Marcelo Sandoval
... La situación actual del anarquismo es contradictoria y provoca reacciones encontradas entre los militantes libertarios, por un lado, la puesta en práctica de formas de organización, la utilización de nociones relacionadas con el anarquismo se han generalizado en buena parte de los movimientos de resistencia anticapitalistas, en muchos de ellos está ausente cualquier influencia anarquista. La generalización de las formas de hacer política libertarias en el presente sólo es comparable con periodos como el de la segunda mitad del siglo XIX, donde prácticamente el surgimiento y despliegue del movimiento obrero se hace desde una perspectiva ácrata en el continente americano, en países asiáticos como Corea, Japón y China, así como en los países latinos de Europa, entre otros. Junto a esta resonancia del anarquismo en los movimientos de resistencia, hay una extensión sumamente amplia de colectividades e individualidades que desde el anarquismo sostienen proyectos de organización, autogestión, formación y agitación.
En contraste con este panorama que pudiera parecer alentador también se han hecho populares posturas que se nombran como anarquistas pero que contienen una buena dosis de vanguardismo, unos a partir del fetichismo de la violencia convertida en espectáculo, otros a partir de un fetichismo de la “vida cotidiana” y lo “pequeño” convertidos en un estilo de vida que no se diferencia en mucho de ciertas aspiraciones liberales, por su forma individualista y egocéntrica, así como new age, por su vulgarización y escencialización de lo comunitario indígena.
Las dos posturas presumen haber superado el pensamiento y las formas de hacer del anarquismo mal llamado clásico. Los insurrecionalistas con su apuesta por el informalismo dicen romper con el carácter autoritario y burocrático de organizaciones como las sindicales, del inmovilismo y la falta de practicidad de ese horizonte libertario que ubican ya en el pasado, en las ruinas de la historia, apelan a una simplificación de la acción directa, relacionada sólo con cristales, bombas y piedras. Consideran que la revolución será producto, en un futuro, cuando la gente decida imitarlos y seguirlos, de una campaña insurreccional vista como instante catastrófico.
... La situación actual del anarquismo es contradictoria y provoca reacciones encontradas entre los militantes libertarios, por un lado, la puesta en práctica de formas de organización, la utilización de nociones relacionadas con el anarquismo se han generalizado en buena parte de los movimientos de resistencia anticapitalistas, en muchos de ellos está ausente cualquier influencia anarquista. La generalización de las formas de hacer política libertarias en el presente sólo es comparable con periodos como el de la segunda mitad del siglo XIX, donde prácticamente el surgimiento y despliegue del movimiento obrero se hace desde una perspectiva ácrata en el continente americano, en países asiáticos como Corea, Japón y China, así como en los países latinos de Europa, entre otros. Junto a esta resonancia del anarquismo en los movimientos de resistencia, hay una extensión sumamente amplia de colectividades e individualidades que desde el anarquismo sostienen proyectos de organización, autogestión, formación y agitación.
En contraste con este panorama que pudiera parecer alentador también se han hecho populares posturas que se nombran como anarquistas pero que contienen una buena dosis de vanguardismo, unos a partir del fetichismo de la violencia convertida en espectáculo, otros a partir de un fetichismo de la “vida cotidiana” y lo “pequeño” convertidos en un estilo de vida que no se diferencia en mucho de ciertas aspiraciones liberales, por su forma individualista y egocéntrica, así como new age, por su vulgarización y escencialización de lo comunitario indígena.
Las dos posturas presumen haber superado el pensamiento y las formas de hacer del anarquismo mal llamado clásico. Los insurrecionalistas con su apuesta por el informalismo dicen romper con el carácter autoritario y burocrático de organizaciones como las sindicales, del inmovilismo y la falta de practicidad de ese horizonte libertario que ubican ya en el pasado, en las ruinas de la historia, apelan a una simplificación de la acción directa, relacionada sólo con cristales, bombas y piedras. Consideran que la revolución será producto, en un futuro, cuando la gente decida imitarlos y seguirlos, de una campaña insurreccional vista como instante catastrófico.
Mientras que aquellos que se basan en la retorica de la “vida cotidiana”, de rechazo a la “teoría”, de ruptura con un supuesto anarquismo colonialista y eurocéntrico –del que jamás dan cuenta–, crean una nueva fe en el progreso, al considerar que gracias a ese estilo de vida individualista –que cuando se ponen osados intentan concientizar a la familia–, puede nacer una revolución, también situada en el futuro, al encontrarse y extenderse –de algún modo, no mediante el hacer de las personas– otras relaciones sociales, espacios y tiempos en la perspectiva de la autonomía. Lo que se propicia entre los afines a estas ideas es que el esfuerzo por construir un movimiento anarquista se deja a un lado para dedicarse a ser los comisarios de la moral y las buenas costumbres, se crea una nueva jerarquía entre los congruentes y los demás, donde la tarea principal es estarse fijando quien cumple las expectativas que se encuentran dentro de sus parámetros; no tratan de echar en cara las actitudes autoritarias y las imposiciones para obstruirlas, inhibirlas o denunciarlas, dentro de un proceso colectivo de organización, sino que la intención es padecerlas para sentirse mejor que los otros.
