Redacción
[Nota de El Libertario: Hemos preparado este artículo en base a textos originalmente disponibles en la Anarcopedia http://www.spa.anarchopedia.org.]
Los “anarco”-capitalistas dicen ser anarquistas porque afirman oponerse al gobierno. No obstante, fallan al no apreciar que el anarquismo es una teoría política. esto significa que son incapaces de reconocer que el anarquismo es algo más que simple oposición al gobierno, que también es una marcada oposición al capitalismo, a la explotación y a la propiedad privada. Por lo tanto, la oposición al gobierno es condición necesaria pero no suficiente para ser anarquista, es también necesario oponerse a la explotación y a la propiedad privada capitalista. Puesto que los “anarco”-capitalistas no consideran el interés, la renta y el lucro (es decir, el capitalismo) gérmenes de explotación, ni se oponen a los derechos capitalistas, no son anarquistas.
Parte del problema es que los marxistas, como muchos académicos, también tienden a afirmar que los anarquistas están simplemente contra el Estado. Es significativo que tanto marxistas como “anarco”-capitalistas propendan a definir el anarquismo como pura oposición al gobierno. No se trata de ninguna coincidencia, puesto que ambos persiguen excluir al anarquismo de su lugar en el más amplio movimiento socialista. Esto tiene perfecta lógica desde la perspectiva marxista, puesto que les permite presentar su ideología como la única opción anticapitalista seria.
No hace falta decir que esto constituye una malinterpretación obvia y seria de la posición anarquista, pues incluso un vistazo superficial sobre la teoría y la historia anarquista muestra que ningún anarquista limitó jamás su crítica social únicamente al Estado. De modo que mientras académicos y marxistas parecen estar al tanto de la oposición anarquista al Estado, generalmente no son capaces de comprender que la crítica anarquista se aplica sobre todas las demás instituciones sociales autoritarias. Puesto que la esencia del anarquismo es, después de todo, no la oposición teórica al Estado, sino la lucha práctica y teórica contra la dominación.
Como tal, sería justo afirmar que la mayoría de los “anarco”-capitalistas son capitalistas en primer y más importante lugar. Si algún aspecto del anarquismo no encaja con cierto elemento del capitalismo, rechazarán dicho aspecto del anarquismo antes que cuestionar al capitalismo. Esto implica que los “libertarianos” de derecha se adjudican el prefijo “anarco” para su ideología porque piensan que estar contra la intervención gubernamental equivale a ser anarquista. Que ignoren el grueso de la tradición anarquista debería probar que apenas hay nada anárquico en ellos. No están contra la autoridad, ni contra la jerarquía, ni contra el Estado, simplemente quieren privatizarlos.
Un grupo de anarquistas chinos señaló lo obvio en 1914. Puesto que el anarquismo “hace de la oposición a la autoridad su principio esencial”, los anarquistas tratan de “eliminar todos los sistemas perniciosos de la sociedad presente que tienen una naturaleza autoritaria”, de modo que “nuestra sociedad ideal” sería una “sin terratenientes, capitalistas, líderes, oficiales, representantes ni cabezas de familia.” Sólo esto, la eliminación de toda forma de jerarquía (política, económica y social) llevaría al verdadero anarquismo, a una sociedad sin opresión autoritaria (an-arquía).
En crudo contraste con los anarquistas, los “anarco”-capitalistas no tienen ningún problema con los terratenientes ni con el fascismo de fábrica (esto es, el trabajo asalariado), posición ésta que se antoja altamente ilógica para una teoría que se dice libertaria. Desde luego, el “anarco”-capitalista tiene otras maneras de evitar lo obvio, a saber, la afirmación de que el mercado limitará los abusos de los propietarios. “Si a los obreros no les gusta su jefe pueden buscarse otro”. Por lo tanto la jerarquía capitalista está bien en la medida en que los trabajadores y los inquilinos la consienten. Pero resulta dudoso que un “anarco”-capitalista apoyase al Estado sólo porque sus súbditos pudieran irse con otro. En consecuencia, esto no apunta a la cuestión central: la naturaleza autoritaria de la propiedad capitalista. Más aún, este razonamiento falla porque ignora las circunstancias sociales del capitalismo, que limitan la capacidad de elegir de la mayoría. Los obreros tienen poca elección que hacer a la hora de “consentir” la jerarquía capitalista. La alternativa es bien la pobreza directa, o bien la inanición. Con esto, los trabajadores desposeídos por las fuerzas del mercado se encuentran exactamente en la misma situación social y económica que los antiguos esclavos y siervos.
