[Nota previa de El Libertario: Reproducimos dos artículos recientes que examinan un rasgo de progresiva importancia en la política del actual gobierno.]
Pranificación I
Alejandro Moreno
La organización de las cárceles centradas en un pran ha dado resultado. El caos anterior, con una violencia desordenada que convertía al presidio en el reino de la absoluta inseguridad, con la aparición del sistema de pranes ha sido en gran parte eliminado y la violencia organizada. Ya no está a merced de grupos dispersos y enfrentados que en cualquier momento y sin ninguna planificación producían muertos y heridos sino que ha sido sometida a la voluntad del pran que decide cuándo, cómo y contra quién ha de ejercerse en castigo por el incumplimiento de las normas que el mismo jefe de todos ha dictado, eso que llaman “comerse la luz”, o por la voluntad del mismo mandón cuyas razones guarda en su más secreto interior.
Concentrar en una persona con poder absoluto toda la organización interna de la cárcel tiene además otras ventajas. Los altos y bajos funcionarios del Estado saben con quién tratar, con quién establecer acuerdos lícitos e ilícitos, personales y afectivos también, y por cuáles vías poner a circular los múltiples y lucrativos negocios para cuyo desarrollo un penal es el ambiente propicio. De esta manera, la cárcel se convierte en una sociedad perfectamente organizada bajo un poder absoluto y centralizado con lo cual este Estado estará de acuerdo. El pran por su parte, de ello obtiene importantes privilegios que van desde organizar pomposas y orgiásticas diversiones para los internos, de las que lucrarse también, hasta convertir el local en lugar seguro contra intervenciones policiales de todo tipo y para el refugio de compinches perseguidos fuera por la justicia, además del derecho a entrar, salir y circular por la ciudad, y las ciudades, a placer.
¿Si la cárcel funciona tan bien así, por qué la sociedad entera no pudiera funcionar del mismo modo? El ideal socialista en el fondo ha sido siempre la perfecta racionalización de la economía y de la vida de los grupos humanos, de sus necesidades, de sus relaciones, de sus pensamientos. Surge en algún momento la idea, quizás de forma vaga que luego se fue convirtiendo… ¿en proyecto? Lo primero fueron convenios del Estado, al margen de las comunidades, con las bandas de delincuentes: no intervención policial, impunidad –¿transitoria?–, compromiso de implicarse en proyectos productivos y culturales, financiación para ello. Como producto de tales acuerdos, la localidad de esas bandas iba a ser “zona de paz” y así se la definió.
¿Por qué no implantar en los barrios, por ahora, y luego en todos los ámbitos sociales, el “sistema cárcel”?
Seguiremos en el tema.
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Pranificación I
Alejandro Moreno
La organización de las cárceles centradas en un pran ha dado resultado. El caos anterior, con una violencia desordenada que convertía al presidio en el reino de la absoluta inseguridad, con la aparición del sistema de pranes ha sido en gran parte eliminado y la violencia organizada. Ya no está a merced de grupos dispersos y enfrentados que en cualquier momento y sin ninguna planificación producían muertos y heridos sino que ha sido sometida a la voluntad del pran que decide cuándo, cómo y contra quién ha de ejercerse en castigo por el incumplimiento de las normas que el mismo jefe de todos ha dictado, eso que llaman “comerse la luz”, o por la voluntad del mismo mandón cuyas razones guarda en su más secreto interior.
Concentrar en una persona con poder absoluto toda la organización interna de la cárcel tiene además otras ventajas. Los altos y bajos funcionarios del Estado saben con quién tratar, con quién establecer acuerdos lícitos e ilícitos, personales y afectivos también, y por cuáles vías poner a circular los múltiples y lucrativos negocios para cuyo desarrollo un penal es el ambiente propicio. De esta manera, la cárcel se convierte en una sociedad perfectamente organizada bajo un poder absoluto y centralizado con lo cual este Estado estará de acuerdo. El pran por su parte, de ello obtiene importantes privilegios que van desde organizar pomposas y orgiásticas diversiones para los internos, de las que lucrarse también, hasta convertir el local en lugar seguro contra intervenciones policiales de todo tipo y para el refugio de compinches perseguidos fuera por la justicia, además del derecho a entrar, salir y circular por la ciudad, y las ciudades, a placer.