La difusión de un anarquismo posmoderno sumamente sofisticado y de un anarquismo personal y new age –ideología esencialista y pseudo-comunalista–, han desmovilizado a buena parte de la gente que se posiciona desde el anarquismo –o como podamos llamar a este amplio abanico donde entran todas estas posturas–. Bajo estas perspectivas las acciones en lugar de estar orientadas a construir relaciones de autogestión de la vida, buscan hacerse parte del espectáculo, o son fácilmente recuperables por éste, se pretende ganar prestigio revolucionario haciéndose populares entre los medios de paga y los medios libres mediante actos exhibicionistas.
No se puede echar por la borda la historia y pensamiento anarquista. Tampoco podemos caer en la idea que ya está todo dicho y hecho, y que debemos seguir repitiendo las mismas formas de hacer política y organización. Hay que reconocer que las experiencias de lucha y rebelión son la potencialidad no para repetir lo dado-pensado, sino para re-pensar y recrear el anarquismo como horizonte para la autogestión de la vida. No existe un futuro prometedor que sirva de inspiración, sólo contamos con el pasado y el tiempo de ahora de insubordinación. No podemos crear un modo de vivir otro, sin dominación ni explotación, más que en colectividad, las pequeñas islas de autonomía y la adopción de un estilo de vida individualista están condenados a implosionar o a la repetición. La autogestión de la vida implica la construcción de territorios en conflicto con el capitalismo y el Estado, territorios que se tienen que generalizar al encontrarse y federarse con otros.
Pero ¿cómo construimos proyectos en este sentido, cómo los generalizamos? ¿las experiencias actuales e históricas, en que forma nos sirven de potencialidad y cómo evitamos, al mismo tiempo, convertirlas en modelos? ¿cómo construirnos formas de organización en la perspectiva de la autogestión de la vida?
Ética-política anarquista y auto-organización
Un despliegue crítico y rebelde del anarquismo es posible cuando emerge desde la negatividad, es decir, desde el aquí y ahora, cuando creamos prácticas que obstruyen las relaciones de dominación: jerárquicas, patriarcales, de coerción y explotación, al mismo tiempo que se prefigura otra sociabilidad en la perspectiva de la autogestión. El anarquismo cae en la repetición y se vuelve ideología cuando emerge en un sentido positivo, es decir, cuando las nociones y proyectos los situamos en un futuro deseable: viviremos en libertad, nos relacionaremos en apoyo mutuo, etcétera.
La vida en el capitalismo es una guerra social entre dominadores y dominados; una guerra social entre los intentos de imposición de relaciones jerárquicas-coercitivas y las tentativas por obstruirlas. En cada momento de conflicto y revuelta en los que ha estado inmerso el anarquismo, ha mostrado su capacidad de ser multiforme y abierto, de desplegarse desde las necesidades e intereses de las colectividades dentro de la guerra social que se vive en el capitalismo y el Estado.
En el mundo actual el anarquismo tiene que recrearse, su horizonte ético-político no puede caer en la repetición, pero tampoco ser una tabla rasa. En el presente las prácticas emergentes en un sentido libertario no provienen de los esfuerzos propiamente anarquistas, puesto que una parte nos encontramos en reflujo, situados en una reproductibilidad automática de lo dado-hecho o llevando a cabo actividades recuperables para el espectáculo. Al menos en nuestro ámbito local, ya no se trata de reorganizar al movimiento anarquista o salir de una brecha, lo que alguna vez pudimos nombrar como movimiento ya no existe, por tanto, tenemos que crear algo otro, pero no bajo los mismo parámetros de hace unos años, tampoco lo vamos a poder crear si seguimos con nuestras mismas dinámicas, si queremos construir algo nuevo, tenemos que ser instituyentes de otras prácticas y de otras formas de organización, situadas en la manera como hoy vivimos la guerra social.
