Uri Gordon
¿Qué implicaciones tiene el continuo desarrollo que hace el capitalismo de novedosas formas de control social para el futuro de la práctica anarquista? Para poder responder a esta cuestión debemos empezar por clasificar las miríadas de acciones y proyectos que desarrollan l@s anarquistas en tres categorías generales: deslegitimación, acción directa (tanto creadora como destructora) y el establecimiento de redes. Si bien estas categorías no se excluyen entre sí, ya que cualquier hecho concreto de la práctica anarquista puede incluir elementos de más de una de ellas, ofrecen una nomenclatura útil para estructurar el análisis. A la hora de considerarlas en relación con la discusión anterior se prestará atención a una serie de prioridades que son relevantes para cada una de ellas. Por deslegitimación se entiende la participación de las anarquistas en el discurso público, sea verbal o simbólico, con un mensaje que se dirige a negar la base de legitimidad de las instituciones sociales dominantes, así como a erosionar los presupuestos de la política representativa, la sociedad de clases, el patriarcado, etc. Al contrario que las movilizaciones, que tienden a ir contra un conjunto determinado de decisiones políticas con el fin de presentar reivindicaciones al gobierno y a las empresas para que cambien su comportamiento, los mensajes de deslegitimación se dirigen contra la mismísima existencia de las instituciones jerárquicas y exigen su abolición, sea de manera implícita o explícita. Por ejemplo, la participación anarquista en las acciones en contra de la OMC y el FMI fue siempre mucho más allá de la simple demanda de cambios en las políticas de estas instituciones. Lo que se buscaba era emplear estas ocasiones como oportunidades para deslegitimar el capitalismo en sí. Del mismo modo, la participación de l@s anarquistas en la oposición a la guerra en Irak pretendía superar la denuncia de la violación del derecho internacional por parte de la administración Bush o la dudosa justificación de la invasión. Por el contrario se centraba, más bien, en la aportación de la guerra a la expansión capitalista, al amordazamiento de la disidencia y a la “salud del estado” en términos generales.
En el contexto de la política del anarquismo en la era del colapso, la deslegitimación seguirá siendo un elemento de la mayor importancia, de manera creciente, como una medida de oposición a los esfuerzos del capital por asimilar las crisis convergentes del siglo XXI. Esto tiene que ver no sólo con la reformulación de los desafíos medioambientales como oportunidades de negocio para quienes se encuentren en condiciones de aprovecharlas, sino también, y tal vez sea aún más importante, con su uso como instrumentos para extender el miedo en la sociedad. Como resultado del declive del estado de bienestar y sus funciones, tal y cómo se ha venido experimentando en las décadas pasadas, los gobiernos ya no pueden seguir basando su legitimidad en promesas de subsidios, educación o salud. Más bien la justificación de su propia existencia se basa en el compromiso de proteger a sus ciudadanos de una serie de amenazas sin duda exageradas, que van desde el terrorismo hasta la delincuencia juvenil. De este modo, el cambio climático, la escasez de energía y las crisis alimentarias pueden con facilidad pasar a ser nuevos elementos de su arsenal. Siempre y cuando los discursos alarmistas no estén respaldados por formas de acción que menoscaben la estructura existente de reparto de la riqueza y el poder, las amenazas medioambientales son una forma adecuada de mantener asustada a la opinión pública y fomentar su dependencia de las instituciones establecidas.
Frente a esta campaña de amnesia colectiva inducida, con la que se quiere desasociar el caos medioambiental y social del sistema capitalista que lo ha producido, l@s anarquistas y sus aliad@s se verán obligad@s a difundir el mensaje claro de que no se puede confiar en las mismas estructuras y fuerzas sociales responsables del desastre para que nos saquen de él. Esta tarea será cada vez más difícil, conforme los gobiernos occidentales avancen en una dirección aparentemente ecologista y socialmente progresiva, como es probable que ocurra en los Estados Unidos y en algunos países europeos en el futuro cercano. Y sin embargo, la fortaleza de los puntos de vista anarquistas reside en su capacidad de producir una crítica de base que deje claro que este tipo de maniobras no son más que estrategias para ganar tiempo.
Pero en este contexto habría que contemplar también la posibilidad opuesta. En vez de tomar un giro aparentemente progresista, en algunos países se podría dar un auge del eco-fascismo como resultado del colapso. Este término, ecofascismo, se refi ere a los esfuerzos que realizan ya hoy en día algunos partidos y organizaciones de extrema derecha para cubrir con un barniz ecológico sus proyectos racistas y autoritarios[1]. Entre estos se incluye por ejemplo, recurrir a argumentos sobre la capacidad limitada del medioambiente para justificar controles sobre la inmigración o la incorporación aviesa del contenido espiritual y anti-ilustrado del ecologismo radical a una ideología nacionalista integral (basta con recordar la exaltación que hacía el nacionalsocialismo alemán de la supuesta unión mística del pueblo germano con su tierra). El eco-fascismo es un enemigo especialmente peligroso porque a menudo se presenta a sí mismo como enfrentado con el capitalismo internacional, aunque en última instancia dependa de él de modo parasitario[2].