La propiedad, un Estado en si mismo
El anarquismo, como teoría política, nació cuando Proudhon escribió ¿Qué es la Propiedad?, específicamente, para refutar la noción de que los obreros son libres, cuando la propiedad capitalista los fuerza a buscar ser empleados por terratenientes y capitalistas. Él se dio buena cuenta de que en semejantes circunstancias, la propiedad “viola la igualdad mediante los derechos de exclusión y crecimiento, y la libertad a través del despotismo”. No sorprende que hable del “propietario”, a quien el obrero ha vendido y rendido su libertad. Para Proudhon la anarquía es “la ausencia de amos, de soberanos”, mientras que “propietario” es “sinónimo” de “soberano”, puesto que “impone su voluntad y su ley, y no sufre ni contravención ni control.” Esto significa que “la propiedad engendra el despotismo, pues cada propietario es amo soberano dentro del ámbito de su propiedad.”
Como Bob Black indicó, los libertarianos de derechas aducen que “al menos uno puede cambiar de trabajo”. Pero no puedes evitar tener un trabajo, de igual modo que bajo el estatismo puede uno al menos cambiar de nacionalidad, pero no puede evitarse el sometimiento a una nación-Estado u otra. Pero la libertad significa más que el derecho a cambiar de amo.” Las similitudes entre el capitalismo y el estatismo están claras. Rechazar la autoridad del Estado y abrazar la del propietario denota no sólo una situación ilógica sino también una contradicción con los principios básicos del anarquismo.
Por si esta contradicción no fuese suficiente, debemos señalar que semejantes desigualdades en poder y riqueza necesitarán “ser defendidas” de aquellos subyugados a ellas, tanto los “anarco”-capitalistas como los “liberales” reconocen la necesidad de policías y juzgados para defender la propiedad del robo – y, añaden los anarquistas, ¡para defender el robo y el despotismo consustanciales a la propiedad!. Debido a este apoyo a la propiedad privada (y por lo tanto a la autoridad), el “anarco”-capitalismo acaba por mantener un Estado en su “anarquía”: esto es, un Estado privado cuya existencia intentan negar quienes lo proponen simplemente negándose a llamarlo Estado, como un avestruz que esconde su cabeza bajo la tierra, simplemente sustituyen al Estado por empresas de seguridad privada.
Liberales y anarcocapitalistas son los que más necesitan al Estado
Tanto la filosofía del “anarcocapitalismo” como la de los “liberales” no tienen nada que ver con el Anarquismo ni menos con la defensa de la libertad. Ambas posturas, como defensores del capital, necesitan alguna fuerza a su disposición para mantener los privilegios de clase, bien del Estado mismo o de ejércitos privados. Lo que propugnan es de hecho un Estado limitado, esto es, uno en el que el Estado tenga una función: proteger a la clase dominante, no interfiera en la explotación, y salga tan barato como sea posible para dicha clase dominante. La idea también sirve a otro propósito: una justificación moral para conciencias burguesas que permita abolir los impuestos sin sentirse culpable.
Para los anarquistas, esta necesidad que tiene el capitalismo de alguna suerte de Estado no es sorprendente, los “anarco”-capitalistas y los “liberales” quieran deshacerse del Estado pero a la vez mantener el sistema que contribuyó a crear, y su función como defensor de la propiedad de la clase capitalista y sus derechos. En palabras simples, no quieren acabar con el Estado, sólo quieren dejarlo en su esencial función de gendarme de la clase capitalista.
