Gustavo Godoy
Los poderosos a lo largo historia siempre han entendido perfectamente la utilidad de la generosidad estratégica como arma para la dominación. Los cesares derrochaban enormes fortunas para entretener a la plebe romana. En el Medievo, la nobleza feudal y la iglesia católica eran los protectores benevolentes de las castas mas bajas. Durante el renacimiento italiano, los acaudalados banqueros, como los Medici de Florencia, fueron uno de los primeros en levantar las banderas del mecenazgo de las artes y las ciencias. Los Rothschild, los Rockefeller, y los grandes capitalistas del siglo XIX fueron generosos benefactores públicos. Todos ellos comprendieron el valor de un obsequio o una donación en nombre del bien general para promover sus propios intereses.
En la actualidad, la realidad no es diferente. Las mega corporaciones transnacionales aportan billones de dólares cada año para financiar actividades con fines benéficos en todas partes del mundo. En la lista Forbes de los hombres más ricos del planeta también encontramos a los filántropos más generosos. Las donaciones son una pieza angular en las políticas publicitarias y de relaciones publicas de todas las organizaciones con cierta influencia sobre la sociedad.
Los poderosos a lo largo historia siempre han entendido perfectamente la utilidad de la generosidad estratégica como arma para la dominación. Los cesares derrochaban enormes fortunas para entretener a la plebe romana. En el Medievo, la nobleza feudal y la iglesia católica eran los protectores benevolentes de las castas mas bajas. Durante el renacimiento italiano, los acaudalados banqueros, como los Medici de Florencia, fueron uno de los primeros en levantar las banderas del mecenazgo de las artes y las ciencias. Los Rothschild, los Rockefeller, y los grandes capitalistas del siglo XIX fueron generosos benefactores públicos. Todos ellos comprendieron el valor de un obsequio o una donación en nombre del bien general para promover sus propios intereses.
En la actualidad, la realidad no es diferente. Las mega corporaciones transnacionales aportan billones de dólares cada año para financiar actividades con fines benéficos en todas partes del mundo. En la lista Forbes de los hombres más ricos del planeta también encontramos a los filántropos más generosos. Las donaciones son una pieza angular en las políticas publicitarias y de relaciones publicas de todas las organizaciones con cierta influencia sobre la sociedad.
En el reino de las relaciones sociales, un regalo casi siempre implica complejos sentimientos de obligación y elevados precios psicológicos. Nunca viene gratuitamente para el destinatario. Siempre esconden compromisos ocultos.
La generosidad estratégica apacigua a la gente, distrae a la opinión pública con respecto a las tretas que los poderes comúnmente practican y coloca al receptor en posición de deuda. Al dador, esta técnica le confiere un aire de autoridad paternal y una imagen de bonachón. Entre los dominantes, el dinero no es utilizado principalmente para comprar cosas bonitas sino para comprar control sobre los demás. Para conquistar a las masas, las elites deben cortejarlas con esplendidas dadivas. Jamás enseñan lo suficiente para que las masas puedan sobrevivir sin su ayuda.
En el presente, las cúpulas que rigen la vida de la población están aglomeradas en el Estado o en las grandes corporaciones. En la mayoría de los países, como en Venezuela por ejemplo, el Estado es vendido como una panacea para todos los problemas de la sociedad y el único encargado de “la redistribución de las riquezas”. La gran solución para todo es aumentar aún más su monstruoso tamaño. Claro está que esta idolatría al Estado gigantesco solo beneficia a la minoría gobernante. Aunque la muchedumbre se deslumbra por los hazañas de un Robín Hood, los verdaderos favorecidos con la glorificación de este leviatán son los dirigentes, la masa burocrática, y una horda de empresarios cortesanos engordados con jugosos contratos gubernamentales. La gente común lo que gana en limosnas, lo pierde en poder personal.
A menudo nos dejamos seducir por embaucadores debido a la poca confianza que tenemos en nosotros mismos. Preferimos esperar salvación por parte de algún superhéroe. Es preferible edificar un mundo sobre las bases de la cooperación mutua y voluntaria. Solo debemos unirnos de forma espontánea para superar los problemas autónomamente sin deberle nada a fuerzas externas.
La solidaridad genuinamente humana no se decreta desde la oficina del gobierno sino que florece en el corazón del ser humano que desea ayudar a sus hermanos.
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