L@s anarquistas ya se encuentran en primera línea de la resistencia contra los grupos de extrema derecha en Europa y Norte América y en ocasiones se ven casi solas cuando se trata de enfrentarse a ellos en las calles. No cabe duda de que este aspecto de su actividad seguirá siendo una prioridad de primer orden, pero ahora con la renovada dedicación que se requiere para evitar los intentos de la ultraderecha de medrar a costa de una inestabilidad e insatisfacción crecientes.
Esto nos conduce al área central de la práctica anarquista: la acción directa. Este término se refiere a la acción que se lleva a cabo sin intermediarios, mediante la que un individuo o un grupo emplean sus propias capacidades y recursos para producir un cambio en su realidad, de acuerdo a sus deseos. L@s anarquistas entienden que la acción directa consiste en que cada una se haga responsable del cambio social, mediante la intervención sin intermediarios sobre una situación dada, en lugar de remitirse a un agente externo (generalmente el gobierno) para que la remedie. Lo más común es que este tipo de actuación se entienda sólo desde su aspecto preventivo o destructivo. Por ejemplo, si un grupo de personas se opone a la tala de un bosque, para ellos la acción directa implica actuar para evitar que se corten los árboles (encadenándose a estos, echando azúcar en el depósito de la gasolina de las excavadoras o mediante otros actos similares de sabotaje y boicot), en vez de reunir firmas o iniciar un proceso judicial, con el objetivo final de dificultar el proyecto de manera directa o impedir que siga adelante.
Aparte de la defensa medioambiental es de esperar que la acción directa en sus formas preventivas o destructivas adquiera una importancia cada vez mayor en el área de la resistencia a las nuevas tecnologías. En un artículo aparecido en este mismo volumen [3], Steve Best analiza la dimensión anti-tecnológica del anarquismo contemporáneo. A la luz de esta aportación, es de esperar que esta lucha adquiera una importancia cada vez mayor, a medida que la respuesta institucional a las crisis medioambientales pase a centrarse en la expansión irresponsable de la energía nuclear, las biotecnologías y la geo-ingeniería, entendidas todas ellas como “apaños” frente a un ecosistema cada vez más alejado del equilibrio. Hay que destacar en este sentido que no es necesario compartir un punto de vista anti-civilizatorio para apoyar este tipo de acciones. Dicho de otra forma, no es necesario ser un primitivista para ser un ludita.
En una época en que la disponibilidad de combustibles fósiles es cada vez más reducida y en que el cambio climático debido a la combustión de estos es cada vez mayor, podemos esperar casi con toda seguridad que los gobiernos y las empresas promoverán una nueva generación de centrales nucleares. Tal y como se ha mencionado, la industria termonuclear se presenta ahora a sí misma, de manera generalizada, como una alternativa limpia frente al petróleo, el carbón y el gas, algo en lo que los gobiernos también están participando. Y sin embargo, la energía nuclear no es más que una huida hacia delante para los excesos consumistas de Occidente y del capitalismo, cuyo precio es la contaminación permanente. Aunque las movilizaciones y las medidas legales pueden cosechar un cierto éxito a la hora de limitar la creación de nuevas centrales nucleares, no cabe duda de que la acción directa tomará un papel protagonista conforme estas iniciativas alcancen sus límites. Es muy probable que l@s anarquistas y sus aliad@s tengan que intervenir de manera directa para entorpecer la construcción de estas centrales, y en este sentido podría aparecer bien pronto una nueva generación de luchas antinucleares como elementos primordiales de las prácticas anarquistas. De hecho, este tema ya se ha tratado en los encuentros anuales del Climate Camp, como los que se celebraron en el Reino Unido en un principio y que ya se repiten en Alemania, Australia y los Estados Unidos[4].
Por su parte, es muy probable que la rampante crisis alimentaria mundial de lugar a una campaña institucional para fomentar el uso de alimentos genéticamente modificados, bajo la escusa de que son un modo de obtener cosechas mayores. Sin embargo, el precio es la contaminación del ecosistema y un aumento, si cabe, del poder y el control que ya tienen las multinacionales sobre las vidas de los agricultores. La resistencia anarquista contra los cultivos genéticamente modificados ya tuvo un punto álgido a finales de la década de los noventa del siglo pasado, sobre todo en los países europeos, que a diferencia de los Estados Unidos no se vieron inundados tan rápidamente por estas cosechas en escala comercial. En este sentido, l@s anarquistas han jugado un papel destacado en campañas en contra de esta agricultura, tanto de naturaleza informativa como en acciones directas, y en solidaridad con movimientos campesinos de América Latina y del Sureste Asiático. Bien pudiera ser que el sabotaje de cultivos volviese a adoptar un papel predominante en la práctica anarquista, incluso al mismo tiempo que se hace propaganda a favor de otras alternativas más sostenibles.