[Nota de El Libertario: Hemos preparado este artículo en base a textos originalmente disponibles en la Anarcopedia http://www.spa.anarchopedia.org.]
Los “anarco”-capitalistas dicen ser anarquistas porque afirman oponerse al gobierno. No obstante, fallan al no apreciar que el anarquismo es una teoría política. esto significa que son incapaces de reconocer que el anarquismo es algo más que simple oposición al gobierno, que también es una marcada oposición al capitalismo, a la explotación y a la propiedad privada. Por lo tanto, la oposición al gobierno es condición necesaria pero no suficiente para ser anarquista, es también necesario oponerse a la explotación y a la propiedad privada capitalista. Puesto que los “anarco”-capitalistas no consideran el interés, la renta y el lucro (es decir, el capitalismo) gérmenes de explotación, ni se oponen a los derechos capitalistas, no son anarquistas.
Parte del problema es que los marxistas, como muchos académicos, también tienden a afirmar que los anarquistas están simplemente contra el Estado. Es significativo que tanto marxistas como “anarco”-capitalistas propendan a definir el anarquismo como pura oposición al gobierno. No se trata de ninguna coincidencia, puesto que ambos persiguen excluir al anarquismo de su lugar en el más amplio movimiento socialista. Esto tiene perfecta lógica desde la perspectiva marxista, puesto que les permite presentar su ideología como la única opción anticapitalista seria.
No hace falta decir que esto constituye una malinterpretación obvia y seria de la posición anarquista, pues incluso un vistazo superficial sobre la teoría y la historia anarquista muestra que ningún anarquista limitó jamás su crítica social únicamente al Estado. De modo que mientras académicos y marxistas parecen estar al tanto de la oposición anarquista al Estado, generalmente no son capaces de comprender que la crítica anarquista se aplica sobre todas las demás instituciones sociales autoritarias. Puesto que la esencia del anarquismo es, después de todo, no la oposición teórica al Estado, sino la lucha práctica y teórica contra la dominación.
Como tal, sería justo afirmar que la mayoría de los “anarco”-capitalistas son capitalistas en primer y más importante lugar. Si algún aspecto del anarquismo no encaja con cierto elemento del capitalismo, rechazarán dicho aspecto del anarquismo antes que cuestionar al capitalismo. Esto implica que los “libertarianos” de derecha se adjudican el prefijo “anarco” para su ideología porque piensan que estar contra la intervención gubernamental equivale a ser anarquista. Que ignoren el grueso de la tradición anarquista debería probar que apenas hay nada anárquico en ellos. No están contra la autoridad, ni contra la jerarquía, ni contra el Estado, simplemente quieren privatizarlos.
Un grupo de anarquistas chinos señaló lo obvio en 1914. Puesto que el anarquismo “hace de la oposición a la autoridad su principio esencial”, los anarquistas tratan de “eliminar todos los sistemas perniciosos de la sociedad presente que tienen una naturaleza autoritaria”, de modo que “nuestra sociedad ideal” sería una “sin terratenientes, capitalistas, líderes, oficiales, representantes ni cabezas de familia.” Sólo esto, la eliminación de toda forma de jerarquía (política, económica y social) llevaría al verdadero anarquismo, a una sociedad sin opresión autoritaria (an-arquía).
En crudo contraste con los anarquistas, los “anarco”-capitalistas no tienen ningún problema con los terratenientes ni con el fascismo de fábrica (esto es, el trabajo asalariado), posición ésta que se antoja altamente ilógica para una teoría que se dice libertaria. Desde luego, el “anarco”-capitalista tiene otras maneras de evitar lo obvio, a saber, la afirmación de que el mercado limitará los abusos de los propietarios. “Si a los obreros no les gusta su jefe pueden buscarse otro”. Por lo tanto la jerarquía capitalista está bien en la medida en que los trabajadores y los inquilinos la consienten. Pero resulta dudoso que un “anarco”-capitalista apoyase al Estado sólo porque sus súbditos pudieran irse con otro. En consecuencia, esto no apunta a la cuestión central: la naturaleza autoritaria de la propiedad capitalista. Más aún, este razonamiento falla porque ignora las circunstancias sociales del capitalismo, que limitan la capacidad de elegir de la mayoría. Los obreros tienen poca elección que hacer a la hora de “consentir” la jerarquía capitalista. La alternativa es bien la pobreza directa, o bien la inanición. Con esto, los trabajadores desposeídos por las fuerzas del mercado se encuentran exactamente en la misma situación social y económica que los antiguos esclavos y siervos.