¿Si la cárcel funciona tan bien así, por qué la sociedad entera no pudiera funcionar del mismo modo? El ideal socialista en el fondo ha sido siempre la perfecta racionalización de la economía y de la vida de los grupos humanos, de sus necesidades, de sus relaciones, de sus pensamientos. Surge en algún momento la idea, quizás de forma vaga que luego se fue convirtiendo… ¿en proyecto? Lo primero fueron convenios del Estado, al margen de las comunidades, con las bandas de delincuentes: no intervención policial, impunidad –¿transitoria?–, compromiso de implicarse en proyectos productivos y culturales, financiación para ello. Como producto de tales acuerdos, la localidad de esas bandas iba a ser “zona de paz” y así se la definió.
¿Por qué no implantar en los barrios, por ahora, y luego en todos los ámbitos sociales, el “sistema cárcel”?
Seguiremos en el tema.
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Los pranes burocratizados
Ruptura
Los pranes no solo siguen siendo los que controlan las cárceles venezolanas, sino que ahora también están en la calle cumpliendo labores dentro del aparato del Estado. Desde luego que esta etapa de “pranes asimilados” se lleva a cabo paulatinamente, ya sea pasando información sobre las bandas criminales o ejerciendo sobre el resto de la comunidad trabajos de vigilancia acerca de las actividades políticas que no están en el marco de las funciones normales de los cuerpos de seguridad.
La ministra Fosforito está empeñada en hacernos creer que ha recuperado 80% de los recintos penitenciarios, cosa completamente falsa, solo que ahora los pranes trabajan conjuntamente con ella mediante acuerdos oscuros y nada transparentes.
Es conocido que pranes de muchas cárceles del país que han salido en libertad trabajan directamente a las órdenes de esta señora y con credenciales del Ministerio para el Servicio Penitenciario. Esto les permite no solo atemorizar a la comunidad sino también, en algunos casos, extorsionar a comerciantes.
Otros reos a los que aún no ha podido dejar en libertad porque sus crímenes son demasiado abominables, se ocupan de llevar el control total de las cárceles y de esa manera manejan las bandas delictivas que operan en el país. En realidad, ellos son los verdaderos “directores de cárceles”, los originales son de pura decoración.
Las cárceles están en control de los presos con la complicidad del Ministerio Penitenciario que les permite manejar el tráfico de armas, drogas, alcohol, teléfonos celulares y cuanta aberración sucede en nuestros recintos carcelarios como, por ejemplo, cobrarle una especie de vacuna a cada recluso, la cual deben pagar semanalmente para garantizar su seguridad en esos lugares. Todo es manejado exclusivamente por ellos. Un gran negocio que, en forma de pirámide, está relacionado con la Guardia Nacional, funcionarios del Ministerio Penitenciario y los pranes y su equipo de trabajo.
No existen dudas de que estos pranes son obra de las mismas autoridades penitenciarias, porque se les hacía más fácil negociar el ingreso de cosas ilícitas e ilegales a las cárceles trabajando con un jefe de los reclusos que con todos, así se centraliza mejor el negocio que, según afirmaba el recientemente fallecido padre del penitenciarismo en Venezuela, Elio Gómez Grillo, es tan productivo como Pdvsa.
Decía Nelson Mandela que el respeto a los derechos humanos de un país se medía por la forma como eran tratados los presos. Por esas razones todos los informes tanto de organismos internacionales, entre estos la ONU y la OEA, como de organizaciones no gubernamentales de derechos humanos, ubican las cárceles venezolanas como las peores del mundo, pues los derechos humanos no existen en ellas ante el silencio cómplice de la Defensoría del Pueblo.
Por eso un cabo de presos, al mejor estilo gomecista, como Julio Cesar Pérez, con una medida de arresto domiciliario dictada por un tribunal de Lara por los envenenamientos de Uribana, sigue en su cargo.
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