En último lugar, la nanotecnología, que es la manipulación directa de átomos y moléculas, recibe una atención cada vez mayor por parte de l@s activistas como la forma más reciente de ataque tecnológico contra la sociedad y la biosfera. Con esta tecnología se aprovechan los cambios que se dan en las propiedades de las sustancias cuando se reducen a dimensiones microscópicas, lo que ha permitido que una serie de novedosos productos se encuentren ya disponibles en el mercado[5]. La nanotecnología no es sólo una herramienta que consolida el poder de las multinacionales en todos los sectores, sino que es el escenario de la posible convergencia de la biotecnología, la informática y la neurociencia. Algo que destruiría la barrera entre lo vivo y lo artificial en la escala atómica.
De forma más inmediata, la nanotecnología hace posibles ciertas iniciativas que se proponen como parte de la creciente amenaza de la geoingeniería, que es la manipulación intencionada a gran escala de sistemas planetarios para producir un cambio en el clima, principalmente para compensar los efectos no deseados de otras actividades de origen humano[6]. Entre las muchas ideas que se están discutiendo en la actualidad figuran algunas como la fertilización de los océanos con nanopartículas de hierro para estimular el crecimiento del fitoplancton y que éste absorba el dióxido de carbono atmosférico, el uso de membranas construidas con nanocompuestos para almacenar comprimido este gas en minas abandonadas, pozo de petróleo en explotación o cavernas bajo el lecho del mar, o bien rociar aerosoles con compuestos sulfatados en la estratosfera para reflejar la luz solar.
De hecho, ya se han dado pasos en los tribunales internacionales para frenar estas medidas. Por ejemplo, los gobiernos firmantes de la Convención sobre Biodiversidad de la ONU (CBD en sus siglas en inglés) recibieron presiones a mediados de 2008 para alcanzar de manera unánime el acuerdo de una moratoria de facto que afectara a un amplio espectro de actividades de fertilización oceánica, algo que se logró con éxito. No obstante, estas medidas cubren sólo una serie limitada de iniciativas y son de difícil aplicación. Por ejemplo, una empresa de fertilización oceánica, Climos Inc., radicada en San Francisco (Estados Unidos), parece avanzar viento en popa en contra del consenso internacional. Por lo tanto, es probable que la acción directa llegue a ser la única forma de evitar este tipo de peligrosas apuestas que comprometen la estabilidad de los sistemas del planeta y que son parte de la misma lógica que ha dado como resultado su desestabilización en tan alto grado.
Aparte de los aspectos preventivos y destructivos de la acción directa, el término también se puede referir a iniciativas creadoras y constructivas, como la producción autogestionada de alternativas reales al capitalismo. Los intentos en este sentido son experimentos de la utopía en construcción, una política prefi gurativa que busca la construcción de un nuevo mundo dentro de la piel muerta del antiguo. Tal y como han señalado los autores del Emergency Exit Collective (2008) ya existen numerosas iniciativas de este tipo por todo el planeta, muchas más de las que se deben a las propias anarquistas: Desde formas novedosas de democracia directa que se dan en comunidades indígenas como El Alto, en Bolivia, o en fábricas autogestionadas de Paraguay, hasta los movimientos de los suburbios en Suráfrica, cooperativas de agricultores en la India, ocupaciones en Corea, experimentos de permacultura en Europa o la “economía islámica” que se da entre los habitantes pobres de las ciudades en el Medio Oriente. Hemos sido testigos del desarrollo de miles de formas de apoyo mutuo, asociaciones que comparten el deseo común de constituir una ruptura práctica con el capitalismo y que, más importante aún, presentan la posibilidad de crear un nuevo acervo común planetario.
Mediante la recuperación de este acervo común los habitantes del planeta con cada vez más capaces de liberarse de la dependencia del capitalismo y de vaciar a éste de contenido desde su interior. En los próximos años la creación de alternativas autogestionadas basadas en la comunidad será cada vez más urgente, conforme la población se enfrente a las consecuencias de la disminución de las fuentes de energía y del cambio climático. De hecho, puede ser que este tipo de prácticas constituyan nuestra única esperanza de superar el colapso de forma que resulte en realidades sociales liberadoras y preservadoras de la vida, en vez de pesadillas autoritarias o de pura destrucción.