La propiedad, un Estado en si mismo
El anarquismo, como teoría política, nació cuando Proudhon escribió ¿Qué es la Propiedad?, específicamente, para refutar la noción de que los obreros son libres, cuando la propiedad capitalista los fuerza a buscar ser empleados por terratenientes y capitalistas. Él se dio buena cuenta de que en semejantes circunstancias, la propiedad “viola la igualdad mediante los derechos de exclusión y crecimiento, y la libertad a través del despotismo”. No sorprende que hable del “propietario”, a quien el obrero ha vendido y rendido su libertad. Para Proudhon la anarquía es “la ausencia de amos, de soberanos”, mientras que “propietario” es “sinónimo” de “soberano”, puesto que “impone su voluntad y su ley, y no sufre ni contravención ni control.” Esto significa que “la propiedad engendra el despotismo, pues cada propietario es amo soberano dentro del ámbito de su propiedad.”
Como Bob Black indicó, los libertarianos de derechas aducen que “al menos uno puede cambiar de trabajo”. Pero no puedes evitar tener un trabajo, de igual modo que bajo el estatismo puede uno al menos cambiar de nacionalidad, pero no puede evitarse el sometimiento a una nación-Estado u otra. Pero la libertad significa más que el derecho a cambiar de amo.” Las similitudes entre el capitalismo y el estatismo están claras. Rechazar la autoridad del Estado y abrazar la del propietario denota no sólo una situación ilógica sino también una contradicción con los principios básicos del anarquismo.
Por si esta contradicción no fuese suficiente, debemos señalar que semejantes desigualdades en poder y riqueza necesitarán “ser defendidas” de aquellos subyugados a ellas, tanto los “anarco”-capitalistas como los “liberales” reconocen la necesidad de policías y juzgados para defender la propiedad del robo – y, añaden los anarquistas, ¡para defender el robo y el despotismo consustanciales a la propiedad!. Debido a este apoyo a la propiedad privada (y por lo tanto a la autoridad), el “anarco”-capitalismo acaba por mantener un Estado en su “anarquía”: esto es, un Estado privado cuya existencia intentan negar quienes lo proponen simplemente negándose a llamarlo Estado, como un avestruz que esconde su cabeza bajo la tierra, simplemente sustituyen al Estado por empresas de seguridad privada.
Liberales y anarcocapitalistas son los que más necesitan al Estado
Tanto la filosofía del “anarcocapitalismo” como la de los “liberales” no tienen nada que ver con el Anarquismo ni menos con la defensa de la libertad. Ambas posturas, como defensores del capital, necesitan alguna fuerza a su disposición para mantener los privilegios de clase, bien del Estado mismo o de ejércitos privados. Lo que propugnan es de hecho un Estado limitado, esto es, uno en el que el Estado tenga una función: proteger a la clase dominante, no interfiera en la explotación, y salga tan barato como sea posible para dicha clase dominante. La idea también sirve a otro propósito: una justificación moral para conciencias burguesas que permita abolir los impuestos sin sentirse culpable.
Para los anarquistas, esta necesidad que tiene el capitalismo de alguna suerte de Estado no es sorprendente, los “anarco”-capitalistas y los “liberales” quieran deshacerse del Estado pero a la vez mantener el sistema que contribuyó a crear, y su función como defensor de la propiedad de la clase capitalista y sus derechos. En palabras simples, no quieren acabar con el Estado, sólo quieren dejarlo en su esencial función de gendarme de la clase capitalista.
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