El acto de vivir de modo contradictorio con el Estado y el capital, de construir otras relaciones sociales, no-jerárquicas y no-coercitivas, resulta doloroso pues nuestro horizonte político-organizativo emerge de la guerra social. Esbozar una práctica prefigurativa en la perspectiva de la autogestión generalizada no puede obviar el conflicto y la lucha de clases. Es una irrupción contra el despojo de la vida y es la negación de lo que nos niega: la dominación, el patriarcado, el colonialismo y la explotación. Cuando decimos que estamos en contra de toda concepción revolucionaria espectacular, orientada a sustituir unos amos por otros; cuando nos abocamos a una revolución de la vida cotidiana, desde territorios en conflicto, no pensamos en una revolución armoniosa ni conformista, de lo que se trata es de configurar una existencia rebelde y revolucionaria asimétrica en el día a día, capaz de generar temporalidades que hagan crisis en la dominación.
Las tentativas cotidianas hacia la negación de lo que niega vivir en libertad y hacia la generación de crisis en la dominación, pueden romper con la normalización de ésta si somos capaces de vincular la organización con nuestra subjetividad en todas sus dimensiones –incluida la inconsciente–, pues es ahí donde podemos crear espacios temporales con posibilidades de ruptura a través de haceres lúdicos, poéticos, de imaginación, apoyo mutuo, afinidad y comunitarios, donde no exista la división: vida militante y vida ordinaria. Caer en dicha escisión lleva a fetichizar cualquier práctica organizativa que se proponga un trastrocamiento de las relaciones de opresión, pues ser militante termina adjudicándole a una persona una carácter extra-social y mesiánico. El hacer militante debe encarnarse en los resquicios más íntimos y clandestinos de nuestra cotidianidad, para partir del reconocimiento y el respeto de los modos como vivimos y de nuestras necesidades e intereses; hay que tomar en cuenta las subjetividades de las individualidades con las que nos encontramos, es la alteridad lo que nos vincula y nos potencia. Es la igualdad en alteridad lo que nos permite crear afinidades, lazos de apoyo mutuo y tentativas confederativas.
La apuesta está en la formación de un sentido revolucionario a partir de una praxis asimétrica y poética que imposibilite que sea recuperado por el espectáculo. Esta revolución de la vida cotidiana no es un estilo de vida, el cual sólo es otro tipo de vanguardismo. Si queremos organizarnos en el sentido de la autogestión de la vida no podemos reducirla a un proyecto de sobrevivencia, esboza un modo de organización antiestatal, requiere de un proceso de autoformación permanente, implica estar en tensión con lo instituido; es una forma de organizarse por la destrucción de la dominación, de vivir desde otro horizonte ético-político. Un proyecto de autogestión no debe quedarse ensimismado en la autocomplacencia, para existir necesita involucrarse en la creación de más proyectos, la autogestión es colectiva, son territorialidades abiertas y en antagonismo con la dominación y con sí mismos, pues es permanente el peligro de dejar de mover-recrear el pensamiento y la práctica, de fetichizar las iniciativas en la perspectiva de la autogestión.
Un horizonte político organizativo situado en el sentido de la autogestión generalizada, parte de la negación de aquello que nos niega, instalada en el aquí y ahora de conflicto, con la intención de pensar la organización y la política para imposibilitar y hacer crisis en la reproducción de las relaciones patriarcales, coloniales, estatales y capitalistas. La autogestión generalizada tiene implicadas interrogaciones que nos ayudan a caminar y estar en movimiento, es necesario que constantemente nos cuestionemos cómo nos organizamos para vivirla, qué despliegue tiene en nosotros y nuestra cotidianidad, y qué formas de hacer política y de organización son capaces de darle rienda suelta a un horizonte de vida y lucha en el sentido de construir lo colectivo desde proyectos donde experimentemos el acto doloroso y tierno de crear relaciones de apoyo mutuo, complementariedad y afinidad. En este momento no hay caminos posibles, sólo tenemos la memoria rebelde del anarquismo como anteojos, es necesario caminar en la oscuridad y la incertidumbre, a tientas pero sin detenernos. No tenemos respuesta a las interrogantes sobre la creación de un movimiento anarquista local, sólo preguntas que nos deben ayudar a movernos, a encontrarnos entre nosotros y con los otros que también se están organizando desde un horizonte anarquista.
«Organizarse jamás ha querido decir afiliarse a la misma organización. Organizarse es actuar según una percepción común, al nivel que sea [...] lo que hace falta a la situación no es la “colera de la gente” o la escasez, no es la buena voluntad de los militantes ni la difusión de la conciencia crítica, ni siquiera la multiplicación del gesto anárquico. Lo que nos falta es una percepción comapartida...» (Comité Invisible)
[Este texto reproduce la parte final del artículo de igual título publicado en la revista Verbo Libertario # 5, Guadalajara (Mex.), enero-abril 2015. El artículo en extenso y el número completo de la revista están disponibles en http://autonomiayemancipacion.org/wp-content/uploads/2015/04/Verbo-Libertario-5.pdf.]
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