Será cada vez más importante, para las anarquistas y sus aliadas, participar en la construcción de alternativas independientes y sostenibles que fomenten la autosuficiencia de las comunidades. El creciente interés entre las anticapitalistas por la permacultura, la construcción con técnicas naturales o la ecología práctica representa un movimiento esperanzador en esta dirección (se puede consultar un portal online muy útil a este respecto en www.permacultureactivist.net). La acción directa constructiva de este tipo resulta especialmente relevante en los países en los que hay un capitalismo avanzado, que es donde habitan la mayoría de las anarquistas, ya que es en estas sociedades donde los lazos comunitarios se han visto más degradados y donde se han perdido más las habilidades manuales básicas. La combinación de autosuficiencia productora y relaciones sociales igualitarias, tanto en proyectos urbanos como rurales, puede llegar a representar una forma muy potente de propaganda por el hecho, al proponer modelos de funcionamiento atractivos que otros pueden copiar. Estos modelos no sólo sirven para empoderarse, sino que avanzan hacia la seguridad alimentaria y energética, así como hacia la independencia de un mercado de trabajo cada vez más precario y en el que quedan ya pocas redes sociales de asistencia.
Y es en este punto en el que cobra importancia el último aspecto de la práctica anarquista, la creación de redes. Tanto en sus iniciativas destructivas como constructivas de acción directa, l@s anarquistas actúan en el seno de un ámbito social mucho más amplio y sus probabilidades de éxito dependen en buena medida de la solidaridad y la cooperación con grupos que están al margen del núcleo central de sus propias redes. En este contexto, cabe esperar que la lógica cultural de la creación de redes, que constituye uno de los aspectos centrales de la práctica política de l@s anarquistas, siga dando fruto, conforme est@s y sus aliad@s vayan estrechando lazos con un número creciente de comunidades en lucha, desde personas migrantes y refugiados a las clases medias en caída libre.
Por supuesto, esto no quiere decir que l@s anarquistas deban ocupar el lugar de una vanguardia que guíe a las masas hacia la revolución, sino más bien que deberían actuar como una retaguardia, cuya única intención sea la de proteger y fomentar la autonomía y la horizontalidad de los movimiento emergentes de resistencia. En el contexto de la construcción de una nueva sociedad, esto quiere decir abortar los intentos de eliminar la autosuficiencia local e integrarla en un marco capitalista y/o autoritario y, una vez que se tenga éxito en esto, defender las comunidades autogestionadas cuando se vean atacadas o marginalizadas de cualquier manera.
En última instancia, sin embargo, no hay garantía alguna. La actuación anarquista va a ser necesaria desde todo punto de vista, incluso, o tal vez más, después del colapso del capitalismo global. Tal y como dice Noam Chomsky (1986), el anarquismo es una lucha sin final, ya que cualquier progreso hacia una sociedad más justa lleva a su vez a una percepción y comprensión de nuevas formas de opresión que pueden haber permanecido ocultas para la práctica y la conciencia tradicionales. Incluso en el escenario más favorable, l@s anarquistas tendrán que enfrentarse a la reaparición de patrones de dominación dentro de las comunidades y/o entre éstas, aunque se hubiera llegado a un punto en el que hubiesen sido superadas de manera consciente alguna vez. La vigilancia constante es el precio de la libertad.
Notas
1 (Zimmerman, 1997)
2 (Hammerquist y Sakai, 2002)
3 Se refiere al volumen - Anster, R. y otros (2009): Contemporary anarchist studies: an introductory anthology of anarchy in the academy - donde se publicó en ingles este artículo de U. Gordon.
4 ver www.climatecamp.org.uk
5 (ETC Group, 2003)
6 (ETC Group, 2007)
Bibliografía
• CHOMSKY, N. (1986): “La Unión Soviética Versus el Socialismo”, en http://www.theyliewedie.org/ressources/biblio/es/Chomsky_Noam_-_La_URSS_Vs_el_Socialismo.htm (accedido el 1 de agosto de 2013).
• EMERGENCY EXIT COLLECTIVE (2008): “The 2008 G-8 in Hokkaido, a strategic assessment”, en http://news.infoshop.org/article.php?story=2008061813531813 (accedido el 1 de agosto de 2013).
• Grupo ETC (2003): “La Inmensidad de lo mínimo”, en http://www.etcgroup.org/sites/www.etcgroup.org/files/publication/102/02/littlebdespanol.pdf (accedido el 1 de agosto de 2013).
• HAMMERQUIST, D.; SAKAI, J. (2002): “Confronting Fascism: discussion documents for a militant movement”, en http://www.monbiot.com/2007/07/24/eco-junk/ (accedido el 1 de agosto de 2013).
• ZIMMERMAN, M. (1997): “Ecofascism: a threat to American environmentalism?”, en The Ecological Community, ed. Roger S. Gotllieb, New York, 229-254.
[Parte final del artículo "Negros presagios: política anarquista en la época del colapso", publicado originalmente en la revista Estudios # 3, Madrid, 2013. El numero completo de la revista esta disponible en http://estudios.cnt.es/.]
