Rubén Martín
Algunos reacomodos partidarios y el triunfo de ciertos candidatos independientes se están celebrando como si se tratara de un gran cambio político en el país, cuando se trata, a lo más, de cambios tímidos y de matices en el sistema de democracia liberal que tenemos en el país.
Lo que desde arriba llaman democracia es sólo un procedimiento en el que los dueños del poder dan la “libertad” para que los ciudadanos escojan, una vez cada tres años, quienes manejarán el Gobierno, quienes gobernarán en su nombre y las más de las veces en su contra.
La gran victoria de este sistema es lograr que la gente se contente con votar cada tres años y pensar que a eso se le puede llamar participación democrática. Como dice el antropólogo y activista anarquista estadounidense David Graeber, se “ha enseñado desde una edad muy temprana a tener unos horizontes políticos increíblemente limitados, una idea increíblemente limitada del potencial humano” y de las posibilidades de otras democracias.
Algunos reacomodos partidarios y el triunfo de ciertos candidatos independientes se están celebrando como si se tratara de un gran cambio político en el país, cuando se trata, a lo más, de cambios tímidos y de matices en el sistema de democracia liberal que tenemos en el país.
Lo que desde arriba llaman democracia es sólo un procedimiento en el que los dueños del poder dan la “libertad” para que los ciudadanos escojan, una vez cada tres años, quienes manejarán el Gobierno, quienes gobernarán en su nombre y las más de las veces en su contra.
La gran victoria de este sistema es lograr que la gente se contente con votar cada tres años y pensar que a eso se le puede llamar participación democrática. Como dice el antropólogo y activista anarquista estadounidense David Graeber, se “ha enseñado desde una edad muy temprana a tener unos horizontes políticos increíblemente limitados, una idea increíblemente limitada del potencial humano” y de las posibilidades de otras democracias.
Los dueños del poder ganan cuando nos expropian la capacidad de siquiera imaginar que hay otras formas de relaciones políticas que amplían enormemente las capacidades de participar en la toma de decisiones. Y no tenemos que remontarnos a la vieja Grecia, como gusta a los liberales, sino mirar aquí cerca, en Cherán, Michoacán.
Desde que se levantaron en febrero y abril de 2011 en contra de la narco-política que los gobernaba, secuestraba, asesinaba y despojaba, la comunidad indígena de Cherán ha empezado a autogobernarse, y lo hace sin elecciones y sin la participación de ningún partido. Lo hacen a través de formas propias de organización y que rompe por completo con el verticalismo que impera en el sistema de democracia liberal.
En éste, desde arriba se monopoliza la representación en los partidos, se imponen candidatos y luego se les permite “escoger” a los ciudadanos de entre las propuestas tomadas de antemano.
En Cherán el proceso de participación es totalmente inverso: de abajo hacia arriba. Ahora Cherán se gobierna como municipio autónomo, y en lugar de ayuntamiento, se elige a un Consejo de Mayores (Keris), integrado por 12 personas. Para llegar a ser integrante de este consejo o de los otros consejos de Gobierno, se tiene que empezar de abajo: en la fogatas que es como se llama a las estructuras de organización vecinal o barrial que surgieron del levantamiento de 2011. Las fogatas sirvieron para cuidar cada cuadra e impedir la entrada del crimen organizado; se llegaron a formar más de 250 y ahora son las estructuras primarias de organización comunitaria. Las propuestas que surgen de las fogatas luego son presentadas ante asambleas de los cuatro barrios que componen Cherán: Kétsikua, Karhákua, Parhikutini y Jurhúkutini, y finalmente presentarse en la Asamblea General.
Como se aprecia, se elige de abajo hacia arriba, en un sentido totalmente inverso al de la democracia liberal. Por fortuna, Cherán no es el único ejemplo de que existen otras democracias que nos permiten no conformarnos con lo que, desde arriba, se quiere vender como libertad de elegir.
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