realización directa de su pensamiento personal. Al lado de aquellos que repiten devotamente las palabras de otros o los chismes y tradiciones que abaten el ser al capricho de un individuo poderoso, o lo que es más grave aún, a las oscilaciones de la multitud, él solo es un hombre; él solo tiene conciencia de su valer en frente de todas las cosas débiles y sin consistencia que no osan vivir de su propia vida.
Por su misma definición, el anarquista es el hombre libre, el que no admite amo. Las ideas que el profesa son hijas de su razonamiento; su voluntad, nacida de la comprensión de las cosas, se concentra hacia un fin claramente definido; sus actos son la realización directa de su pensamiento personal. Al lado de aquellos que repiten devotamente las palabras de otros o los chismes y tradiciones que abaten el ser al capricho de un individuo poderoso, o lo que es más grave aún, a las oscilaciones de la multitud, él solo es un hombre; él solo tiene conciencia de su valer en frente de todas las cosas débiles y sin consistencia que no osan vivir de su propia vida.
Pero el anarquista que se ha desembarazado moralmente de la dominación ajena, y que no se acostumbra jamás a ninguna de las opresiones materiales que los usurpadores hacen pesar sobre él, no será dueño de sí hasta que esté emancipado de sus pasiones irracionales. Necesita conocerse, desprenderse de su propio capricho, de sus impulsos violentos, de todos sus defectos de animal prehistórico, no para matar sus instintos, sino para conciliarlos armoniosamente con sus aspiraciones de hombre.
Libre de los otros hombres, debe estarlo igualmente de si mismo, para ver con claridad donde se encuentra la verdad buscada, para dirigirse a ella sin hacer un movimiento que a la verdad no le aproxime, sin decir una palabra que la verdad no proclame.
Si el anarquista llega a conocerse, con esto mismo conocerá su medio, hombres y cosas. La observación y la experiencia le habrán demostrado que su firme comprensión de la vida, toda su fiera voluntad, permanecerán impotentes si nos las asocia a otras voluntades. Solo, será fácilmente aplastado, pero su aplastamiento será más difícil si se agrupa con otras fuerzas constituyendo una sociedad de perfecta unión, en la que todos los miembros estén ligados por la comunión de ideas, la simpatía y el buen acuerdo. En este nuevo cuerpo social, todos los camaradas serán iguales, dándose mutuamente las mismas pruebas de respeto y los mismos testimonios de solidaridad. Serán hermanos en adelante, y las miles de rebeldías aisladas se transformarán en una reivindicación colectiva que nos dará la sociedad nueva, la de la armonía.
[Tomado del periódico Autónoma # 8, Santiago de Chile, julio 2015. Ver número completo en https://periodicoautonoma.files.wordpress.com/2014/05/nc3bamero-8.pdf.]
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