¿Qué implicaciones tiene el continuo desarrollo que hace el capitalismo de novedosas formas de control social para el futuro de la práctica anarquista? Para poder responder a esta cuestión debemos empezar por clasificar las miríadas de acciones y proyectos que desarrollan l@s anarquistas en tres categorías generales: deslegitimación, acción directa (tanto creadora como destructora) y el establecimiento de redes. Si bien estas categorías no se excluyen entre sí, ya que cualquier hecho concreto de la práctica anarquista puede incluir elementos de más de una de ellas, ofrecen una nomenclatura útil para estructurar el análisis. A la hora de considerarlas en relación con la discusión anterior se prestará atención a una serie de prioridades que son relevantes para cada una de ellas. Por deslegitimación se entiende la participación de las anarquistas en el discurso público, sea verbal o simbólico, con un mensaje que se dirige a negar la base de legitimidad de las instituciones sociales dominantes, así como a erosionar los presupuestos de la política representativa, la sociedad de clases, el patriarcado, etc. Al contrario que las movilizaciones, que tienden a ir contra un conjunto determinado de decisiones políticas con el fin de presentar reivindicaciones al gobierno y a las empresas para que cambien su comportamiento, los mensajes de deslegitimación se dirigen contra la mismísima existencia de las instituciones jerárquicas y exigen su abolición, sea de manera implícita o explícita. Por ejemplo, la participación anarquista en las acciones en contra de la OMC y el FMI fue siempre mucho más allá de la simple demanda de cambios en las políticas de estas instituciones. Lo que se buscaba era emplear estas ocasiones como oportunidades para deslegitimar el capitalismo en sí. Del mismo modo, la participación de l@s anarquistas en la oposición a la guerra en Irak pretendía superar la denuncia de la violación del derecho internacional por parte de la administración Bush o la dudosa justificación de la invasión. Por el contrario se centraba, más bien, en la aportación de la guerra a la expansión capitalista, al amordazamiento de la disidencia y a la “salud del estado” en términos generales.
En el contexto de la política del anarquismo en la era del colapso, la deslegitimación seguirá siendo un elemento de la mayor importancia, de manera creciente, como una medida de oposición a los esfuerzos del capital por asimilar las crisis convergentes del siglo XXI. Esto tiene que ver no sólo con la reformulación de los desafíos medioambientales como oportunidades de negocio para quienes se encuentren en condiciones de aprovecharlas, sino también, y tal vez sea aún más importante, con su uso como instrumentos para extender el miedo en la sociedad. Como resultado del declive del estado de bienestar y sus funciones, tal y cómo se ha venido experimentando en las décadas pasadas, los gobiernos ya no pueden seguir basando su legitimidad en promesas de subsidios, educación o salud. Más bien la justificación de su propia existencia se basa en el compromiso de proteger a sus ciudadanos de una serie de amenazas sin duda exageradas, que van desde el terrorismo hasta la delincuencia juvenil. De este modo, el cambio climático, la escasez de energía y las crisis alimentarias pueden con facilidad pasar a ser nuevos elementos de su arsenal. Siempre y cuando los discursos alarmistas no estén respaldados por formas de acción que menoscaben la estructura existente de reparto de la riqueza y el poder, las amenazas medioambientales son una forma adecuada de mantener asustada a la opinión pública y fomentar su dependencia de las instituciones establecidas.
Frente a esta campaña de amnesia colectiva inducida, con la que se quiere desasociar el caos medioambiental y social del sistema capitalista que lo ha producido, l@s anarquistas y sus aliad@s se verán obligad@s a difundir el mensaje claro de que no se puede confiar en las mismas estructuras y fuerzas sociales responsables del desastre para que nos saquen de él. Esta tarea será cada vez más difícil, conforme los gobiernos occidentales avancen en una dirección aparentemente ecologista y socialmente progresiva, como es probable que ocurra en los Estados Unidos y en algunos países europeos en el futuro cercano. Y sin embargo, la fortaleza de los puntos de vista anarquistas reside en su capacidad de producir una crítica de base que deje claro que este tipo de maniobras no son más que estrategias para ganar tiempo.
Pero en este contexto habría que contemplar también la posibilidad opuesta. En vez de tomar un giro aparentemente progresista, en algunos países se podría dar un auge del eco-fascismo como resultado del colapso. Este término, ecofascismo, se refi ere a los esfuerzos que realizan ya hoy en día algunos partidos y organizaciones de extrema derecha para cubrir con un barniz ecológico sus proyectos racistas y autoritarios[1]. Entre estos se incluye por ejemplo, recurrir a argumentos sobre la capacidad limitada del medioambiente para justificar controles sobre la inmigración o la incorporación aviesa del contenido espiritual y anti-ilustrado del ecologismo radical a una ideología nacionalista integral (basta con recordar la exaltación que hacía el nacionalsocialismo alemán de la supuesta unión mística del pueblo germano con su tierra). El eco-fascismo es un enemigo especialmente peligroso porque a menudo se presenta a sí mismo como enfrentado con el capitalismo internacional, aunque en última instancia dependa de él de modo parasitario[2].
L@s anarquistas ya se encuentran en primera línea de la resistencia contra los grupos de extrema derecha en Europa y Norte América y en ocasiones se ven casi solas cuando se trata de enfrentarse a ellos en las calles. No cabe duda de que este aspecto de su actividad seguirá siendo una prioridad de primer orden, pero ahora con la renovada dedicación que se requiere para evitar los intentos de la ultraderecha de medrar a costa de una inestabilidad e insatisfacción crecientes.
Esto nos conduce al área central de la práctica anarquista: la acción directa. Este término se refiere a la acción que se lleva a cabo sin intermediarios, mediante la que un individuo o un grupo emplean sus propias capacidades y recursos para producir un cambio en su realidad, de acuerdo a sus deseos. L@s anarquistas entienden que la acción directa consiste en que cada una se haga responsable del cambio social, mediante la intervención sin intermediarios sobre una situación dada, en lugar de remitirse a un agente externo (generalmente el gobierno) para que la remedie. Lo más común es que este tipo de actuación se entienda sólo desde su aspecto preventivo o destructivo. Por ejemplo, si un grupo de personas se opone a la tala de un bosque, para ellos la acción directa implica actuar para evitar que se corten los árboles (encadenándose a estos, echando azúcar en el depósito de la gasolina de las excavadoras o mediante otros actos similares de sabotaje y boicot), en vez de reunir firmas o iniciar un proceso judicial, con el objetivo final de dificultar el proyecto de manera directa o impedir que siga adelante.
Aparte de la defensa medioambiental es de esperar que la acción directa en sus formas preventivas o destructivas adquiera una importancia cada vez mayor en el área de la resistencia a las nuevas tecnologías. En un artículo aparecido en este mismo volumen [3], Steve Best analiza la dimensión anti-tecnológica del anarquismo contemporáneo. A la luz de esta aportación, es de esperar que esta lucha adquiera una importancia cada vez mayor, a medida que la respuesta institucional a las crisis medioambientales pase a centrarse en la expansión irresponsable de la energía nuclear, las biotecnologías y la geo-ingeniería, entendidas todas ellas como “apaños” frente a un ecosistema cada vez más alejado del equilibrio. Hay que destacar en este sentido que no es necesario compartir un punto de vista anti-civilizatorio para apoyar este tipo de acciones. Dicho de otra forma, no es necesario ser un primitivista para ser un ludita.
En una época en que la disponibilidad de combustibles fósiles es cada vez más reducida y en que el cambio climático debido a la combustión de estos es cada vez mayor, podemos esperar casi con toda seguridad que los gobiernos y las empresas promoverán una nueva generación de centrales nucleares. Tal y como se ha mencionado, la industria termonuclear se presenta ahora a sí misma, de manera generalizada, como una alternativa limpia frente al petróleo, el carbón y el gas, algo en lo que los gobiernos también están participando. Y sin embargo, la energía nuclear no es más que una huida hacia delante para los excesos consumistas de Occidente y del capitalismo, cuyo precio es la contaminación permanente. Aunque las movilizaciones y las medidas legales pueden cosechar un cierto éxito a la hora de limitar la creación de nuevas centrales nucleares, no cabe duda de que la acción directa tomará un papel protagonista conforme estas iniciativas alcancen sus límites. Es muy probable que l@s anarquistas y sus aliad@s tengan que intervenir de manera directa para entorpecer la construcción de estas centrales, y en este sentido podría aparecer bien pronto una nueva generación de luchas antinucleares como elementos primordiales de las prácticas anarquistas. De hecho, este tema ya se ha tratado en los encuentros anuales del Climate Camp, como los que se celebraron en el Reino Unido en un principio y que ya se repiten en Alemania, Australia y los Estados Unidos[4].
Por su parte, es muy probable que la rampante crisis alimentaria mundial de lugar a una campaña institucional para fomentar el uso de alimentos genéticamente modificados, bajo la escusa de que son un modo de obtener cosechas mayores. Sin embargo, el precio es la contaminación del ecosistema y un aumento, si cabe, del poder y el control que ya tienen las multinacionales sobre las vidas de los agricultores. La resistencia anarquista contra los cultivos genéticamente modificados ya tuvo un punto álgido a finales de la década de los noventa del siglo pasado, sobre todo en los países europeos, que a diferencia de los Estados Unidos no se vieron inundados tan rápidamente por estas cosechas en escala comercial. En este sentido, l@s anarquistas han jugado un papel destacado en campañas en contra de esta agricultura, tanto de naturaleza informativa como en acciones directas, y en solidaridad con movimientos campesinos de América Latina y del Sureste Asiático. Bien pudiera ser que el sabotaje de cultivos volviese a adoptar un papel predominante en la práctica anarquista, incluso al mismo tiempo que se hace propaganda a favor de otras alternativas más sostenibles.
En último lugar, la nanotecnología, que es la manipulación directa de átomos y moléculas, recibe una atención cada vez mayor por parte de l@s activistas como la forma más reciente de ataque tecnológico contra la sociedad y la biosfera. Con esta tecnología se aprovechan los cambios que se dan en las propiedades de las sustancias cuando se reducen a dimensiones microscópicas, lo que ha permitido que una serie de novedosos productos se encuentren ya disponibles en el mercado[5]. La nanotecnología no es sólo una herramienta que consolida el poder de las multinacionales en todos los sectores, sino que es el escenario de la posible convergencia de la biotecnología, la informática y la neurociencia. Algo que destruiría la barrera entre lo vivo y lo artificial en la escala atómica.
De forma más inmediata, la nanotecnología hace posibles ciertas iniciativas que se proponen como parte de la creciente amenaza de la geoingeniería, que es la manipulación intencionada a gran escala de sistemas planetarios para producir un cambio en el clima, principalmente para compensar los efectos no deseados de otras actividades de origen humano[6]. Entre las muchas ideas que se están discutiendo en la actualidad figuran algunas como la fertilización de los océanos con nanopartículas de hierro para estimular el crecimiento del fitoplancton y que éste absorba el dióxido de carbono atmosférico, el uso de membranas construidas con nanocompuestos para almacenar comprimido este gas en minas abandonadas, pozo de petróleo en explotación o cavernas bajo el lecho del mar, o bien rociar aerosoles con compuestos sulfatados en la estratosfera para reflejar la luz solar.
De hecho, ya se han dado pasos en los tribunales internacionales para frenar estas medidas. Por ejemplo, los gobiernos firmantes de la Convención sobre Biodiversidad de la ONU (CBD en sus siglas en inglés) recibieron presiones a mediados de 2008 para alcanzar de manera unánime el acuerdo de una moratoria de facto que afectara a un amplio espectro de actividades de fertilización oceánica, algo que se logró con éxito. No obstante, estas medidas cubren sólo una serie limitada de iniciativas y son de difícil aplicación. Por ejemplo, una empresa de fertilización oceánica, Climos Inc., radicada en San Francisco (Estados Unidos), parece avanzar viento en popa en contra del consenso internacional. Por lo tanto, es probable que la acción directa llegue a ser la única forma de evitar este tipo de peligrosas apuestas que comprometen la estabilidad de los sistemas del planeta y que son parte de la misma lógica que ha dado como resultado su desestabilización en tan alto grado.
Aparte de los aspectos preventivos y destructivos de la acción directa, el término también se puede referir a iniciativas creadoras y constructivas, como la producción autogestionada de alternativas reales al capitalismo. Los intentos en este sentido son experimentos de la utopía en construcción, una política prefi gurativa que busca la construcción de un nuevo mundo dentro de la piel muerta del antiguo. Tal y como han señalado los autores del Emergency Exit Collective (2008) ya existen numerosas iniciativas de este tipo por todo el planeta, muchas más de las que se deben a las propias anarquistas: Desde formas novedosas de democracia directa que se dan en comunidades indígenas como El Alto, en Bolivia, o en fábricas autogestionadas de Paraguay, hasta los movimientos de los suburbios en Suráfrica, cooperativas de agricultores en la India, ocupaciones en Corea, experimentos de permacultura en Europa o la “economía islámica” que se da entre los habitantes pobres de las ciudades en el Medio Oriente. Hemos sido testigos del desarrollo de miles de formas de apoyo mutuo, asociaciones que comparten el deseo común de constituir una ruptura práctica con el capitalismo y que, más importante aún, presentan la posibilidad de crear un nuevo acervo común planetario.
Mediante la recuperación de este acervo común los habitantes del planeta con cada vez más capaces de liberarse de la dependencia del capitalismo y de vaciar a éste de contenido desde su interior. En los próximos años la creación de alternativas autogestionadas basadas en la comunidad será cada vez más urgente, conforme la población se enfrente a las consecuencias de la disminución de las fuentes de energía y del cambio climático. De hecho, puede ser que este tipo de prácticas constituyan nuestra única esperanza de superar el colapso de forma que resulte en realidades sociales liberadoras y preservadoras de la vida, en vez de pesadillas autoritarias o de pura destrucción.
Será cada vez más importante, para las anarquistas y sus aliadas, participar en la construcción de alternativas independientes y sostenibles que fomenten la autosuficiencia de las comunidades. El creciente interés entre las anticapitalistas por la permacultura, la construcción con técnicas naturales o la ecología práctica representa un movimiento esperanzador en esta dirección (se puede consultar un portal online muy útil a este respecto en www.permacultureactivist.net). La acción directa constructiva de este tipo resulta especialmente relevante en los países en los que hay un capitalismo avanzado, que es donde habitan la mayoría de las anarquistas, ya que es en estas sociedades donde los lazos comunitarios se han visto más degradados y donde se han perdido más las habilidades manuales básicas. La combinación de autosuficiencia productora y relaciones sociales igualitarias, tanto en proyectos urbanos como rurales, puede llegar a representar una forma muy potente de propaganda por el hecho, al proponer modelos de funcionamiento atractivos que otros pueden copiar. Estos modelos no sólo sirven para empoderarse, sino que avanzan hacia la seguridad alimentaria y energética, así como hacia la independencia de un mercado de trabajo cada vez más precario y en el que quedan ya pocas redes sociales de asistencia.
Y es en este punto en el que cobra importancia el último aspecto de la práctica anarquista, la creación de redes. Tanto en sus iniciativas destructivas como constructivas de acción directa, l@s anarquistas actúan en el seno de un ámbito social mucho más amplio y sus probabilidades de éxito dependen en buena medida de la solidaridad y la cooperación con grupos que están al margen del núcleo central de sus propias redes. En este contexto, cabe esperar que la lógica cultural de la creación de redes, que constituye uno de los aspectos centrales de la práctica política de l@s anarquistas, siga dando fruto, conforme est@s y sus aliad@s vayan estrechando lazos con un número creciente de comunidades en lucha, desde personas migrantes y refugiados a las clases medias en caída libre.
Por supuesto, esto no quiere decir que l@s anarquistas deban ocupar el lugar de una vanguardia que guíe a las masas hacia la revolución, sino más bien que deberían actuar como una retaguardia, cuya única intención sea la de proteger y fomentar la autonomía y la horizontalidad de los movimiento emergentes de resistencia. En el contexto de la construcción de una nueva sociedad, esto quiere decir abortar los intentos de eliminar la autosuficiencia local e integrarla en un marco capitalista y/o autoritario y, una vez que se tenga éxito en esto, defender las comunidades autogestionadas cuando se vean atacadas o marginalizadas de cualquier manera.
En última instancia, sin embargo, no hay garantía alguna. La actuación anarquista va a ser necesaria desde todo punto de vista, incluso, o tal vez más, después del colapso del capitalismo global. Tal y como dice Noam Chomsky (1986), el anarquismo es una lucha sin final, ya que cualquier progreso hacia una sociedad más justa lleva a su vez a una percepción y comprensión de nuevas formas de opresión que pueden haber permanecido ocultas para la práctica y la conciencia tradicionales. Incluso en el escenario más favorable, l@s anarquistas tendrán que enfrentarse a la reaparición de patrones de dominación dentro de las comunidades y/o entre éstas, aunque se hubiera llegado a un punto en el que hubiesen sido superadas de manera consciente alguna vez. La vigilancia constante es el precio de la libertad.
Notas
1 (Zimmerman, 1997)
2 (Hammerquist y Sakai, 2002)
3 Se refiere al volumen - Anster, R. y otros (2009): Contemporary anarchist studies: an introductory anthology of anarchy in the academy - donde se publicó en ingles este artículo de U. Gordon.
4 ver www.climatecamp.org.uk
5 (ETC Group, 2003)
6 (ETC Group, 2007)
Bibliografía
• CHOMSKY, N. (1986): “La Unión Soviética Versus el Socialismo”, en http://www.theyliewedie.org/ressources/biblio/es/Chomsky_Noam_-_La_URSS_Vs_el_Socialismo.htm (accedido el 1 de agosto de 2013).
• EMERGENCY EXIT COLLECTIVE (2008): “The 2008 G-8 in Hokkaido, a strategic assessment”, en http://news.infoshop.org/article.php?story=2008061813531813 (accedido el 1 de agosto de 2013).
• Grupo ETC (2003): “La Inmensidad de lo mínimo”, en http://www.etcgroup.org/sites/www.etcgroup.org/files/publication/102/02/littlebdespanol.pdf (accedido el 1 de agosto de 2013).
• HAMMERQUIST, D.; SAKAI, J. (2002): “Confronting Fascism: discussion documents for a militant movement”, en http://www.monbiot.com/2007/07/24/eco-junk/ (accedido el 1 de agosto de 2013).
• ZIMMERMAN, M. (1997): “Ecofascism: a threat to American environmentalism?”, en The Ecological Community, ed. Roger S. Gotllieb, New York, 229-254.
[Parte final del artículo "Negros presagios: política anarquista en la época del colapso", publicado originalmente en la revista Estudios # 3, Madrid, 2013. El numero completo de la revista esta disponible en http://estudios.cnt.es/.]
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